10 diez peores vuelos

Vivencias de los 10 diez peores vuelos que he tomado

Bueno, ya están aquí las vacaciones y muchos de vosotros estaréis prestos a tomar un avión para llegar a vuestros destinos favoritos. Ya os he comentado alguna vez que la aviación es una de mis pasiones «secretas» y que incluso tengo acreditados conocimientos aeronáuticos. Nunca aspiré a ser un admirado piloto de líneas aéreas debido a que soy más miope que Rompetechos… Pero siempre me he interesado por cualquier cacharro que es capaz de levantar su panza sobre la ras del suelo. Debido a cierta contingencia padecida este año — melanoma nodular en fase III-B con ulceración — y al fatigoso tratamiento que habré de recibir durante al menos un año — Interferón a dosis altas — resulta que este año no puedo viajar como de costumbre a Benalmádena en septiembre, ya que a primeros de ese mes o últimos de agosto comienzo un festival de idas y venidas diarias al hospital para que me apliquen ese raro batido del que dicen que sirve para inmunizar mi cuerpo ante posibles reproducciones del bicho. En fin, dado que soy un hombre malo y envidioso, os voy a dejar mi experiencia como pasajero en diez vuelos «inolvidables» que padecí en aquellos tiempos en los que yo era un joven apuesto que viajaba a lo largo y ancho de este mundo. Esta entrada tiene como intención el que no paséis ningún miedo cuando subáis en esos aparatos que consiguen desafiar la ley de la gravedad (je, je…). Recordad siempre que el trayecto en taxi, bus o metro hasta el aeropuerto es estadísticamente más peligroso que tomar un vuelo en sí. Y si aún así seguís teniendo miedo a volar, entrad durante un par de minutos en algún toilette de la aeronave y poneos a «cuatro patas». Lo digo en serio. Vuestra mente recordará ancestralmente los tiempos pretéritos de nuestros antepasados primates cuando así caminaban por el valle del Rif y de esta manera os liberaréis de cualquier miedo irracional a volar aún sin daros cuenta (Esos primates daban saltos y se colgaban de los árboles. No sentían miedo a las alturas). De esta manera estimularéis ese gen protector que aún conservamos de ellos. Otro método es que os pongáis unos auriculares y escuchéis alguna composición de John Cage o Stockhausen. No sé si la música os tranquilizará, pero el sueño soporífero lo tenéis asegurado. Eso sí, no seáis brutos y no toméis un whisky mezclado con una Biodramina, que es lo que yo hacía en vuelos de larga duración cuando me encontraba cansado… Así estoy yo tan achacoso de salud en estos presentes días. Bueno, pues ahí os dejo mi lista de los diez vuelos más inolvidables que he vivido como pasajero. No siguen ningún orden cronológico.

1- ZAGREB – PARÍS: Compañía JAT de antigua bandera yugoslava – Boeing 727-200 – Verano de 1983: Nunca sabré lo que ocurrió en el interior de aquel avión, pero al poco de despegar el comandante anunció algo en croata o sabe Dios qué idioma y la gente se puso a conversar de manera muy acelerada y nerviosa. Como no se dio ninguna explicación en inglés y ningún vecino de butaca lo sabía, me quedé con la sospecha. Tras menos de media hora el avión inicia el descenso y los comentarios de la gente fueron ganando en intensidad a cada alocución de la azafata en su idioma. De pronto aterrizamos — no podía ser París dada la escasa duración del vuelo — y por las ventanillas del aparato leo: FERIHEGY-BUDAPEST… Salimos del avión — algunos pasajeros conversaban de manera verdaderamente encolerizada — y luego de esperar sobre las pistas algo más de una hora (No vino ningún coche-jardinera a recogernos) volvimos a subir al aparato y nos largamos tranquilamente, ahora sí, a París. En ningún momento observé que personal aeronáutico revisara la nave exteriormente. Algo raro ocurrió pero nunca me enteré. Ya en París pregunté a un empleado del aeropuerto de Orly si él tenía noticias de lo que había sucedido en el vuelo que acabábamos de abandonar y el buen hombre me miró de mala cara por atreverme a hacerle una pregunta en inglés y no en su galo idioma.

