Entrada dedicada a nuestro amigo FRANK AR

 Contra lo que puede suponerse en una primera aproximación hacia su figura, en muchos aspectos Leonard Bernstein fue un personaje muy tradicional musicalmente hablando. Antes del siglo XIX no existían directores de orquesta especializados y en la mayoría de los casos los compositores dirigían personalmente sus obras, a menudo delante de un instrumento que igualmente dominaban. Bernstein compuso, dirigió y se presentó como pianista. Ante el público fue un artista apasionado y eficaz, una estrella universalmente conocida gracias a los medios de comunicación. Pero al mismo tiempo, Bernstein tuvo la extraordinaria virtud de lograr una magnífica síntesis entre rigor artístico y sensibilidad popular. Si como compositor de musicales se consagró al entretenimiento de Broadway, al mismo tiempo supo entusiasmarse con las concepciones vanguardistas de Boulez o Berio. Y no sólo eso: Bernstein mostró una especial predilección por el enclave musical más conservador de Europa — Viena — y aquella fue una relación felizmente correspondida en la medida en que el público vienés adoraba a Bernstein. Además, Bernstein supo romper con el modelo establecido en su propio país, en donde lo habitual era atraer a artistas europeos. Muy pronto, Bernstein se destacó como el primer director de orquesta de categoría internacional nacido en los EEUU. Y por si eso no fuera ya del todo suficiente, Bernstein fue también un gran divulgador de la música, ya fuese con sus múltiples escritos sobre la misma o con un carácter más pedagógico y basado en la difusión mediática. Con todo, su figura es recordada, con toda justicia y merecimiento, como la de uno de los mayores animales musicales del siglo XX.

 Leonard Bernstein nació en Lawrence, Massachusetts, el 25 de agosto de 1918, en el seno de una familia judía de origen ruso que había emigrado a los EEUU diez años antes. De pequeño, Bernstein fue un niño de carácter retraído debido a sus continuos ataques de asma e infecciones respiratorias — sorprende el hecho de saber que posteriormente Bernstein fue un fumador empedernido, de dos y hasta tres cajetillas diarias — así como por la turbulenta relación que mantenían sus padres. Su talento musical se expresó por primera vez a los ocho años, edad en la solía acudir a casa de su tía para pasarse horas y horas pergeñando melodías delante de un viejo piano que allí se encontraba. Dos años después el destino quiso que ese mismo piano recalase en el domicilio familiar de Leonard, ya que su tía debió abandonar Boston y no pudo hacerse cargo del instrumento. A Bernstein ya no hubo quien lo alejara del piano. Venciendo poco a poco las iniciales resistencias de su padre (quería que Leonard sirviera en la empresa familiar o que estudiara para rabino) y tras unas breves lecciones por parte de la profesora Frieda Karp, el joven Leonard se las ingenia para trabajar en una orquesta de baile y así conseguir los emolumentos requeridos para acceder al Conservatorio de Boston. Allí estudió piano con Helen Cates, aunque la institución pareció quedársele pequeña ante sus extraordinarios progresos. Paralelamente, Leonard se gradúa con éxito en 1935 en la Boston Latin School y ello le permite acceder a la Universidad de Harvard (eso sí se lo costeó su padre) en donde adquirió grandes conocimientos en literatura y otras ramas humanísticas. En 1937, tras conocer a Aaron Copland, Bernstein tiene la oportunidad de tocar ante Mitropoulos en Harvard y éste, impresionado por el talento del joven, decide invitarle a los ensayos con la Sinfónica de Boston en donde Mitropoulos dirigía en calidad de invitado. Dos años después, tras finalizar con brillantez sus estudios universitarios, Bernstein dirige por primera vez una orquesta — la de la universidad — y logra estrenar una breve obra suya. Pero su padre estaba dispuesto a que Bernstein se incorporase de una vez al negocio familiar y abandonase la música, cosa que Leonard no aceptó. A duras penas — tras cortar el padre el flujo monetario — Bernstein sigue el consejo de Mitropoulos y se matricula en el Curtis Institute de Filadelfia, una de las escuelas superiores de música con mayor prestigio en América, para perfeccionar sus estudios. Durante los dos fructíferos años que allí permaneció, Bernstein tuvo como profesores a Fritz Reiner, Isabel Vengerova, Renée Longy y Randal Thompson.

