Una vez muerto Husain, el sueño chií de dominar por entero a la comunidad islámica se esfumó por completo. Pese a ello, la lucha continúa y los chiíes no renuncian a su convicción: Como legítimos sucesores del Profeta, como imanes, sólo pueden ser consideradas tres personas: Alí, Hasan y Husain… Aunque a estos pronto se sumará un cuarto elemento en la persona de un tal Muhammad. A pesar del fallecimiento de Husain, el califa omeya Yazid encontró una fuerte y peligrosa oposición en la figura de Abdullah ibn az Zubair, defensor de la primacía de La Meca de la aristocracia tribal a la que pertenecía el Profeta. Ibn az Zubair, quien sin embargo había luchado contra Alí al lado de su padre, se las arregla para reunir en secreto un ejército y presentarse como anticalifa, ganándose el apoyo de buena parte del mundo islámico. Estalla así una segunda guerra civil que durará doce años (680-692).

 Si bien las tropas de Yazid derrotan a los partidarios de Ibn az Zubair en los alrededores de Medina — cercando La Meca y llegando incluso a prender fuego a la Kaaba — estos desmanes no hacen sino reforzar la extendida opinión de que los Omeyas son impuros. Para los chiíes esa opinión se ve confirmada por la inesperada muerte de Yazid, a finales de 683, y aún más por la de su jovencísimo hijo y sucesor, Muawiya II, en 684, una verdadera sorpresa. Se producen entonces unas fuertes desavenencias entre tribus yemeníes y sirias. Gracias a ello, Ibn az Zubair no es de momento atacado y logra mantenerse en el poder como anticalifa durante doce años. Paralelamente, los chiíes de Kufa se sublevan contra los Omeyas para reparar en cierta medida la muerte de Husain. De esta manera, un contingente de unos 4.000 chiíes parte de Irak hacia Siria, pasando todo un día con su noche llorando y rezando ante la tumba de Husain. Pero el resultado de esta rebelión no puede ser más catastrófico y a comienzos de 685 son del todo exterminados por tropas gubernamentales en las cercanías de Kerbala.

 Dos años después, al-Mujtar, un agitador natural de Taif que había permanecido en Kufa, se alza contra el gobernador de esa ciudad y durante un año logra mantener la ciudad y la ciudadela bajo su dictatorial poder. No pierde el tiempo y ordena pasar a cuchillo a todos aquellos a los que se les achacaba haber sido cómplices en la masacre de Kerbala. Mujtar acaba siendo derrotado por un ejército al mando del gobernador de Basora y pierde la vida junto a numerosos guerreros. De igual manera, ahora son ejecutados todos aquellos que habían apoyado a Mujtar, entre ellos numerosos clientes no árabes que se habían convertido al Islam. Pese a la derrota, el trasfondo ideológico de este movimiento resultó importantísimo. Mujtar y sus seguidores habían invocado a una persona durante la lucha, a Muhammad, el tercer hijo de Alí, quien residía en la lejana Medina. Fue en esta persona aquel a quien vieron como cuarto imán, el único y legítimo sucesor del Profeta tras Alí, Hasan y Husain. Sin embargo, Mujtar se equivocó en sus cálculos, ya que Muhammad no descendía directamente del Profeta sino que era fruto del matrimonio de Alí con una mujer hanafí (De ahí el nombre de Muhammad ibn al-Hanafiya), lo que debilitaba enormemente su autoridad. Así, el propio Muhammad no quiso entrar en el juego de poder ni tampoco tuvo nada que ver con la sublevación de Kufa, en donde había un trono preparado para él, permaneciendo en Medina. Pero Mujtar insiste de manera imperturbable: A diferencia de los califas falsamente guiados, el omeya en Damasco y el anticalifa Ibn az Zubair en La Meca, Muhammad aparece como el rectamente guiado, al mahdi, en árabe. Es este y no otro el origen del título mahdi que a lo largo de la historia se revelará repleto de consecuencias.