2- LOS ÁNGELES – NUEVA YORK: Compañía TWA – Lockheed TriStar L-1011 – Año 1994: Desde la ventanilla de la terminal mostré mi entusiasmo al contemplar que íbamos a abordar en un modelo de aeronave que yo sólo conocía por fotos (Los aficionados a la aeronáutica somos como niños en este tipo de ocasiones). En aquella época ya estaba prohibido fumar en los vuelos interiores de EEUU y las más de cuatro horas que duró el mismo fueron insufribles para mí, sobre todo cuando terminé de dar cuenta de la bandeja de comida — no fue mala ni mucho menos — que amablemente nos sirvieron a medio trayecto. La aeronave aquella debía tener sus años debido al descuidado aspecto que presentaba la cabina del pasaje, con algún que otro desconchón más que visible y numerosos arañazos en algún respaldo de asiento. Iniciando la aproximación a Nueva York comenzaron los problemas. Aquel trasto se movía como una vaca mareada hacia los dos lados, delatando fuertes alabeos correctores por parte de la tripulación. El día era claro y no se observaban nubes o lluvia a través de las ventanillas. Aquello siguió moviéndose en vaivén a lo largo del eje longitudinal de la nave y algunos pasajeros agarraron la mano de sus mujeres. Como yo iba solo, como siempre, me dio por agarrarme con fuerza a los brazos del asiento, ante la cara de pavor de la viejecita que se sentaba a mi lado. En una de estas, el avión pega un bote y notamos un vertiginoso descenso acompañado de un aliviador ascenso. Por la fila central de asientos — era una nave de fuselaje ancho — comencé a escuchar frases como: Oh, my God!, Yeahhh! ó Wow!  En estas, advierto ya la cercanía del suelo y me tranquilizo al ver la pista a toda velocidad. Por fin aterrizamos. Pero lo «bueno» fue que el contacto fue tan brusco que saltaron algunas mascarillas de oxígeno de la parte superior de los asientos. Parecía un circo aquello. El avión se detuvo y respiré hondo, como el resto de pasajeros… No, no fue muy agradable mi bautismo como pasajero del TriStar.

3- FOZ DE IGUAZÚ – SAO PAULO: Compañía VASP de Brasil – Boeing 737-200 – Año 1991: Me dolía abandonar el incomparable marco de las Cataratas de Iguazú — un verdadero espectáculo — pero había que regresar a Sao Paulo. Era un vuelo relativamente corto de duración y no presentaba mayores novedades. De cualquier forma, en el despegue aprecié que la nave se encabritaba mucho para lo que yo estaba acostumbrado, aunque recordé las viejas palabras de un conocido amigo mío piloto quien, pese a no haber nunca manejado un 737, decía que era un avión que tendía a encabritarse en los despegues. Fuera de esa anecdótica incidencia, al llegar a las proximidades de Sao Paulo se observaba un tiempo lluvioso y acompañado de ráfagas de viento que ladeaban constantemente el aparato (Aunque sin los excesos del caso anterior del TriStar). Ya en corta final, contemplo vagamente alguna silueta de aviones estacionados en el aeropuerto de destino cuando de pronto los motores empiezan a zumbar con estrépito y la nave gana de nuevo aire. Fue mi primera frustrada como pasajero y os aseguro que no me resultó agradable en absoluto. El ruido de los viejos motores del 737 rugiendo imprevistamente y la sensación de que aquello no iba a poder aterrizar consiguieron asustarme por momentos (Muy pocas veces he pasado miedo en un avión). Ya de nuevo en el aire, todo el mundo se comentaba acerca de lo ocurrido y yo, más presumido que un ocho, dije que no pasaba nada, que era una aproximación frustrada. Al siguiente intento el avión aterrizó con normalidad. Con posterioridad supe que un modelo de esa compañía se dio una piña en Rio Branco en 2003, aunque afortunadamente sin víctimas.