 Recomendado por su profesor Fritz Reiner, Leonard acude a los cursos de dirección en Tanglewood y allí Koussevitzki le nombra su ayudante en 1942. Liberado ya de sus obligaciones de estudiante al concluir sus enseñanzas en Filadelfia, Bernstein parte para Nueva York y trata de obtener dinero dando clases de piano. Un año más tarde logra suceder por enfermedad a Bruno Walter y ofrece un concierto con la Filarmónica de Nueva York en el que obtiene un gran éxito de público y crítica. Sin embargo, la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial hizo reducir notablemente la actividad musical entre los jóvenes norteamericanos. Con todo, el nuevo director de la Filarmónica de Nueva York, Arthur Rodzinski, le contrata como ayudante en la orquesta y los ingresos económicos de Leonard empiezan a ser elevados en relación con lo que había percibido en cualquier anterior trabajo. Fritz Reiner le invita a dirigir la Sinfónica de Pittsburgh en 1944 y allí Bernstein consigue estrenar su Sinfonía Jeremías. Al poco, Koussevitzki le ofrece la Sinfónica de Boston para dar también allí la misma obra. Tras una serie de conciertos con la Filarmónica de Nueva York en calidad de ayudante — dirigía siempre para sustituir a última hora a algún director indispuesto — Bernstein dimite del cargo en 1945 y acepta el ofrecimiento de director titular de la Sinfónica de la Ciudad de Nueva York, fundada en 1944 por Stokowski. En los tres años que se mantuvo como titular de esa formación, Bernstein se distinguió por establecer una programación que mezclaba a los grandes clásicos con las mejores obras contemporáneas de Stravinski, Bartok o Hindemith, artistas por entonces poco populares para los aficionados norteamericanos. La fama de Bernstein empieza incluso a cruzar las fronteras de su país y en 1946 debuta en Praga como invitado al mando de la Filarmónica Checa y posteriormente en Londres. A partir de 1947, Bernstein alterna sus compromisos con la Sinfónica de la Ciudad de Nueva York con numerosas actuaciones como invitado con las mejores orquestas estadounidenses. Finalizada su asociación al disolverse la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Nueva York en 1948, Bernstein aprovecha el llamamiento de Koussevitzki para convertirse en el principal director invitado de facto de la Sinfónica de Boston al tiempo que viaja hasta Israel para dirigir la Orquesta de Palestina, embrión de la futura y más conocida Orquesta Filarmónica de Israel. En 1948 debuta en Munich y, pese al gran éxito del concierto, Bernstein declara que no volvería a actuar más en Alemania. Lo mismo le sucede en Viena (la guerra estaba aún muy reciente y aquello influía sobremanera en un judío como Bernstein). Lo cierto es que, afortunadamente, aquellas dos negativas promesas se rectificarían con el tiempo. Entre 1948 y 1949 asume la asesoría musical de la Filarmónica de Israel y con ello demuestra su apoyo incondicional a la causa del pueblo judío.

 El 4 de junio de 1951 fallece Sergei Koussevitzki y, pese a que el director ruso había manifestado en repetidas ocasiones que deseaba a Bernstein como sucesor, lo cierto fue que los directivos de la orquesta se decantaron por Charles Munch. Con todo, Bernstein sí sucedió a Koussevitzki en el departamento de dirección de orquesta del Berkshire Music Center, puesto que ocupó hasta 1955. También en 1951 Bernstein contrajo matrimonio con la costarricense — en otras biografías señalan que en realidad era portorriqueña — Felicia Montealegre, a quien Bernstein había conocido en la residencia de Claudio Arrau. Entre tanto, Bernstein también aprovechaba para estrenar sus propias obras, como la ópera Trouble in Tahití (Universidad de Brandesi, 1952)  y la comedia musical Wonderful Town (Broadway, 1953). Ese mismo año y estando de gira de conciertos por Italia, dirige en La Scala de Milán Medea de Cherubini ante la repentina enfermedad de Victor de Sabata. Bernstein no se sabía la ópera y se la tuvo que aprender mediante el envío urgente de una partitura. Por si no fuera poco, una tal Maria Callas actuaba en el papel principal. El éxito fue apoteósico y desde entonces la puertas de La Scala siempre permanecieron abiertas para Bernstein, un compositor que fue poco dado a dirigir ópera pese a que sus incursiones en dicho género musical siempre se saldaron con rotundos éxitos.

