La Galaxia M-31 o Galaxia de Andrómeda: Distante a 2,5 millones de años luz y de un tamaño algo superior a nuestra Vía Láctea. Contiene cerca de un billón — un millón de millones — de estrellas

 Reconozco que este es un tema que me apasiona y del que no puedo sustraerme en mis particulares divagaciones filosóficas. Como toda aproximación ante cualquier fenómeno desconocido, la consideración sobre la existencia de vida extraterrestre ha de abordarse y ha de realizarse desde un plano hipotético y estrictamente racional a tenor con los datos que manejamos. Ante todo, la primera cuestión que surge es la siguiente: La vida, tal y como la entendemos, ¿Es un fenómeno exclusivo de nuestro planeta o es una circunstancia también posible de hallar en otros planetas? Haciendo uso de un argumento filosófico llamado ontología, el mero hecho de imaginar otras formas de vida fuera de nuestro planeta ya sería un indicio de su susceptibilidad. Es muy sencillo: Basta con que la premisa de una divinidad superior la cambiemos por una dimensionalidad cuasi infinita del único entorno que sabemos que sí existe, el universo, para establecer una relación ontológica: Si las dimensiones del universo — actualmente desconocemos si es finito o infinito atendiendo a la incapacidad de establecer su masa crítica — son inasumibles para el entendimiento humano, la actual expansión del mismo — consideración del todo demostrada — ha de tener relación con la existencia de una inteligencia superior que así lo entienda. De no ser así, esa expansión infinita no tendría ningún sentido. Pero, dejando de lado estas consideraciones ontológicas un tanto superadas a lo largo del desarrollo de la historia del pensamiento, la exclusividad de nuestra vida en un entorno tan extraordinariamente grande parece un irracional contrasentido. A lo largo de la historia del pensamiento, hemos ido paulatinamente pasando de ser el centro del universo — teorías geocéntricas — hasta determinar con precisión que nuestra posición en la galaxia a la que pertenecemos se sitúa en uno de sus brazos espirales más exteriores, a unos 30.000 años luz del centro y a unos 20.000 del extremo. Y nuestra galaxia, la Vía Láctea, no es sino una galaxia más entre los centenares de miles de millones que contiene nuestro universo. Además, se calcula que nuestra galaxia contiene, tirando por lo bajo, 100.000 millones de estrellas, de las que una de ellas es el Sol. Efectuando una simple multiplicación, tenemos entonces que existen billones y billones de estrellas a lo largo y ancho del universo… La probabilidad de que existan estrellas semejantes al Sol en cuanto a tamaño y composición — factor en el que tiene y mucho que ver la edad de una estrella — es realmente alta (O incluso infinita en el caso de que el universo no tuviera «límites», cuestión que ha sido rebatida por la llamada Paradoja de Olbers). Tengamos en cuenta también que, hasta 1608 y la invención del telescopio por parte de Galileo, se pensaba que el número de estrellas en el universo no superaba la cifra de 6.000. Con estos datos, nuestra singularidad no parece tal.

 Hasta hace relativamente poco tiempo no se sabía a ciencia exacta si la existencia de los sistemas planetarios era una peculiaridad propia de nuestro entorno o bien un fenómeno que se repite en el universo. Los últimos descubrimientos de exoplanetas, esto es, planetas que orbitan alrededor de una estrella que no es el Sol parecen confirmar la segunda hipótesis. En apenas quince años, el descubrimiento de un gran número de exoplanetas ha sido realmente espectacular y aún se espera que en las próximas décadas puedan incluso visualizarse directamente — los exoplanetas han sido descubiertos por «intuición» — mediante la materialización de los interesantes proyectos de telescopios espaciales. A día de hoy, dichos planetas presentan características muy distintas a las de nuestra Tierra, aunque debemos tener en cuenta que, con los medios disponibles, sólo pueden ser detectados aquellos que tienen una masa tan grande como para provocar una ligera alteración gravitacional sobre la estrella en la que orbitan. Pese a ello, se ha constatado que, de los casi 400 exoplanetas descubiertos hasta el presente, uno de ellos, conocido como Gliese 581 c, presenta lejanas afinidades con el nuestro. No parece descabellado que un futuro, con los nuevos recursos técnicos, la aparición de exoplanetas rocosos semejantes en composición y estructura a la Tierra sea algo habitual. Empero, partimos de la base de que la existencia de una vida extraterrestre supone necesariamente un medio físico de sustentación llamado planeta.

