Se da la paradoja de que algunos directores de orquesta, siendo ya unas figuras contrastadas a nivel internacional, no parecen luchar por obtener los cargos más altos, sino que permanecen más bien en la penumbra. Algunos de esos maestros parecen incluso retraerse ante obligaciones y honores institucionales, aunque sus figuras continúan creciendo en popularidad hasta alcanzar las cotas de un reducido número de privilegiados de la batuta. Carlo Maria Giulini dirigió a las orquestas más importantes del mundo; fue titular de agrupaciones de altísimo nivel en Norteamérica; rigió los destinos de un coliseo tan importante como La Scala; fue constantemente requerido en los estudios de grabación con las mejores orquestas del planeta… Sin embargo, su carácter un tanto retraído le convirtió en un personaje circunspecto en su gremio. Nunca fue un veleidoso que gustó de rechazar ofertas — como sí lo fueron Carlos Kleiber o su paisano Arturo Benedetti-Michelangeli — pero su madurez humana y sabiduría permitieron que sólo se entregara muy medidamente al ruido de una escena musical determinada en buen grado por los negocios. Cuentan que Herbert von Karajan señaló a Giulini como su sucesor ideal al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Tal vez Karajan sabía que Giulini, entonces camino de los 72 años, rehusaría. No se equivocó. Giulini lo hizo inmediatamente pese a ser uno de los directores más aclamados de su tiempo en virtud a su elegancia y a su exquisito sentido musical.

Carlo Maria Giulini nació el 9 de mayo de 1914 en Barletta, región meridional de la Apulia italiana, en el seno de una familia amante de la música que procedía del norte de Italia. Con sólo cinco años de edad, el pequeño Carlo inició su formación musical en la Academia de Santa Cecilia de Roma, decantándose por el violín y la viola, para más tarde estudiar composición y dirección bajo la tutela de Alfredo Casella y Bernardino Molinari. Durante estos años de formación romana, Giulini constituyó un cuarteto de cuerdas que sin duda ayudó a formar el compañerismo del que siempre hizo gala en su trayectoria artística. Con dieciocho años cumplidos ganó un puesto de violista en la Orquesta de la Ópera de Roma y ello le permitió trabajar bajo las órdenes de las mejores batutas del momento, como Furtwängler, Bruno Walter y Otto Klemperer, entre otros. En 1939 Giulini vio frustrado su primer contacto como director a consecuencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial, renunciando a inscribirse en el Partido Fascista y uniéndose a los partisanos junto a su esposa Marcella de Girolami. Ambos se vieron obligados a vivir escondidos durante nueve meses en un túnel e incluso el rostro de Giulini apareció en muchos carteles expuestos en Roma con instrucciones de ser tiroteado en caso de ser visto. Toda esta pesadilla duró hasta junio de 1944, cuando Roma fue liberada por las tropas aliadas. Como consecuencia de aquello los directores que habían actuado bajo Mussolini fueron vetados o huyeron, con lo que Giulini fue convocado para dirigir el concierto conmemorativo de la liberación al frente de la Orquesta de la Ópera de Roma (Orquesta del Augusteo). Ese mismo año, Giulini sustituyó a Fernando Previtali al frente de la Orquesta de la RAI de Roma y dos años más tarde se convirtió en su director musical.

En 1948 Giulini debutó como director operístico en Bérgamo y un año más tarde participó en los festivales de Estrasburgo, Praga y Venecia. Sus labores como director de ópera no pasaron desapercibidas para Victor de Sabata, quien invitó a Giulini a ejercer como asistente en La Scala en 1951, debutando como director la temporada siguiente mediante una insólita representación de La vida breve de Falla. La quebradiza salud de De Sabata provocó que Giulini fuera el encargado de abrir la temporada de 1953 con una producción de La Wally de Catalani a la que siguieron posteriores títulos del repertorio belcantista. Pero sin duda alguna, el gran bombazo musical de Giulini en el coliseo lombardo se produjo en 1955 con una histórica representación de La traviata con Callas y Di Stefano. Ese mismo año Giulini se presentó en los Festivales de Edimburgo y debutó al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago por invitación de su entonces titular, Fritz Reiner. En 1956 surgieron los problemas en La Scala con motivo de una horrenda representación de El barbero de Sevilla — en parte debida a la confusión de Maria Callas — que provocó que Giulini no volviese a dirigir nunca más ópera en dicho coliseo (aunque siguió dirigiendo conciertos sinfónicos con la Orquesta del Teatro de La Scala). En 1958 Giulini se presentó en el Covent Garden con una memorable versión del Don Carlo de Verdi en una nueva colaboración escénica con Visconti. Por entonces también se inició una fructífera colaboración, sobre todo a nivel de grabaciones discográficas, entre el maestro italiano y la Philharmonia Orchestra. Los contactos entre Giulini y el Covent Garden se prolongaron hasta 1967, cuando una versión de La traviata terminó en un rotundo fracaso de crítica y público por la polémica concepción escénica de Visconti. Desde aquel instante, Giulini abandonó un tanto los teatros de ópera y se dedicó preferentemente a la dirección de conciertos sinfónicos. En 1969 Giulini fue nombrado director principal invitado de la Orquesta Sinfónica de Chicago, cargo en el que se mantuvo informalmente hasta 1978 y que alternó durante los años de 1973 hasta 1976 con la titularidad de la Orquesta Sinfónica de Viena.