 El año de 1957 resulta especialmente significativo para la trayectoria artística de Bernstein. Por un lado, se estrena la que posiblemente sea su obra más popular como compositor, el melodrama West Side Story, con texto de Arthur Lawrence. De esta misma obra se realizó posteriormente una versión cinematográfica dirigida por Robert Wise y el propio Bernstein compuso una suite orquestal de la obra que desde entonces forma parte del repertorio de las principales salas sinfónicas del mundo. Por otro lado, también en 1957 Bernstein es nombrado director titular de la Filarmónica de Nueva York, al principio junto con Mitropoulos, y desde 1958 como director único. Durante los once años que ocupó este puesto Bernstein realizó una enorme labor plasmada en 942 conciertos, la mayoría de ellos en Nueva York, pero también muchos en Sudamérica, Europa, URSS, Medio y Extremo Oriente. El número de asistentes al Carnegie Hall y más tarde a la sala de conciertos del Lincoln Center subió como la espuma. Bernstein era un tipo de director que despertaba simpatías como ningún otro y por ello el público siempre le ovacionó sin reservas. Supo aprovechar su gran popularidad — también debida a sus programas divulgativos de música en la CBS — para abrir paso a la música contemporánea y especialmente a la de autores norteamericanos como Copland, Ives, Cowell, Foss, Piston y William Schuman, entre otros. También en este punto se marcó un alejamiento respecto a la hasta entonces tácita supremacía de los europeos en la vida musical americana. Que en lo sucesivo la música norteamericana se representase más en Europa tuvo su origen, y en muy alto porcentaje, en las iniciativas de Bernstein. Referente a otros aspectos, Bernstein amplió sobremanera su repertorio en los años de Nueva York y gran parte del mismo fue llevado al disco (pocos saben que Bernstein fue el primero en grabar el ciclo sinfónico de Mahler). Su repertorio abarcó desde Haydn hasta Shostakovich pasando por Sibelius y Falla. En algunos de sus programas y grabaciones, especialmente en Mozart y Shostakovich, también brilló el Bernstein pianista. Posiblemente en aquella etapa neoyorquina, no hubo en el mundo de la música una personalidad tan apasionada y polifacética como Bernstein. En 1969 Bernstein abandonó su puesto en la Filarmónica que posteriormente fue ocupado, tras un breve interregno de Szell, por Pierre Boulez, un hombre radicalmente distinto y de temperamento contrario. Bernstein declaró por entonces que ello obedecía para dedicar más tiempo a la composición. De cualquier manera, ninguna de sus creaciones logró el éxito de West Side Story, una obra con la que ganó muchísimo más dinero en concepto de derechos de autor que la suma total de lo obtenido a lo largo de su vida por su actividad de director, pianista, presentador y contratos discográficos.

 A finales de los años setenta del siglo pasado las relaciones de Bernstein con Europa se hicieron mucho más sólidas. La Orquesta Filarmónica de Viena, tradicional enemiga de emparentarse con directores permanentes, colaboró con una inusual regularidad con Bernstein. La Wiener se sentía muy a gusto con Bernstein y bajo su batuta ofreció una exitosa gira en 1984 por todo el mundo, incluidos los EEUU. Fue entonces también cuando empezó una grata asociación entre el director norteamericano y el sello Deutsche Grammophon, colaboración que dio pie a un buen puñado de grabaciones absolutamente referenciales (particularmente exitoso fue el binomio producto de la colaboración con el emergente pianista polaco Krystian Zimerman). El día de Navidad de 1989, Bernstein dirigió en Berlín un memorable concierto en donde se interpretó la Novena de Beethoven como parte de la celebración de la reciente caída del Muro de Berlín. En esta versión, Bernstein cambió la palabra Freude (Alegría) por Freiheit (Libertad), simple anécdota que fue increíblemente criticada por los mismos que silenciaron los tradicionales desmanes interpretativos, musicalmente mucho más graves, realizados en Beethoven por directores que parecían gozar de patente de corso para interpretar la música del sordo de Bonn. El 19 de agosto de 1990, Leonard Bernstein ofreció su último concierto sinfónico en Tanglewood y dirigiendo a la Sinfónica de Boston. En medio de la actuación sufrió un repentino ataque de tos que por poco obliga a suspender el concierto. Menos de dos meses después, el 14 de octubre de 1990, Bernstein fallece en Nueva York como consecuencia de una insuficiencia respiratoria múltiple. Para muchos, entre quienes me incluyo, Bernstein ha sido el mayor talento musical surgido en los EEUU a lo largo de la historia. Su variado y polifacético espectro como músico así lo avala.

