Por regla general, los directores de orquesta son personas comprometidas con la búsqueda de la perfección interpretativa. El oficio, entendido como una optimización de la imagen sonora, es un acto de adhesión hacia lo exquisito. Y cualquier música, ejecutada bajo los cánones de la elegancia y perfección sonora, adquiere una especial relevancia que facilita el milagroso vínculo entre intérprete y auditorio. Suele afirmarse que aquellos directores de orquesta que previamente fueron violinistas consiguen dotar a la formación que habitualmente dirigen con un bello sonido que siempre está presente en la íntima conciencia de todo ejecutante de violín. Sin embargo, dirigir una orquesta es también un acto intelectual que no permite engalanar sistemáticamente cualquier partitura so pena de caer en un excesivo y contraproducente edulcoramiento interpretativo. La ciencia de la dirección orquestal ha de buscar un perfecto equilibrio entre lo cerebral y lo emotivo; en suma, ha de distinguir entre aquello que realmente es en contrapartida a aquello que parece ser. Posiblemente y durante varios lustros, la Orquesta de Filadelfia fue uno de los conjuntos más exquisitos y elegantes del mundo. Y en esta labor mucho tuvo que ver Eugene Ormandy, un director que se mantuvo en la titularidad de la misma orquesta durante más de cuarenta años. Merced a la inestimable belleza sonora que desprendía siempre aquella maquinaria orquestal, Ormandy fue aclamado como uno de los directores más elegantes de su tiempo. Pero con ello no se vio libre de críticas. Si en Norteamérica Ormandy fue considerado como un director de enorme éxito, en Europa, por contra, su figura nunca alcanzó la relevancia artística de otras figuras de su tiempo.

 Eugene Ormandy — Jenö Blau era su verdadero nombre húngaro — nació en Budapest el 18 de noviembre de 1899 y comenzó a estudiar violín en la Academia Nacional de la capital húngara con apenas cinco años, ofreciendo sus primeros recitales a los siete y graduándose del instrumento a los catorce. En 1917 partió hacia Berlín como concertista en la famosa Blüthner Orchester. Pero en las precarias circunstancias de la Alemania de la postguerra no aguantó mucho tiempo. En 1921 Ormandy consigue dar el salto hacia Nueva York y allí vuelve a trabajar como concertista. Cuatro años más tarde cambia por primera vez el arco por la batuta en una decisión que tendrá importantes consecuencias futuras. En 1930 le llega el primer contacto con la Orquesta de Filadelfia al encontrarse enfermo Toscanini, aunque un año más tarde se trasladó hacia Minneapolis para hacerse cargo de la formación de esta ciudad. Allí estuvo hasta 1936 y con dicha agrupación comenzó a realizar sus primeras grabaciones discográficas. Pero Filadelfia volvió a surgir en el horizonte y de 1936 a 1938 Ormandy trabajó con Stokowski en dicha formación para, a partir de ese último año, alzarse como único titular de la orquesta. Comenzó entonces uno de los períodos más largos (44 años) y fructíferos que un director haya mantenido con su orquesta. Esta continuidad por sí sola ya fue un indicio de éxito.

 No se puede negar que la Orquesta de Filadelfia desarrolló a lo largo de su duradero matrimonio con Ormandy una singularidad que la diferenció de las demás orquestas de élite. Mientras que Fritz Reiner en Chicago y George Szell en Cleveland conseguían una penetrante perfección; mientras que Mitropoulos y luego Bernstein hacían de Nueva York una formación muy técnica aunque de sonido muy áspero, Ormandy formó a los profesores de Filadelfia hasta convertirlos en insuperables virtuosos del «bien tocar», del fulgurante brillo superficial y de la puntuación exquisita. Cuando en lo sucesivo se alzaron voces críticas, éstas no pudieron nunca criticar un demasiado poco, sino un demasiado: Demasiado ejercicio circense, demasiado ejercicio como fin en sí mismo y demasiado pulimento. Ormandy y sus muchachos lograron llevar al culmen una única tendencia y con ello, tal vez en ocasiones hasta lo absurdo, lo que ya de por sí estaba presente en la actividad musical, multiplicada por los medios de comunicación. Ormandy logró cimentar en Filadelfia una cultura orquestal de museo basada en los bienes culturales del pasado como arte perfeccionista. Pero Ormandy fue lo suficientemente inteligente como para reconocer su manera tan especial de acercarse a la música. El cuidado intensivo de las obras maestras clásicas se lo dejó a otros con mayor vocación y sólo se acercó a Haydn, Mozart y Beethoven con la mayor de las precauciones. Sin embargo, Brahms le gustaba mucho, mientras que daba de lado a Bruckner y tampoco se involucró del todo en el debate sobre Mahler. Durante una gira por Europa en 1970, Ormandy ofreció con su orquesta la Primera Sinfonía de Mahler con el movimiento Blumine, casi nunca interpretado y además desechado por el propio compositor, desviándose un tanto con ello de la interpretación habitual.

