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* Óleo sobre lienzo
* 349 x 777 Cm
* Realizado en 1937
* Ubicado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid

 Pocos artistas podrán encontrarse en el siglo XX que, aún teniendo un encomiable espíritu de rebeldía, hayan entendido ésta no como una ruptura del pasado, sino más bien como una renovación continuada y fructífera de la tradición. De esta manera, desde la metamorfosis interpretativa de la escultura ibérica, de la pintura románica o de las máscaras del África Negra; desde el aprovechamiento de pintores tan dispares como Toulouse-Lautrec, Gauguin u Odilon Redon; y, ya en su madurez, desde la inspiración de los grandes maestros como Velázquez, Rubens, Delacroix… Para producir una serie de variaciones sobre alguna obra determinada. Picasso rehúye del arte abstracto: –«No existe arte abstracto; siempre hay que comenzar por algo»–

 El desarrollo del arte de Picasso va a transcurrir de una manera irregular, con espectaculares avances y no menos sorprendentes retrocesos, aunque presidido en todo momento por un denominador común, el expresionismo que, paradójicamente, se va a atenuar durante su etapa analítica del cubismo. «Cuando inventamos el cubismo no teníamos la menor intención de inventarlo, propiamente dicho; tan solo queríamos expresar lo que había en nosotros» — Declaró Picasso, descubriendo nuevamente el valor de la expresión sin dogmatismos ni manifiestos definitorios. En ellos se va a diferenciar la llegada al cubismo de sus dos máximos representantes, Picasso y Braque. Mientras que el último lo consigue gracias a la construcción y a la lógica razonada de la pintura de Cezànne, Picasso lo logra a través de su expresionismo, abandonando la serenidad del período rosa. Así, metidos ambos hasta el fondo de la aventura cubista, continúan el camino emprendido en la investigación de la forma, fraccionada analíticamente en sus elementos y vuelta a recomponer, construyendo el volumen en superficie por medio de una visión simultánea en el espacio y tiempo de un objeto desde diferentes puntos de vista. Se llegará incluso a la apertura del llamado «espacio interno» que tendrá importantísimas consecuencias para la escultura moderna. Es por tanto, en esta etapa ya referida del cubismo analítico, cuando la obra de Picasso se desenvuelve en un armonizado equilibrio, muy inspirado entonces por el influjo de Braque.

 Ahora bien, este alejamiento de la realidad que podía conllevar tal procedimiento analítico se va a contrarrestar volviendo a introducir lo real en el cuadro, pero ya no sólo con la imagen sino con el mismo objeto: Es la época de la utilización de los collages y del paso hacia el cubismo sintético, con formas menos fragmentadas, con figuras de frente y de perfil y con una cada vez mayor importancia del color. Mientras que Braque y Juan Gris persisten toda su vida en el cubismo, Picasso demuestra su genialidad haciendo gala de sus infinitas posibilidades de cambio: Abarca el neoclasicismo — retratos «a lo Ingres» — no por ello olvidando su anterior estilo, transformándose ahora en un cubismo amable, digamos que hasta «decorativo» (Los Tres Músicos). Picasso justifica esta simultaneidad: –«Los diversos estilos que he empleado no deben ser considerados como una evolución ni como pasos a una idea desconocida. Motivaciones diferentes reclaman métodos de expresión diferentes» — No faltó quién, con mordaz crítica, acusara a Picasso de «retratar la cuenta corriente…». En fin.

 Los años treinta obligaron a Picasso a un nuevo cambio de escenario: La Guerra Civil española provocó un exacerbamiento de su expresionismo y una pública y clara toma de partido. Picasso inicia el tema histórico con la serie «Sueños y mentiras de Franco» y lo culmina, en 1937, con el memorable Guernica, un mural dedicado a decorar el pabellón español en la Exposición Universal de París de 1937. El llamado Guernica no es un simple testimonio gráfico de un lamentable hecho bélico, sino mucho más: Es la callada protesta contra la crueldad inhumana que se desprende de toda guerra. La destrucción de Guernica era un símbolo y Picasso crea una imagen de desesperación, de terror y de denuncia. Lo que Picasso pinta como un ataque feroz contra la insurrección fascista en España, ejemplificado con el bombardeo de la Legión Cóndor de la legendaria ciudad vasca, trasciende su origen histórico y se convierte en un símbolo universal de todas las atrocidades y consecuencias de una guerra. Pintado con gran profusión de personajes recurrentes en toda su obra (Minotauro, toros, mujeres dolientes…) este magistral lienzo en blanco y negro posee la inmediatez de un artículo periodístico repleto de simbolismos: Un ojo incorpóreo que flota sobre el terror representa una bomba; la portadora de la luz es la libertad descubriendo la matanza; el guerrero caído con la espada rota expresa la muerte; el toro simboliza la agresión nazi mientras que el caballo es el grito de la víctima inocente. Pese a la poderosa iconografía, la decisión del artista de despojar de color a la tela proporcionó a sus formas abstractas y simbolismo mitológico la apariencia de la credibilidad periodística anteriormente referida. Aún así, Picasso se preocupó más de los problemas de composición y de esta manera, a mi juicio antológica, contrasta el estatismo general de la obra al lado del convulso movimiento de los miembros de los personajes, todo ello enmarcado en un ambiente de nocturnidad y descarnada violencia.

 En vida de Picasso, el Guernica se exhibió por Europa y América y, pese a las repetidas solicitudes del general Franco, Picasso se negó a que el lienzo regresara a España hasta que el país volviera a ser una república. Sólo en 1981, ya fallecidos Franco y Picasso, el Guernica fue definitivamente trasladado desde Nueva York a España.