Los músicos procedentes de Hungría reúnen en sí mismos dos méritos: Son centroeuropeos y consecuentemente empapados en la experiencia de una nación que posee una posición de primera fila musical de más de dos siglos; por otra parte, los músicos húngaros son «distintos» a causa de su diferente origen étnico, con lo que responden a impulsos frescos y nada desgastados. La proverbial importancia de Hungría como país musical no es sólo el resultado de una viva tradición, como el de la actividad de los músicos zíngaros, sino también de una profunda y centenaria unión con Austria, centro de una cultura musical que aseguró para sí la inagotable mina de otras regiones dominadas por ella, como Bohemia y Moravia. Ya Haydn, quien trabajó y vivió en Esterháza, frontera de Hungría, integró elementos de la música popular magyar en sus obras. Con ello demostró que si bien sus modelos de clasicismo eran vieneses no lo eran de una índole exclusivamente germano-austríaca. Posteriormente, Johannes Brahms y Franz Liszt también mostraron su «hungarismo» en toda su producción creadora, aunque partiendo de diferentes puntos de vista. Puede afirmarse que, hasta el siglo XX, los músicos húngaros hacían su carrera a través de los caminos de Austria y Alemania. Este fue el caso de George Szell, posiblemente el primero de una generación de directores húngaros que se vería sucedida, con similares condicionantes, por Fricsay y Solti.

 George Szell nació el 7 de junio de 1897 en Budapest en el seno de una familia de antepasados checos. Estudió en Viena y Leipzig (Ciudad en donde tuvo por maestro a Max Reger) y ya en 1914, con sólo 17 años, debutó como director en Berlín y nada menos que al frente de la Filarmónica. Durante la Primera Guerra Mundial se estableció como correpetidor en Berlín y posteriormente siguieron años de peregrinaje por Estrasburgo, Praga, Darmstadt y Düsserldorf hasta que de nuevo fue llamado por Erich Kleiber en 1924 como primer director de la Staatsoper de Berlín. De 1929 a 1937, Szell trabajó en el Landestheater alemán y en la Deutsche Academie für Musik de Praga. A partir de 1937 estuvo como director a un tiempo al frente de la Orquesta Nacional de Glasgow y con la Orquesta Residente de La Haya. Al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939, Szell se afincó definitivamente en los EEUU de América luego de regresar de una gira por Australia. Allí Szell no era ni mucho menos un desconocido desde que en 1930 y 1931 dirigiera a la Orquesta Sinfónica de San Luis en calidad de invitado. Toscanini le contrató en 1941 y 1942 como invitado para su Orquesta Sinfónica de la NBC en Nueva York. De 1942 a 1946, Szell dirigió con regularidad en el Metropolitan neoyorquino y también colaboró con la Filarmónica de dicha ciudad. El hecho más trascendente de su carrera musical se produce en 1946, cuando ostenta la dirección de la Orquesta de Cleveland, una formación que aún no estaba entre el selecto grupo de las grandes orquestas norteamericanas pese a haber estado dirigida por Artur Rodzinski y Erich Leinsdorf.

 El largo reinado de Szell como titular de la Orquesta de Cleveland — de 1946 a 1970 — conllevó que aquella agrupación que no dejaba de ser una buena orquesta de carácter regional pasara a convertirse en la máquina musical posiblemente más perfecta y segura del mundo. Sus primeras palabras de presentación dirigidas al elenco de profesores fueron elocuentes: –«No permitiré interpretaciones negligentes»–  En la década de los años cincuenta reformó la orquesta dando salida al menos a 24 profesores, ya fuese de manera forzada o sutilmente «invitada». No le temblaba el pulso a la hora de despedir a ciertos profesores por el simple hecho de cometer un fallo — algo inconcebible hoy en día debido a las normas sindicales — e incluso, imitando un tanto al obsesivo Gustav Mahler durante su época de director en la Ópera de Viena, sus sugerencias iban mucho más allá de la estricta práctica musical (Llegó a ordenar al personal de limpieza del Severance Hall, la sede de la orquesta, la utilización de una conocida marca de papel higiénico para su uso en los baños…). Poco amigo de la vida social, nunca intentó resultar encantador y se ganó merecida fama de pedante y drástico en sus observaciones hacia otros colegas. Sometió a la Orquesta de Cleveland a tal férrea disciplina que, durante las giras por Europa, obligaba a desfilar a todos los instrumentistas uno por uno para comprobar que no saldrían a pasear en tejanos o en pantalones cortos. 