 Existen ciertos aspectos sobre la forma de hacer música que adoptó Bernstein que resultan criticables en la misma manera de lo que puede decirse del resto de las estrellas de la dirección orquestal y de su recepción por el público. En Bernstein, la grandiosa personalidad de su figura se interponía entre el oyente y la obra y acaso aquello era lo realmente fascinante. Bernstein nunca se fundamentó en los valores de museo de la música, sino que en multitud de ocasiones necesitó de una nueva interpretación vivificadora y quizás sensacional. Por mucho que lo ilusorio y aparente también entre en juego, la actualización personal de obras maestras tiene un contenido auténtico, ya que la música no es nunca un objeto fijo y concluido; por el contrario, la música es una realidad que siempre puede adoptar un nuevo aspecto. Bernstein, de tal manera, fue un artista persistente en la visión subjetiva y se reveló, a pesar de toda la continuidad de sus premisas interpretativas, como un artista del instante con una capacidad asombrosa de reacción espontánea y cambio. Su máxima fue la de convertir siempre la música en un acontecimiento.

 La arrebatadora fuerza de los conciertos ofrecidos por Bernstein se debía en buena parte al efecto óptico de su estilo de dirección orquestal. Bernstein bailaba como un derviche al son de la música que creaba y no eludía ningún recurso corporal posible en aras de la energía musical. Sus célebres saltos sobre el podio constituían el elemento más llamativo de un chamán ferviente y al mismo tiempo excesivo. Con respecto a esas singularidades, Bernstein solía comentar que él no se daba cuenta de lo que hacía sobre el podio cuando dirigía, ya que él se dejaba arrastrar por la música. Pero, sin duda, esos llamativos efectos no estaban calculados para asombrar al público, sino que resultaban fundamentales para producir unos efectos sonoros determinados en la orquesta. Las formaciones con las que Bernstein trabajó nunca vieron en el director norteamericano a un fantoche o a un charlatán; por el contrario, se dejaron entusiasmar gustosamente por la musicalidad siempre ardiente, impulsiva y penetrante que nunca llegaba a desfallecer. No hay mejor manera de ejemplificar este dato con la estrecha colaboración que Bernstein sostuvo en sus años finales con la Filarmónica de Viena, posiblemente la formación orquestal más tradicionalista del mundo. Bernstein se ganó a los músicos vieneses y también, asunto ciertamente complicado, al conservador público vienés. Si la Wiener Philharmoniker tuvo un director de facto a lo largo de los años ochenta del pasado siglo, ese no fue otro que Leonard Bernstein.

 La desenfrenada y vital musicalidad de Bernstein se manifestó mucho más en vivo que en su música grabada. El norteamericano nunca fue un director de pulido perfeccionamiento en sus grabaciones discográficas y en este aspecto se vio superado por Karajan, Szell o Solti. Pero resulta que Bernstein nunca persiguió la creación de grabaciones discográficas modélicas, sin impurezas, con la pretensión de que alcanzasen un valor ficticiamente eterno. En todo su hacer musical siempre hay algo espontáneo, improvisado, atisbado y sentido en el instante. Sus numerosos registros con la Filarmónica de Nueva York fueron en muchas ocasiones superados en lo relativo a sus técnicas de ejecución. No obstante, sus últimas grabaciones realizadas con la Filarmónica de Viena muestran a un Bernstein mucho más acústico y refinado. En muchas ocasiones, a Bernstein se le calificó como el Mendelssohn del siglo XX en un símil que venía a resultar la unión en su persona de director y compositor, la universalidad de un músico total que educó al público con firme determinación. Tras la muerte de su mujer, Felicia, en 1978, el estilo de dirección de Bernstein se volvió más denso y pesado, con un dibujo de los contornos más poderoso y preciso que antes. Esto se notó de una manera especial en las pocas óperas que dirigió, sobre todo al final de su vida, y que llegaron a ser modelos de trascendencia artística.