4- ESTOCOLMO – BARCELONA: Compañía IBERIA – MD-87 – Año 1993: El vuelo estaba programado a primera hora de la mañana y a poco no llego al Aeropuerto de Arlanda por equivocarme en mis cálculos. Es un aeródromo que está situado a unos 50 kilómetros de la capital sueca y llegué muy apurado de tiempo. Debido al madrugón que me había dado tras una noche de juerga y desenfreno, estaba bastante cansado y opté por cerrar los ojos nada más acomodarme en la butaca de la aeronave. Tras un despegue en donde el comandante se debió dejar la suela del zapato aplicando pedal contrario a la dirección del enorme viento racheado, no tardaron en servirnos la bandeja del desayuno. Sólo me tomé un café, al final, y me dispuse a reclinar la cabeza para dormir. En estas, mi solitaria butaca de acompañante se ve invadida por un señor de unos cuarenta años que únicamente se había lavado el pelo cuando le bautizaron de niño. Me empieza a decir que él es también español y que llevaba mucho tiempo viviendo en Suecia. Yo apenas le hago caso y opto únicamente por sonreír con los ojos medio cerrados. El tipo no advierte mi desgana conversativa y comienza a explicarme las diferencias entre el idioma noruego y el sueco… Decido ser del todo descortés y apago definitivamente los ojos en un acto de abierta disconformidad visual no sólo con su insufrible perorata, sino con su «olorosa» compañía. No hay manera. Aquel individuo no se da por vencido y decide emplear la técnica del codazo contra mí para subrayar sus sentencias: –» ¿Y el danés? Bueno, bueno… Ese idioma no hay quien lo entienda… Se comen todas las vocales al hablar…»– En vista de que aquel paisano no me dejaba dormir, solicité a la azafata un vino. Al depositármelo sobre la bandeja compuse un cómplice gesto que ella entendió: –«Señor, tiene cara de cansado. Tal vez quiera acomodarse en un asiento libre que está al final de la cabina…»– Hasta allí que me voy en un desesperado intento de deshacerme del pesado aquel. Sin apenas probar el vino — era una excusa para alertar a la azafata de mi molesta compañía — vuelvo a cerrar los ojos. Estaba relajado y feliz, en un estado previo al sueño, cuando noto un empujón en mi codo izquierdo: –«Hombre… ¿Qué hace usted aquí tan solo? Vengo para orinar y resulta que está ocupado el toilette. Me sentaré mientras a su lado para hacerle compañía…»–  Sólo media hora después de que el ocupante del toilette hubiera dejado libre su acceso, aquel pelmazo por fin se decidió a entrar en el mismo atendiendo a mis suplicantes indicaciones: –«Joder, entre usted ya en el lavabo no sea que alguien lo vuelva a ocupar. Como decía usted que se estaba meando…»– El tipo entra y una atenta azafata viene en mi auxilio: –«Disculpe, vengo observando cómo ese señor parece perseguirle allá por dónde usted va… ¿Quiere que le diga que le deje a usted en paz? No, no, si eso no supone ningún problema para mí… Estamos acostumbradas a estas situaciones… Espere, tengo una idea mejor. Le diré a ese señor si quiere visitar la cabina de mando y…»– Cinco minutos después estaba YO en la cabina de mando, sentado sobre el trasportín derecho, y observando los manejos del aparato. Finalmente no pude descansar nada durante aquel vuelo pero al menos me enteré de cómo se realiza una aproximación a la pista 20 del aeropuerto de Barcelona. La azafata, graciosísima, les contó a los pilotos mi situación y estos no me dejaron abandonar el cockpit hasta que la misma azafata confirmó que aquel pasajero había abandonado las dependencias del avión ya estacionado frente a la terminal. Excelente y cómplice servico de IBERIA a bordo. Verdaderos profesionales.

