John Constable, La carreta del heno

El paisaje, como género independiente, tuvo más precoz cultivo en los países nórdicos que entre los artistas mediterráneos. Holanda brilló durante siglos como uno de los focos más fecundos del paisaje pictórico y, de esta forma, muchos cuadros de Ruysdael fueron adquiridos por los coleccionistas ingleses en el siglo XVII. En la segunda mitad del siglo XVIII parece plenamente asentada la escuela inglesa del paisaje debido a la figura de Gainsborough, un artista que, sin embargo, será mayormente requerido como retratista que como paisajista. Por el contrario, Constable fue netamente un paisajista y tuvo además el valor de enfrentarse a este género pictórico con absoluta sinceridad, prescindiendo de toda imposición normativa y plantando su caballete en pleno campo para estudiar la naturaleza con ojo atento y en solitario aprendizaje.

 El propio entorno nativo del pintor — condado de Suffolk — ofrecerá a éste bellezas más que suficientes para fomentar su vocación de paisajista, venciendo la resistencia de su padre. Pero aún más decisivo, si cabe, resultó el encuentro de Constable con George Beaumont, pintor aficionado y coleccionista, quien le mostró obras maestras de Ruysdael, Rubens y Claudio de Lorena que eran de su propiedad y que a buen seguro impresionaron a Constable en sus planteamientos compositivos. Obviamente, también se sintió incitado por sus paisanos Richard Wilson y Gainsborough, especialmente, con quien llegó a estar verdaderamente obsesionado. Al igual que éste, Constable nunca abandonó Inglaterra y acotó su parcela natural de terreno en los alrededores de Suffolk, Hampstead o Salisbury. De esta forma, la quietud y complacencia desprendida de su isleño aislamiento le opone diametralmente a Turner, un viajero infatigable cuyas novedades y emociones habrán de reflejarse en sus cartones y acuarelas. Pese a todo, en Constable se da una flagrante contradicción que condicionó del todo su pintura: Por una parte, existió un Constable realista, minucioso y diligente; por otra, también existió un Constable romántico, exaltado y monumental. Cuando ambas naturalezas coincidían, conjuntando al pintor realista con el romántico, surgían las obras más geniales del autor.

Constable Carreta del heno

* Óleo sobre lienzo
* 130,5 x 185,5 Cms
* Realizado en 1821
* Ubicado en la National Gallery de Londres

 Esta dualidad, resuelta en tantas telas maestras con una naturalidad y una alta dosis de sensibilidad poética, le llevó a plantear uno de sus recursos técnicos más logrados, el claroscuro. Efectivamente, el claroscuro de la naturaleza no es un mero contraste cromático en el que la luz se contrapone a la sombra, sino la fugaz realidad que desde la mañana al crepúsculo se perfila en innumerables y fascinantes variantes que el ojo ha de captar en cada instante. Para Constable, la línea no existe en la naturaleza, axioma que posteriormente fue tomado por los impresionistas hasta sus últimas consecuencias. Paulatinamente, el artista inglés va a ir desarrollando una pincelada suelta, rota, erizada de pasta como si fuese a aplicarse con espátula. Con ello, logrará unas texturas de húmedas atmósferas que bañan de poesía todos los objetos habidos en el lienzo. Además, Constable descompone la tibia y lluviosa luz inglesa a través del follaje para conseguir el deseado y ya señalado efecto de ensoñador lirismo que inunda el cuadro. No es entonces de extrañar cómo este paisajista inglés que nunca salió de Inglaterra pudo extender su magisterio entre los posteriores realistas e impresionistas.

 La carreta del heno es probablemente la obra más famosa de Constable. Realizada en 1821 en su estudio de Londres, el cuadro surgió de una serie de óleos preparatorios realizados el verano anterior. El lienzo fue adquirido por el comerciante de arte francés John Arrowsmith y fue por éste presentado al Salón de París de 1824, en donde obtuvo la medalla del certamen a parte de suscitar una gran impresión y calurosa acogida entre los jóvenes pintores de la Escuela de Barbizon hasta el punto de que el propio Delacroix quiso conocer personalmente al autor viajando hasta Inglaterra. A pesar de que Constable se había trasladado a Londres en 1799 para iniciar su formación artística en la Royal Academy, siguió regresando paulatinamente al paisaje de su juventud con el objeto de realizar esbozos que luego le servían para documentar los efectos transitorios de la luz y los fenómenos naturales en el momento de producirse. Por eso, no resultó en absoluto extraño que varios años después Constable volviera a sus esbozos para terminar unas obras que evocan toda la inmediatez de un momento fugaz, como es en el caso de este óleo. Inicialmente, el cuadro fue expuesto en 1821 en la Royal Academy sin que lograra llamar la atención del público, tal vez por las manifiestas y evidentes reticencias mostradas por Sir Thomas Lawrence, colega y presidente de la institución, quien constantemente ninguneó a un pintor poco amante de hacer concesiones a la teatralidad o al drama. En líneas generales, el cuadro representa la corriente estancada de Flatford, en Suffolk, y es uno de los lienzos más representativos del autor dentro de su etapa de explosión romántica que abarcó toda la década de los años veinte del siglo XIX. Como hemos referido anteriormente, se observa en la pintura que al autor no pretende buscar el modelado preciso y terminado, sino la espontaneidad y la luz, que se filtra a través del bosque y encandila la retina en efectos de fosforescencia casi impresionista. Las distintas atmósferas — agua en la superficie, encubierta frondosidad del margen izquierdo y oscilante cielo que parece desarrollar una tormenta — están magistralmente conectados en virtud a los efectos lumínicos sabiamente captados. Este cuadro llegó a ser del todo determinante en la evolución de la pintura paisajística en Francia, concretamente en la Escuela de Barbizon.