 Llegamos aquí a un punto en el que creemos necesaria una precisa consideración: ¿Entendemos la vida como algo semejante a nuestra experiencia vital o puede desarrollarse la misma bajo entornos físicos y atmosféricos distintos al nuestro? En otras palabras, ¿Podría darse algún tipo de vida adaptada en la primacía de otros oligoelementos distintos al carbono, oxígeno, hidrógeno, etc? Sobre esta trascendente cuestión los físicos están divididos: Hay quienes opinan que sólo podemos considerar la vida basándonos en nuestra propia estructuración. Otros, sin embargo, alimentan la posibilidad de que, a modo de ejemplo, puedan existir formas de vida basadas en elementos como el silíceo en lugar del carbono y del amoníaco como catalizador alternativo al agua. De tomar partido por esta segunda hipótesis, las posibilidades de vida extraterrestre serían mucho mayores en consonancia con la gran abundancia de estos elementos químicos en los propios planetas de nuestro sistema solar. Quienes se aferran a la casi milagrosa condición de la vida en nuestra tierra como un fenómeno ciertamente exclusivo aluden al llamado Principio antrópico, teoría que fundamenta la vida como algo privilegiado de nosotros debido a una serie de condicionantes tan exactos como necesarios, poco probables de repetirse en el universo dada la precisión de los mismos. Esta teoría ha sido defenestrada por muchos científicos por su excesiva introspección hacia la vida tal y como nosotros la conocemos. En mi humilde opinión, esta idea no deja de basarse en un terreno más propio de la tautología y supone un nuevo intento de centralizar nuestra localización espacial con respecto al universo. Algunos partidarios de las teorías creacionistas esgrimen esta idea como prueba de la intervención de un ser superior en el desarrollo vital. Con los debidos respetos, el creacionismo es una manera facilona de atribuir hechos a consideraciones tautológicas que no tienen en cuenta el afán científico de desentrañar los factores que han dado pie a nuestra existencia. Tirar por tierra las investigaciones científicas en pos de dar validez a unos textos «sagrados» que no resisten el más elemental análisis crítico, histórico, filológico y hermenéutico sobre su veracidad nos parece, sencillamente, un estrambote. Las consideraciones religiosas han de ser asumidas en el marco de las creencias particulares de cada individuo. Pero de ahí a tratar de otorgar una preeminencia a la fe dogmática frente al estudio científico media un mundo. Tanto como la diferencia entre vivir en una caverna o asumir el progreso tecnológico. En consecuencia, parece más sensato abrir el espectro de posibilidades del concepto de vida frente a las limitaciones autoimpuestas por nuestra propia condición de seres vivientes. Si nos seguimos creyendo que somos el «centro exclusivo» del universo, rara ocasión tendremos entonces de plantearnos la posibilidad de hipotéticos desarrollos extraterrestres de vida. Resulta ciertamente enigmático pensar que la casi inasumible grandiosidad del universo obedece sólo a nuestra exclusividad vital. La propia naturaleza de nuestro entorno planetario no da, ni por asomo, tales muestras de desequilibrado derroche.

 Situémonos ahora en el entorno espacial en el que se desarrolla nuestro concepto de vida, hasta ahora, el único que conocemos. La Tierra es un planeta rocoso — frente a los gigantes de tipo gaseoso como Júpiter o Saturno — que orbita alrededor del Sol a una distancia tan precisa que ha hecho posible el surgimiento de la vida. El hecho de contar con una atmósfera y con una elevada porción de un elemento tan imprescindible como el agua ha determinado que la vida — tal y como nosotros la entendemos — haya podido desarrollarse hasta el estadio más avanzado que caracteriza a esa vida como inteligente. La opinión más extendida en el ámbito científico es que la vida surgió hace unos 4.ooo millones de años, cuando las condiciones atmosféricas primitivas de la Tierra permitieron la condensación del vapor de agua. Posteriormente, el encadenamiento de moléculas cada vez más complejas dio lugar a la aparición de los primeros componentes orgánicos que mediante un proceso de fotosíntesis en una atmósfera carente de oxígeno consiguieron establecer un primitivo metabolismo que aseguraba la integridad celular (Por descontado, esto no es más que un mínimo resumen de un proceso de enorme complejidad biológica). Sin embargo, algunos científicos prefieren decantarse por la llamada Panspermia u origen extraterrestre de la vida mediante la llegada de bacterias procedentes del espacio exterior a través de meteoritos. De tomar partido por esta teoría, en absoluto descartable, podríamos afirmar que el universo contiene una base bioquímica similar a no ser que hubiera más de una fuente original de vida. Existe al menos una evidencia de que los meteoritos bien pudieran ser agentes transmisores de vida en su estado más primitivo: El famoso meteorito ALH84001, presumiblemente de origen marciano y encontrado en la Antártida en 1984, parece albergar algunos fósiles bacterianos en su interior. Otros científicos descartan tal hipótesis y señalan que esos restos bacterianos no son sino producto de contaminación del hielo antártico circundante en el meteorito. A día de hoy, ninguna de las dos opiniones al respecto se ha impuesto a su contraria y la controversia continúa. Si en algún momento los adelantos técnicos determinasen la autenticidad autóctona de esos fósiles bacterianos estaríamos ante el primer rastro de vida extraterrestre.