5- ESTAMBUL – MADRID: Compañía turca THY en vuelo operado por tripulación rusa y avión ruso de la compañía ACTIVE AIR – Tupolev Tu-154M – Año 1995: Me sorprendió encontrarme con ese tipo de avión en una compañía turca que no era la establecida en el billete, esto es, THY, la aerolínea de bandera turca. Estos vuelos de código compartido no eran muy habituales en aquella época y era del todo desconocido para mí que la aerolínea THY tuviera una subsidiaria — ACTIVE AIR — con aviones y tripulaciones rusas. Si el avión estaba sucio por fuera, por dentro lo estaba aún más. Era palpable que venía de realizar algún vuelo y que no había dado tiempo a limpiarlo a fondo. Todo ello concordaba con el hecho de que el vuelo oficial de THY llevaba un retraso acumulado de tres horas y media. El Tupolev-154 es un aparato bastante sonoro para el pasajero durante la fase de despegue y aún más si dichos pasajeros se encuentran ubicados en la popa del fuselaje, como era mi caso. Así fue y a poco se me revientan los oídos durante el mencionado procedimiento. Muchos de los pasajeros a bordo eran turistas españoles que venían de disfrutar de unas vacaciones en Turquía y durante el vuelo se sucedieron las tertulias con más de la mitad del pasaje levantado y fumando sin complejos. Entre el humo acumulado — no parecía funcionar muy bien el sistema de renovación de aire — y la suciedad palpable de la aeronave, no hubiera estado de más subir al avión con mascarilla. Tras una cena que no invitaba mucho a ser digerida, comenzó la procesión de visitantes a la cabina de mando. Como yo nunca había estado en la cabina de un Tupo me apunté a ello. Nada más entrar me quedé estupefacto: El comandante se estaba fumando un mini-purito con total tranquilidad. Pero aún más insólito resultó observar como a través de uno de los bolsillos de la chaquetilla de piloto que se encontraba colgada en una especie de perchero sobresalía el tapón de una conocida marca de whisky. Se lo debían estar pasando muy bien en la cabina los tres tripulantes — también se ubicaba allí un ingeniero de vuelo delante de un aparatoso panel que parecía de los años cincuenta — ya que no paraban de reírse de lo que supongo que serían chistes en ruso. Eso sí, amables, sobre todo el ingeniero de vuelo, como ellos solos. Me dieron hasta ganas de obsequiarles con alguna propinilla en forma de billete de diez dólares dado el aspecto transparente de sus desgastadas camisas y de los sospechosos brillos que emitían sus pantalones. Me apercibí de que los tres andaban muy justitos con el manejo del inglés. Y esta sospecha mía fue acrecentándose a medida de que comenzamos a dar vuelta y más vueltas sobre el nocturno cielo de Madrid a la espera de ser autorizados para aterrizar (Yo estaba pensando: Estos tipos no entienden nada y no hay forma de que se enteren de que ya están autorizados). Por fin el avión se quedó a oscuras del todo y los motores comenzaron a revolucionar como suele ser habitual en la senda de planeo. Si los flaps al desplegarse hicieron un ruido muy sospechoso y lejanamente parecido al de una taladradora, el espectáculo llegó cuando salió el tren de aterrizaje: El sonido producido en su última fase de despliegue fue descomunal y atemorizó a más de un pasajero. Con estas, me temí una toma dura. Todo lo contrario, el avión se posó como una pluma ante mi sorpresa, aunque el ruido de las reversas casi me provoca un soponcio del susto. No se puede negar que aquel vuelo fue del todo animado.

