Fragmento del Rollo de Isaías hallado en Qumran

 Cuando una mañana de invierno de 1947 el pastor Muhammad Ahmed el-Hamed arrojó una piedra a uno de los dos huecos que sobresalían de una roca sobre la que se había posado una de sus cabras, no fue consciente de que aquel sonido de cerámica rota que inmediatamente escuchó constituía el principio del mayor descubrimiento arqueológico del siglo XX. No cabe duda de que los manuscritos del Mar Muerto constituyen el documento bíblico más valioso jamás hallado y es fácil comprender el porqué: Esta biblioteca de más de 800 textos arroja una luz directa sobre el período crítico en que nacieron, hace más de dos mil años, el cristianismo y el judaísmo rabínico. En el año 70 de nuestra era los romanos destruyeron Jerusalén y su Templo, quedándose esa fecha como una muralla prácticamente impenetrable para los investigadores del judaísmo y del cristianismo primitivo. De las diversas corrientes de judaísmo que pugnaban por mantener su influencia mientras el Templo aún seguía en pie sólo sobrevivió el rabinismo que hoy en día conocemos, aunque un nuevo concepto de judaísmo transformado, el cristianismo, llegó posteriormente a dominar el mundo occidental.

 Los manuscritos del Mar Muerto proporcionaron a los estudiosos una gran biblioteca de más de 800 volúmenes que arrojan una luz directa sobre el judaísmo anterior al año 70. Entre todos estos documentos hallados en once cuevas cercanas al wadi Qumran desde 1947 hasta 1956 sólo unos pocos constituyen un único fragmento mientras que el resto no son sino minúsculos trozos que aún así facilitan una enorme información. Es evidente que se trata de los restos de una importante biblioteca de la antigüedad aunque aún se sigue discutiendo cuáles fueron los orígenes de dicha biblioteca y quién escribió los documentos. La tesis más extendida por los especialistas afirma que los documentos fueron escritos en un asentamiento cercano a Qumran aunque no resulta del todo descartable que dichos documentos procedieran originariamente de Jerusalén y que fuesen trasladados al lugar del descubrimiento para protegerlos de la destrucción romana. Se sabe, merced a minuciosas investigaciones y análisis, que los documentos fueron escritos entre el año 250 a.C. y el 68 de nuestra era, pese a que resulta muy probable que algunos fragmentos fuesen realizados con anterioridad.

 El período de la historia judía en el que se escribieron los manuscritos del Mar Muerto resulta sumamente complejo y está parcialmente documentado sólo en fuentes ambiguas. Los gobiernos eran inestables y con frecuencia incapaces de garantizar la tranquilidad social, por lo que los levantamientos violentos estallaban a menudo. Ya antes de la revuelta de los macabeos y del establecimiento de la dinastía de los asmoneos, la corrupción había llevado al nombramiento de sumos sacerdotes que no pertenecían al linaje sadoquita establecido por el rey Salomón. Consecuentemente, durante el período asmoneo empezaron a formarse numerosos grupos religiosos judíos, con frecuencia rivales, que compitieron por la influencia política y religiosa. Entre ellos cabe citar a los fariseos, los saduceos y los esenios, descritos por Flavio Josefo. Los fariseos fueron un grupo separado de la ortodoxia que se hizo muy popular entre las masas de fieles. Aceptaron tanto la ley oral como la escrita y configuraron la vida religiosa judía tal y como hoy en día la conocemos. Los saduceos constituían un partido sacerdotal y aristocrático que disponía de grandes riquezas y elevado poder político y militar. Su doctrina era mucho más estricta que la de los fariseos y no aceptaban ni la ley oral ni la resurrección futura. Por su parte, los esenios constituyeron el grupo menos numeroso y más cerrado de cara al exterior. Estaban gobernados por una organización muy estricta y presentaban una serie de normas rigurosas para la admisión. Existían numerosos grupos de comunidades esenias repartidos por todo Israel y uno de ellos habitó en las proximidades de Qumran. Este grupo, a tenor con las investigaciones, fue el que custodió y posiblemente compiló la biblioteca hallada en Qumran (las teorías del profesor Lawrence Schiffman sobre un hipotético origen saduceo de la secta de los manuscritos de Qumran están del todo descartadas).