 Pese a que relación con Cleveland fue casi del todo exclusiva, Szell mantuvo fuertes vínculos con otras formaciones como el Concertgebouw, la London Symphony o la Filarmónica de Viena. Sus apariciones en el Festival de Salzburgo eran esperadas con la máxima expectación, no sólo por el público sino también por los directores de orquesta centroeuropeos más afamados del momento (Y, en ocasiones, esa expectación no dejaba de translucir una inconfesable admiración). Pero Szell quiso disponer bajo su total mando a la Orquesta de Cleveland y sólo la muerte pudo deshacer aquel incomparable vínculo artístico. Szell falleció en Cleveland el 30 de julio de 1970 como consecuencia de un cáncer. Su mayor legado fue convertir a la Orquesta de Cleveland en la mejor formación norteamericana y en una de las cinco mejores del mundo.  –«Lo que yo personalmente deseo es una completa homogeneidad de sonido, fraseo y articulación dentro de cada sección. Entonces, cuando el conjunto es perfecto, obtengo en cada momento que una o más voces principales puedan ser acompañadas por otras»– Fueron precisamente el balance, la homogeneidad y la flexibilidad los factores diferenciadores de la Orquesta de Cleveland con las de las otras grandes formaciones norteamericanas.

 George Szell no fue el único húngaro de nacimiento que se encontraba trabajando en un importante puesto de dirección norteamericano: Fritz Reiner en Chicago y Eugene Ormandy en Filadelfia fueron sus compatriotas y competidores. Reiner y Szell se parecían en que eran en igual medida unos verdaderos fanáticos de la precisión y del control sonoro. Pero Szell, a diferencia de Reiner, no tenía nada de flemático a la hora de desarrollar espiritualmente su modo de hacer música. Representaba algo así como el prototipo del Generalmusikdirektor alemán de la antigua escuela, vigilando los desarrollos musicales de manera muy despierta, siempre dirigiendo con los ojos abiertos y llevando las directrices absolutamente claras. En él se encontraban con menos facilidad las características de espontaneidad o de embriagadora inmersión en la materia musical. Durante los ensayos, Szell hacía gala de tal conocimiento de la partitura a interpretar que era capaz de tocarla de memoria al piano. Su preocupación por el fraseo, la transparencia y el equilibrio general dieron como resultado una precisión interpretativa difícil de igualar. Sus interpretaciones, acorde con su condición de «educador de orquestas», se caracterizaban por el pulimento, el perfeccionismo y la lucidez. Pese a todo, esa expresión de «educador de orquestas» no está exenta de problemas: Muchas orquestas tienen a su vez la capacidad de «educar» a un director que en absoluto puede enfrentarse a pronunciados individualismos. Sin embargo, Szell supo sacar partido a la continuidad de su vínculo con la Orquesta de Cleveland y extrajo de la misma todo el producto sabiamente elaborado en su mente a base de un férreo autoritarismo no exento de objetiva ductilidad. Szell enseñó a sus músicos a interpretar de una manera irreprochable en el estilo y la tradición, amén de lograr el pleno sometimiento a las indicaciones que explicaba exhaustivamente. Para él, los problemas se traducían a técnica y estilo, y por ello consiguió incitar a los instrumentistas a formular preguntas sobre las obras que interpretaban. De esta manera, la orquesta logró adaptar su sonoridad a cada fragmento ejecutado.

