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 No deja de ser una de las historias más bellas y poéticas de la historia de la interpretación musical: Erich Kleiber era por entonces uno de los directores de orquesta más aclamados del panorama germano. En 1923 es nombrado director musical de la Ópera de Berlín y allí realiza una labor encomiable, modernizando la institución y promoviendo el estreno de las obras de sus contemporáneos. Así, en 1925, dirige el estreno de Wozzeck, de Alban Berg. Como la segunda ópera del maestro austríaco, Lulú, es etiquetada como «non grata» por las autoridades nazis, el honrado Erich renunció a su cargo de director en Berlín como protesta. De aquellos tiempos, concretamente de 1932, conservamos un vídeo con la interpretación del Vals del Danubio Azul de Johann Strauss al frente de la Orquesta de la Ópera de Berlín. En dicha cinta podemos apreciar el alto concepto artístico que atesoraba Erich Kleiber en aquellos momentos, con una versión grandiosa y técnica del archiconocido vals de Strauss.

 Fueron tiempos difíciles y, obligado por las presiones del gobierno nazi, a Erich Kleiber no le quedó otra alternativa que la de emigrar a la Argentina, sabedor de hasta dónde iba a llegar la locura pangermana del régimen de Hitler. En aquella tierra, ya conocida por haber dirigido allí en anteriores giras, consigue ser nombrado director del famoso Teatro Colón de Buenos Aires. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, las nuevas autoridades alemanas le ofrecen volver a su antiguo puesto de director de la Ópera de Berlín. Erich reniega al darse cuenta de que dicha institución se halla bajo el dominio ruso y no llega a dirigir una sola representación. Pasa a convertirse en un director invitado muy requerido.

Su hijo Carlos, pese a haber nacido en Berlín en 1930, es nacionalizado argentino y allí comienza su educación. El padre se oponía tajantemente a que Carlos se dedicase a la música y surgieron muchos conflictos familiares por ese motivo. Pero las aptitudes de Carlos Kleiber eran enormes y terminó sus estudios musicales especializándose en dirección orquestal. Heredó una considerable fortuna de su padre y nunca se sintió un director convencional. Su repertorio fue muy limitado por el motivo de buscar la mayor perfección en aquellas obras que gustaba dirigir. Su Brahms es inmenso, así como su Beethoven. Se convirtió en un músico idolatrado que no ofrecía entrevistas y que se salía de los habituales cauces de una figura de su talla. Las orquestas le adoraban y la propia Filarmónica de Berlín le hizo llegar una oferta para ser su titular cuando el mítico von Karajan falleció. Renunció y siguió con su política de dar escasos conciertos que eran esperados con religiosidad por parte de unos aficionados que le idolatraban. Se sentía a gusto en su Orquesta del Estado de Baviera y sus contadas actuaciones eran todo un acontecimiento. Fue una figura de culto. Posiblemente no ha habido un director tan elegante como Carlos Kleiber, con sus aires aristocráticos a la hora de dirigir, con su amplio y heterodoxo gesto de dar vueltas con la mano derecha para señalar el discurso melódico, con su cruce de piernas simulando componer un improvisado paso de baile encima del podio y, sobre todo, con su eterna sonrisa de seguridad y amor a la música. Era un hombre enamorado de cuanto le rodeaba y así no tardó en acompañar a su esposa una vez que esta hubo fallecido. Dirigió en dos ocasiones el tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena. Aquí os pongo el enlace a un vídeo con su interpretación del Vals del Danubio Azul, la misma pieza que tocó su padre en el anterior vídeo y en aquellos convulsos años berlineses. Es IMPOSIBLE dirigir esta inolvidable pieza mejor. Este vídeo es un homenaje a la MÚSICA. Descansen en paz los Kleiber: De tal palo…