6- ZURICH – MOSCÚ – ZURICH: Compañía SWISSAIR – MD-88 – Año 1987: Esta ha sido una de las historias más rocambolescas que me han sucedido nunca, independientemente de que se trate de un tema aeronáutico. Las malas compañías nunca son buenas consejeras cuando una cuestión relevante está en juego. Pero ÉL me juró y perjuró que era posible viajar hacia Moscú sin visado previo — si el viaje se realizaba de forma imprevista — y una vez allí era muy sencillo obtenerlo en las dependencias aeroportuarias de Sheremetievo. Así lo hice y abordé en el avión helvético con pasaporte pero sin visado. Algún miembro de la tripulación me advirtió durante el vuelo de lo insólito de mi circunstancia y no me auguró nada bueno. Incluso el sobrecargo me indicó que cómo era posible que me hubieran dejado acceder sin visado al avión. Llegamos a Moscú a media tarde y empezaron los líos. No me dejaron pasar a la zona de aduanas y un par de policías soviéticos me retuvieron en una habitación. Como ellos no sabían inglés ni yo ruso, las cosas no se aclararon en ningún momento. De pronto llegó un tipo que chapurreaba algo de español: –«Está usted en situación ilegal. Aquí no se despachan visados… No, no, introduzca usted ese dinero en la cartera. No es eso precisamente lo que quiero decirle… Pero, vamos a ver… ¿Usted a que viene a Moscú? ¿Qué significa eso de que aquí tiene a un amigo de un amigo suyo que es pianista…? ¿Tiene usted algún tipo de contrato con alguna entidad cultural soviética?»– Me entraron escalofríos de comprobar en el lío en que me había metido gracias a los «sabios» consejos de mi AMIGO suizo. Total, que sin saber cómo y porqué, me vi de nuevo metido en el avión de SWISSAIR. El comandante en persona me advirtió, de forma educada, que había sido expulsado de la URSS y que debía correr con los gastos del vuelo de vuelta a Zurich. Le manifesté que no tenía dinero suficiente para pagar el pasaje y entonces tomó datos de mi pasaporte, aunque afortunadamente me lo devolvió. Durante cierto tiempo llegué a tener un serio contencioso con SWISSAIR que finalmente terminó al no recibir más noticias de éstos (Espero no recibirlas ahora de nuevo si leen esto). El viaje de vuelta fue muy tenso, con casi todo el avión vacío, y renuncié a la comida que me ofrecieron en la bandeja (Entre otras razones porque era la misma del viaje de ida). Total, que salí de Zurich a las 15.30 y regresé a las 01.00 del día siguiente tras darme un paseo por las dependencias policiales del aeropuerto Sheremetievo de Moscú. Al día siguiente llamé a mi AMIGO por última vez en mi vida.

7- COLUMBUS (OHIO) – LAS VEGAS: Compañía AMERICA WEST – Airbus A320 – Año 1994: Todo transcurría con normalidad una vez dentro de la cabina del AIRBUS cuando al poco de cerrarse las puertas entró aquella señora monstruosamente obesa. Los dos únicos asientos libres del avión se encontraban, uno tras el mío y el otro a mi derecha. Como no podía ser de otra manera, aquella mujer tan enorme tomó plaza contigua a mi asiento mientras que quien debía ser su marido hizo lo propio en el de detrás. Amablemente, y viéndome terriblemente encajonado por aquella frondosa señora que ya invadía sin rubor los márgenes de mi butaca, solicité que su marido ocupase mi puesto para yo pasar — y respirar — al suyo. El tío dijo que no y que esas eran las numeraciones del billete (Muy propio de los norteamericanos… Pero a aquel hombre se le «vio el plumero». El destino había querido que, por una vez en su vida, aquel hombre pudiese viajar liberado de la carnosa y amenazante compañía de su más que gruesa mujer. Y yo fui el tonto de la película). Me era prácticamente imposible mover un sólo músculo desde mi asiento sin tocar a aquella mujer, con lo que volé con la sensación de sentirme literalmente asfixiado. Aquel vuelo estaba repleto de venerables matrimonios jubilados que iban a dejarse los ahorros del mes en los casinos de Las Vegas. A poco de comenzar el vuelo sentí una imperiosa necesidad fisiológica mayormente debida al trance por el que estaba pasando. Si la señora con trazas de ballena hubiese tardado un poco más en levantarse — se tomó más de dos minutos en proceder con dicha operación — me lo hubiera «hecho» allí mismo. Como sería su lentitud de movimientos que nada más salir del toilette del avión la señora todavía estaba de pie intentando recomponer su dilatada figura. Con el tiempo, aquella mujer intentó conversar conmigo y me preguntó que de dónde era, a tenor con mi extraño acento: –«I come from Spain…»– contesté. En esto, el marido se alza sobre el respaldo cabecero de mi butaca y me suelta: –«Oh, nice place! Last year we went to Puerto Rico and we liked too much»– Obviamente, se me olvidó el ripio de «Spanish FROM EUROPE». La verdad es que era un matrimonio entrañable y mucho más cuando la aeronave se empezó a agitar durante la aproximación final (Yo siempre creí que en un desierto se aterrizaba sin mayores problemas). Aquel derroche de carne femenina comenzó a palidecer, pasando del tono rosáceo de su rostro a uno cada vez más cadavérico. Me confirmó sus miedos cuando pregunté:– «Panic to fly?»– Durante uno de aquellos toboganes que estaba efectuando el avión, la mujer emitió un sonoro chillido y agarró su mano izquierda a la mía. Si llega a apretar más me rompe todos los huesos de la misma. El marido se limitaba a comentar por detrás, con cierta sorna: –«Not american plane, bad plane»– Llegados a Las Vegas, sentí una bocanada de aire fresco no ya al bajar del avión — todo lo contrario; hacía un calor endemoniado — sino cuando aquella superlativa señora y su marido se despidieron de mí con la más absoluta cordialidad y educación.  –«I hope we´ll see again in Las Vegas during next days…»– Tan sólo acerté a contestar en español: –«Dadas las peculiares circunstancias de su esposa, no creo que resulte difícil…»– Nunca en mi vida me he sentido más enclaustrado durante un vuelo.

