La Celeste: A un solo paso de la final

HOLANDA – BRASIL (2-1): El fútbol es un deporte que no admite treguas ni pausas, al menos, a corto y medio plazo. Brasil no era ya la clara favorita en este partido, sino una de las indiscutibles selecciones candidatas a llevarse la Copa del Mundo a su país por sexta vez en su historia. Ciertamente, el entrenador brasilero, Dunga, había confeccionado una plantilla competitiva y comprometida para abordar con garantías este torneo. Pero dicha empresa suponía sacrificar uno de los más históricos atractivos de esta selección: El jogo bonito. Por su parte, Holanda salió al campo como quien sale a buscar setas en un día nublado y con la lejana esperanza de encontrar una trufa de a 1.000 euros el kilo. Pues la encontró. Las cosas se ponían de cara para Brasil cuando en el minuto 10 Robinho aprovechó la explanada que dejó la retaguardia holandesa para plantarse solo ante Sketelenburg y batirlo por bajo sin interrumpir la trazada del Jabulani. Gol de maestro de un Robinho que cada día tiene más cara de niño que de adulto. La jugada partió del error defensivo de Heitinga, antiguo jugador del Atlético de Madrid, cuyo rostro es tan puramente holandés que parece sacado de un cuadro del mismísimo Rembrandt. Holanda se sacudió el polvo de la cara con poca convicción y aquello parecía que iba a ser el preludio de una goleada de Brasil tras una serie de vistosas jugadas elaboradas por sus delanteros. Robben lo intentaba el solo con más pena que gloria ante una zaga brasileira que le perseguía hasta más allá de los márgenes del terreno de juego cuando el vivaracho delantero oranje salía reclamando el balón a los recogepelotas. Brasil dominaba sin apretar del todo el acelerador ante una Holanda que no parecía dar muestras de aceptar la pelea. Sin embargo, los holandeses se estiraron nada más comenzar la segunda parte, aunque con pocas muestras de certera efectividad, mientras que los brasileiros se relajaban del todo viéndose tan superiores a los tulipanes. De esta forma llegó la jugada que cambió el partido: Julio César, el fenomenal arquero de Brasil, se estaba aburriendo tanto que decidió ofrecer su gratuita aportación al Festival de Cante de Porteros de este Mundial. Centro bombeado de Sneijder al área y el portero que salta sin advertir al defensa de dicho movimiento. En consecuencia, lo único que consigue es que el pobre Felipe Melo desvíe con la coronilla un balón que no ofrecía mayores peligros y que acaba alojándose en las propias mallas ante el delirio holandés. Empezó entonces una radical transformación del equipo holandés que parecía apelar al espíritu de aquella otra genial Holanda de los años setenta. Paralelamente, Brasil comenzó a desarrollar esos peculiares y tradicionales síntomas de inseguridad colectiva en los mundiales cuando ve amenazada su hipotética superioridad. Los holandeses, que son listos, laboriosos y que de fútbol saben como el que más, se fueron valerosamente hacia arriba en busca de la victoria. Para ello contaron con la estelar aparición de Robben — ahora sí — por la banda derecha que llevó el terror a los defensores canarinhos y con un omnipresente Sneijder que se erigió en el mariscal de campo del partido (Por cierto, dos jugadores descartados por el Real Madrid al inicio de la temporada. A eso se le llama tener buen ojo clínico). Doce minutos después de empatar el partido merced al propio accidente de los brasileiros, Holanda nos obsequió con una de esas jugadas geniales de estrategia que siempre han sido santo y seña de esta selección: Córner botado por Robben a baja altura, peinada de balón hacia atrás de Kuyt que descoloca a la defensa y cabezazo final de un portentoso Sneijder que supone el gol de la victoria. La jugada fue tan precisa y rápida que hasta en las