 Leonard Bernstein fue una personalidad, y no sólo en el terreno estrictamente musical, peculiar allá donde las haya habido. Su imagen, en determinadas ocasiones, era tan poco ortodoxa que causaba algún que otro escándalo. Así, solía acudir a ciertos ensayos enfundado en un chándal deportivo y tocado por una gorra beisbolera. Pero no sólo eso: Aparte de subir al estrado de ensayos con los bártulos de la partitura orquestal y la batuta, también se hacía acompañar de su inseparable cajetilla de cigarrillos y de una botella de whisky si la ocasión lo merecía. Con todo este desparpajo, el rendimiento que sacaba a las orquestas en los ensayos era realmente espectacular. Esta frivolidad siempre fue contestada por Bernstein a su manera: –«¿Frivolidad? ¿Como persona o como músico? ¿O como intérprete? Pues que sepa que me siento enormemente orgulloso de mi música frívola. Haydn, Mozart y Schubert también escribieron música maravillosamente frívola y me siento inmensamente feliz de unirme a esa pandilla… Aunque ellos lo hacían mucho mejor que yo, claro»—  Bernstein fue un ferviente defensor de la causa judía y, a título privado, visitó la práctica totalidad de los centros en donde se desarrolló la cultura hebrea a lo largo de los siglos. Cuentan que en más de una ocasión se le vio en el barrio judío de la ciudad de Gerona como un turista más y acompañando a un grupo de norteamericanos de la tercera edad. Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, Bernstein dirigió en un campo de concentración cercano a Munich a los supervivientes de una orquesta que había entretenido a los oficiales nazis durante la contienda. Lo curioso fue que en las tres primeras filas se hubieron de sentar los componentes de la orquesta nazi de Munich — la Orquesta Filarmónica de Munich tiene una muy turbia y negra historia durante los tiempos del nazismo — que no quisieron perderse la actuación del norteamericano. En el plano más estrictamente personal, Bernstein acabó aceptando su bisexualidad — más que su homosexualidad — y en 1976 abandonó a su esposa para irse a vivir con su compañero Tom Cothran. Al año siguiente regresó de nuevo con su mujer, aunque ésta no tardaría en fallecer como consecuencia de un cáncer de pulmón. El matrimonio tuvo tres hijos, James, Alex y Nina, pero ninguno de ellos ha seguido con profundidad la carrera musical de su padre.

 Madrid, 30 de octubre de 1984: Aquella mañana, la fila de asistentes que intentaban conseguir una entrada para el concierto de Bernstein — primera actuación en Madrid — con la Filarmónica de Viena daba la vuelta a toda la manzana en donde se ubicaba el Teatro Real. Yo tuve suerte. Siempre intento conservar y cuidar a los amigos que más me pueden ofrecer y en esta ocasión mi perseverancia halló premio. Tenía entrada y además de entresuelo. Por la tarde comenzó el concierto, un acontecimiento que trascendió los límites musicales hasta el punto en el que allí se dieron cita todo tipo de personajes políticos y sociales, miembros de la familia real incluida, para ver a Bernstein. La mitad de los personajillos del mundo del glamour que por allí pululaban no tenían la más mínima idea de quién era Bernstein; sin embargo, cientos de estudiantes del Conservatorio se quedaron sin conseguir entrada. La política manda. El concierto comenzó con una insufrible versión del Himno Nacional Español tocada a pie y en primera vista por los filarmónicos. Luego llegó una deliciosa interpretación de la Sinfonía Haffner de Mozart seguida de un extraño Divertimento del propio Bernstein que provocó algún silbido final que fue silenciado — censurado — por toda la crítica. La segunda parte fue un prodigio: Un tal Krystian Zimerman paró los relojes del Real con su memorable interpretación del Concierto para piano nº2 de Brahms, grandiosamente acompañado por el mejor Bernstein imaginable. Atronadora ovación final y mi querido amigo que me indica: –«Ven, acompáñame. Ahora o nunca. Bernstein no va a ofrecer propinas… Aprovechemos ahora»– Nos vamos saltando los fuertes controles de seguridad mediante la salvífica tarjeta de mi amigo, acreditación que relacionaba la visita de Bernstein con la empresa encargada de organizar el evento. Nos situamos frente a la salida de camerinos y la entrada al escenario. De lejos, veo entrar y salir repetidamente a Bernstein y Zimerman al escenario en medio de unas ovaciones que no parecen tener fin. Suena de nuevo el Himno Nacional y por la salida van apareciendo posteriormente todos los profesores de la orquesta. Mi amigo, con la acreditación bien visible, se lanza a por Bernstein y me lleva de la mano. No me lo puedo creer, pero tengo a Bernstein justo delante de mí. Se le nota cansado y muy sudoroso, pero ello no impide que me ofrezca su mano tras serme introducido por mi amigo. Con mi pobre inglés, le hago saber que me ha encantado su acompañamiento orquestal del concierto de Brahms, especialmente el movimiento lento. Bernstein no parece entenderme e inclina su cabeza al tiempo que pone su mano sobre mi hombro. Ahora sí me entiende y me comenta que con la Wiener es muy fácil trabajar. Nos retiramos, ya que por allí empezaba a aparecer la marabunta. La impresión que me ofreció Bernstein en ese fugaz contacto fue la de un maestro, la de un educador, la de una persona que no establece filtros sociales en sus conversaciones. Pero, sobre todo, me pareció un ser que transmitía seguridad por los cuatro costados, una especie de héroe de cómic. Y, por descontado, tenía expresión de ser «muy buena gente».