8- MÉXICO, D.F. – MADRID: Compañía IBERIA – Boeing 747-200 – Año 1994: Lo confieso: Subí al avión en un estado que sólo se puede calificar como de ebrio. Me había despedido de mi amiga Malena horas antes en un hotel — el FIESTA AMERICANA de la Zona Rosa — y comprobé con enorme dolor que esa mujer era una de las pocas que me había querido de verdad a lo largo de mi vida. Asumió mi partida y lloró en silencio porque me amaba. Yo me quedé en el bar del hotel con la sensación de no saber muy bien si mi regreso a Madrid era lo más conveniente. Yo también quería a Malena, pero no hasta el punto de casarme y quedarme a vivir con ella en México para siempre. Y todas estas divagaciones solitarias me las iba planteando tras tomarme una tras otra «cuba-libre» acodado en la barra de aquel bar que se había convertido en el centro de operaciones durante aquella estancia mía en México. Los hombres a veces somos tan cobardes que sólo sabemos encararnos con una silenciosa botella en vez de tener la valentía de enfrentarnos con una mujer de verdad. En fin, que subí a bordo del Jumbo bastante «cocido» y con deseos de dormitar nada más despegar el avión. A consecuencia de un tremendo golpe que había sufrido unos días atrás en Acapulco y que me había lesionado severamente una costilla, la compañía aérea tuvo a bien, luego de ser informada por mí de dicho percance, de reservarme un asiento al final sin ocupantes contiguos para que pudiera tumbarme durante el vuelo (No «coló» mi solicitud de upgrade gratuita — pasarme a una clase superior — pero al menos conseguí algo). Le comenté a la azafata que no quería cenar, que estaba muy cansado y que deseaba dormir nada más despegase el avión para afrontar de esa onírica forma las más de diez horas que habría de durar el consabido vuelo. Y la verdad es que el vuelo resultó toda una delicia para mí aunque no tanto para los pasajeros más próximos a mi ubicación. Al despertarme, ya cerca de Madrid — había dormido diez horas de un tirón — observé como todo el mundo me miraba y al tiempo que se hacían comentarios nada edificantes sobre mi persona. Una azafata me dijo con excesiva ironía: –«¿Ha dormido bien el señor?» — Un tanto extrañado contesté: –«Divinamente…»– La azafata puso cara de póker: –«Pues intente otra vez no subir tan bebido a un avión; sus ronquidos desde aquí, la popa, se podían escuchar hasta en la cabina de pilotos del piso superior… ¡No ha dejado usted dormir a nadie durante el vuelo!» — Ante mi expresión horrorizada, la azafata quiso ser más indulgente conmigo: –«Bueno, no queda mucho para llegar a Madrid. ¿Desea que le sirva un café? Le vendrá bien después de la resaca…»–  Miré mi reloj: –«Son las once de la mañana… Hora mexicana. En España deben ser entonces las cinco de la tarde… ¡Mejor un whisquito, azafata!»– Para chulo yo. De cualquier manera, a partir de ese instante mi cara se mantuvo en constante rubor por lo inconscientemente acontecido, vapores etílicos aparte. Nada más llegar a Madrid telefoneé a Malena y por poco no vuelvo a tomar un nuevo vuelo hacia México esa misma noche… En fin.

