Los directores de orquesta son personas acostumbradas a la compleja numerología que implica el aprendizaje teórico de la música. Las exactas medidas de los compases, las precisas subdivisiones del valor de las notas y silencios para que éstos encajen en cada barra de compás o las intrincadas relaciones de los intervalos en el desarrollo armónico requieren una capacidad objetiva y racional que no admite, en su más sencilla expresión, relativismo alguno. Pero este frío factor no sirve de mucho a la hora de comprender el lenguaje musical sino viene acompañado de una fina sensibilidad para el sonido como expresión más directa y elemental de la música. Ernest Ansermet atesoró ambas cualidades: Perteneció a un entorno geográfico caracterizado por la extrema y legendaria minuciosidad de sus habitantes y además fue profesor de matemáticas en la Universidad de Lausana.

 Ernest Ansermet nació el 11 de noviembre de 1883 en Vevey, en la ribera este del lago de Ginebra. Tal vez por ello, por ser oriundo del Waaltland, se sintió inclinado hacia la cultura del vecino país del Oeste. Su familia era muy aficionada a la música, por lo que desde muy pequeño comenzó su formación teórica en este terreno al tiempo que la práctica se dirigía hacia el clarinete, el violín y la corneta. En sus ratos libres escribió una serie de fanfarrias destinadas al Ejército Suizo de las que posteriormente renegó, ya que su vocación parecía decantarse más por las ciencias exactas que por la música. Se graduó en Matemáticas por la Universidad de Lausana en 1903 y hasta 1906 impartió dicha materia en la Escuela de la misma ciudad. Ese mismo año se traslada a París para perfeccionar sus estudios matemáticos en la Sorbona al tiempo que decide asistir a clases del Conservatorio. De vuelta a Lausana, se dedica un año más a la enseñanza de las matemáticas hasta que, picado por el gusanillo de la música, decide abandonar la docencia para dedicarse por entero al arte de combinar sonidos.

 Tras una primera actividad como director de los conciertos de Spa en Montreux, cerca de Clarens, un amigo le presenta a Igor Stravinski y éste, a su vez, le recomienda a Sergei Diaghilev, el director de los Ballets Rusos. En 1915 entra en funciones como director musical de dicha compañía, debutando en diciembre en una gala de la Cruz Roja en donde se representó una obra de Rimski-Korsakov. Al año siguiente realiza una gira con los Ballets Rusos que le lleva hasta Inglaterra, Italia, España y América, aunque más tarde ya no aparecería con tanta frecuencia como director invitado. Aún así, entre 1918 y 1929 estrena numerosas obras de Stravinski, compositor con el que siempre tuvo una relación muy estrecha, con la orquesta que Ansermet funda en 1918 en Ginebra, la Suisse Romande. Correspondiendo a la tradición francesa, Ansermet puso especial énfasis en las creaciones de ballet compuestas por el propio Stravinski, Falla, Ravel y Debussy, al tiempo que decide concentrar su actividad en el repertorio de concierto. La ópera ocupó un espacio más bien marginal en su carrera, aunque dirigió algún estreno de Britten y Frank Martin (Su verdadera predilección en este terreno fue el Pelléas et Mélisande de Debussy, que dirigió en cientos de ocasiones).

 Ansermet demostró que se puede ejercer durante toda la vida en una única ciudad y aun así llegar a ser famoso en el mundo entero. Tras la Segunda Guerra Mundial, los nombres de la orquesta y su director se convirtieron para el mundo de la música en sinónimo de arte sonoro y cultura interpretativa de corte francés de primera categoría. Ciertamente, la figura de Ansermet sobresalió siempre de una formación que nunca llegó a alcanzar los niveles artísticos de las grandes orquestas centroeuropeas o norteamericanas. Pero en lo relativo al repertorio de Ansermet, focalizado casi en su totalidad por música del siglo XX, la agrupación suiza logró unos niveles de ductilidad sonora difícilmente superables. La Suisse Romande de Ansermet alcanzó una popularidad mundial gracias al contrato firmado con el sello discográfico DECCA, una marca comercial que cerró la cuadratura del círculo formado por Ansermet, la Suisse Romande y el repertorio más moderno. Alejándose del modelo de otros colegas, Ansermet solía rechazar las múltiples invitaciones que le hacían llegar para dirigir otras orquestas en Europa y América. Su máxima fue la de establecer una tradición musical en Suiza y solamente accedía a contados requerimientos, como el de la Orquesta Nacional Argentina de Buenos Aires, agrupación también fundada por Ansermet y que gustaba dirigir durante la temporada de verano de Europa. Hacia el final de su etapa como director de la Suisse Romande, Ansermet volvió su atención hacia los románticos y registró la integral sinfónica de Beethoven y de Brahms, grabaciones que no despertaron ningún entusiasmo entre sus incondicionales. En 1967, viendo su proyecto ginebrino totalmente culminado, cedió las riendas de la titularidad a Paul Kletzki. La Suisse Romande nunca alcanzó posteriormente los niveles de calidad establecidos por su fundador y paulatinamente pasó a ser una orquesta de recuerdo más que de viva actualidad, aunque en los últimos años ha recobrado nuevos bríos bajo la sensata batuta de Marek Janowski. Por su parte, Ansermet no dejó nunca de dirigir y ofreció su último concierto, con 84 años, en la Sala Victoria de Ginebra en un programa con obras de Bach, Bartok, Debussy y Honegger. Dos meses después, el 18 de febrero de 1969, falleció plácidamente en Ginebra.