 Este último aspecto nos da pie para adentrarnos en la posibilidad de vida extraterrestre dentro del entorno limitado por nuestro Sistema Solar. Prácticamente podemos afirmar con rotundidad que la vida extraterrestre inteligente es algo exclusivo de nuestro planeta Tierra. Con excepción de Plutón — objeto que recientemente ha perdido su categoría de planeta — el resto de planetas de nuestro Sistema Solar ha sido concienzudamente estudiado y en algunos casos las sondas han conseguido posarse en la superficie de algunos de ellos (Venus, Marte, Júpiter — en cierta medida —  y la luna Titán del planeta Saturno). Por lo que respecta a nuestra vecina Luna, el hombre ha conseguido posarse en su superficie y ha confirmado la ausencia de cualquier tipo de vida en su superficie (Algunos documentales sobre la aparición de supuestas y misteriosas estructuras arquitectónicas en la Luna no son sino pura basura. Parece mentira que un organismo público como RTVE diera pábulo en su momento a una serie de «documentales» de un conocido «investigador» español en los que se afirmaba que existían tales construcciones en la superficie lunar. Aquel despropósito constituyó una de las páginas más bochornosas de la historia del ente público de RTVE). Por lo que respecta a Marte, las más recientes investigaciones parecen negar la existencia de actividad microbiana en su superficie, aunque no se descarta que hubiera podido existir en su momento. Una futura expedición tripulada a Marte podría confirmar o descartar del todo dicha actividad. De cualquier manera, la presencia de agua congelada en su superficie y la más que probable confirmación de que Marte contó con una atmósfera en el pasado sugieren que cualquier consideración al respecto de una posible existencia de actividad biológica, pasada o presente, no deba ser del todo desechada. Más que interesantes parecen los casos de las lunas de Júpiter bautizadas como Io y Europa. La presencia de actividad volcánica en ambas lunas combinada con la gruesa capa de hielo que cubre la superficie de Europa ha determinado que la comunidad científica no descarte la posibilidad de algún tipo de actividad biológica en su interior. En nuestra propia Tierra existen microorganismos que desarrollan su actividad en condiciones muy similares a las que presumiblemente se dan en Europa. Un caso sorprendente y relativamente reciente ha sido el descubrimiento, durante la misión Cassini-Huygens, de la peculiar actividad de la luna Encélado de Saturno. En este curioso satélite, enormes géiseres expulsan agua al espacio revelando una actividad de criovulcanismo en su interior. Para muchos astrobiólogos, este sorprendente descubrimiento haría mucho más factible a Encélado que a Europa como lugar de búsqueda de vida, toda vez que las capas de hielo que revisten la superficie del satélite son muy delgadas y con ello permitirían un más fácil acceso al agua subterránea. Tardaremos aún muchos años en saber qué se esconde bajo la misteriosa superficie de Encélado.

 Fuera de nuestro Sistema Solar, la posibilidad de vida extraterrestre es algo que se escapa de nuestros actuales conocimientos científicos. Ciertamente, y como comentábamos en párrafos anteriores, la determinación mediante sofisticados y cada vez más avanzados recursos técnicos de la composición de algunos exoplanetas puede darnos la pista de mayor o menor afinidad con respecto a nuestro planeta. De ahí a confirmar la vida extraterrestre en esos lejanísimos planetas media todo un abismo que sólo el tiempo podrá corroborar afirmativa o negativamente. Y en este punto llegamos de nuevo a la consideración de entender el fenómeno de la vida, bien tal y como nosotros la consideramos, bien mediante otro tipo de procesos evolutivos adaptados a cada medio. La casi inabarcable grandiosidad espacial del universo implica que desconozcamos hasta qué punto puede haberse establecido un fenómeno vital en un sistema solar perteneciente a una galaxia remota. Es un concepto filosófico abierto a nuestra imaginación.

