Colosimos

El «auténtico» Colosimos norteamericano y el de Miguel

 Sin ningún género de dudas, si existe un bar de copas en la barriada con personalidad propia, con la leyenda y sabor que otorgan los muchos años que lleva en funcionamiento, y donde es posible solicitar cualquier marca espirituosa, por extraña, rara y cara que pueda parecer, ese es el bar de Colosimo´s, gestionado con enorme profesionalidad y brillantez por su propietario de siempre, Miguel. Bajar las escaleras de acceso a Colosimo´s supone adentrarse en un local y ambiente más propio de la Quinta Avenida neoyorquina que del peculiar barrio de Salamanca, un bar exquisito donde no tienen cabida la cañita de cerveza acompañada por un triste y desangelado platillo de aceitunas resecas, sino más bien el trago largo, combinado o no, de exclusivas marcas que difícilmente podremos encontrar en otros locales. Y mucho mejor si no dejamos asesorar por Miguel, todo un entendido en estas artes, cuya trayectoria profesional está lo suficientemente acreditada. Obviamente, los precios son acorde con el impecable servicio y la pulcra limpieza que Miguel en todo momento orgullosamente exhibe. Colosimo´s no es un lugar fashion, de gente joven, ni mucho menos — aunque todo el mundo es bien recibido aquí — sino un local propio para gente de mi edad, para un público que busca tranquilidad, calidad y la posibilidad de mantener cualquier conversación o tertulia sin estridencias musicales que dañan salud y oídos, acompañados de un insuperable combinado. El mismo Miguel es una proyección de su local, un ser amable, algo reservado y que sabe guardar perfectamente las distancias. Conoce a la perfección su oficio y tiene muy claro dónde empieza y termina su trabajo. Observar como Miguel manipula los artilugios necesarios para preparar cualquier combinado, por simple y conocido que sea, es toda una experiencia digna de ser visionada en las mejores escuelas de hostelería. Tengo la sana costumbre de acudir a Colosimo´s todos los sábados, desde finales de mayo hasta septiembre, para tomarme un par de gin-tonics en su terraza, con la única compañía de mi MP3, escuchando la música que en ese momento me apetece, según mi estado de ánimo. Cuando viene Celia a buscarme nos vamos, ya que ella no ha probado nunca una gota de alcohol en su vida y se aburre de estar sentada junto a una mesa, tomando una coca-cola que nunca se termina del todo. Por eso, cuando sabe que me largo al Colosimo´s se las apaña para aparecer una hora y media más tarde, el tiempo que suelo requerir para pimplar un par de gin-tonics. Es todo un espectáculo contemplar con qué mimo y arte Miguel me prepara el gin-tónic, sin lugar a dudas, de los mejores que pueden tomarse en Madrid a día de hoy. Fue el propio Miguel quién me recomendó la marca Bombay Shapire como aglutinante de tan conocida combinación. Para prepararla, Miguel se sirve de una copa que recuerda a la de tipo «balón», pero algo más estilizada en sus formas, más armonizada en sus proporciones, por decirlo de alguna manera. Miguel añade el hielo justo, un tipo de hielo fuerte y robusto, no de esa clase de hielo japonés, frágil y hueco, que lo único que provoca es sobrehidratar penosamente los cubatas. Resulta patético como en otros lugares te cargan de hielo el vaso hasta arriba y al ir a dar el primer trago…¡Zas!, corbata al tinte. A continuación exprime con sumo cuidado y sirviéndose de un filtro media lima. Después, valiéndose de dos pinzas, frota repetidamente la corteza de un limón convencional sobre el borde del recipiente y sirve la dosis alcohólica precisa. Un buen gin-tónic debe saber a gin-tónic, no a alcohol de quemar ni a simple agua tónica. Luego, pausadamente, deja caer el refresco y, como toque final, con una cucharilla alargada mece suavemente la mezcla, de abajo a arriba, lejos de los nerviosos y banderilleros modos de otros profesionales del sector. ¿El resultado?… ¡Inolvidable!  Miguel también recomienda dejar reposar el gin-tónic al menos un minuto antes de darle el primer trago, cosa que se me antoja harto difícil.