9- VIENA – MADRID: Compañía AUSTRIAN AIRLINES – MD 82 – Año 1992: Todo iba bien y el vuelo transcurría sin mayores problemas. Pero había una excepción que a la postre resultó decisiva para convertir ese vuelo en una experiencia del todo «inolvidable». Resulta que había muchos fumadores que no consiguieron obtener asiento en la antaño zona reservada para estos humíferos menesteres y luego de dar cuenta de la bandeja con la merienda se desataron las pasiones, o mejor dicho, el incontenible «mono» de querer prender un cigarrillo y no poder así hacerlo. Yo siempre he sido muy respetuoso con este tipo de normativas — ya no fumo tanto como antes — y soy consciente de que las reglas están para cumplirse. Pero otros pasajeros que viajaban junto a mí no lo debieron ver de una forma tan meridianamente clara. Se formó tal tapón en la cola del avión — zona habitualmente reservada a fumadores — que el comandante avisó por radio de que nadie podía permanecer de pie en los pasillos (La gente salía de su asiento de no fumador y allí que se largaba para liarse un pitillo). Los acontecimientos se precipitaron cuando un señor que estaba sentado justo detrás de mí inició la siguiente conversación: –«¡Joder, ahora que me iba yo a levantar para fumarme un pitillo! Es que estas cosas no pueden ser… ¡Si a bordo del avión viajamos 100 personas que fuman y 30 que no lo hacen no resulta lógico entonces que reserven sólo 30 plazas de fumador! ¡Debería ser al revés!» — A todo esto, alguien contesta: –«¡Tiene usted razón! ¡Yo ahora mismo voy a prenderme un cigarrillo y si a alguien le molesta que se joda! Todas las personas que están a mi alrededor fuman…»– Un tercero de las filas opuestas se suma a la rebelión: –«¡Yo ya me he encendido un pitillo y nadie me ha dicho nada!»– Empiezan a sonar los «clicks» de los mecheros y en ese momento dudo si en encenderme yo otro ante la frase de mi compañero de asiento: –«¿A usted le importaría que yo me fumara un cigarrito?»– En esto, surge la voz del pasajero justo delante de mi asiento, una voz de inconfundible acento argentino: –«Esteee»– dirigiendo su mirada hacia mi compañero de asiento –«Si vos osás en prender tabaco suscribo una reclamación ya mismo»– En ese momento observo que ese señor pulsa el botón de llamada a la azafata. Mi vecino, quien ya había prendido el pitillo y le había dado una calada por debajo del asiento, lo apaga ante la velada amenaza del pasajero de delante y esconde la colilla entre su cartera. Llega la azafata, con cara risueña, y se pone a conversar con el señor de delante. Entonces alza su mirada y nos mira a mi vecino y a mí buscando la prueba del delito. Acto seguido, vuelve a dirigirse al señor de delante: –«Sorry, sir, I do not see anybody smoking here…»– La chica se marcha arrascándose la nariz y en esto surge el vozarrón del pasajero de detrás nuestro: –«¡Oye, tú, chivato de mierda! ¿Qué pasa? ¿Que vienes a España para jodernos a los demás? ¡Para eso quédate en tu puta tierra!»– Aquellas intolerables palabras me indignan y me revuelvo desde mi asiento: –«¡Por favor, señores! ¡No pasa nada! Un señor se ha quejado porque le molesta el humo y ya está!»– Buena la hice. El señor de detrás se levanta de su asiento y se dirige hacia nuestra fila con aires amenazantes: –¡Tú no te metas en este tema! — para a continuación dirigirse donde se hallaba ubicado el señor con acento de voz argentino: –«¡Qué pasa, chivato! ¿A que no tienes cojones para llamar a la azafata delante de mí?»– El señor de acento argentino se levanta de su asiento ante la afrenta y en eso se escuchan voces por todo el fuselaje: –«¡Sí, ha sido ese el que se ha chivado! ¡Argentino tenía que ser!»– Se llega a producir un pequeño forcejeo entre el airado señor y el de acento argentino. Me vuelvo a poner de pie: –«¡Por favor, señores, ya basta! ¡Estamos en un avión!»– A todo esto vienen las azafatas y el sobrecargo con llamativas expresiones de terror: –«Quiet, please, quiet! Keep on your seat!»– El resto del vuelo transcurrió de forma más calmada aunque aún se podían escuchar expresiones por lo bajo de claro acento xenófobo. Me sentí completamente avergonzado por mi condición de español durante el resto de ese vuelo ante la incalificable conducta de algunos de mis compatriotas con el señor de acento argentino. Fue uno de los momentos más desagradables que he vivido a lo largo de mi existencia.