 Sin embargo, no sólo nosotros damos por buena esa hipotética existencia de vida extraterrestre, incluso en su estadio de inteligente. Muchas misiones espaciales han incorporado un mensaje codificado cuyo único objeto es que pueda ser descifrado por civilizaciones inteligentes en caso de dar con el mismo. El más claro ejemplo es el mensaje que lleva instalado la sonda Voyager-2 en forma de disco de oro en donde se recaba información de nuestra cultura y cuya grabación fue concebida por la NASA. Esta sonda representa el punto más lejano del universo en donde ha llegado un objeto concebido por el hombre. Actualmente merodea por los bordes de nuestro Sistema Solar y se calcula que dentro de unos 180.000 años pasará cercana al entorno de la estrella Ross 248, situada en la constelación de Andrómeda y distante «tan solo» a uno 10,3 años luz de nuestro Sistema Solar. También es conocida la placa que lleva la sonda Pioneer X en donde se encuentran dibujadas las siluetas de un varón y una mujer junto a un plano en el que se explica la posición de nuestro planeta en el Sistema Solar y un haz de líneas que sirven de orientación para ubicar el mismo caso de que dicha placa sea interceptada por una civilización inteligente. Se «espera» que esta sonda alcance la estrella Aldebarán, en la constelación de Tauro, en algo más de un millón y medio de años. Otro conocido mensaje es el llamado Mensaje de Arecibo, un mensaje de radio enviado hacia el espacio desde el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico) en 1974 y que contiene información codificada sobre nuestro Sistema Solar, nuestro planeta y el ser humano. El mensaje fue enviado en dirección al Cúmulo Globular M13, formado por unas 400.000 estrellas y distante unos 25.000 años luz. De ser interceptado y enviar respuesta, tardaríamos más de 50.000 años en recibirla. Pero sin duda alguna, el más famoso proyecto de búsqueda de inteligencia extraterrestre es el conocido como Proyecto SETI, iniciativa surgida de la NASA en 1970 y que consiste en la búsqueda de cualquier señal de procedencia extraterrestre. Todos los usuarios de un ordenador conectado a la red podemos participar en esta apasionante empresa que en agosto de 1977 disparó todas las alarmas con la recepción de una señal de origen desconocido y que fue bautizada como WOW. Aún no se sabe con absoluta certeza si esa señal fue una contaminación terrestre, posición por la que se decanta la mayoría, incluido su descubridor, o bien tiene su origen en una poderosa fuente transmisora de naturaleza extraterrestre (También existe la hipótesis de que dicha señal obedeciera a un acontecimiento astronómico de extraordinaria potencia). Estos ejemplos de búsqueda de señales o de mensajes codificados instalados en sondas espaciales son una confirmación de que la posibilidad de vida extraterrestre es una hipótesis prácticamente aceptada y asumida por el grueso de la comunidad científica internacional. Descartar apriorísticamente esta posibilidad parece, más bien, un contrasentido. Las palabras del artista Jean Cocteau al respecto resultan especialmente singulares: –«Dadas las vertiginosas dimensiones del universo, lo realmente extraño sería que no existieran otro tipo de civilizaciones extraterrestres»– No podemos estar más de acuerdo con esta frase.

