Que Lula llegara a Presidente del  Brasil no estaba ni en la más optimista de las quinielas de los que decían conocer el pensamiento de los brasileños. Premio a la constancia, Luiz Inácio Lula da Silva accedió a la primera magistratura en 2003 luego de varios intentos. Hoy no hay analista ni periódico en el mundo que no le haya dedicado un párrafo en su editorial ponderando su gestión. De origen humilde, pasó por varios oficios y el mundo lo conoció como tornero y por  su militancia sindical. Posteriormente se incorpora al Partido de los Trabajadores desde donde accede a la Presidencia del Brasil. Asumió la presidencia sorprendiendo a propios y extraños, designando en su gabinete teóricos antagonistas a su pensamiento y cuestionado por ello por su partido. Dos objetivos claros de su pensamiento fueron establecidos desde el inicio y para ello no dudo en mantener políticas de su antecesor si servían para obtenerlos. Insertar a Brasil entre las economías más grandes y dinámicas del mundo y mitigar la pauperización de gran parte de la población fueron sus metas. A poco de finalizar su segundo mandato, Brasil discute de tú a tú con las grandes potencias. La pobreza no ha acabado y mucho se ha hecho con planes sociales, alfabetización, ayudas, becas… Pero  todavía queda bastante por hacer. Será difícil para quien lo releve en la presidencia alterar el rumbo por él establecido. En el camino recorrido, denuncias de corrupción, ataques personales y lobbies no pudieron torcer su accionar para cumplir con su ideario. Dejará la presidencia con indicadores de popularidad y aceptación poco igualados, tras dos mandatos, por otro gobernante en el mundo y desde afuera seguirá siendo referente tanto en Brasil como en organismos internacionales. Deja una herencia pesada para quien sea el próximo Presidente  del Brasil; poder superar su gestión no será tarea fácil cuando el camino trazado no se puede torcer.

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