 Los manuscritos del Mar Muerto pueden ser divididos, grosso modo, entre textos bíblicos — un 25% aproximadamente — y textos no bíblicos. Entre los textos bíblicos están representados todos los libros de la biblia hebrea, aunque sólo presenten algún fragmento, con la única excepción del Libro de Ester, curiosamente el único libro de la biblia hebrea que no menciona el nombre de Dios. Los textos no bíblicos son de una variedad notable y pueden ser subdivididos en diversos subgrupos, como himnos, salmos, comentarios bíblicos, literatura sapiencial, textos legales… Dentro de los textos bíblicos, el de mayor tamaño es el conocido como Rollo de Isaías, la recensión más antigua conservada del Libro de Isaías en la actualidad y anterior incluso al famoso Papiro Nash (un fragmento del siglo II donde se conservaba el hebreo bíblico más antiguo hasta entonces conocido). Por su parte, entre la enorme cantidad de textos no bíblicos encontrados en Qumran destacan los siguientes:

– El Rollo del Templo, el más largo y extenso manuscrito de todos los hallados. Merced a los estudios realizados sobre este enorme texto por el arqueólogo Yigael Yadin sabemos que el texto fue redactado entre los años 150 y 125 a. C. y que contiene largos pasajes del Pentateuco aunque relatados en primera persona por Dios mismo y no por Moisés. También contiene las instrucciones precisas para la construcción del Templo de Jerusalén no citadas en la Biblia aunque sí referenciadas en 1 Crónicas 28, 11-19: «David le dio a su hijo Salomón el plano de todo lo que tenía en su mente respecto de los atrios de la Casa del Señor (…) Todo esto conforme a lo que el Señor había escrito de su mano para que todo el trabajo se hiciera de acuerdo con el plan». También contiene los conocidos como Estatutos del Rey, de igual manera no descritos en la Biblia pero sí referenciados en 1 Samuel 8, 11 y siguientes: «… Sobre los derechos y deberes del rey que él [Samuel] escribió en un libro que puso ante el Señor». El contenido del Rollo del Templo también se refiere a la Ley y a la observancia de fiestas. Todo el monumental contenido de este rollo ha dado pie a que el destacado investigador alemán Hartmut Stegemann concluya que el Rollo del Templo no fue sino un sexto libro de la Torá perdido durante 2.500 años y constituido por material rechazado cuando fue establecido el canon oficial del Pentateuco a mediados del siglo V a. C. bajo la influencia de Esdrás.

– El Documento de Damasco, cuya historia es realmente rocambolesca: A finales del siglo XIX se descubrieron en una genizah — almacén de escritos inservibles — de una sinagoga de El Cairo un par de ejemplares fragmentarios de un documento que databa de la Edad Media. Cincuenta años después de aquel hallazgo en la sinagoga cairota, en las cuevas de Qumran se encontraron al menos nueve copias fragmentarias de ese mismo documento. El contenido del texto es fundamental para comprender la historia de los esenios y su oposición a los jefes judíos de Jerusalén. Además incluye numerosas leyes relativas a la secta y en cierta medida aclara el contenido de otros importantes textos como el Comentario de Habacuc y el Manual de Disciplina. No deja de ser sorprendente que los documentos hallados en Qumran sirvieron para rellenar el incompleto texto del Documento de Damasco encontrado en El Cairo en 1897.

– El Rollo de Cobre, un documento diferente a todos los demás encontrados en Qumran y cuyo contenido no encaja fácilmente en las habituales categorías utilizadas para documentar las listas de manuscritos. Escrito en una delgada hoja de metal, el rollo pudo ser abierto sin sufrir daños gracias a los trabajos efectuados en el Manchester Collage of Technology. Redactado en un extraño dialecto hebreo de la región, el rollo presenta una lista de 64 lugares en los que se encuentran otros tantos tesoros escondidos que contienen grandes cantidades de oro y plata. De ser ciertas las cantidades descritas en los 64 emplazamientos, el volumen total de metales preciosos oscilaría entre 58 y 174 toneladas, una cifra realmente inconcebible. Obviamente nada de lo descrito ha podido ser encontrado y se piensa que dichas hipotéticas riquezas pudieran estar idealmente relacionadas con el Templo de Jerusalén. Lo más enigmático de este rollo es que presenta la existencia de una serie de letras griegas que no constituyen palabras ni abreviaturas conocidas. Tal vez esos grupos de letras fueron parte de una suerte de pictograma que tendría como función la de preservar el secreto de los escondrijos.