 A la hora de abordar la hipotética existencia de vida extraterrestre en su estadio inteligente nos encontramos con un muro físico difícil de traspasar. Como se ha dicho antes, cualquier posibilidad de contacto con una civilización extraterrestre avanzada implicaría que el intercambio de información sería de todo menos rápido. Imaginemos que lográramos contactar con una hipotética civilización situada en las proximidades de la estrella más cercana al Sol, la conocida como Próxima Centauri, distante unos 4,2 años luz de nuestro entorno. Nuestro mensaje sería recibido cuatro años después de ser enviado y la respuesta tardaría otros cuatro años en llegar hasta nosotros. Ello es debido a la barrera infranqueable de la velocidad de la luz, unos 300.000 kilómetros por segundo (Existen ciertos estudios que inciden sobre la posibilidad de que sí se pueda traspasar esta barrera, aunque son más bien teóricos y basados en las propias características de la luz en sí). De tal modo, y tomando la constante de la velocidad de la luz en todos los marcos de referencia universales, esto es, aceptando que sea una constante universal, la información enviada o recibida por cualquier civilización extraterrestre estaría temporalmente condicionada por esta constante. Es por ello que algunos científicos han afirmado que la posibilidad de vida extraterrestre puede ser un concepto más bien filosófico debido a la imposibilidad material de establecer contacto con civilizaciones que se encontrasen distantes miles o millones de años-luz de nosotros. En este aspecto, la creencia en su hipotética existencia no sería muy distinta a la creencia que se pudiera tener de algún tipo de divinidad superior desde una consideración agnóstica. Esta barrera del tiempo y de la constante lumínica también es referida a los viajes interestelares, ya sean los que en un futuro pudiéramos hacer nosotros o los que alguna civilización hubiera acometido para llegar hasta nuestro planeta. De un tiempo a esta parte se ha hablado mucho de la existencia de «atajos» universales, los conocidos como Agujeros de gusano y de la posibilidad de una deformación espacio-temporal en caso de darse una determinada clase de circunstancias, como la presencia de un Agujero negro. Estos conceptos son aún tan teóricos en la actualidad que se tardarían aún centenares o miles de años en poder llevarlos a la práctica (En caso de que, efectivamente, pudieran ser llevados). Y así, surgirían las paradojas: Si pudiéramos enviar una nave que se aprovechara de esas deformaciones espacio-temporales para recorrer millones de años-luz en un tiempo paralelo no superior a una hora — por poner un ejemplo — en lo relativo a un hipotético observador desde la tierra, podría darse la paradoja de que antes de que incluso se llegara a diseñar la nave ya estuviese de vuelta… En otras palabras, la deformación espacio-temporal podría implicar que los relojes de la nave contabilizaran un millón de años desde el momento en que se inició el viaje mientras que para el reloj del observador en la tierra tan sólo habría pasado una hora.

 Hasta ahora hemos hablado de la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre, ya sea en un estadio primitivo o tecnológicamente avanzado, desde un plano hipotético y teórico. Entonces, ¿Qué lugar ocupan en esta humilde consideración los numerosos testimonios de avistamientos e incluso contactos con naves y seres de supuesta procedencia extraterrestre? Ciertamente, los testimonios de avistamientos de extraños objetos celestiales son tan antiguos como la vida misma. Pero otra cosa bien distinta es tratar de establecer una asociación entre el relativamente moderno concepto de OVNI (Objeto volador no identificado — traducción literal de UFO Unidentified Flying Object) y algunos ancestrales episodios de naturaleza sobrenatural descritos en los textos sagrados de numerosas religiones, desde el judaísmo hasta los escritos vedas. Por más que se empeñen algunos ufólogos, esta asociación es un claro ejemplo de argumentum ad ignorantiam: Se afirma una proposición sólo porque no se ha probado su falsedad. Es imposible saber empíricamente si aquellas descripciones son simples metáforas religiosas o bien se trata de una adaptación al intelecto humano de la época — Shekhiná, carros de fuego, vehículos de dioses, etc. — de un verdadero avistamiento de naturaleza presumiblemente extraterrestre. De igual manera podemos aplicar este razonamiento a la presencia de extraños objetos en determinadas obras artísticas (Aunque algún ejemplo, como la ilustración nº8 de este enlace correspondiente a una pintura egipcia, sea particularmente llamativo).

