el-mar-de-hielo-fiedrich

* Oleo sobre lienzo
* 97 x 127 cm
* Realizado hacia 1824
* Ubicado en la Kunsthalle de Hamburgo

 Desgraciadamente y durante muchos años la pintura del pomerano Caspar Friedrich tuvo que soportar el lastre de ser considerada como objeto de culto y reverencia por parte del nazismo hitleriano, que convirtió al pintor en una especie de héroe nacional. Y ello fue debido, fundamentalmente, a una serie de circunstancias entre las que hay que destacar el declarado nacionalismo del pintor alemán, su odio a Napoleón y su exaltado sentido de la germanidad (Deutschum), aparte de ser uno de los indudables creadores del romanticismo pictórico alemán. Desde siempre, la historiografía alemana considera el Romanticismo como una creación típicamente teutona, en oposición al clasicismo, considerado como un medio de expresión propio de los países latinos y directamente heredado de la Antigüedad. El propio Friedrich, muy arraigado en su tierra natal, nunca llevó a cabo el obligado viaje a Italia por lo que su arte se vio libre de supuestas «contaminaciones» clasicistas.

 Friedrich fue ante todo un paisajista de carácter romántico y nacional donde lo sentimental adquiere un mayor relieve que en las construcciones paisajísticas de sus contemporáneos Koch y Tischbein, fuertemente influenciadas en el racional concepto del clasicismo alemán. Frente a ellos, ensimismados en la belleza de los paisajes de la campiña italiana, Friedrich busca la grandeza de los bosques y llanuras del norte de Alemania, en las costas del Báltico, en los acantilados de la costa de Rügen y en su Greifswald natal. Allí transcurrió buena parte de su vida, atraído por la misteriosa belleza de los paisajes brumosos de las orillas del Báltico.

 Aspecto fundamental a tener en cuenta a la hora de analizar la obra de Friedrich fue su absoluta y profunda religiosidad protestante que le hace ver que Dios está en todas partes y que es un esfuerzo inútil querer representarlo bajo una forma determinada. A ello se une el propio carácter melancólico y anímicamente angustiado del artista, quién busca el consuelo de una naturaleza virgen con la que siente identificado su espíritu. Esta religiosa observación de la naturaleza, producto de solitarias y prolongadas estancias del artista en directo contacto con ella, le lleva a intentar plasmar en sus lienzos una especie de dimensión superior de la naturaleza, una esencia secreta. Por ello, en sus paisajes se advierte un mágico realismo, una exacta visión del natural filtrada por el espíritu del artista, quién produce un paisaje de enorme lirismo poético que logra conmover al espectador y le transporta hacia esa visión interior del pintor. Son escasos los cuadros de Friedrich donde se aprecian los rostros de los personajes que circunstancialmente aparecen. Generalmente de espaldas, atraen al espectador hacia la lejanía e inmensidad del paisaje.

 Friedrich, hombre solitario y misántropo, nos muestra en su pintura la inalcanzable aspiración del ser humano hacia la concreción de lo infinito y eterno. La naturaleza no es un elemento ordenado y comprensible, como así sugieren los clasicistas, sino algo caótico e inmenso donde el hombre se encuentra perdido en su insignificancia y cuya única comunicación con el entorno se produce exclusivamente a consta de los sentimientos. Casi de manera inconsciente, Friedrich eleva el paisaje al nivel de un objeto de culto religioso.

 El Mar de Hielo es una obra tensa y dramática que, sin embargo, no refleja ningún tipo explícito de violencia exterior. Se representa el naufragio de un barco aprisionado entre unos inmensos bloques de hielo y parece ser que fue inspirado por un hecho real acontecido en el invierno de 1820 en el río Elba, en las inmediaciones de Dresde. La composición, en prolongación piramidal desde el punto de fuga, está cromáticamente quebrada por la aparición de la parte de la popa del navío aunque Friedrich, de manera magistral, contrasta armónicamente ese efecto mediante el tratamiento de sombras que da a los bloques de hielo de la parte central e izquierda de la pintura. Los témpanos más elevados están primorosamente resueltos en los reflejos de una triste y melancólica luz solar que parece desesperarse por poder escapar de las brumas. El cielo, confundido con un inquietante horizonte, responde a una sabia utilización de gamas grises y azules, valiéndose el autor de la ingeniosa colocación de los lejanos islotes de hielo para conferir un aspecto de infinidad que evita caer en la monotonía colorativa. El plano inferior presenta unas tonalidades más ocres que dan solidez al cuadro aunque en todo momento Friedrich nos va guiando la mirada hacia la angustiosa inmensidad de un espacio eterno, tanto por la perspectiva formal de la obra como por la progresiva gradación lumínica que, sin tener aparente solución de continuidad, imprime cierta «velocidad» inconsciente a los ojos del espectador.

 El Mar de Hielo es la obra maestra de un autor alemán que hace del paisaje un manifiesto religioso de claras connotaciones místicas. El cuadro, terriblemente silencioso, parece sin embargo percutir con insistencia la fibra más sensible e inquieta de nuestras almas. Sólo una advertencia: Esta obra no es apta para afectados con procesos depresivos.