repeticiones a cámara lenta debíamos afilar los ojos para seguir la trayectoria carambolística del balón en uno de los mejores goles marcados en todo este Mundial. Brasil empieza a despedir un preocupante olor a cadáver y se va a la carga con todos sus recursos excepto el de la fantasía. Mientras, los holandeses se defendían con la misma heroicidad que en los lejanos tiempos de los invasores españoles en Flandes. Empezaron así los minutos más sensacionales y emocionantes de todo este Mundial. A la continua ofensiva aérea empleada por Brasil y que a punto estuvo de provocar el empate, Holanda respondía con la guerrillera táctica del contraataque que por puro milagro no incrementó su cuenta goleadora. Los minutos pasaban inexorablemente y el partido se convertía en un escenario de rencillas callejeras entre los jugadores de una y otra selección. Felipe Melo, el autor del autogol, quiso incrementar su dudoso protagonismo y fue expulsado por roja directa tras pisar a un Robben que estaba siendo objeto de todo tipo de insultos y afrentas. Por su parte, el árbitro japonés Nishimura mediaba cual juez de sumo y dejaba trabajar a los improvisados púgiles, amonestando tan solo a quienes agredían a su contrario delante de sus propias narices. Brasil se hundía y Holanda soplaba hacia las manecillas del reloj para que éstas avanzasen más deprisa. Brasil que hace prematuramente las maletas — ¡Pobre Dunga! ¡La que le va a caer nada más aterrizar en Guarulhos! ¡Se lo tiene bien merecido por impertinente! — y Holanda que se encuentra en semifinales tras realizar una estupenda segunda parte. Brasil estaba tan poderosamente armada en sus líneas de retaguardia que descuidó la fantasía natural de sus jugadores más talentosos. Pero esa rocosa defensa brasileira presentaba puntos débiles: No podía ser atacada de frente sino por los flancos y esta circunstancia fue interpretada por Robben a las mil maravillas durante la segunda parte. Por eso mismo se van a casa. Terrible decepción — otra más — para una afición que no se merece el mazacote de selección que Dunga ha preparado para este Mundial. Por su parte, Holanda se las tendrá que ver en semifinales con una Uruguay con la que pocos contaban para estas alturas de campeonato. La eliminatoria está muy abierta aunque Holanda parece tomar previa ventaja por algunas sensibles bajas del combinado uruguayo para este partido.

URUGUAY – GHANA (1-1): Todo el continente africano contuvo la respiración: Ni Alfred Hitchcock hubiera imaginado un final tan dramático cuando el árbitro luso Benqueranca señaló el punto fatídico en la última jugada del tiempo añadido de partido. Ghana estaba a tan solo 11 metros de alcanzar la meta de unas semifinales que resultarían históricas por la inédita presencia de un conjunto africano en las mismas. Gyan decidió asumir la responsabilidad y paseó cadenciosamente hasta el punto de penalty sabiendo que medio mundo — y buena parte del otro — tenía sus ojos depositados en su oscura silueta. Al otro extremo de la cancha de juego, un desconsolado Luis Suárez se tapaba la cara consciente de que su momentánea y única actuación como guardameta en toda su vida habría de tener fatales consecuencias para su selección. Gyan quiso romper la red, olvidándose que tenía un travieso Jabulani frente a sus pies, y el balón de marras se estrelló en el larguero una vez que el portero oficial de la Selección Uruguaya, Muslera, se había lanzado al lado contrario de la trayectoria del balón. No hubo tiempo para más. Ghana había desaprovechado la ocasión más importante de lograr un histórico gol que certificara su pase a semifinales y desde ese momento todos, absolutamente todos los aficionados al fútbol del planeta, supimos que Uruguay iba a vencer en la consiguiente tanda de obligados penalties