 El fenómeno de los avistamientos de presuntas naves de origen desconocido, a nivel moderno, tuvo un punto de inflexión en 1947 con el famoso avistamiento narrado por el piloto civil norteamericano Kenneth Arnold, por una parte, y el conocido como Incidente Roswell por otra. A partir de esa fecha, los avistamientos se han sucedido por todo el mundo y millares de personas afirman haber sido testigos de dichos avistamientos. Incluso algunas de estas personas declaran haber sido víctimas de algún tipo de secuestro temporal por parte de los supuestos extraterrestres con fines analíticos — abducción — o se han erigido como portadores — profetismo — de una serie de mensajes de acentuado carácter apocalíptico, escatológico o religioso. Resulta obvio que la creciente popularidad que ha adquirido este fenómeno a lo largo de los años ha provocado un aluvión de testimonios fraudulentos que obedecen bien a intereses comerciales — edición de libros, revistas, etc. — bien a un deseo de protagonismo de las anónimas personas que relatan tales sucesos. Un enorme porcentaje de estos avistamientos, luego de someterse a un riguroso análisis, han demostrado que los mismos no obedecen a algo desconocido sino que pueden explicarse a nivel meteorológico o de tecnología terrestre (Prototipos militares secretos, satélites artificiales, cometas, fenómenos atmosféricos, etc). Otro alto porcentaje no resiste el más mínimo análisis científico que delata el fraude mediante relatos inverosímiles que por lo general vienen acompañados de documentación gráfica torticeramente manipulada. Tres de los casos más sonados de fraude ufológico fueron los relatos firmados por el suizo Billy Meier, la célebre autopsia de un supuesto alienígena capturado en Roswell y el caso UMMO registrado en España en la década de los años sesenta del pasado siglo. La proliferación de este tipo de fraudes alcanzó su mayor expresión durante las décadas de los años setenta y ochenta, cuando el boom editorial acerca de estos episodios de avistamientos y contactos extraterrestres se disparó en directa proporción a la aparición de nuevos y escandalosos fraudes. Nunca olvidemos las cifras millonarias que se mueven en este tipo de negocios. Por ello, numerosos científicos se encargaron de destapar los innumerables fraudes cometidos al sentirse invadidos por la aparición de una pseudo-ciencia — como ellos la denominan — llamada Ufología. Resulta también curioso observar como las distintas imágenes o dibujos hechos a supuestos alienígenas y naves espaciales han ido cambiando a tenor con la moda impuesta por determinadas películas cinematográficas de enorme éxito que también abordaron el asunto de los extraterrestres. En resumen, un altísimo porcentaje de estos supuestos avistamientos obedece a la pura imaginación, al mero fraude o a una confusión con episodios que pueden ser explicados desde un punto de vista del todo racional y científico.

 Sin embargo, queda un pequeño porcentaje de episodios cuya explicación oficial no ha podido ser determinada. En estos casos, la comunidad científica no autoriza el hecho de que la no identificación de los mismos sea necesariamente asociada con la presunción de que se trata de objetos tripulados por seres extraterrestres. Las pruebas, en todo caso, deberían ser absolutamente concluyentes al respecto y habrían de respetar el modelo científico. Estos episodios no determinados suelen ser aportados por personas cuya capacidad profesional está libre de cualquier tipo de sospecha fraudulenta (Pilotos civiles, militares, etc.) por lo que sus testimonios han de tomarse con el debido respeto. Además, existen expedientes militares que han sido desclasificados posteriormente en determinados países y en donde algunos casos sometidos a investigación no han podido ser aclarados de manera convincente. Uno de los casos más famosos es el conocido como Incidente de Manises, cuyos intentos de explicación racional han sido tan lamentables (¿Desde cuándo un radar militar capta en sus pantallas las llamaradas de una refinería? Realmente bochornoso) que no han hecho sino alimentar las sospechas de que algo realmente insólito y desconocido obligó a la tripulación de un vuelo comercial a realizar un aterrizaje de emergencia. Es de justicia mencionar que, en ocasiones, los intentos de ofrecer una explicación racional a toda costa a determinados episodios de difícil aclaración caen en la misma inconsistencia de los sucesos que pretender delatar como fraudulentos. De unos años a esta parte, algunas asociaciones de escépticos en materia OVNI han incurrido en notables contradicciones a la hora de presentar un informe aclaratorio sobre las circunstancias de algún conocido avistamiento (Contradicciones que han hecho sonrojarse a más de uno). Da la sensación de que estas asociaciones adolecen del mismo integrismo conceptual para rechazar cualquier posibilidad de avistamiento desconocido — y no decimos extraterrestre — que la de ciertos iluminados que ven naves espaciales incluso en la sala de estar de su domicilio. La ferocidad contra los testimonios de gente humilde — campesinos que apenas han visto un reactor comercial en su vida y que están seguros de haber presenciado algo extraño en los cielos de su parcela — y su manifiesta predisposición a ridiculizarlos choca contra cualquier pretendida autoridad en la materia, amén de resultar manifiestamente indecorosos. Cualquier situación anómala se puede explicar sin tener que llegar a una injustificada y apriorística falta de respeto contra la persona que efectúa un testimonio, muchas veces, en contra de su voluntad.

