En numerosos casos, los directores de orquesta son hombres de poder que no buscan nada tan fervientemente como posiciones brillantes a la cabeza de la actividad musical internacional. Pero junto a estas estrellas de la dirección orquestal existen también las anti-estrellas, los negadores que desconfían de las carreras frenéticas de los virtuosos y de su fama. Estos directores no se dejan influenciar fácilmente por los mecanismos del mercado musical y, de una forma un tanto tozuda, renuncian a un progreso externo en favor de una moralidad artística más sensible a la que saben dar una mayor satisfacción tanto en las rupturas como en los nuevos inicios. No son guardianes de marcas ni acumuladores de propiedades o de poder, sino que se encuentran siempre abiertos a los descubrimientos y dispuestos a aprender y empezar de nuevo. La moderada atención que el mundo de la música ha prestado a estas otras figuras se debe no poco a  la mala conciencia de que el éxito también se puede lograr de otro modo, con una inversión intelectual y moral mucho menor. Uno de esos directores íntegros que nunca se dejó llevar por los cauces del éxito fácil y abiertamente mediático fue el ucraniano Igor Markevitch.

Igor Markevitch nació en Kiev, Ucrania, el 27 de julio de 1912 en el seno de una familia aristocrática que era dueña de inmensas propiedades rurales. Cuando Igor contaba apenas con cinco años, la familia se trasladó al completo a la ciudad suiza de Vevey huyendo de la Revolución Rusa y pronto el chico comenzó a recibir clases de piano y composición en Lausana. Cuando Markevitch tenía trece años tocó en una ocasión para el pianista Alfred Cortot, quien quedó tan impresionado por el talento del muchacho que le recomendó partir con él hacia París para estudiar en la École Normale de Musique. Markevitch vivió en París a partir de 1926 y pronto le llegó un importante encargo por parte de Diaghilev, el director de los Ballets Rusos, quien quedó tan fascinado por el poderío de aquel joven ucranio de diecisiete años que le encargó que compusiera un concierto para piano que sería estrenado en el Covent Garden en 1929. Un año más tarde, Markevitch conoció a Hermann Scherchen y éste le animó a que se iniciara en la dirección orquestal. Markevitch debutó en 1930 con la Orquesta del Concertgebouw y un año después realizó una exitosa gira por América. Casado desde 1936 con Kyra, la hija de Nijinski, no obstante Markevitch se dedicó preferentemente a la composición hasta los años de la Segunda Guerra Mundial. En 1940 partió para Italia buscando material para una nueva cantata que estaba componiendo, Lorenzo il Magnifico, estrenada con éxito en Roma en 1941. La entrada de Italia en el conflicto bélico provocó que Markevitch se viera obligado a permanecer en aquel país durante el mismo. Miembro del Comité de Liberación Nacional, cuando los aliados entraron en Florencia le encomendaron que reconstituyese la Orquesta del Mayo Musical Florentino. Tres años más tarde, Markevitch adquirió la ciudadanía italiana.

A partir de 1945 la actividad de Igor Markevitch fue incesante a lo largo de todo el mundo. De 1945 a 1955 fue director estable del Covent Garden y entre 1952 y 1955 fue principal director de la Orquesta Sinfónica de Estocolmo. Muy comprometido también con la docencia — aspecto que sin duda le inculcó Hermann Scherchen — Markevitch impartió cursos de dirección orquestal en Salzburgo (1948-1956), México (1957-1958) y Moscú (1963). Convertido en una celebridad mundial de la dirección, Markevitch fue requerido como director invitado por las mejores formaciones del mundo y prosiguió con nuevos compromisos permanentes, como la titularidad de la Orquesta Sinfónica de Montreal (1956-1960), la Orquesta de los Conciertos Lamoureux de París (1957-1961) y la Orquesta Filarmónica de La Habana (1957-1958). Muy apreciado por su labor de educador de orquestas, Markevitch fue requerido en 1965 por la recién creada Orquesta Sinfónica de RTVE para ser su director fundador y asesor, cargo en el que estuvo hasta el resto de su vida (Markevitch nunca fue de facto el director titular de dicha orquesta. Si bien su labor resultó decisiva en la organización inicial del conjunto, la formación tuvo como primeros directores titulares a Ros-Marbá y Enrique García Asensio, seleccionados mediante un complejo proceso de oposición. Ros-Marbá abandonó la formación un par de años más tarde y fue sustituido por Odon Alonso, quien compartió titularidad con García Asensio hasta 1984). La llegada de Markevitch a Madrid en 1965 se produjo en medio de un ambiente del todo triunfalista y muy publicitado por las autoridades gubernativas de la época (se llegó a comentar que Markevitch era el mejor director del mundo, tal vez para tapar el fiasco de las negociaciones mantenidas con un tal Herbert von Karajan para ocupar el puesto). El primer concierto de Markevitch con la formación española tuvo lugar el 27 de mayo de 1965 en el Teatro de la Zarzuela con un programa que incluía obras de Prokofiev, Wagner, Falla y Beethoven. El éxito fue apoteósico y pocos días después la orquesta se presentó en Barcelona con el mismo programa (cambiando a Beethoven por Brahms) y obteniendo un triunfo similar.