que habrían de erigir al futuro rival de Holanda por un puesto en la final. El fútbol siempre se cobra factura de los fallos más inverosímiles. Y así fue. Tras fallar Ghana dos lanzamientos por uno de Uruguay, el loco Abreu lanzó el penalty decisivo con esa maestría de la que hacen gala los jugadores que ya están de vuelta del todo en esto del fútbol. Homenaje al checo Panenka — final de la Copa de Europa de Selecciones de 1976 — y guiño a Zidane — final del último Campeonato del Mundo celebrado cuatro años atrás — con un sutil golpeo de balón que provoca que éste entre mansamente en las redes rivales tras describir una breve parábola que paraliza corazones y relojes de cuantos aficionados están siguiendo el partido. La alegría de Uruguay se contrastó con el llanto colectivo de todo un continente africano que no daba crédito a entender cómo el tren de la historia se había vuelto a pasar de frenada en el andén de las esperanzas. Por lo demás, el resto de los ciento veinte minutos del partido que enfrentó a Uruguay y Ghana fue más bien plomizo. Si bien los uruguayos comenzaron dominando el encuentro, paulatinamente Ghana se hizo con el control del mismo a medida que sus revoltosos jugadores obedecían la colocación táctica en el campo dispuesta por el seleccionador Rajevac. Como añadido, Uruguay veía como su solvente central Lugano debía ceder por lesión su puesto en la defensiva línea de combate a Scotti. Las cosas no pudieron pintar peor para los celestes cuando en la última jugada de la primera parte — eso que llaman gol psicológico — Muntari largó un zapatazo sin contemplaciones que acabó alojándose en el interior de la portería charrúa. Tras la reanudación, Uruguay buscó el empate sin prisa pero sin pausa y el mismo llegó de la mano — mejor dicho, de la bota — de uno de los mejores jugadores de este Mundial, Diego Forlán, al transformar un libre directo frente al costado izquierdo de la portería defendida por un Kingson que cometió el error de dar un paso previo justo cuando debía haberse lanzado en busca del misil enviado por Forlán (Curioso lo de Forlán: Mediada la temporada, a punto estuvo de declarase en rebeldía por las constantes críticas que recibía desde la grada del Estadio Vicente Calderón. Tras sobreponerse a base de goles, Forlán fue decisivo en la conquista de la Europa League por parte de su club, el Atlético de Madrid, como también de llevar a dicho equipo a la final de la Copa de España. Y ahora, en pleno Mundial, se muestra como uno de los jugadores más determinantes del torneo. Intuimos que en breve pasará por las oficinas de su actual club mostrando un fajo de peticiones de noviazgo de cara a la próxima temporada, como quien no quiere la cosa…). El tiempo reglamentario de partido concluyó sin que ninguna de las dos selecciones mereciera el pase a semifinales y durante la prórroga Ghana exhibió un mayor poderío atlético frente a una Uruguay que mostraba inconfundibles signos de flaqueza física que no moral. Y en el añadido del propio añadido, llegó la comentada jugada del penalty. Los ghaneses entraron en manada al remate de tal manera que el ariete Luis Suárez tuvo que ejercer de improvisado portero so pena de no verse al día siguiente en el avión de vuelta a Montevideo. El resto de la película ya lo conocemos. Ghana ha realizado un más que aceptable papel en este Mundial pero siempre tendrá grabado a fuego en su historia ese penalty marrado por Gyan. Por su parte, Uruguay se planta en semifinales de un Mundial cuarenta años después y con la ilusión de reverdecer viejos laureles de antaño. Ahora es tiempo para soñar, ¿Por qué no? El partido contra Holanda se presenta ciertamente complicado, pero Uruguay ayer evidenció algo que muy pocos equipos pueden mostrar: La suerte… ¿Tal vez la de los campeones?