 Szell fue siempre un sensible realizador que supo traducir todos los detalles de la partitura con una asombrosa y feliz perfección orquestal. Allí donde otros tuvieron que añadir énfasis para mostrar de modo ostentoso su peculiar carácter, Szell confió en la lógica de las estructuras musicales llevada a cabo con exactitud y por ende sus lecturas fueron tan claras como objetivas. Quien desee escuchar fidedignamente lo escrito en la partitura estará en buenas manos con Szell. Sus versiones son una inmejorable alternativa frente a las múltiples formas de interpretación «agitada». Por ello mismo, con ese énfasis en la perfección y en la visión penetrante, Szell resultó ser además un exitoso intérprete de obras contemporáneas. Obsesionado con la perfección, casi nunca alzó la voz durante los ensayos pero cuando montaba en cólera siempre gritaba la misma frase: –«El compositor siempre tiene razón»— 

 La aportación discográfica de George Szell resulta fundamental no ya sólo en lo relativo a la calidad musical de sus registros, sino también por el excelente refinamiento de las técnicas de grabación empleadas. De su legado destacamos (Como es habitual, los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión referida, pero sí con la obra citada): Concierto para violín nº2 de Bach, acompañando a Zino Francescatti, y dirigiendo a la Cleveland Orchestra (BIDDULPH 80207); la integral sinfónica de Beethoven, junto a la Cleveland Orchestra (SONY 48158); el Conciertos para piano nº4 de Beethoven, acompañando a Emil Gilels y dirigiendo a la Cleveland Orchestra (EMI 69506); el Concierto para piano nº5 de Beethoven, acompañando a Emil Gilels y dirigiendo a la Cleveland Orchestra (EMI 69509); la integral sinfónica de Brahms, junto a la Cleveland Orchestra (SONY 46330); el Concierto para piano nº2 de Brahms, acompañando a Rudolf Serkin y dirigiendo a la Cleveland Orchestra (SONY 53262); el Concierto nº1 para piano de Chaikovski, acompañando a Vladimir Horowitz y dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York (URANIA 4253); El mar de Debussy, dirigiendo a la Cleveland Orchestra (SONY 63244); la Sinfonía nº9 de Dvorak, junto a la Cleveland Orchestra (SONY 89413); la Sinfonía Española de Lalo, acompañando a Bronislav Huberman y dirigiendo a la Filarmónica de Viena (PEARL 9332); Des Knaben Wunderhorn de Mahler, acompañando a Dietrich Fischer-Dieskau y dirigiendo a la Sinfónica de Londres (EMI 75922); el Concierto para violín de Mendelssohn, acompañando a Zino Francescatti y dirigiendo la Cleveland Orchestra (SONY 78760); Eine kleine Nachtmusik de Mozart, dirigiendo a la Cleveland Orchestra (SONY 678765 — Por desgracia, existen escasos vídeos de Szell dirigiendo a Mozart. Algunas interpretaciones de las sinfonías del genial salzburgués en versión de Szell son realmente antológicas); el Concierto para piano nº22 de Mozart, acompañando a Robert Casadesus y dirigiendo a la Orquesta Sinfónica Columbia (SONY 46519); el Concierto para piano nº3 de Prokofiev, ascompañando a Gary Graffman y dirigiendo a la Cleveland Orchestra (SONY 78743); Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov, acompañando al pianista Leon Fleisher y dirigiendo la Cleveland Orchestra (CBS 37812); la integral sinfónica de Schumann, junto a la Cleveland Orchestra (SONY 62349); la Sinfonía nº2 de Sibelius, junto a la Orquesta del Concertgebouw (PHILIPS 420771); selección de Lieder de Richard Strauss, acompañando a Elisabeth Schwarzkopf y dirigiendo la Sinfónica de Radio Berlín (EMI 66960); fragmentos orquestales de Wagner, junto a la Cleveland Orchestra (SONY 48175); y finalmente, Obertura Oberón de Von Weber, junto a la Cleveland Orchestra (SONY 89382). Nuestro humilde homenaje a este fabuloso director de orquesta.