En un primer momento pareció que con la llegada del Humanismo se perfilaba un cambio de actitud con respecto a los judíos: Si en el norte de Italia florecieron las artes gráficas y la cultura judías, en Alemania se desarrolla una lingüística hebrea para comprender mejor la Biblia y la tradición postbíblica hebrea. Especialmente grande fue la atención que entonces concitó la mística judía de la cábala. Originariamente, la palabra cábala no significa otra cosa que tradición, pero desde entonces se empezó a utilizar este término para dar nombre a una doctrina esotérica especial de la tradición judía a la que se consideraba como el auténtico contenido de la Torá. Gershom Scholem, uno de los más grandes estudiosos judíos de la cábala, demostró que la cábala no era sino una forma judía de la gnosis que apuntaba a penetrar en el conocimiento de los misterios de la divinidad. Esta doctrina esotérica tiene una larga prehistoria, una época de esplendor y el posterior declive.

 Las primeras y más tempranas huellas sobre la cábala las podemos encontrar en algunas aseveraciones esotéricas de la literatura judío-helenística y en especulaciones de orientación cósmica debidas a algunos rabinos. Según las investigaciones del profesor Moshe Idel, desde el comienzo de la mística judía del siglo II a. C. existen dos especies de experiencias místicas: Por un lado, la forma moderada, esto es, la especulación teosófica que lleva al místico mediante un concienzudo estudio a los misterios de la Torá, eterna y preexistente, y así le guía para contemplar la divinidad. Por el otro lado está la forma intensa cuyo objetivo es alcanzar la plenitud extática del místico mediante técnicas especiales, como las palabras mágicas, la recitación del nombre divino y el canto de himnos. En la segunda mitad del primer milenio se procede con las primeras sistematizaciones de la comprensión de Dios y de la creación. Hay en ellas interpretaciones místicas del relato de la creación del libro del Génesis, una angelología del todo especulativa y una mística llamada Merkabá que no es sino la aparición de Dios en el celeste carro-trono tal como se describe en el libro de Ezequiel. Dicha visión puede obtenerse, como ya apuntamos, mediante el estudio de la Torá o con técnicas especiales. Esta doctrina esotérica pasó de Palestina a Europa, especialmente a los hasidim (piadosos) de Francia y Alemania, y fue compilada por primera vez en el Sefer hasidim (Libro de los devotos).

 Desde el siglo XII al siglo XIV se desarrolla un movimiento cabalístico en el sur de Francia (Narbona, Arlés, Marsella) y en el norte de España (Gerona y Barcelona). Por esa época aparecen en la misma zona grupos ascético-cristianos como los cátaros y los albigenses que en su plenitud mantienen la teoría teosófica del organismo de potencias, fuerzas o eones divinos que se desarrollan. No cabe duda de que estos grupos reciben una gran influencia del Sefer ha-Bahir (Libro de la claridad). Pero la obra capital de la cábala antigua, la biblia de los místicos judíos, es el Sefer ha-Zohar (El libro del esplendor) compilado entre 1240 y 1280. En el mismo se hace una distinción entre el aspecto oculto de la divinidad y el revelado. De esta forma explica los diez atributos y fuerzas de Dios y los estadios de la revelación divina junto con una doctrina de la transmigración de las almas. El zaragozano Abraham Abulafia representó el tipo extático e intenso de la experiencia mística. Utilizó técnicas respiratorias e introdujo la nota mesiánico-profética en el movimiento cabalista. Por entonces, la filosofía y las ciencias profanas pasaron a un segundo plano, perdiendo la escolástica de Maimónides casi todo su protagonismo. La sustituyó una religiosidad introvertida, centrada sobre sí misma, de coloración ascética y de rasgos neoplatónicos que desembocó en una estricta espiritualidad de la Torá cuya lengua, el hebreo, es considerada como la proto-lengua de la creación.

