Me encuentro con tu alma escarbando en los sótanos,
sórdidos depósitos de superchería
donde se comprimen los recuerdos de antaño,
recuerdos superfluos.

¿Qué azar nos centrifuga hasta los recovecos del misterio?
Deambulas semidesnuda, fermentada en el deseo,
con un paso frágil que estimula mi tormento,
disimulando en tu sonrisa un torrente de pasiones encendidas,
sonrisa silenciosa, sonrisa receptiva.

Y sin margen para excusas
me apodero de tus labios al resorte de prolongados sentimientos.

Te balanceas, buscando mi abismo con afán,
tu boca me alimenta en las profundidades,
tus ojos se encierran prisioneros de sí mismos,
tus manos me atenazan al vaivén de tus anhelos…
Sientes poseerme, pero soy yo quién te poseo.

No eternizas los desarrollos compulsivos,
progreso de espíritu confuso,
y decides ascender hacia la alcoba de tus sueños.

Tu expresión me trasciende,
no sé si gritas o sufres;
quizá sea la incontinencia de placeres asilvestrados,
el bajo continuo que acompasa el frenesí.

Te cubro con mi esencia descarnada de prejuicios,
borro los estigmas que decoran mi pasado,
no dejando que tu cuerpo proyecte sombra alguna;
sólo el éxtasis de caprichosas travesuras
dilata tu gozo hasta el fin,
si es que el fin tiene fin,
cuando cosquilleo la oculta y fina estampa
en tu voluntad de perpetuar la felicidad como remedio.