Sonó la alarma de mi teléfono móvil y me desperté un tanto abotargado, juramentándome no volver a trasnochar cuando, sea por el motivo que sea, deba madrugar al día siguiente. No hay cosa que más me satisfaga que levantarme bien temprano los sábados, sobre todo a partir de la primavera, y salir con la bici para realizar alguna ruta urbana de aproximadamente tres horas. Dependiendo de como me encuentre físicamente, acudo bien a El Retiro para ejercitar piernas y adquirir forma, bien hacia las afueras de la ciudad, por el norte, intentando aprovechar algunos tramos del famoso Anillo Verde Ciclista. Aunque, en última instancia, la decisión de elegir una ruta u otra depende del estado climatológico: Siempre será más fácil volver de El Retiro si te ves sorprendido por una repentina lluvia que hacerlo desde algún punto que diste unos 20 kilómetros de tu domicilio. Aquella mañana tenía mis dudas. El tiempo no parecía amenazar lluvia aunque la temperatura era más fresca de lo habitual para esas épocas del año. Quizá fue porque la madrugada anterior había soñado con un antiguo compañero de trabajo del que no tenía la más mínima referencia desde hacía unos diez años, en esas extrañas secuencias oníricas que mezclan las situaciones más absurdas y disparatadas que uno sea capaz de imaginar, pero el caso es que me decidí por completar una ruta larga y decidí acudir al barrio de Sanchinarro ya que cerca, en la Colonia Virgen del Cortijo, se ubicaba por entonces el centro de trabajo donde conocí al personaje que protagonizó mi sueño y que ya casi había borrado de mi memoria.

 Me equivoqué del todo en lo relativo a la indumentaria. El frescor de la alborada no se atenuó en ningún momento y mi atrevido polo de manga corta resultaba a todas luces insuficiente. Pasé frío, la verdad, cuando pedaleaba a lo largo de la calle de Arturo Soria, en dirección norte. Me encanta pasear a través del frondoso bulevar de esta calle, en sábado y a horas tempranas, cuando la circulación de vehículos es mínima y te permite manejar la bicicleta con soltura, sin mayores precauciones que las mínimamente requeridas al uso. Tras superar dos pronunciados repechos que ponen a prueba a cualquier aficionado de la bicicleta, se llega, por fin, al tramo final de la mencionada calle de Arturo Soria, para afrontar a continuación un peligroso y bacheado descenso en curva de derechas al que sigue un no menos dificultoso punto de intersección con salidas a la famosa M-30. Conviene estar atentos y esperar a que cierre el último semáforo para arrancar y atravesar la complicada intersección con un mínimo de garantías. Tras cruzar el punto más delicado del trayecto, con los ojos atentamente vigilantes hacia los dos lados, se llega a la travesía de Fuente la Mora, inconfundible por la estación de metro ligero que recientemente se ha inaugurado. Aquí espera otro fuerte repecho para desembocar en la entrada de la Colonia Virgen del Cortijo, en la confluencia de las calles Oña y Avenida de Manoteras. Dado que este punto se encuentra a una altitud superior, el frío comenzó a resultar más que molesto y, además, incrementado por repentinas y cortantes ráfagas de un viento que se me antojaba polar por momentos. Siempre que hago este recorrido tengo por costumbre parar junto a un precioso edificio que preside majestuoso el nuevo barrio de Sanchinarro y que debido a su peculiaridad colorística y al hecho de contar con un insólito patio central en mitad de la fachada, es conocido como la»Joya de Sanchinarro». Ahí, repongo fuerzas a base de barritas de cereal y frutas desecadas y de una bebida de las llamadas isotónicas. Pero aquella mañana, con el frescor impropio de las fechas, entendí que la parada iba a ser un suplicio y opté por aparcar la bici junto a la entrada del Bar Luna y tomarme un castizo café con churros, que si bien no es muy indicado para la actividad ciclista por su alto contenido en grasas vegetales, no es menos cierto que me apetecía para entrar un poco en calor y poder afrontar sin sobresaltos la dura vuelta a mi querido barrio de Salamanca vía Vicálvaro y Moratalaz, un rodeo que se hace aprovechando enteramente la calzada rosa del Anillo Ciclista.

 Me encontraba dando cuenta del segundo churro cuando el camarero, de manera un tanto socarrona, dijo:  — «Bueno, parece que los de la Vuelta Ciclista han decidido venir hoy por aquí…» –. En efecto; otro sufrido ciclista entraba por la puerta de bar con parecidos síntomas y pretensiones que las mías. Fue despojarse del casco y, al observar la cara de aquel individuo, quedarme de piedra. ¡ Era el antiguo compañero de trabajo con el que había soñado la noche anterior ! No había vuelto a tener noticias de él en casi diez años y allí se encontraba, vivito y coleando. Y tan sorprendido como yo al verme y reconocerme. Una vez que nos hubimos saludado con la merecida efusividad que tal inesperado reencuentro requería, me declaró, dejándome más helado aún de lo que ya estaba:  — «Es curioso, Leiter. No te lo vas a creer: Esta noche he soñado contigo… ¡Te lo juro! De hecho, nunca suelo venir por esta zona con la bici pero, como me recordó el sueño aquellos viejos tiempos cuando trabajábamos por aquí, me dije a mi mismo: Voy a dar una vuelta por Virgen del Cortijo y así compruebo in situ como ha cambiado la perspectiva del barrio con la construcción del nuevo PAU. Oye, ¡Vaya frío! He tenido que acudir al bar a tomar un cafelito para intentar entrar en calor… » —