 La generación de Ansermet tenía bastantes motivos para desarrollar una alergia hacia las pretensiones de autoridad de la cultura alemana. Ansermet se encontraba entre aquellos que consideraban que el ascenso de la estúpida barbarie no se inició con Hitler, sino que se preparó con mucha antelación. Ya durante la Primera Guerra Mundial, Ansermet declaró a un periodista norteamericano: –«Wagner puso la pólvora y la mecha, mientras que Richard Strauss encendió la chispa. Wagner retiró la música del ámbito de la valoración internacional y la limitó al más estrecho entorno de un culto nacional»– (The great conductors – Harold C. Schoenberg). Pero, paradójicamente, Ansermet no fue ni por asomo un músico internacionalista. Nunca supo qué hacer con los clásicos y románticos alemanes y la música rusa sólo le interesó cuando no se aproximaba a lo apasionado. Para él todo lo francés figuraba en primer lugar, quizás con la excepción del belga César Franck, a quien consideraba demasiado alemán pese a ser belga… Pero Ansermet tampoco hizo buenas amistades con la Escuela de Viena. En 1961 publicó una obra teórica — Los fundamentos de la música en la conciencia humana — en la que atacó con saña el serialismo y la atonalidad, afirmando que el sistema tonal es el único razonable y sólido. Ansermet, antiguo profesor de matemáticas, tocó el punto débil de los vanguardistas, el cientifismo, en base a una reflexión exacta y mensurable. Todos estos ataques hacia Wagner, Strauss y Schönberg habría que considerarlos como una protección mental y racionalización de su insaciable y privativo amor por la lucidez de la proporción clásica, tal y como suele ser tradicionalmente encarnada en la música francesa. Se quiera ver de una manera más o menos indulgente, los discos de Ansermet presentan la grata virtud de que no envejecen tan deprisa como otros posteriores de más éxito.

 Dentro del legado discográfico de Ernest Ansermet podemos destacar los siguientes registros (Los distintos enlaces que vienen a continuación no han de corresponderse necesariamente con la versión citada, aunque sí con la obra): Sinfonía nº7 de Beethoven, dirigiendo a la Suisse Romande (444659); Sinfonía Fantástica de Berlioz, dirigiendo a la Suisse Romande (DECCA 433713); Les nuits d´ été de Berlioz, acompañando a Régine Crespin y dirigiendo a la Suisse Romande (DECCA 425878); Sinfonía nº3 de Borodin, dirigiendo a la Suisse Romande (DECCA 467770); Sinfonía nº3 de Brahms, dirigiendo a la Sinfónica de Radio Baviera (ORFEO D´OR 202891); Requiem Alemán de Brahms, junto a Agnes Giebel y Hermann Prey, y dirigiendo a la Suisse Romande (BELART 461244); Le roi malgré de Chabrier, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433720); Concierto nº2 para piano de Chopin, acompañando a Ballon Ellen y dirigiendo a la Sinfónica de Londres (DECCA LPS 275);  El mar de Debussy, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433732); Pelléas et Mélisande de Debussy, junto a Danco, Mollet, Bouvier y Rehfuss, y dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 425965); Noche en los jardines de España de Falla, acompañando a Robert Casadesus y dirigiendo a la Suisse Romande (CASCAVELLE VEL 2008); Pelléas et Mélisande de Fauré, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433715); Masques et Bergamasques de Fauré (DECCA 433715); Pacific 231 de Honegger, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 448576); Le Roi David de Honegger, junto a Danco, De Montmollin y Hamel, y dirigiendo a la Suisse Romande (DECCA 425621); Sinfonía española de Lalo, acompañando a Ruggero Ricci y dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433911); Concierto para piano nº1 de Liszt, acompañando a Dinu Lipatti y dirigiendo la Suisse Romande (ARCIPHON 112/113); Romeo y Julieta de Prokofiev, dirigiendo la Suisse Romande (440630); Daphnis et Chloé de Ravel, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433717); L´enfant et les sortilèges de Ravel, acompañando a Danco, Cuénod, Mollet y Vend, y dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433400); Rossiniana de Respighi, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 476272); Scheherezade de Rimski-Korsakov, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 443464); Sinfonía nº4 de Roussel, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 433719); Concierto para piano de Schumann, acompañando a Fanny Davies y dirigiendo la Royal Philharmonic (LYS 456); El pájaro de fuego de Stravinski, dirigiendo la Filarmónica de Londres (LYS 451); La bella durmiente de Chaikovski, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 436530); y, finalmente, selección de Oberturas de Von Weber, dirigiendo la Suisse Romande (DECCA 837002). Nuestro humilde homenaje a este extraordinario director.