moises de miguel angel

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 Miguel Ángel fue el arquetipo del artista universal que sobresalía en todas y cada una de las artes, arquitectura, pintura y escultura, amén de destacar también como un extraordinario poeta, autor de más de trescientos madrigales y sonetos. Cono escultor, Miguel Ángel sobrepasa el equilibrio ideal de los cánones grecorromanos en cuanto a expresividad y perfección, tal y como se puede apreciar en muchas de sus obras, especialmente en el portentoso Moisés. El soberbio cardenal Della Rovere, vuelto de nuevo a Roma y elegido papa con el nombre de Julio II, encarga a Miguel Ángel en 1505 la obra de su sepultura, un trabajo que supondrá un verdadero tormento para el inmortal artista de Caprese. Julio II, violento y extremado por naturaleza, proyectaba una sepultura gigantesca que habría de ser colocada en el centro de la iglesia empezada por Bramante, más o menos en el mismo lugar donde se encontraba el sepulcro de San Pedro. Más tarde aceptó un proyecto menos ambicioso según el cual su sepultura sería un monumento rectangular adosado al muro y proyectado en tan sólo tres fachadas. En las fachadas laterales habría nichos con estatuas de Virtudes y Prisioneros, de las cuales Miguel Ángel sólo llegó a ejecutar dos que actualmente se encuentran en el Museo del Louvre. En lo alto del monumento sepulcral, en el centro, se colocarían dos ángeles sosteniendo un simulacro funerario y cuatro profetas situados en los ángulos. Uno de ellos es el famoso Moisés, la única estatua de Miguel Ángel que habría de adornar la sepultura definitiva de Julio II en 1542, veintinueve años después de su fallecimiento.

 Para muchos especialistas, el Moisés es un autorretrato idealizado y a su vez un símbolo de los elementos que componen el cosmos, significando la barba el agua y los cabellos las llamas del fuego. La imponente figura de mármol, inspirada en el San Juan de Donatello, está dotada de una gran energía y expresa su asombro ante el esplendor de la luz divina. Destaca el minucioso detallismo del cuerpo y de los pliegues de la ropa, en una representación claramente neoplatónica que contrasta el lado derecho, lleno de serenidad e inspiración, con el izquierdo, en clara tensión afrontando los potenciales peligros. Los famosos y polémicos «cuernos» de la cabeza obedecen, según consenso mayoritario de los especialistas, a un persumible error de traducción bíblica, confundiendo los términos «cuerno» (Keren) con «rayo de luz» (Karan). Parece ser que la representación del Profeta — con las Tablas de la Ley bajo el brazo al tiempo que acaricia con sus manos la barba — corresponde al pasaje veterotestamentario en el que Moisés, una vez que ha recibido los Mandamientos, observa con tremebunda ira como su pueblo se ha entregado durante su ausencia a la prohibida idolatría. Resulta verdaderamente impactante observar las venas rígidas del personaje, en claro estado de tensión, circunstancia que delata la ira contenida del mismo al contemplar la desviación doctrinal del pueblo al que guía. Hasta tal punto la elaboración de esta obra llegó a desquiciar a su autor, el no menos tremendo Miguel Ángel, que la leyenda cuenta que, una vez terminada la escultura, el artista golpeó con un mazo una de las rodillas del Moisés, exclamando: –«Parla cane!» — (¡Habla, perro!). Dicha leyenda parece atestiguarse en una pequeña marca que aparece en la rodilla derecha de la estatua… Y, tratándose de Miguel Ángel, yo casi estoy por creérmelo del todo.