* Acuarela sobre papel
* 25 x 23 Cms
* Realizada en 1502
* Ubicada en la Graphische Sammlung Albertina, Viena

 Si exceptuamos a Leonardo, es difícil encontrar en torno a 1500 a un artista en el que fluyan con luminosa intensidad los más diversos intereses artísticos, científicos y literarios. Alberto Durero destacó en el panorama artístico europeo de la época por sus múltiples facetas, entre las que su actividad de pintor no fue seguramente la principal. Durero fue ante todo un grabador de una calidad absolutamente excepcional. Pero también fue pintor, acuarelista, dibujante, platero e inspirador de plateros. Y no sólo eso: Durero fue además matemático, viajero, cronista y corresponsal. No es de extrañar entonces que entre tanta y tan diversa actividad, sea realmente complicado definir el arte de Durero por etapas o ciclos. Por otra parte, su lenguaje global resultó muy cambiante e incluso contradictorio en ocasiones. Inicialmente formado como platero en el taller de su padre, Durero fue moldeando un carácter artístico marcado por el fuerte conocimiento del trabajo artesanal, por un ineludible afán por lo minucioso y detallista, y por una consecuente tendencia a la expresividad y virtuosismo formal.

 Durero fue uno de los primeros artistas alemanes que viajó hasta Italia cuando dicha peregrinación no era todavía una esencial obligación en los artistas nórdicos. Allí se interesó por la obra de Carpaccio, Mantegna y especialmente por la de Giovanni Bellini. La influencia de estos artistas fue considerable pero más como estímulo al pintor para desarrollar su propia personalidad que como conversión espiritual al arte veneciano. Durero realiza algunos grabados copiando a Mantegna y a Bellini, pero sus coincidencias con ellos van a ser del todos escasas ya que el artista alemán no hablaba en ese lenguaje. Durero sólo aprovechó para sí algunas de las ideas. Al regresar a Nuremberg, realiza unas acuarelas en las que exhibe un destacado sentido espacial de la naturaleza y una peculiar atención para la luz, características que sin duda asimiló — o, más bien, matizó — de su estancia transalpina.

 Cuando Durero regresó de este primer contacto italiano en 1495, llevaba ya en sus espaldas un gran madurez y beneficiosos conocimientos que le permitirán entregarse a importantes trabajos. Siguiendo a Michael Wolgemut, pintor e ilustrador muy respetado, Durero también asimiló las influencias no italianas que el impacto del Renacimiento provocó en muchas de sus obras. Paralelamente, tampoco descartó del todo las teorías del humanismo renacentista italiano. Con ello, supo añadir a toda esa mezcla una dosis de ingenio y una garra especial que obtuvo a través de la línea. Gracias a su amistad con el elector de Sajonia, Federico III el Sabio, Durero logra dar un extraordinario impulso a su incipiente carrera como artista aceptando el encargo de aquel para su castillo de Wittenberg. El éxito de aquella obra — un tríptico — le sirvió para formar un taller y trabajar por cuenta propia. Hasta el año 1500, y gracias a su creciente celebridad, Durero va a desplegar una enorme actividad que le reportará grandes beneficios económicos. Implica a su propia esposa en esta empresa, haciéndole acudir a las ferias de Nuremberg y de otras ciudades para vender sus copias. Es esta la época de sus grandes trabajos en xilografía, posiblemente las primeras obras maestras del autor, y la de sus inconfundibles acuarelas con figuras de animales, como la de la Liebre que hoy nos toca comentar.

 En esta portentosa acuarela destaca el famoso monograma AD, señal ineludible de que no se trata de un estudio preparatorio sino de una obra acabada. La Liebre presenta una imagen tan atractiva que cuesta dejar de mirarla aunque no se sepa explicar muy bien el por qué. Contra la opinión antaño generalizada, esta acuarela no se trata ni mucho menos de un simple dibujo científico pese al derroche de meticulosidad exhibido por Durero. Al contrario, la magia de esta obra reside en que la luz dorada que ilumina al animal desde la izquierda proyecta una fantástica sombra tan desconcertante como peculiar. Esa luz, que parece poner de relieve la punta de todos y cada uno de los pelos, acaricia la oreja plegada e infunde vida al ojo. De esta manera, y de forma tan extraordinaria como original, da la sensación de que es el propio animal quien contempla al espectador y no al contrario. Toda la minuciosidad del hijo del platero queda aquí manifiesta con unos meticulosos trazados del pelaje del animal que evidencian prolongados períodos de observación y que conectan directamente con el arte de los primitivos flamencos nórdicos aunque, eso sí, teniendo en cuenta que estamos hablando de otro tipo de técnica, la acuarela, frente al óleo. Precisamente, el hecho de que esta singular obra de arte esté plasmada en papel concede un todavía mayor relieve a su impecable factura. En pocas ocasiones podremos contemplar tanta excelencia en tan reducido soporte, tanto derroche de creativa personalidad en una simple hoja de papel. Su observación directa multiplica los admirables efectos desatados en base a una sencilla ilustración. El 8 de marzo de 2005, la famosa Liebre de Durero llegó al Museo del Prado, junto con casi un centenar de obras, como consecuencia de un convenio firmado con la Albertina vienesa. La polémica estuvo servida desde el primer momento, ya que la televisión austríaca denuncia que el préstamo temporal es del todo ilegal. El original de la obra estuvo expuesto sobre bajas condiciones lumínicas durante todo el período en que duró la exposición para evitar su deterioro, pese a que en un primer momento se adoptó una solución de compromiso en la que dicho original estaría sólo expuesto durante cuatro semanas para ser luego reemplazado por una réplica. La afluencia de público al Museo del Prado hasta el 29 de mayo, fecha de la clausura de la exposición, fue de las mayores que se recuerdan. Todo el mundo se quedó boquiabierto al contemplar la famosa Liebre. No podía ser de otra manera, claro está.