 Conozco a Miguel desde hace muchos años y posiblemente sea el propio Miguel la única persona que a su vez haya conocido a todos mis ligues, lista tan intensa como poco extensa, algunos de ellos coyunturalmente prohibidos. Desde Ana hasta Celia, a todas las chicas con las que he ligado –o, en algunos casos, simplemente he intentado — me ha gustado llevarlas al Colosimo´s, un lugar relajado que favorece la intimidad de los encuentros pasionales. Alguna se me quejó de que por qué acudíamos a un sitio de viejos… En fin, Miguel tiene un pequeño piano de pared en su local y a mí me gustaba lucirme delante de mis ligues interpretando piezas excesivamente edulcoradas. Miguel nunca me puso impedimento alguno, pero observé como su rostro siempre se tornaba más serio cada vez que yo tocaba el piano. Tenía razón, aquel piano no era para tocar, sino un instrumento meramente decorativo (y bastante desafinado, por cierto). Miguel le echó el cierre a la tapa y jamás le he vuelto a pedir la llave. Además, ahora ya no me hace falta… De momento. Aunque, lo cortés no quita lo valiente, Colosimo´s también fue testigo de alguna ruptura sentimental, como aquella noche cuando le dije a Isabel, la enfermera, y poniéndome el disfraz de valiente, que yo era muy joven para una mujer como ella, mucho más existencialmente experimentada que yo. He dicho que me puse el disfraz de valiente pero luego, a solas, lloré como un gilipollas. A Isabel la quería un montón… También Colosimo´s fue testigo de nuestros primeros y clandestinos encuentros entre Celia y un servidor. Pero lo mejor fue que en el propio Colosimo´s me reencontré con un antiguo compañero de colegio al que no veía desde hacía casi 30 años y que, gracias a la red virtual y al aviso que así mismo me dio una amiga virtual, pudo dicho reencuentro hacerse realidad. Miguel, con su habitual discreción, jamás ha hecho mención alguna del tema de mis pasados ligues, incluso cuando estoy a solas. Nunca me ha preguntado por tal o cuál chica y, no sólo eso, sino que, si en alguna ocasión el enfado con alguna chica era evidente, jamás me interrogó después acerca del motivo. Pienso que Miguel, a lo largo de su dilatada trayectoria como gerente del Colosimo´s, ha sido testigo de numerosos e insólitos encuentros pasionales en su local, algunos de ellos quebrando los vínculos benditos de las uniones más pretendidamente sagradas e imperecederas… Esa es una de las mejores cualidades de Miguel, la discreción. Nunca le he oído comentar nada de nadie — a no ser algo que resalte las virtudes –, muy diferente a lo que sucede en otros bares de la zona donde cuando accedes siempre se está hablando de una tercera persona entre la dependencia y la clientela, la cual, paradójicamente, nunca está presente en esos momentos. Este año, Miguel está solo al frente de Colosimo´s y se le nota más cansado; se lo comento cuando me sirve el segundo gin-tónic en la terraza:  — «No puede ser, Leiter. Este año estoy solo porque ya sabes lo que pasa cuando metes aquí a alguien para que te ayude. Suelo ser moderadamente riguroso con ciertos aspectos, pero con el de la bebida soy inflexible. Cuando se entrevistan conmigo les dejo bien claro que aquí, mientras se trabaja, no se bebe; luego, fuera de horas de trabajo, que tomen lo que quieran… Pero nada. Escucha lo que me pasó con el último: No me pareció malo en los días que estuvo de prueba. Fue dejarle solo y ¡Adiós!. Me presenté una vez de incógnito y estaba como una cuba. Se lo recriminé y encima el tío me lo negaba, aunque me pasé toda la tarde descubriendo cubatas empezados por los sitios más insólitos. Total, que tuve que vigilarle de cerca para que no bebiera. Y para eso, pues me quedo yo solo. No sé qué les pasa. Será porque tienen la bebida tan a mano, digo yo… » –. Estoy seguro que le van a sentar muy bien estos merecidos días libres que se va a tomar Miguel en agosto.

 El pasado domingo fui a despedirme de Miguel ya que era el último día que abría Colosimo´s como consecuencia de las referidas vacaciones veraniegas. Como el calor era tan sofocante, no quise estar en la terraza y opté por bajarme directamente al local. Allí, Miguel me contó un poco por encima la leyenda del auténtico Colosimo, un personaje que abrió un bar en Chicago en los albores del siglo XX y que poco a poco fue controlando todos los sectores hosteleros de la ciudad, logrando edificar un gran emporio económico. Hizo algún que otro trato con el famoso Al Capone y al principio las cosas parecieron rodar bien. Pero algo tuvo que estropearse, ya que el pobre Colosimo apareció un día tiroteado supuestamente por parte de unos sicarios que obedecían las órdenes de Capone. Fue en ese momento donde entró en vigor la célebre «Ley Seca» que desató tantos crímenes y asesinatos entre miembros de bandas rivales. Yo no sé cómo serían los bares de aquella época, repletos de personajes de muy dudosa condición y procedencia. Pero de lo que sí estoy seguro es que ni Capone ni ninguno de sus esbirros jamás hubieron de probar un gin-tónic tan bien elaborado y servido como los que hoy prepara Miguel. Lo tengo más claro que el agua de Lozoya.