escuela-de-atenas-rafael

* Fresco
* Base 770 cm
* Realizado hacia 1509
* Ubicado en la Estancia de la Signatura, Palacios Vaticanos

 Desde siempre, Rafael ha sido un artista que ha provocado bien la sublimación, bien el desprecio, en cada uno de los nuevos períodos artísticos que se han venido sucediendo aunque, a pesar de estas lecturas y valores contradictorios, su pintura ha sobrevivido a todos los cambios y transformaciones del gusto. Curiosamente, sin partir de una concepción especialmente académica, Rafael ha sido a lo largo de la historia el modelo y la referencia de todos los eclecticismos y academicismos imaginables. Contra lo que se puede presuponer, resulta del todo imposible reducir la pintura de Rafael a alguna definición de carácter general, ya que para el maestro de Urbino la pintura es un lenguaje versátil y flexible que se adapta a las exigencias del género y a las funciones propias de la obra, aún sin llegar a perder la impronta personal del pintor.

 En sus comienzos, Rafael aparece como un pintor integrado en un empecinado Quattrocento para luego, una vez instalado en Florencia, enfrentarse a otras dos opciones: La clásica y científica de Leonardo y la anticlásica y temperamental de Miguel Angel. De Leonardo adquiere el clasicismo, pero con un sentido mucho más abierto y en emotiva relación con el espectador. Por otra parte, de Miguel Angel le interesa la libertad plástica que propone frente al clasicismo aunque, eso sí, sin la angustia que se desprende del arte de aquel sino más bien con una configuración rítmica y libre de la composición pictórica.

 Rafael fue uno de los artistas más renovadores de su tiempo, un pintor que partiendo de los principios de clasicismo ofrece una superación de los mismos y un punto de arranque para la alternativa que supone el Manierismo. Supo romper con los esquemas estéticos del Renacimiento e inició una concepción del espacio como elemento dinámico y envolvente. Y estos nuevos planteamientos no sólo los llevó a cabo a través de sus figuras sino también en el tratamiento dado a los enmarcamientos que determinan el ámbito espacial, siendo buen ejemplo de ello la pintura que hoy comentamos, La Escuela de Atenas. Realmente, y en pleno desarrollo de la ruptura clásica, es el marco arquitectónico el elemento configurador de todo el armazón compositivo basándose, en términos generales, en los modelos entonces planteados por Bramante para la Basílica de San Pedro.

 En 1508, y atendiendo a los deseos de su paisano Bramante, fue requerido por el pontífice Julio II para instalarse en Roma y realizar la difícil tarea de la decoración de las Estancias Vaticanas con diversas pinturas al fresco, circunstancia que dice y mucho de la sensacional precocidad de un pintor que por entonces contaba con veinticinco años de edad. Fueron cuatro las estancias que decoró Rafael: La de la Signatura, la del Heliodoro, la del Incendio y la de Constantino, contando para esta ingente tarea con la colaboración de discípulos como Julio Romano y Francesco Penni. (Estos concluyeron la última estancia a causa de la temprana muerte del maestro). Esta labor tuvo ocupado a Rafael entre 1509 y 1517 y supuso la consagración definitiva del artista quién, despojándose ya de toda raíz quattrocentista, supo asimilar el humanismo y el amor hacia la antigüedad que ya se respiraba en la Roma de comienzos de siglo XVI.

 La Estancia de la Signatura fue la primera de las cuatro que el papa Julio II ordenó decorar a Rafael. Con La Escuela de Atenas, motivo elegido para tal finalidad, Rafael sintetiza la idea del saber filosófico y científico en el momento del clasicismo renacentista. Las figuras centrales representan a Platón y Aristóteles, los más grandes filósofos de la antigüedad. Platón (Retratado como Leonardo) señala con su dedo índice al cielo expresando el mundo ideal, mientras Aristóteles se opone a ello exponiendo su mano hacia la realidad tangible que nos rodea. Con esta escena, Rafael no ha podido resumir de mejor manera el compendio filosófico de los dos grandes maestros de la Grecia Clásica. También se pueden localizar en el fresco a otros destacados filósofos como Zenón, Heráclito (Retratado como Miguel Angel en la figura barbuda del primer plano), Parménides, Epicuro… Retratados todos con los rostros de artistas de la época. El ideal cultural de la Roma de Julio II, esto es, la unión de la época clásica y renacentista, aparece así expresada a la perfección. Además, en el fresco se dan cita todas las artes: Se pintan esculturas de Apolo y Minerva, seres mitológicos que alegorizan distintos aspectos del saber, y el marco arquitectónico, de colosales proporciones, es un guiño a Bramante quién por esos años estaba enfrascado en la construcción de la nueva Basílica Romana. Técnicamente, el maestro hace gala de una magistral sabiduría en el tratamiento del color que, con la combinación de luces y sombras, ayuda a clarificar la complejísima escena. El fresco supone un prodigioso equilibrio entre la composición estática del Quattrocento y el nuevo dinamismo que el artista imprime a la escena. Además, en muchas partes del fresco se puede advertir la tendencia del maestro al simbolismo — Fijaos bien en los grupos de los márgenes inferior derecho e izquierdo –. En ciertos aspectos, bien podría ser considerado Rafael como un precursor del Surrealismo atendiendo a esas composiciones simbólicas llenas de imaginativa ensoñación.

 En definitiva, una obra maestra que delata la precocidad de un artista tan joven que, como suele ocurrir en otros muchos campos de las artes, murió a temprana edad, como si su capacidad creativa corriese paralela a su acelerada trayectoria existencial. Por este artista reconozco sentir una devoción casi religiosa.