La verdadera batalla que se plantearon los compositores españoles a mitad del siglo XIX fue la consecución de una ópera nacional. Pasado el romanticismo revolucionario en el que la ópera española seguían los modelos italianos e incluso se servían de esa lengua, los compositores desearon lograr una ópera nacional con texto y argumentos españoles. A pesar de que esta aspiración fuera una constante entre los músicos de España nunca se lograría su realización. Por un lado, la burguesía española, poco numerosa, estaba demasiado atada a las tradiciones teatrales italianas. Por el otro, los grandes coliseos musicales como el Teatro Real de Madrid o el Liceu de Barcelona se constituían como templos del arte italiano donde lo español no tenía cabida, o bien la tenía en escasa medida y peores condiciones. De esta manera, los compositores españoles se refugiaron en mayor medida en un género considerado menor como es el de la zarzuela (Un crítico de la época, Antonio Peña y Goñi, sostuvo que no había problema alguno con la ópera española, pues ésta existía y se llamaba zarzuela. El verdadero problema fue que los músicos no lo tuvieron tan meridianamente claro…).

 Aquella nueva zarzuela remodelada, que ya no tenía nada que ver con la de los siglos XVII y XVIII, cada vez fue incorporando con mayor empeño temas locales y melodías y ritmos nacionales. Era mucho más barata de montaje que la ópera y algunos papeles podían ser asumidos por actores que aparte de tal condición también sabían cantar. De igual manera, las orquestas eran más modestas y las puestas en escena mucho menos complicadas que en una ópera. Por otra parte, la zarzuela se dirigía a un sector de público muy amplio — y en parte popular — y de ello resultaba el medio de vida de los compositores, situación que Ruperto Chapí mejoró al crear en 1893 la Sociedad General de Autores de España (SGAE), una organización que tuvo como objeto la regulación de los derechos de los compositores y el registro de sus obras para evitar plagios. Antes de ello, los editores compraban directamente la obra al artista por muy poco dinero y se convertían en sus propietarios, con lo que el compositor dejaba de tener control alguno sobre su producción.

 La zarzuela se remodeló completamente desde la segunda mitad del siglo XIX y a ello contribuyó el arrollador éxito que en 1849 obtuvo Colegialas y soldados del madrileño Rafael Hernando. Pese a que su trabajo se encuentra hoy olvidado, Hernando participó en 1851 en la sociedad creada por Barbieri, Gaztambide, Inzenga y Oudrid para explotar el teatro Variedades, en cuyo escenario se asentó definitivamente el género. Aparte de los mencionados, los más importantes compositores de esa generación de zarzuelistas fueron Pascual Juan Emilio Arrieta (1823-1894) y Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), la gran figura musical de la época. Tras esta primera generación, el género se asienta y nacen incluso movimientos más ligeros, como el de los bufos y el conocido como género chico, esto es, zarzuelas breves en un acto que venían a sustituir a las grandes zarzuelas en varios actos y que eran la especialidad del teatro Apolo de Madrid. De esta generación destacaron sobremanera dos músicos, el salmantino Tomás Bretón y el alicantino Ruperto Chapí.

 Ruperto Chapí nació en Villena, provincia de Alicante, el 27 de marzo de 1851. En la barbería que regentaba su padre se respiraba música por las cuatros esquinas, por lo que no es de extrañar que ya desde niño comenzara a realizar sus pinitos musicales en una de las bandas de su ciudad natal. Con apenas 16 años cumplidos, Chapí se desplazó hasta Madrid e ingresó en el Real Conservatorio Superior de Música, teniendo como docentes a Fernández Grajal en piano, al profesor Galiana en armonía y al maestro Arrieta en composición. En esta época toca la trompeta en la Orquesta del Teatro Price y conoce a otro relevante compositor, Tomás Bretón, quien sería uno de sus mejores amigos de por vida. En 1872, tras haber escrito ya su primera zarzuela, Abel y Caín, es nombrado director de la Banda de Artillería del Regimiento y logra, junto con Bretón, el primer premio de composición. Proyecta entonces su primera obra sinfónica, Fantasía morisca, y a continuación estrena su primera ópera, Las naves de Cortés, en el Teatro Real. El Estado Español decide pensionarle y Chapí se traslada a Roma y luego a París, en donde da a conocer tres nuevas óperas. Sin embargo, ya de regreso en España, se abrió definitivamente camino como exitoso autor de zarzuelas. Su última obra, Margarita la tornera, estrenada en Madrid un mes antes de su muerte, fue otro intento de muchos de crear una verdadera ópera española. Ruperto Chapí murió en Madrid el 25 de mayo de 1909.

 Ruperto Chapí fue uno de los compositores españoles más destacados de su época y su mayor empeño fue el de dotar a España de una verdadera y autóctona ópera. Compuso hasta seis óperas (Las naves de Cortés, La hija de Jefté, La muerte de Garcilaso, Roger de Flor, Circe y Margarita la tornera). Pese a todo, Chapí es conocido por ser el autor de más de 100 zarzuelas de todos los géneros y tamaños, entre las que destacan: La revoltosa (Obra maestra del género y una de las mejores creaciones de la música española de todos los tiempos. Su célebre Preludio es un prodigio de modélico sinfonismo combinado con chispeante gracia); El tambor de granaderos; Las hijas de Zebedeo; El rey que rabió (Cuyo Coro de doctores es de lo mejor y más simpático que se haya compuesto nunca en España); La bruja; La tempestad; El milagro de la Virgen; El barquillero y La patria chica. Nuestro humilde homenaje al maestro Chapí, uno de los más grandes músicos españoles de siempre.