 A partir de 1950 se empezaron a publicar una serie de textos fragmentarios hallados en las distintas cuevas aunque el grueso de todo el trabajo, mayormente ubicado en la cueva número 4, tardó muchísimo tiempo en ver la luz y en consecuencia desacreditó todo el proyecto de publicación. Con ello, no tardaron en surgir las especulaciones que veremos más adelante y que incluso llegaron a sugerir un cómplice silencio colectivo ante las impactantes revelaciones que hipotéticamente podrían ofrecer algunos textos sobre los primeros tiempos del cristianismo. Para trabajar con los textos se reunió a un equipo profesional de jóvenes investigadores auspiciados por el gobierno jordano, ya que en aquella época Jordania controlaba Cisjordania y en consecuencia el enclave donde se hallaban las cuevas de Qumran. Por lo pronto, se acordó que ningún judío podía tomar parte en el equipo de investigación y se encomendó al padre Roland de Vaux, de la Escuela Bíblica Francesa de Jerusalén, la tarea de reunirlo. Así se hizo y el equipo fue formado por ocho investigadores de religión mayoritariamente católica. Pronto surgieron los problemas y el miembro alemán del grupo, Claus Hunzinger, no tardó en presentar la dimisión.

 Casi una década tardó el equipo de trabajo en reunir los fragmentos para posteriormente distribuir los aproximadamente 500 textos existentes entre ellos para su publicación. Aquello resultó un completo desastre al asumir los investigadores más trabajo del que podían realizar a lo largo de toda su vida. Tan solo John Allegro llegó a publicar su parte, pero de manera tan deficiente que el artículo que lo corrigió era aún mayor (curioso caso el del inglés Allegro: Años después este mismo autor concluyó en un estudio que Jesús de Nazaret había sido una simple seta alucinógena…). Con todo, fue Allegro el único que publicó sus textos, cosa que no se puede decir del resto de miembros del equipo. Durante las tres décadas siguientes el equipo llegó a publicar menos de un centenar de los 500 textos existentes y alguno de los investigadores falleció, cediendo torticeramente sus «derechos de publicación» a otros colegas de confianza. Ya en 1955, el influyente crítico cultural y literario norteamericano Edmund Wilson fue el primero en detectar algo sospechoso en la postura del equipo de investigación. La cosa llegó a tal punto que en 1977 el profesor Geza Vermes de Oxford afirmó que dicho proyecto de publicación era «el mayor escándalo académico del siglo XX». En 1985, la Biblical Archaeology Review emprendió una fortísima campaña para conseguir el libre acceso a los manuscritos del Mar Muerto y sólo a finales de esa década se consigue nombrar a un miembro judío, Emanuel Tov, en el equipo oficial de edición. Tal secretismo no hizo sino alimentar aún más las teorías conspirativas y ya en 1991 se produce un verdadero revuelo con la publicación en Inglaterra de un libro titulado El escándalo de los manuscritos del Mar Muerto de los autores Michael Baigent y Richard Leigh. Este libro, verdadero éxito editorial de ventas, alentaba la teoría de que el Vaticano ocultaba los manuscritos del Mar Muerto porque su contenido podría socavar las doctrinas fundamentales del cristianismo. Las llamativas tesis expuestas en este libro intentaron ser desmontadas por Hershel Shanks, a la sazón máximo responsable de la Biblical Archaeology Review, en un artículo cuya conclusión final afirmaba que el retraso de la publicación de los textos obedecía a motivos mucho más prosaicos que los de una conspiración, entre ellos el poder y obstinación de un círculo cerrado que controlaba una disciplina por la cual pasarían a la historia como autores de las primeras ediciones. Con todo, las tesis de Shanks no aludían a un aspecto fundamental muy bien documentado y argumentado en el polémico libro de Baigent y Leigh: La manifiesta incapacidad del grupo liderado por De Vaux para separar el estudio documental con la propia fe católica de cada miembro. Este dato, unido a un insoportable e injustificado retraso de las publicaciones, dio alas a los especuladores de que «allí se estaba ocultando algo realmente importante». Téngase en cuenta que otros manuscritos hallados en 1945 en Nag Hammadi, Egipto, aunque de menor cantidad y extensión, tardaron sólo once años en ser publicados y que durante su período de investigación, extraordinariamente dirigido por el profesor James M. Robinson, los textos circularon con total libertad entre los investigadores interesados. Las comparaciones, aunque odiosas, resultaron ineludibles (Sin embargo, la conspiración descrita en el libro de Baigent y Leigh bien que pudo servir para ocultar una conspiración aún mucho mayor sobre la que pende un enigmático silencio: La relación entre el reconocimiento por parte del Vaticano del Estado de Israel y la aparición en Jerusalén de unos osarios cuyas inscripciones sugieren la posibilidad de que fueran los restos de Jesús de Nazaret y su familia. Este episodio presenta tintes de película de espías, con agresiones, persecuciones e incluso el fallecimiento de un miembro del equipo de la BBC en circunstancias nunca del todo aclaradas).