 El movimiento cabalista alcanzó su cénit entre los siglos XIV al XVII en cuanto a que la ciencia esotérica de los misterios divinos se democratiza mediante innumerables manuscritos, antologías y ediciones. Condicionada por la expulsión de los judíos de España en 1492, la cábala va adquiriendo rasgos mesiánicos y echa mano de todo tipo de especulaciones escatológicas. En el siglo de la Reforma protestante se llegó a un movimiento penitencial popular que esperaba al Mesías. La cábala, que había sido fundamentalmente esotérica, se funde con el hasidismo askenazí y con muchas supercherías extendidas por el pueblo (demonios, magia de las letras…). En Palestina, donde se habían asentado de nuevo más judíos y en donde se creía que debía aparecer el Mesías, se formó un nuevo centro de la cábala que se convirtió en un nuevo centro del judaísmo en general. Isaac Luria desarrolló un método de meditación mediante la concentración en cada una de las letras de la Torá para llegar así a una unión con lo divino. Al mismo tiempo presenta una doctrina especulativa acerca de Dios, del nacimiento del mundo, del origen del mal y sobre el Mesías. Este sistema, como afirma Scholem, no deja de ser un sistema gnóstico dentro del judaísmo ortodoxo. Un gran mito del exilio y de la liberación.

 Del cabalismo palestino vino también, un siglo más tarde y en medio de un clima recalentado durante largo tiempo, aquel desastre pseudo-mesiánico que introdujo el período de declive del movimiento cabalista. Zabatai Zwi (1626-1676), invocando la cábala de Isaac Luria, se autoproclamó Mesías en Palestina y anunció que el año 1666 iba a ser el de la definitiva liberación. La mayoría de los rabinos, desde Palestina y Marruecos hasta Polonia, compartieron esta tesis. Sin embargo, el falso Mesías Zabatai Zwi fue detenido y apresado en aguas turcas cuando estaba de camino a Estambul para recibir la corona de sultán. Entre la alternativa de tener que elegir entre la muerte y la vida, Zwi se pasó al Islam precisamente en el año 1666 y de esta forma pudo salvar su vida. Finalmente el sultán lo desterró a Albania, donde fallecería diez años después. La suerte corrida por Zwi provocó una terrible decepción ente los judíos de todo el mundo aunque algunos, sobre todo de la Europa del Este, siguieron creyendo en él y en su segunda venida después de su muerte. La falta de realismo del movimiento cabalista, su extravagancia mística y su fijación en el más allá se hicieron entonces bien patentes. Cien años más tarde, la cábala cayó en una nueva crisis de la mano de Jacob Frank, jefe de los seguidores de Zwi en el Este de Europa, el cual se presenta como reencarnación del mismo predicando la Torá de la emanación. Un tribunal rabínico denostó a Frank y éste acabó por huir a Turquía en donde, curiosamente, también acabó abrazando la fe islámica. Pero ahí no acabaron las peripecias de Jacob Frank: Años más tarde aparece de nuevo en Polonia y se convierte, con un grupo de seguidores, al catolicismo. Después de intentar componer un nuevo y delirante tratado sobre la Trinidad, Frank renunció al catolicismo y acabó siendo un adepto de la ortodoxia rusa. No puede decirse, en consecuencia, que este personaje tuviera las ideas muy claras…

 En aquellos momentos muchos judíos tomaron conciencia de la crisis definitiva de la cábala y lo poco que quedaba en ella de espiritualidad terminó por concentrarse en el hasidismo del este europeo. El judaísmo rabínico guiado por Elia ben Salomón, gaón de Vilna, combatirá duramente el hasidismo cabalista por sus claras ideas panteístas y lo sustituirá por una estricta y más formalista observancia de la ley. Ya en los siglos XIX y XX y en parte como consecuencia de los escritos históricos sobre el hasidismo debidos a Martin Buber — y muy negativamente criticados, ciertamente, por Gershom Scholem — se puso nuevamente de moda la cábala, más como un sistema de ocultismo integrador, y aparecieron algunos nombres importantes dentro del moderno ocultismo, como Eliphas Levi (1810-1875) o Aleister Crowley (1875-1947). Con todo, la moderna significación del concepto cabalístico apenas presenta afinidades con la teórica desarrollada durante los siglos dorados de la tradicional cábala judía.