En 1978 Giulini fue nombrado director titular de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles en sustitución de Zubin Mehta, quien había situado a la formación en el selecto grupo de las mejores orquestas norteamericanas. Con dicha formación Giulini realizó una extraordinaria labor que se prolongó hasta 1984 y que incluyó numerosas grabaciones discográficas de altísimo nivel, triunfales giras por todo el territorio norteamericano y conciertos retransmitidos para Europa mediante vía satélite. En esta etapa, Giulini era considerado como una de las mejores batutas del momento y su presencia como director invitado era requerida por todas las orquestas de renombre mundial (memorable el concierto ofrecido en el Teatro Real de Madrid en 1979 al frente de la Orquesta Nacional de España y con Isaac Stern como solista). Ya en 1982 se produjo el esperado retorno de Giulini a los fosos de ópera mediante una producción de Falstaff en el londinense Covent Garden que provocó la admiración mundial. Ese mismo año Giulini fue condecorado con la distinción Una vida por la música que anteriormente sólo habían recibido Artur Rubinstein, Andrés Segovia y el doctor Böhm. En sus últimos años, Giulini se dedicó a actuar como director invitado en giras con diversas orquestas y a realizar unas memorables grabaciones discográficas de algunas sinfonías de Bruckner al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena. Ya muy aquejado por problemas de salud, el maestro italiano ofreció su último concierto público en 1998. Retirado desde entonces de toda actividad concertística, mantuvo aún una labor pedagógica en la Escuela de Fiesole y en la Academia Chigiana. Tras pasar varios meses internado, Giulini falleció en un hospital de Brescia el 14 de junio de 2005 y sus restos fueron enterrados en Bolzano, localidad en la que residía.

Al principio de su carrera, muchos vieron a Giulini como a un sucesor de Toscanini y una extensión del malogrado Cantelli. Nada más lejos de la realidad. Si bien Giulini supo incorporar el dinamismo y la belleza de sonido propia del estilo de Toscanini, su estilo y temperamento fueron completamente distintos. Giulini estuvo mucho más cercano en su concepción de la dirección orquestal a Furtwängler por la expansividad de los tempi, por la riqueza de las texturas orquestales y por la extraordinaria plasticidad de los fraseos. Nunca adoptó poses teatrales o autoritarias sobre el podio, sino que más bien enfocó la labor de los profesores de las orquestas como la de unos colegas con quienes tenía que colaborar para hacer posible el milagro de la música. Y de hecho lo consiguió casi siempre, ya que Giulini fue uno de los directores más estimados y apreciados por los colectivos orquestales de todo el mundo. En su opinión, lo realmente complicado de un director de orquesta era dar con la expresión adecuada de la obra a ejecutar: –«¡Existen tantos acentos, ritmos, colores y tempi diferentes! ¡Hay un campo tan amplio abierto a tantas expresiones e interpretaciones! ¿Cuál será entonces la más justa?»

Giulini siempre se tomó mucho tiempo para hacer música y trató de encontrar lo inequívocamente exacto de la misma. Fue un ardiente defensor de la precisión alemana y del repertorio sinfónico alemán, evitando siempre las visiones severas de los compositores románticos y articulando sus ejecuciones en base a la lógica de formas y líneas. Su identificación con las obras interpretadas fue absoluta y su grado de emotividad hacia las mismas resultó tan fundamental como decisivo. Nunca fue un director todo-terreno, sino que mantuvo un repertorio muy acotado y decididamente conservador en el que la música modernista apenas tuvo cabida. En el ámbito operístico, Giulini se diferenció de otras estrellas de la dirección que veían en la moderna escenografía una intolerable intromisión y que por lo tanto se conformaban con unos simples arreglos escénicos. Su colaboración con el director Luchino Visconti produjo una serie de modélicas representaciones operísticas que tuvieron como guinda a una excepcional Maria Callas. Y, por cierto, Giulini se destacó como un director con mucha mano izquierda para saber atemperar los caprichos de algunas divas. En 1950, una joven Maria Callas le advirtió que su estilo para interpretar La traviata era diametralmente distinto al de la Tebaldi, a lo que Giulini contestó: –«Mire, señora: Esta ópera ha sido compuesta por Giuseppe Verdi. Así que tratemos de realizarla tal y como él la escribió»