 Todo el drama de la publicación concluyó el 19 de diciembre de 1991, fecha en la que la Biblical Archaeology Society publicó en una edición de dos volúmenes las 1.787 láminas del material bruto para el trabajo de la erudición. De esta manera quedó resuelto el problema del acceso a los manuscritos. Con todo, aún queda la posibilidad de que se descubran más manuscritos en la zona de Qumran y de hecho esta zona continúa siendo explorada por diversos equipos de investigación israelíes y europeos. Otra cuestión es que algunos manuscritos estén en manos privadas (cuando se descubrió el grueso de los mismos, muchos textos se pusieron a la venta al mejor postor por parte de los beduinos y su posterior recopilación fue una tarea en la que intervinieron incluso los servicios secretos de Israel y la CIA. Parece ser que algunos textos nunca se recuperaron). De hecho, John Strugnell, uno de los investigadores del equipo de traducción que acabó siendo cesado por sus violentos comentarios antijudíos y por su desmesurada afición al alcohol, afirma que existen al menos cuatro manuscritos inéditos que se conservan en Jordania en manos de banqueros. Este rumor lo confirmó también el antiguo director del Departamento de Antigüedades de Jordania, el inglés Gerald Lankester Harding, quien en su lecho de muerte confesó la existencia de tales manuscritos.

 Hasta el descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto, los ejemplos más antiguos de la recensión rabínica de la Biblia databan del período medieval. Gracias a estos manuscritos, algunos textos bíblicos que presentaban ciertas lagunas han podido ser ahora mejor comprendidos y estudiados. Uno de los casos más divulgados fue el relativo a un texto incompleto del Libro de Samuel — 1 Samuel 11 — que hace alusión al episodio del repentino ataque de Najás a Yabes de Galaad, una ciudad de Israel aliada con Saúl. El texto bíblico no ofrece explicaciones sobre los sorprendentes motivos del ataque, pero en un manuscrito encontrado en la cueva número 4 de Qumran que data del siglo I a.C. y que contiene una copia del Libro de Samuel aparece un largo pasaje — que no se encuentra en la Biblia — que explica las causas de dicho ataque. Las conclusiones a las que ha llegado el profesor Frank Moore Cross sostienen que dicho pasaje inédito fue eliminado de la Biblia por un simple descuido en el proceso de transmisión y que incluso Flavio Josefo lo había ya parafraseado en sus Antigüedades judaicas. En otras ocasiones, los manuscritos del Mar Muerto han servido también para resolver en parte algún enigma bíblico. Así, en Mateo 5, 43-44, Jesús de Nazaret se dirige a la multitud de la montaña con estos términos: –«Habéis oído que se dijo: Odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos»– Este fragmento resulta ciertamente enigmático ya que ningún texto judío contiene esa doctrina. Pero gracias a un excelente trabajo del profesor austríaco Kurt Schubert se ha podido demostrar que esas frases del Maestro de Galilea hacen exacta referencia a un texto que se encuentra entre los documentos hallados en Qumran y que pertenece al denominado como Manual de disciplina. Con esto damos paso a un tema muy controvertido y que no es otro que la relación entre los textos del Mar Muerto y el cristianismo.