 Dentro del inmenso legado discográfico de Leonard Bernstein podemos seleccionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Concierto para clave, BWV 1052, de Bach, junto a Glenn Gould y dirigiendo la Orquesta Sinfónica Columbia (SONY 93089); Adagio para cuerdas de Barber, dirigiendo la Filarmónica de Los Ángeles (DG 471737); Música para cuerdas, percusión y celesta de Bartok, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 60730); integral sinfónica de Beethoven, dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 218502); los 5 Conciertos para piano de Beethoven, junto a Krystian Zimerman y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 435467); selección de Oberturas de Beethoven, dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 423481); Missa Solemnis de Beethoven, junto a Moll, Schwarz, Moser y Kollo, y dirigiendo la Orquesta del Concertgebouw (DG 469546); Sinfonía Fantástica de Berlioz, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 60968); selección de su propia obra dirigiendo distintas orquestas (SONY 727988) y algún ciclo de canciones que da nombre a un conocidísimo blog de la red; integral sinfónica de Brahms, dirigiendo a la Filarmónica de Viena (DG 415570); los 2 Conciertos para piano de Brahms, junto a Krystian Zimerman y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 415359); Interludios marinos de Britten, dirigiendo la Sinfónica de Boston (DG 431768); Sinfonía nº9 de Bruckner, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 47542); la integral sinfónica de Chaikovski, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 87987); Connotations de Copland, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (DG 431672); Images de Debussy, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 47545); Obertura de Carnaval de Dvorak, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 60563); Variaciones Enigma de Elgar, dirigiendo la Sinfónica de la BBC (DG 413490); Sinfonía en Re de César Franck, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 57548 — fabuloso Bernstein en el vídeo); Rhapsody in Blue de Gershwin, con Bernstein tocando y dirigiendo la Filarmónica de Los Ángeles (DG 439528); selección de Sinfonías de Haydn, dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 445554 — con genial repetición de Bernstein en el vídeo); Sinfonía nº2 de Ives, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 60202); The Unanswered Question de Ives, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 90390); Sinfonía Fausto de Liszt, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 47570); la integral sinfónica de Mahler, dirigiendo a Filarmónica de Nueva York (Excepto Octava con la London Symphony – SONY 89499); La Canción de la Tierra de Mahler, junto a Ludwig y Kollo, y dirigiendo la Filarmónica de Israel (SONY 42201); Sinfonía nº4 de Mendelssohn, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 61843); Ave Verum de Mozart, junto a la Sinfónica de Radio Baviera (DG 431791); Requiem de Mozart, junto a Ewing, Hadley, McLaughlin y Hauptmann, y dirigiendo la Sinfónica de Radio Baviera (DG 427353); Concierto para piano nº15 de Mozart, interpretado por el propio Bernstein y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DECCa 467123); selección de las últimas sinfonías de Mozart, dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 48602); Una noche en el monte pelado de Mussorgski, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 60693); Sinfonía nº5 de Prokofiev, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 47602); Pedro y el lobo de Prokofiev, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 46712); Concierto para piano en Sol de Ravel, interpretado por el propio Bernstein y dirigiendo la Philharmonia Orchestra (IDI 6538); La Valse de Ravel, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 60565); la integral sinfónica de Schumann, dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 453059); Sinfonía nº5 de Shostakovich, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 61841); Sinfonía nº1 de Sibelius, dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 435351); Requiem de Verdi, junto a Veasey, Arroyo, Domingo y Raimondi, y dirigiendo la Sinfónica de Londres (SONY 47639); diversos fragmentos de óperas de Wagner, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 47644 — el trombón inicial está completamente desafinado); y finalmente, selección de Oberturas de Von Weber, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY 47601 — ligeros cortes en el vídeo). Nuestro humilde homenaje a este excepcional y grandioso MÚSICO.