 Ormandy fue además un director que realizó muchas giras con su orquesta tanto en el interior de los EEUU como en lugares tan lejanos como China o Finlandia, país éste en donde el director visitó a Sibelius en su residencia de Ainola. También fue un director constantemente invitado para dirigir otras orquestas, como la London Symphony o la Filarmónica de Nueva York. Pero, ante todo, Ormandy fue un verdadero animal de los estudios de grabación: Entre 1944 y 1968, Ormandy y la Orquesta de Filadelfia realizaron más de trescientos discos para el sello COLUMBIA, monumental trabajo que posteriormente se vio ampliado al fichar por RCA. La última de sus grabaciones relevantes se produjo en 1979 al registrar Kalevala de Sibelius para un nuevo sello discográfico, ANGEL. Hoy en día se considera que Ormandy ha sido el director más prolífico en cuanto al número de grabaciones discográficas realizadas. En 1980, y ya un tanto fatigado, Ormandy abandonó la dirección de la Orquesta de Filadelfia y trabajó esporádicamente como invitado en algunas formaciones. Finalmente, el gran maestro húngaro-norteamericano dejó de existir en Filadelfia el 12 de marzo de 1985.

 De estatura diminuta y algo rechoncho, su presencia resultaba un tanto patriarcal sobre el podio. Ormandy destacó por su oído infalible y por una memoria que sólo podemos calificar de prodigiosa. Era capaz de asimilar una partitura compleja de la noche al día y raras veces se sirvió de la misma durante los conciertos. Por contra, nunca fue un director especialmente dedicado a la práctica operística. Empero, Ormandy fue también reconocido como uno de los mejores acompañantes por los grandes solistas con los que colaboró a lo largo de su prolongada trayectoria artística. Sus modos como antiguo violinista condicionaron en buena parte su técnica de dirección, en la que era habitual verle doblar el brazo izquierdo y mover los dedos de la mano para indicar los vibratos en la cuerda. Ofreció siempre la imagen de un director de orquesta capaz de mantener todo bajo control con exactitud. A la vista de los magníficos resultados de su trabajo, parece realmente injusto que para cierta parte de la crítica Ormandy nunca haya pertenecido al selecto grupo de los grandes de la dirección (llegó a circular un malévolo dicho en el que se decía que Ormandy era el mejor director de segunda clase del mundo…). Con todo, Ormandy puso de manifiesto la elevada categoría de una infalible comprensión del oficio. Su estilo fue la manifestación de una cultura sonora — The Philadelphia Sound — que llegó a ser paradigmática durante toda su vida.

 Entre la inmensa cantidad de grabaciones discográficas realizadas por Eugene Ormandy podemos mencionar las siguientes (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión mencionada pero sí con la obra citada. Añadimos también que todas las grabaciones se corresponden con la Orquesta de Filadelfia salvo que se exprese lo contrario): Marcha en Re mayor, BWV 122, de Bach (SONY 685241); Suite del Mandarín maravilloso de Bartok (SONY 727987); Missa Solemnis de Beethoven, junto a Arroyo, Forrester y Lewis (SONY 53517); Romanza para violín nº2 de Beethoven, junto a Jacob Krachmalnik (COLUMBIA 4629); Harold en Italia de Berlioz, junto a Joseph de Pasquale (SONY 53255); Danzas húngaras de Brahms (RCA 63313); Doble Concierto de Brahms, junto a Heifetz y Feuermann (IDI 6382); Larghetto para trompa y orquesta de Chabrier, junto a Mason Jones (COLUMBIA 4629); Concierto para piano nº1 de Chopin, junto a Emil Gilels (SONY 89836); Obertura 1812 de Chaikovski (SONY 89957); Suite de Cascanueces de Chaikovski (RCA 38117); Fanfare for the common man de Copland (SONY 62401); Noche en los jardines de España de Falla, junto a Artur Rubinstein (RCA 63070); Siciliana de Pelléas et Mélisande de Fauré (SONY 62644); Rhapsody in Blue de Gershwin, junto a Oscar Levant (CBS 42514); Concerto grosso HWV 335a de Haendel (EUROARTS 2072278); Los planetas de Holst (RCA 61270); Sinfonía española de Lalo, junto a Isaac Stern (SONY 70081); Concierto para piano nº1 de Mendelssohn, junto a Rudolf Serkin (SONY 508107); Concierto para violín nº1 de Paganini, junto a Zino Francescatti (SONY 47661); Danza de las horas de La Gioconda de Ponchielli (RCA 63313); Concierto para piano nº3 de Rachmaninov, junto al propio Rachmaninov (RCA 61658); Pavana para una infanta difunta de Ravel (RCA 38055); Concierto de Aranjuez de Rodrigo, junto a John Williams (SONY 48168); Sinfonía nº3 de Saint-Saëns, junto a Michael Murray (TELARC 80051); Concierto para piano de Schumann, junto a Rudolf Serkin (SONY 93908); Sinfonía nº15 de Shostakovich (RCA 38300); Concierto para violoncelo nº1 de Shostakovich, junto a Rostropovich (SONY 86844); La hija de Pohjola de Sibelius (RCA 38124); Concierto para violín de Sibelius, junto a David Oistrakh (SONY 47659); Burleske para piano y orquesta de Richard Strauss, junto a Rudolf Serkin (SONY 53262); Así hablaba Zarathustra de Richard Strauss (SONY 47656); Suite de El pájaro de fuego de Stravinski (EUROARTS 2072258); Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis de Vaughan Williams (RCA 38060); Fantasía sobre Greensleeves de Vaughan Williams (SONY 62645); Requiem de Verdi, junto a Forrester, Amara y Tucker (SONY 707); diversos fragmentos orquestales de Wagner (SONY 62403);y, finalmente, Concertino para clarinete y orquesta de Von Weber, junto a Anthony Gigliotti (COLUMBIA 4629). Nuestro humilde homenaje a este gran director de orquesta.