 Uno de los mejores estudiosos sobre las relaciones entre el cristianismo primitivo y los manuscritos del Mar Muerto es el profesor James VanderKam de la Universidad de Notre Dame. Según sus consideraciones existen ciertas afinidades doctrinales entre los sectarios de Qumran y los primeros cristianos, si bien desmonta del todo las afirmaciones de otros autores — Robert Eisenman — que señalaban a Santiago, el hermano de Jesús, en Qumran así como aquellos que sostienen que en Qumran se llegaron a encontrar ejemplares del Nuevo Testamento. VanderKam concluye que muchas de las creencias y prácticas de la iglesia primitiva, consideradas únicas en otro tiempo, en realidad estaban ya prefiguradas en Qumran. En 1970, el jesuita y papirólogo español del Instituto Bíblico de Roma, José O´Callagham, conmocionó al mundo al afirmar que en la cueva número siete se habían encontrado textos griegos que contenían pasajes de Marcos, Hechos, 1Timoteo, Santiago y 1 Pedro. Casi todo el grueso de investigadores abandonó, sin embargo, la hipótesis de O´Callagham al basarse la misma en textos casi ilegibles que no coincidían enteramente con los textos propuestos. Otro autor, Dupont-Sommer, ha propuesto que la figura del Maestro de Justicia, quien ocupa un lugar destacado entre los documentos de Qumran, prefigura claramente a Jesús. Pero lo que resulta ciertamente curioso y enigmático es que en el Nuevo Testamento no se mencione nunca el nombre de los esenios. Algunos autores como Yigael Yadin han sugerido que sí aparecen, aunque con la denominación de herodianos. Por su parte, Geza Vermes afirma que los esenios, grupo judío con el cual los primeros cristianos tuvieron más puntos en común, no aparecen precisamente porque las controversias entre ellos y los cristianos fueron menores — comparadas con las de los fariseos y saduceos — y también porque los esenios nunca discutían con extraños. Pero aún más sorprendente, si cabe, es que el nombre griego de «esenios» no aparece ni en la literatura rabínica ni en los propios textos de Qumran.

 Por otra parte, Hershel Shanks alude a las semejanzas de un fragmento encontrado en la cueva número cuatro con un pasaje de la Anunciación del Evangelio de Lucas. En el documento de Qumran no se sabe ni quién habla ni de quién se habla, pero se dice que un individuo X será «aclamado como Hijo de Dios y será llamado Hijo del Altísimo». Este texto tiene una enorme importancia, ya que es la primera vez que la expresión Hijo de Dios aparece en un texto palestino no bíblico. Además, la más antigua recensión del Evangelio de Lucas, al igual que el resto de los evangelios, se ha conservado sólo en griego, una lengua que probablemente Jesús no habló. Ahora bien, ese fragmento procedente de las cuevas de Qumran está escrito en arameo, la lengua maternal de Jesús. Otro aspecto que ha sido muy investigado es el de la supuesta procedencia esenia de Juan el Bautista, tesis considerada por el profesor VanderKam y ampliada aún más por el eminente exégeta alemán Otto Betz. Según Betz, las relaciones entre la vida y las enseñanzas de Juan el Bautista, por una parte, y las enseñanzas de Qumran por otra parte son realmente semejantes. Sin embargo, el profesor Betz también analiza las diferencias entre ambos y concluye que Juan el Bautista fue probablemente educado en la comunidad de Qumran y vivió en ella durante su juventud, aunque poco después la abandonó para predicar su mensaje en solitario a las muchedumbres judías. Algunos autores — Messadié — también sostienen una hipotética vinculación de Jesús de Nazaret con los esenios debido a los usos terapéuticos que el Maestro de Galilea llevó a cabo durante su predicación. Ciertamente, los esenios atesoraban grandes conocimientos sobre medicina y técnicas curativas basadas en el consumo de plantas silvestres. Pero de ahí a asociar la figura de Jesús con los esenios media un mundo y el propio Maestro de Galilea se muestra muy crítico en ciertos discursos con los postulados que más se pueden relacionar con el hermetismo comunitario de Qumran. Otro aspecto, nada descartable, es que Jesús bien pudiera haber tenido contactos durante su juventud con esa secta de Qumran. Aunque también entra dentro de lo probable que Jesús, durante los años ocultos, pudo aprender técnicas médicas en Alejandría. Esto tan sólo es una hipótesis que trata de establecer una probable estancia de Jesús en Egipto durante sus años jóvenes y que simplemente se basa en el método dialéctico empleado por Jesús durante la predicación de su mensaje, muy similar al utilizado en las escuelas de Alejandría.

 Para concluir esta entrada, digamos que los manuscritos del Mar Muerto se conservan actualmente, en su gran mayoría, en el Santuario del Libro de Jerusalén, aunque también se guardan fragmentos en el Museo Rockefeller de Jerusalén y en el Museo de Antigüedades de Ammán, Jordania