10- SAO PAULO – RIO DE JANEIRO: Compañía VARIG – DC-10-30 – Año 1991: Aquella tarde-noche me encontraba especialmente sensibilizado por todo y este corto vuelo, de apenas 45 minutos, contribuyó aún más a elevar mi pesimismo existencial. Una gran tormenta eléctrica asolaba las proximidades del aeropuerto paulista de Guarulhos y sabido es que un servidor presenta cierta fobia a este determinado meteoro atmosférico, especialmente cuando oscurece y el brillo de rayos y relámpagos se aprecia aún mejor. Me tocó un asiento frente a ventanilla, en el margen izquierdo, de la aeronave por la que siento una mayor predilección: El tan a veces injustamente denostado DC-10, un trirreactor que me seduce por sus formas tan elegantes. Es una lástima que su sucesor, el MD-11, haya tenido escaso éxito comercial. Yo estaba convencido en que tardaríamos en despegar debido a los extraordinarios y cercanos rayos que podían contemplarse a través de la ventanilla. Pero no fue así: Tras el obligado pushback, el aparato comenzó a carretear por la pista de rodadura. El despegue se produjo en medio de una fortísima lluvia y me pareció que duraba una eternidad. El tremendo ruido de los motores acelerando y una creciente vibración inferior, como si alguna rueda estuviese pinchada, me hizo pensar por momentos que aquel intento de despegue sería abortado. No fue así y tras unos segundos que me resultaron interminables — comparado con otros despegues en una aeronave similar, éste me pareció mucho más largo en trayectoria — el reactor empinó la nariz y se fue al aire. Respiré tranquilo… Pero entonces comenzó un festival de botes y vaivenes que provocó las «delicias» del pasaje. Aquel bicho se movía en cualquier vector imaginable de su eje de coordenadas y parecía estar luchando por estabilizar su trayectoria vertical de ascenso. Yo también estaba asustado, la verdad, pero mucho más por los enormes relámpagos que se podían ver desde la ventanilla que por el baile del avión. Pensé que aquello desaparecería alcanzada la altitud de crucero pero no fue así. El comandante advirtió que el vuelo se vería afectado en su totalidad por fuertes turbulencias y la luz de cinturones de seguridad permaneció todo el rato encendida. Eché un vistazo a mi alrededor y contemplé algunos rostros de verdadero pánico. Un señor mayor iba agarrado con sus dos manos a sus respectivos respaldos del asiento y con los ojos cerrados. Peor aún fue el descenso hasta Rio. Entonces sí que comenzó el avión a bailar como en una boite… Además, el grave y ronco sonido de los turbofanes de un DC-10 en fase de descenso no ayuda precisamente a relajar los ánimos cuando éstos se encuentran bajo mínimos. Yo no me explicaba cómo era posible que otra tormenta eléctrica también estuviese asolando las proximidades de Rio de Janeiro. A lo mejor viajó en paralelo a nosotros desde Sao Paulo. Resultaba emocionante contemplar los enormes fogonazos a través de la ventanilla mezclándose con el movimiento cada vez mayor del avión a escasos momentos de tomar tierra. Sinceramente, aquel no era el mejor vuelo posible para alguien aquejado de fobia a los aviones. El avión aterrizó con aparente normalidad aunque la toma fue un poco dura (También observé como el avión tardó un poco más en posarse una vez superado el número de pista que aparece pintado en el umbral de la misma). Yo también suspiré un poco cuando el avión se detuvo del todo frente al finger. A la salida, observé a gente que estaba rezando. Algunos lo pasaron realmente mal. Pero el DC-10 respondió a la perfección (Y su tripulación, claro).