Danzan los duendes al vaivén de la tramontana,
noche perfumada con neones de estío,
con brillos de luna al crepitar de las olas
y los deseos ataviados de pasiones pretéritas.

Respiro intimidad en tu alcoba,
bajo sombras que aceleran los impulsos,
bajo ecos de feria que amortiguan los silencios,
silencio de anochecer,
silencio de mudos auxilios…
Buscas mi protección y te ofrezco inteligencia;
suspiras por tu honor,
tamborileas tus dedos al ritmo de la inquietud,
al encuentro del cirio impoluto.

Con escorzo imposible te poseo,
subrayando los esfuerzos con cadencia interminable,
con notas ligadas en calderón
y miradas al levante infinito.

Desmayas tu discurso ahogando los sonidos,
jadeando maniatada en la conciencia
donde la virtud se consume por el fuego,
por el fuego fatuo,
por el fuego de una hoguera de recuerdos.

Y conquisto tu dorada esencia,
me aferro a ella; no la suelto.
Es mía, para mí, para siempre…
Ya no he de imaginarte más
cuando la savia va ascendiendo, compulsiva.

La alborada clarea mis ojos
y sigo aferrado a ella,
para mí, para siempre.

Despiertas asustada por la resaca de los anhelos
y te sientes prisionera de la lujuria,
sin márgenes para la nostalgia.
Ya conoces tu destino
cuando al escorzo imposible te vuelvo a poseer.