ARGENTINA – ALEMANIA (0-4): Nos equivocamos. Decíamos que Messi iba a marcar en los momentos más decisivos y el chico se va del Mundial sin rascar bola. Y nos volvimos a equivocar: Calificamos a Schweinsteiger como un jugador muy sobredimensionado y nos ha tapado la boca para los restos. Pero eso sí: También advertimos de que Argentina estaba desplegando un fútbol poco compacto, muy dado a las individualidades, y con fuertes lagunas en defensa. Y no tardó en demostrarlo Alemania — el primer rival de verdadera entidad contra el que jugó la albiceleste en este Mundial — al conseguir el primer tanto a poco de iniciarse el partido luego de una generosa aportación del cancerbero argentino Romero al Festival de Cantadas de Porteros de este Mundial que Müller no desaprovechó. Alemania tenía justo lo que necesitaba para controlar el encuentro desde lejos. Los teutones cedieron la posesión de la pelota a los argentinos con la clara intención de sacar a relucir el arma más mortífera y letal de la Mannschaft: El contraataque. De esta forma, el dominio era un monólogo argentino pero las más claras ocasiones las ponían los alemanes cada vez que llegaban (Klose falló una a bocajarro más fácil que las carambolas que le dejaban a Felipe II). Argentina lo intentaba mediante la dirección de un inagotable Mascherano que echaba en falta la aportación de otro centrocampista que le hiciese de valeroso y fiel escudero. Pero Maradona, tan inigualable jugador de fútbol como vulgar estratega táctico, no quiso o no supo darse cuenta. Y luego el tema Messi. Todos sabemos que este muchacho necesita: 1- Unos buenos lanzadores que se la pongan en carrera y 2- Una demarcación mucho más cercana al área rival, ya que es precisamente ahí donde el chaval es imparable en esa consabida carrera. No ha habido manera de hacérselo entender a Maradona. Argentina tocaba y tocaba pero sin crear peligro. Y lo peor. Se desgastaba físicamente de tanto mover el balón. Alemania se limitaba a leer el partido según su particular óptica y el gol de la tranquilidad era sólo una cuestión de paciencia. A todo esto, Khedira empezaba a asociarse con ese mamotreto llamado Schweinsteiger y el control del medio campo se iba pintando de color alemán a medida que pasaban los minutos. Las últimas ocasiones del primer tiempo fueron alemanas. Tras la reanudación del partido, Argentina salió a la cancha de juego con los mismos defectos: Exceso de delantera y poca capacidad creativa. Los alemanes se empezaron a mirar unos a otros y dijeron: –«¡Basta. Ahora nos toca a nosotros!»– luego de que Mertesacker sacara por la cara — y nunca mejor dicho — un remate de Tévez que llevaba claras intenciones de empate. Schweinsteiger se apoderó de la pelota y comenzó el recital alemán. En el minuto 67 Klose, como no podía ser de otra manera, culmina una gran jugada del conjunto alemán y marca el segundo tanto teutón en presumible off-side. Daba igual. Alemania se había hecho con el partido y los argentinos no sabían cómo detener un vendaval alemán propio de los cuentos míticos del Rhin. Unos minutos después, a Schweinsteiger le soplaron por la oreja que el Real Madrid estaba dispuesto a depositar 25 millones de euros para hacerse con sus próximos servicios y el chico se motivó de manera nada desdeñable. Imitando al propio Butragueño, el interior alemán realizó una jugada de esas en la que sólo le faltó driblar a los reporteros gráficos y que fue culminada por Friedrich ante el jolgorio de los teutones en la grada. Argentina era ya un triste muñeco de piñata en manos alemanas y se pudo llevar una goleada de verdadero escándalo. El show alemán que ofrecían jugadores como Müller, Podolski, Özil y el propio Schweinsteiger era la mejor exhibición de fuerza y poderío que ha ofrecido una selección en lo que llevamos de Mundial (Y justo en el momento en que hay que realizar dicha exhibición). Ya sabemos que Alemania nunca se conforma con el marcador, por muchos