He de reconocer que esta entrada está motivada por la publicación de una serie de breves, pero emotivas, semblanzas sobre el silencio por parte de mi apreciada Amalia en su delicioso blog El Olivo . Sí, me imagino ese silencio irrepetible en los instantes ( por decirlo de alguna manera, ya que no existía la noción del tiempo ) previos a la deflagración conocida como Big-Bang, verdadera apertura de un telón sobre el inmenso escenario donde a todos nos ha tocado vivir, en una esquinita perdida de lo que se conoce como Vía Láctea.

 El silencio… Ese silencio provocado por aquellos ojos verdes que nunca olvidé; el silencio que me produce contemplar cualquier óleo de Vermeer; el silencio posterior a la conclusión de la séptima sinfonía de Bruckner; el silencio que me otorgan tus labios de bienvenida, tu cuerpo macerado por las tempranas lluvias de primavera; el silencio al observar el mar desde la infinita distancia; el silencio que pinta de sosiego la fiel mirada de mi perro; el silencio fresco de la alborada, del melancólico sol de atardecer, de la noche estrellada…

 El silencio… El silencio de la solitaria y nunca bien comprendida angustia; el silencio ante lo que jamás hubiéramos deseado escuchar; el silencio de la inquietud, entre el relámpago y el trueno; el silencio ante el vacío que originó tu insustituible pérdida; el silencio de las flores marchitas que hasta ayer nos sonreían; el silencio que precede a mis pensamientos más íntimos, a mis nostalgias; el silencio ante aquel amor que se esfumó; el silencio de la muerte; el silencio de la eternidad…

 El silencio al que todos hemos de volver; el silencio previo a otro Big Bang