El gran mérito de Markevitch fue que salió airoso del reto de sacar una orquesta sinfónica de la nada y convertirla en una formación que jamás hubo de sonar tan bien como bajo su batuta. Su popularidad en tierras españolas fue tan grande que pronto se le apodó como El príncipe Igor. A casi todas las ciudades españolas llevó Markevitch la orquesta y, de forma paralela, también organizó unos cursos de dirección orquestal en Santiago de Compostela y en Madrid. En 1969 Markevitch abandonó Madrid aunque nunca estuvo desligado del todo a la Orquesta Sinfónica de RTVE (dirigió su último concierto con dicha formación en diciembre de 1982, pocos meses antes de fallecer). De aquí partió al Principado de Mónaco para dirigir la Orquesta Nacional de la Ópera de Montecarlo hasta que en 1973 asumió la dirección de la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia de Roma hasta 1975. Una sordera le fue apartando poco a poco de la actividad y su última aparición de relevancia se produjo en 1975 al dirigir en Weimar un curso de dirección orquestal. Retirado desde entonces en su residencia de Antibes en la Costa Azul francesa, Markevitch pasó los últimos años de su vida dedicado a preparar una edición monumental de las sinfonías de Beethoven que constituyó su testamento musical. Markevitch falleció el 7 de marzo de 1983 en Antibes como consecuencia de un ataque al corazón. Su hijo Oleg Caetani — quien decidió adoptar el apellido de la segunda esposa de su padre, Dona Topazia Caetani, para evitar comparaciones — es en la actualidad un conocido director de orquesta cuyo trabajo se viene desarrollando en la Orquesta Sinfónica de Melbourne.

Igor Markevitch fue un director conciso, sincero, directo y de planteamientos del todo austeros. Su vigor y enorme autoridad se sustentaban en un gesticulación tan apremiante como económica en los medios e incluso agresiva en ocasiones, especialmente cuando empezó a padecer problemas de audición en sus últimos años. Su estricta codificación gestual le permitió una excelente comunicación con los profesores de las orquestas y nunca se dejó llevar por la música con modos más propios de ballet cara a la galería. Poseedor de una fuerza descomunal, Markevitch podía dirigir con los brazos desconectados y una mirada penetrante cuyo último objetivo era la necesidad de crear un sonido bello y propio. Los profesores se le entregaban no de una forma disciplinariamente sumisa, sino a través del entusiasmo de quienes se saben bien orientados. Poseedor de una memoria privilegiada, Markevitch fue uno de los primeros directores en prescindir de la partitura en los conciertos. La musicalidad de Markevitch estuvo mucho más influenciada por lo francés que por lo ruso, aunque siempre se mostró como uno de los mejores intérpretes de Chaikovski y de Stravinski. Con los compositores románticos se mostró, en la misma línea de Toscanini, depurado y estilizado a partes iguales. Siempre quiso hacer música sin concesiones previas y gustó de abordar destinos nada significativos en el panorama musical acorde con su espíritu pedagógico y gusto por la reestructuración de orquestas. Su postura científico-analítica jamás le quitó esa curiosidad por todo lo nuevo.

Hombre muy comprometido con la docencia, Markevitch opinaba que la etapa de formación exclusivamente técnica de un director de orquesta había de durar por lo menos diez años. Durante este período de educación, el alumno ha de controlar la respiración, la independencia de brazos y el dominio de los reflejos. Uno de los aspectos a los que Markevitch daba mayor importancia en sus cursos era la preparación del oído para que los presumibles errores de afinación fuesen detectados de manera infalible. El otro gran caballo de batalla de los cursos de Markevitch era su constante preocupación por el gesto, el único medio imprescindible para comunicarse con los instrumentistas. La manera de expresarse de un director de orquesta ha de ser del todo clara e inconfundible para que no sea malentendida y dé lugar a resultados contradictorios. Para Markevitch, cualquier estudiante de dirección debía conocer de manera obligada todas las sinfonías del repertorio clásico, al igual que las óperas y los oratorios más representativos. Este conocimiento debía ser complementado con un profundo estudio de las obras más importantes de los compositores contemporáneos.

De entre el legado discográfico debido a Igor Markevitch podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Catalonia de Albéniz dirigiendo la Orquesta Sinfónica de RTVE (PHILIPS 432826); Sinfonía nº4 de Brahms dirigiendola Orquesta de la Radio Canadiense (VIDEO ARTISTS 4301); España de Chabrier dirigiendo la Orquesta Sinfónica de RTVE (PHILIPS 432826); la integral sinfónica de Chaikovski dirigiendo la Sinfónica de Londres (PHILIPS 446148 y 438335); Francesca da Rimini de Chaikovski dirigiendo la Sinfónica de Londres (PHILIPS 446148); Danzas Españolas de Granados (orquestación de Ernesto Halffter) dirigiendo la Orquesta Sinfónica de RTVE (PHILIPS 432826); Le choéphorers de Milhaud, junto a Bouvier, Rehfuss, Noller y Moizan, y dirigiendo la Orquesta de los Conciertos Lamoureux (DG 449748); Concierto para piano nº9 de Mozart, junto a Walter Gieseking y dirigiendo la Orquesta Nacional de París (PEARL 9038); La valse de Ravel dirigiendo la Philharmonia Orchestra (TESTAMENT 1060); Obertura de La Pascua Rusa de Rimski-Korsakov dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw (PHILIPS 442643); Obertura de La Cenicienta de Rossini dirigiendo la Orquesta de la Radio Canadiense (VIDEO ARTISTS 4301); El carnaval de los animales de Saint-Saëns dirigiendo la Philharmonia Orchestra (TESTAMENT 1071); Sinfonía nº1 de Shostakovich dirigiendo la Orquesta Nacional de la RTF (VIDEO CLASSIQUE referencia desconocida); y, finalmente,  Obertura de Tannhäuser de Wagner, Liebestod de Tristán e Isolda de Wagner  y Cabalgata de las walkirias de Wagner dirigiendo la Filarmónica de Berlín (LIVING STAGE 35168). Nuestro humilde homenaje a este extraordinario director de orquesta.