 Estos son, en resumen, los datos con los que contamos: Los datos de una serie de exploraciones espaciales y los testimonios no aclarados — o aún por aclarar — de avistamientos de supuestas naves tripuladas por seres de otras civilizaciones ajenas a la terrestre. También contamos con la imaginación… Pensar que en un universo de las colosales y desconocidas dimensiones del nuestro (Y ello suponiendo que no existan otros universos paralelos al nuestro) pueda albergar múltiples formas de vida, desde la unicelular hasta la de mayor avance tecnológico imaginable, no supone ningún atentado contra el raciocinio filosófico. Es una posibilidad que el tiempo y el progreso se encargará de confirmar o negar. Mientras, volvamos a repetir esa frase de Jean Cocteau: –«Lo reamente extraño sería que no existieran…»— Conformémonos al menos con eso.

Con esta entrada clausuramos indefinidamente la sección FOR YOUR EYES ONLY. A continuación presentamos el índice del resto de entradas publicadas en esta categoría por orden cronológico

SILUETAS FANTASMAGÓRICAS – 28 de marzo de 2008

UNOS DIÁLOGOS MUY PECULIARES – 7 de abril de 2008

NO TAN ABANDONADO – 14 de abril de 2008

CONEXIÓN ESTABLECIDA: EN LINEA DIRECTA CON… – 21 de abril de 2008

REMEDIOS CASEROS – 28 de abril de 2008

ELI, ELI, LEMA SABACHTANI! – 5 de mayo de 2008

UN PAÑUELO JUGUETÓN – 12 mayo 2008

UNOS DUENDES MUY ORIGINALES – 19 de mayo de 2008

PARA QUE NO ME OLVIDES – 26 de mayo de 2008

¡TÚ, TÓMALO A BROMA! – 2 de junio de 2008

EN RIGUROSA EXCLUSIVA – 9 de junio de 2008

LA VIDA ES SUEÑO – 16 de junio de 2008

UN RESPETO, POR FAVOR – 23 de junio de 2008

CELIA Y LAS CARTAS DEL TAROT – 30 de junio de 2008

ALGUNOS PASAJES ENIGMÁTICOS DE LOS LLAMADOS EVANGELIOS – 7 de julio de 2008

VACIÓ EL CARGADOR… ¡Y CÓMO SI NADA! – 14 de julio de 2008

EL LENGUAJE DE LAS LUCES – 21 de julio de 2008

ENCUENTROS MUY CASUALES – 28 de julio de 2008

LA FORMA DE MI CORAZÓN – 4 de agosto de 2008

CAMPOS DE ORO – 11 de agosto de 2008

DE TI TAMPOCO ME OLVIDO – 13 de octubre de 2008

MARIAN Y SU ENIGMÁTICO SUEÑO – 10 de noviembre de 2008

MIEDO DE VALIENTES – 24 de noviembre de 2008

ALGUNOS PASAJES ENIGMÁTICOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO – 15 de diciembre de 2008

EL MAPA DE PIRI REIS: UN VERDADERO ENIGMA – 12 de enero de 2009

LOS DOGON: UNAS MÁS QUE EXTRAÑAS COINCIDENCIAS – 9 de febrero de 2009

LA CINTA FUNERARIA – 2 de marzo de 2009

EL HIPOTÉTICO CÓDIGO SECRETO DE LEONARDO DA VINCI – 13 de abril de 2009

UN EX-ASTRONAUTA DEL APOLO XIV ASEGURA QUE NO ESTAMOS SOLOS – 4 de mayo de 2009

MISTERIOSOS ENCUENTROS ESPIRITUALES – 26 de octubre de 2009

COMPROBANDO LA LEY DE MURPHY – 23 de noviembre de 2009

EL VUELO 401 DE EASTERN AIRLINES – 25 de enero de 2010

EL INCIDENTE AÉREO DE MANISES – 22 de febrero de 201o

LOS RODEOS 1977: LA DIABÓLICA CONCATENACIÓN DE DIEZ FACTORES – 22 de marzo de 2010

LA ISLA DE SAN BORONDÓN – 26 de abril de 2010

ISLAS CANARIAS: 5 DE MARZO DE 1979 – 24 de mayo de 2010

LA MALDICIÓN DEL COMET – 21 de junio de 2010

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