Octubre de 1986: Tras laboriosas gestiones de última hora, Carlo Maria Giulini acepta sustituir a un inicialmente previsto Lorin Maazel en el Teatro Real de Madrid al frente de la Orquesta Filarmónica de La Scala de Milán durante un concierto perteneciente a la edición del Festival de Otoño de aquel año. A pesar de que la orquesta no era un prodigio técnico, Giulini logró parar los relojes del Teatro Real con una sublime introducción de la Incompleta de Schubert y una vibrante Primera Sinfonía de Brahms. Con el escenario del todo entregado, Giulini ofrece como propina el entreacto de Rosamunda de Schubert con un nivel de expresividad difícil de describir. Finalizado el concierto, nuestro grupo corrió en la búsqueda de alguna declaración y autógrafo del maestro. Giulini no sólo aceptó todas nuestras peticiones — sólo nos indicó que desconectáramos los flashes de las cámaras de fotos, ya que le dañaban un poco los ojos — sino que se mostró incluso del todo ameno y conversador. Cuando nos despedíamos nos estrechó la mano a todos y cada uno de nosotros. Nunca olvidaré como apretó mi mano entre las dos suyas, con una efusividad más propia de una amistad de toda la vida. Pero lo que siempre se quedará grabado en mi memoria fue su mirada directa a los ojos y su expresión de desbordante humanidad. Aquel hombre era, ante todo, una buena persona en la acepción más simple de dicha expresión.

De entre el legado discográfico debido a Carlo Maria Giulini podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Sinfonías nº6 y 9 de Beethoven dirigiendo la New Philharmonia y la Sinfónica de Londres (EMI 85490); Concierto para violín de Beethoven, junto a Itzhak Perlman y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 566900); Conciertos para piano nº1, 3 y 5 de Beethoven, junto a Arturo Benedetti-Michelangeli y dirigiendo la Sinfónica de Viena (DG 449757 y 419249); Misa en Do mayor de Beethoven, junto a Harper, Baker, Tear y Sotin, y dirigiendo la New Philharmonia (EMI 17664); Sinfonía nº4 de Brahms dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw (RCO 8005); los 2 Conciertos para piano de Brahms, junto a Claudio Arrau y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 575326); Concierto para violín de Brahms, junto a Itzhak Perlman y dirigiendo la Sinfónica de Chicago (EMI 566977); Sinfonía nº8 de Bruckner dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 445529); Sinfonía nº6 de Chaikovski dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 86531); los 2 Conciertos para piano de Chopin, junto a Krystian Zimerman y dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (DG 415970); Concierto para violoncelo de Dvorak, junto a Mstislav Rostropovich y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI 67594); Sinfonías nº7, 8 y 9 de Dvorak dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw (SONY 58946); El amor brujo de Falla, junto a Victoria de los Ángeles y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 67590); Requiem de Faure, junto a Baker y Souzay, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (BBC LEGENDS 4221); Sinfonía en Re de Franck dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 67723); Alceste de Gluck, junto a Callas, Campi y Zaccaria, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (MELODRAM 20019); los 2 Conciertos para piano de Liszt, junto a Lazar Berman y dirigiendo la Sinfónica de Viena (DG 415839); La Canción de la Tierra de Mahler, junto a Fassbaender y Araiza, y dirigiendo la Filarmónica de Viena (ORFEO D´OR 654052); Sinfonía nº40 de Mozart dirigiendo la New Philharmonia Orchestra (DECCA 452889); Concierto para piano nº23 de Mozart, junto a Vladimir Horowitz y dirigiendo la Orquesta de La Scala (DG 423287 — excepcional reportaje); Las bodas de Figaro de Mozart, junto a Taddei, Gatta, Cappuccilli y Vinco, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 63266); Requiem de Mozart, junto a Dawson, Van Nes, Lewis y Estes, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (LEGACY 89854); Ma mère l´oye de Ravel dirigiendo la Filarmónica de LosÁngeles (DG 1456002); Stabat Mater de Rossini, junto a González, Raimondi, Valentini y Ricciarelli, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (DG 410034); El barbero de Sevilla de Rossini, junto a Alva, Gobbi, Callas y Latinucci, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (MYTO 62113); selección de Oberturas de Rossini dirigiendo la Philharmonia Orchestra (EMI 62804); Concierto para violoncelo de Saint-Saëns, junto a Mstislav Rostropovich y dirigiendo la Filarmónica de Londres (EMI 67594); Sinfonía nº8 de Schubert dirigiendo la Sinfónica de Chicago (DG 463609); Don Carlo de Verdi, junto a Caballé, Warris, Verrett y Milnes, y dirigiendo la Orquesta del Covent Garden (EMI 66850); Falstaff de Verdi, junto a Hendricks, Ricciarelli, Bruson y Valentini, y dirigiendo la Orquesta del Covent Garden (KULTUR 4202); Il trovatore de Verdi, junto a Verrecchia, Fassbaender, Domingo y Di Stasio, y dirigiendo la Orquesta de Santa Cecilia de Roma (DG 4775915); La traviata de Verdi, junto a Callas, Di Stefano, Bastianini y Zanolli, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (EMI 66858); Rigoletto de Verdi, junto a Cappuccilli, Domingo, Obraztsova y Cotrubas, y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 457753); y, finalmente, Requiem de Verdi, junto a Bumbry, Ligabue, Konya y Arié, y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (BBC LEGENDS 4144). Nuestro humilde homenaje a este fabuloso director de orquesta.