 Este título, sin embargo, ya no tuvo más que ver con Muhammad ibn al-Hanafiya, pues éste condenó explícitamente el levantamiento de Kufa (Eso sí, tras su fracaso) e incluso viajó en persona hasta Damasco, después del final del anticalifato de La Meca en 692, para rendir homenaje al que pronto llegará a ser uno de los más grandes califas, Abd al-Malik. Muhammad acabó muriendo pacíficamente en Medina, aunque la idea del mahdi siguió viva entre los chiíes, quienes experimentan una sorprendente transformación. Al principio, este título no tuvo ningún tipo de significado temporal o escatológico, sino que más bien se limitaba a designar al califa o imán legítimo. Pero a la muerte de Muhammad ibn al-Hanafiya, los ya clandestinos chiíes de Kufa (Como consecuencia del severo régimen de los gobernadores omeyas) iban teniendo la convicción de que el mahdi anunciado por Mujtar no está realmente muerto sino que simplemente se ha retirado del mundo. Se generaliza entonces la creencia de que el mahdi vive escondido en un barranco del monte Radwa, en las cercanías de Medina, probablemente alimentado y custodiado por animales salvajes. De esta manera, el mahdi no tardará en regresar de allí para establecer su gobierno y, con él, el único y verdadero Islam. Esta idea, desde el siglo VIII, ha sido desarrollada sin cesar por el chiísmo, aunque en un principio también encontró eco entre los sunníes. A partir de entonces, el mahdi tiene un carácter explícitamente mesiánico: La llegada de un rey secular que restaure la justicia de los primeros tiempos. De ahí que, en la actualidad, muchos musulmanes — y no sólo chiíes — sigan esperando el regreso del mahdi.

 Resulta extraordinariamente difícil de determinar en qué medida se dejaron sentir en este proceso influencias judías, cristianas o gnósticas, pero a la vista de la numerosa participación de no-árabes en este proceso, dichas influencias no pueden ser del todo descartadas. Lo único seguro es que los primitivos chiíes cuatrimanos — aquellos que sólo veían como califas rectos a Alí, Hasan, Husain y Muhammad — se fueron escindiendo y quedaron reducidos a pequeños grupos mientras que la mayoría de los chiíes fueron aceptando paulatinamente a otros imanes:

– Los chiíes quintimanos o zaydíes, que se escindieron con Zaid ibn Alí como quinto imán.

– Los chiíes septimanos o ismailíes, quienes reconocen todavía a un séptimo imán en la persona de Ismail, fallecido en el año 765 e hijo de Yafar as Sadig. Vivieron su mayor expansión durante los siglos X y XI, con los qarmatas y los fatimíes, aunque fueron duramente reprimidos por los ayubíes y selyúcidas, de suerte que posteriormente sólo quedaron restos de ellos, como los drusos de Oriente Próximo o los nizaríes en la India, quienes reconocen al aga kan como jefe. El actual aga kan, Karim al-Husaini Shah, es conocido por sus actividades humanitarias.

– Los chiíes duodecimanos o imamíes, presentes sobre todo en Irán, y que son con diferencia el grupo más numeroso. Reconocen hasta doce imanes libres de pecado, siendo el duodécimo de ellos el escatológico mahdi del final de los tiempos, quien vive escondido desde el año 873. Hasta que llegue ese momento, le representan los doctores en religión que ocupan el más alto puesto de la jerarquía, los ayatolás, quienes están legitimados para dirimir las cuestiones político-religiosas más comprometidas. En el siglo XVI, bajo los safawíes, se convirtieron en el poder religioso-político determinante. Ya en el siglo XX, el ayatolá Jomeini, en cuanto exponente de esta jerarquía chiíta, encabezó la revolución contra el occidentalizado Sha Mohamed Reza Pahlevi.

 Con ello, los chiíes han entrado en cierto modo en el escenario de la política mundial. Después de la invasión norteamericana de Irak en 2003, los chiíes se han establecido como uno de los grupos más importantes de aquel país — llegaron a ser incluso perseguidos en tiempos de Sadam Hussein — y hoy en día representan al 60% de la población iraquí.