goles que ya lleve anotados, y el cuarto llegó un minuto antes de finalizar el partido tras otra jugada de tiralíneas de los atacantes alemanes que de nuevo culminó Klose. El colegiado uzbeko, Irmatov, se apiadó de los albicelestes y sólo concedió un minuto añadido de terrible agonía argentina. Las lágrimas de impotencia de Javier Mascherano al concluir la debacle eran las lágrimas de todo un país que se había ilusionado con que Maradona era capaz de devolver desde el banquillo un nuevo título mundial. Imperdonable su actuación: Ha desaprovechado al mejor Messi — el único jugador del mundo capaz de desequilibrar un partido por sí solo — y ha entrado al trapo con torpes declaraciones que en absoluto han favorecido la necesaria tranquilidad de su entorno. Ha requerido para sí mayor protagonismo que el que merecían sus propios jugadores y ha demostrado que está aún muy verde en planteamientos tácticos como para llevar el timón de una selección como la de Argentina (El repaso táctico que le ha dado Löw tardará tiempo en olvidarse). Total, que Argentina se va para casa y Alemania que se las tendrá que ver con España, una vez que esta selección ha superado la reválida de cuartos de final tras sesenta años de duros y penosos exámenes no aprobados. Cualquier cosa puede suceder en este apasionante duelo de semifinales,

PARAGUAY – ESPAÑA (0-1): Uno de los factores más determinantes durante el desarrollo de un Mundial de fútbol es la selección de árbitros encargados de juzgar los partidos. Conocido es que en España tenemos el dudoso privilegio de mantener al descerebrado de Ángel María Villar como presidente de la Real Federación Española de Fútbol desde los tiempos en que yo me ilusionaba con las primeras novias. Pero además, este botarate es el actual presidente de la Comisión de Árbitros de la FIFA. Y claro, así ocurre lo que ocurre. El colegiado de este encuentro, el guatemalteco Carlos Batres, ha dado todo un curso de cómo convertir el arbitraje de un partido de mundiales en un cúmulo de despropósitos que no anda lejos de provocar serios incidentes diplomáticos entre los países contendientes. Así se lo coma y así se lo beba, pero roguemos a las divinidades que este trencilla se dedique a partir de ahora a cualquier otra cosa que no sea la de arbitrar un partido de fútbol. Ciñéndonos al partido, las cosas se pusieron muy feas para una Selección Española que se dejó intimidar por la extenuante presión ejercida por Paraguay a lo largo de todo el rectángulo de juego. Los guaraníes apostaron por ese extraño concepto futbolístico que consiste en amarrar los partidos y esperar a que suene la flauta en algún contragolpe. España cayó en la red urdida por los paraguayos y el patético arbitraje de Batres impidió que éstos se adelantaran en el marcador tras anular un gol a todas luces legal de Valdez en las postrimerías de la primera parte. Atraco a mano armada a Paraguay en una jugada que iba a suponer el inicio del recital de majaderías arbitrales perpetrado por ese individuo llamado Batres (Algunos aficionados arguyen que el gol está bien anulado porque interviene en la jugada, amaga con intervenir más bien, el delantero paraguayo que arrancaba desde posición incorrecta). España no acertó ni a oler el aroma del balón durante la primera parte frente a una Selección Paraguaya muy bien plantada sobre el terreno de juego. Pese a todo, el partido estaba resultando un tostonazo de tales dimensiones que los habituales reunidos en el bar de mi querido amigo Antonio, El Rescoldo, empezamos a hablar de política durante el descanso. El inicio de la segunda mitad no ofrecía mayores garantías estéticas para el sufrido aficionado al fútbol hasta que los jugadores de ambas selecciones decidieron animar el asunto merced a una improvisada sesión de circo que tuvo al árbitro como Clown de ceremonias. Minuto 58: España que sigue en su particular letargo futbolístico y Piqué que agarra a Cardozo en el área como si