En 1865, cuando Napoleón III ocupaba el trono de Francia, un académico llamado Edouard de Laboulaye, al frente de otro grupo de personalidades, conspiraba para acabar con la monarquía y restaurar la república. Para ello, se concibió la idea de construir una estatua que simbolizase la libertad y expresara de igual manera la aprobación del régimen político imperante en los EEUU de América, tratando de estimular las simpatías entre esta nación y Francia. Laboulaye convenció a un joven escultor alsaciano, Frédéric-Auguste Bartholdi, para que se hiciera cargo del proyecto. No obstante, el escultor tenía en mente construir un faro para el Canal de Suez en forma de coloso femenino portando una antorcha como símbolo de la luz del progreso que iluminaría Asia. De cualquier manera, Bartholdi acogió con alborozo el proyecto de Laboulaye y para ello se fijó en el famoso cuadro de Delacroix La libertad guiando al pueblo. Por lo que respecta al rostro, Bartholdi tomó prestados los rasgos fisonómicos de su propia madre.

Fotografía de Ad Meskens

 El tamaño de la gigantesca estatua — 46 metros de altura sin contar con el pedestal y un peso aproximado de 229 toneladas — y su exposición al viento y a las inclemencias atmosféricas plantearon serios problemas a Bartholdi y a Gustave Eiffel, quien se encargó de construir un ingenioso armazón de hierro que se apoyaba en un poste central. Sobre esta estructura flexible se situó la capa exterior y visible de la estatua, con un grosor de algo más de 2 milímetros. Bartholdi empezó con una pequeña maqueta de 1,2 metros de altura y luego construyó tres más, cada cual más grande que la anterior, hasta crear la última y definitiva. Construida en París, fue presentada formalmente al embajador norteamericano el 4 de julio de 1884, fecha conmemorativa estadounidense, como regalo del pueblo francés a la nación americana. Posteriormente fue transportada en piezas hasta Nueva York para ser allí ensamblada sobre un gigantesco pedestal costeado por el gobierno norteamericano y que fue obra del arquitecto Richard Morris Hunt. Finalmente, fue descubierta por el presidente Grover Cleveland el 28 de octubre de 1886 ante las salvas de 21 cañones. Como el pedestal presenta una altura de 47 metros — uno más que la estatua — la antorcha se alza a una caída de 93 metros por encima del suelo. La cintura de la estatua tiene 10,6 metros mientras que la boca se extiende por algo menos de un metro. El brazo derecho que sujeta la antorcha mide 12,8 metros de longitud y el dedo índice 2,4. A los pies de la estatua yacen las cadenas rotas de la tiranía y en la mano izquierda lleva una tabla que representa la Declaración de la Independencia. La corona de siete rayos simboliza la libertad que se extiende a los siete continentes atravesando los siete mares. Su figura era la primera visión que tenían los miles de emigrantes procedentes de Europa que cada día llegaban a las costas neoyorquinas. Hasta 1902 funcionó como faro para los buques y en 1986 le fue sustituida la antorcha original — que actualmente se conserva en el museo del pedestal — por otra también fabricada en Francia. El acceso público hacia la corona — restringido desde los terribles atentados del 11-S de 2001 — se ha vuelto abrir en 2009 aunque de una manera muy limitada (Máximo de 240 personas al día). Contra lo que se pueda pensar, desde la corona no se ve ningún panorama de Manhattan — está orientada hacia el Sureste, hacia el Atlántico — y es imposible acceder a la antorcha. Sin lugar a dudas, la estatua representa una promesa de libertad y se ha convertido en un símbolo de los EEUU.