fuese la codiciada novia con la que celebrar el primer baile del guateque. El penalty es tan mal lanzado que Casillas se permite el lujo de apoderarse del balón sin rechazarlo. Un par de minutos después, un balón largo que disputa Villa y nuevo penalty señalado por Batres ante la «extraña» caída del atacante español (Por lo que parece, Steven Spielberg ha preguntado por Villa para conformar su elenco de actores de riesgo en vistas a su próxima producción cinematográfica). Cambio de papeles y Xabi Alonso que envía el balón a la red. Sin embargo, allí estaba el sheriff Batres para ordenar la repetición del lanzamiento por presunta invasión del área de jugadores previa al golpeo del balón (Menos mal que este impresentable no se fijó en lo acontecido en el anterior penalty). Alonso vuelve a ejecutar la pena máxima y Justo Villar acierta a repeler el balón que sale rebotado a pies de Cesc, trabándole justo en el momento en que se disponía a certificar el gol. Batres ni se entera y ordena seguir el juego ante las lógicas protestas hispanas. Conclusión: En una misma jugada 1- Batres señala un penalty inexistente; 2- Ordena repetir un lanzamiento ya convertido en gol aplicando una más que rigurosa lectura del Reglamento; 3- No expulsa al jugador paraguayo causante del polémico penalty sabiendo que interrumpe una ocasión manifiesta de gol; 4- No sanciona como penalty el clamoroso derribo de Cesc por parte de Justo Villar tras repetirse la pena máxima… (Infracción que también habría conllevado la inmediata expulsión del arquero paraguayo). En El Rescoldo nos tirábamos las cervezas a la cabeza y pensábamos que una vez más se nos escapaban las semifinales. A todo esto, los paraguayos empezaron a repartir estopa por lo bajo ante el cómplice silencio de un árbitro que parecía querer protagonizar un episodio de la serie del genial Mr Bean. Todo parecía abocado a la prórroga cuando surgió la figura de Iniesta. Amagó para un lado, se fue por el otro y dejó un balón franco para Pedrito. En ese momento España contuvo la respiración. El balón es escupido por el palo; Villa lo vuelve a enganchar y conecta un tiro que pega otra vez en el palo; de ahí rebota hacia el otro y… ¡GOL! Todos en El Rescoldo gritábamos: –«¡Que ha entrado, joder, que ha entrado!»– El partido se rompe definitivamente — al igual que la frente de Sergio Ramos tras una agresión de Villar (El chico le dice al árbitro que confundió la cabeza con el balón) — y, para poner la guinda final, Casillas que hace un guiño al Festival de Cantadas de Porteros, aunque se resarce del fallo en el blocaje y logra repeler con la pierna derecha el envenenado tiro de Villar. Final del partido y España que ingresa en el club de los semifinalistas de este Mundial. No puedo describir la explosión de júbilo que se desató en El Rescoldo. Aparte de besar en la boca a dos señoras que no conocía de nada — a una de ellas parece que le gustó — me abracé a Antonio.  –«Tranquilo Leiter. A los alemanes nos los comemos con patatas… ¡Y a ti no se te ocurra besarme, desgraciado!»– Ha sido posiblemente el partido más intenso que he vivido con la Selección Española en mucho tiempo. Ahora ya sé lo que es sentirse semifinalista de un Mundial. Paraguay planteó un gran partido a la defensiva pero se olvidó de que en esto del fútbol hay que tratar de conseguir un gol como sea. Se despiden del Mundial con honor y superando con creces todas las iniciales expectativas. Por su parte, España consigue superar, sesenta años después, la terrible etapa de los cuartos de final de un Mundial. Insisto: Estamos jugando al modo — que no en la forma — italiano y quizás el mejor partido de España en este Mundial esté aún por llegar. Alemania es un hueso en semifinales pero España ha superado su barrera más dura: La psicológica de los temidos cuartos de final. Todo es posible en un enfrentamiento que a buen seguro volverá a paralizar momentáneamente nuestro país. ¡Adelante con La Roja!