Pese a que nuestras miradas se habían fugazmente cruzado en cientos de ocasiones ella nunca logró estimular mi atención; o lo que viene a significar lo mismo: Jamás me había sentido especialmente atraído por ella.  –«Te asociaba al mismo superficial nivel del resto, de aquellos que pululaban por el barrio sin rumbo fijo»– Me suele comentar. Sin embargo, no sé si a modo de inconsciente predestinación o de aleatoria casualidad, una noche protagonizó uno de esos ardorosos sueños que por entonces padecía con más que inquietante regularidad. Y, consecuentemente y desde ese sudoroso instante, ella pasó a ocupar distintos estadios en mis más irreverentes fantasías oníricas. De esta manera, aquella mujer a la que saludaba de manera tan cortés como forzosa cuando nuestras respectivas trayectorias coincidían formó parte — sin ella saberlo, claro está — de mi preciado y selecto grupo de siluetas enmascaradas, de aquellas personas de quienes apenas conocía más que su patronímico pero que se empeñaban en materializarse una y otra vez en mis surrealistas vivencias interiores. Como ahora yo sé que ella es bruja, he acabado comprendiendo aquel ficticio misterio de heterodoxos y complacientes sueños. No hubo de transcurrir mucho tiempo para que aquella mañana, en el cruce de la calle Ayala, me encontrase de cara con su atractivo rostro de exótica estirpe. –«¡Holaaa!»–  Me saludó con el añadido presente de su resplandeciente sonrisa, algo verdaderamente inusual si tenemos en cuenta que, en similares circunstancias precedentes, sólo había obtenido como respuesta el más insolente y descarado de los desprecios.  –«Quizás haya adivinado que esta pasada noche soñé con ella»– Pensé. Y no me equivoqué. Pero aún más extraño fue lo que hubo de sucederme una noche de verano cuando yo todavía estaba viviendo en casa de mis padres. Como consecuencia de los tórridos calores nocturnos de un clima tan extremadamente mesetario como el de Madrid y debido a la imposibilidad de conciliar el sueño, decidí salir al balcón en plena madrugada con la intención de fumarme un socorrido pitillo que acompañara mi momentánea búsqueda de la piadosa y refrescante brisa de alborada. Mas no fue frescor, sino un penetrante calor el que sentí en el interior de mis entrañas al observarla desde las alturas y en la distancia. Caminaba lentamente por la callejuela y en lógica compañía. Desde mi improvisada atalaya de espía advertí que discutían, tal vez amparados en la noctámbula soledad, y que posteriormente ella rechazaba un presumible abrazo conciliador por parte de su pareja. Se separaron unos metros… Y yo sentí deseos de bajar a la calle y de abrazarla. Estaba guapísima. Desde esa misma noche, aquella casi desconocida mujer dejó de protagonizar algún esporádico sueño íntimo para mostrarse como alguien que empezaba a percutir mis más lujuriosos deseos sexuales. Pasó de ser una semi desconocida que me importunaba si coincidíamos en un casual encuentro a convertirse en una persona cuya simple presencia me aceleraba el corazón, por emplear empero una expresión más romántica y menos pudorosa. A decir verdad, cualquier acceso hacia ella resultaba doblemente comprometido, tanto por ella misma como por sus circunstancias. Pero el hecho de trabajar tras la barra de un bar coadyuva a disponer de una mínima información personal de los clientes más habituales, ya sea porque a algunos de ellos les encanta confesar algunos aspectos íntimos de su vida — animados tal vez por el efecto desinhibidor que provoca el desmesurado consumo de alcohol — o bien porque otros sólo encuentran refugio anímico a su perenne soledad en una barra de bar. De esta manera, comprendí que cualquier pretensión hacia aquella mujer resultaría baldía en correspondencia a unas circunstancias personales del todo prohibitivas e inaccesibles para mí. Sin embargo, cuando uno decide emplear la más estricta racionalidad a la hora de acometer un reflexivo análisis, descubre que las apariencias, en determinados contextos, son del todo engañosas. Quizás por eso mismo la olvidé pero sin borrarla del todo de mi memoria. Transcurrieron unos años y el bar de mi padre pasó de ser un simple medio para convertirse en un decadente estorbo para el fin ya conseguido. Curiosamente, mis arrebatos amorosos más trascendentes se implicaron sobremanera en esta nueva concepción laboral, por lo que las dudas encorsetadas en recurrentes justificaciones sembraron de inquietud un mar que hasta entonces acariciaba con olas calmadas los márgenes de mi ingenua orilla. A partir de entonces un temporal de violentas y repetidas resacas sacudió sin piedad los torpes diques de mi espíritu.  –«Nunca me han gustado las intromisiones gratuitas, quizás porque si aceptas ese juego entras de lleno en un círculo vicioso. Yo sabía algo de tu relación con aquella mujer porque en el bar de Boni no cesaban los maledicentes comentarios al respecto. Recuerdo que en una ocasión hubo alguien que intentó expresar algo medianamente positivo de vosotros y rápidamente fue silenciado por el resto… Ya ves, Leiter, eso es lo que suele ocurrir cuando intentas ocultar un hecho que resulta del todo evidente»–  Sin embargo, en determinados momentos, la justicia hace honor a su noble definición: Aquella mujer que tanto me gustaba de años atrás acabó discutiendo con Boni, por lo que no le quedó otro remedio que acudir al bar de mi padre si quería seguir tomándose un reparador café de primera hora. Ya el primer día en que hizo su aparición por el bar, y ante mi grata sorpresa, acabé descubriendo dos asuntos de vital importancia: Que seguía gustándome horrores aquella mujer y… Que en el bar de mi padre se servía un café infinitamente superior en aroma al ofertado por Boni.

 A escasos días de que ella hubiera acudido por primera vez al bar de mi padre para degustar el estimulante café matutino previo a una prolongada jornada laboral, un hecho tan puntual como anecdótico me sirvió para advertir que la quebradiza salud de mi padre había entrado en un claro e irreversible proceso de descomposición: En ningún momento mi padre se fijó en ella ni tampoco trató de entablar conversación alguna, síntoma evidente de que aquellas nebulosas y perdidas miradas que mi padre adoptaba en aquellos días preludiaban un vacío existencial que no tardó tiempo en confirmarse.  –«No fue realmente así, Leiter. Tú no te acuerdas. Muchas noches entraba yo en el bar de tu padre para comprar tabaco. No hubo vez en que tu padre no me dedicara alguna floreada galantería adornada con bellos epítetos. Quizás por ello me cayó siempre bien tu padre, una persona que sabía distinguir perfectamente entre un agradable cumplido y una chabacana obscenidad. Además, él sabía de mis circunstancias… Tu padre, Leiter, sabía la vida y milagros de toda la clientela de la barriada. Pero siempre fue discreto: Escuchaba, veía y callaba…»– A nivel profesional fue una etapa bastante complicada para mí, una época en la que me vi obligado a alternar el trabajo con mis propias labores y mis labores con el propio trabajo. Por lo que respecta a aspectos emocionales, hacía ya casi un año que había finiquitado una explosiva relación sentimental que terminó estallando de forma tan lógica como consecuente y que provocó serios daños colaterales en mi espíritu. Si bien me afanaba por encontrar un acrisolado ideal que rellenase el socavón que aquella ingenua relación cavó en mis sentimientos, no es menos cierto que me había adentrado en una vida harto licenciosa y de desconsoladas consecuencias. Sentía irremediables deseos de protagonizar el papel de «malo» en el existencial largometraje de mi vida y oposité para ello concienzudamente. Una mañana de esas, tras una noche de desenfrenos tan lúdicos como lúbricos, coincidí con ella en el bar. Si casi siempre me había resultado especial y añoradamente atractiva, en aquel delicado y ojeroso momento me lo pareció aún más. Ya había apurado por completo su café y no dejaba de mirar insistentemente su reloj. Aproveché la coyuntura de esa escena y le pregunté por el origen de su presunta impaciencia: –«Esa mañana, la primera en que te dignaste a conversar conmigo, había confundido la hora de quedar con mi jefe de sección, José Luis, y me presenté casi una hora antes en el bar de tu padre. Simplemente, estaba haciendo tiempo para recoger el coche del garaje y salir hacia el punto convenido de reunión… Me aburría como una ostra allí sentada en el bar de tu padre»—  Tras apercibirme de su regular y diaria hora de cita profesional, anticipada unos diez minutos antes para dar cuenta del reconstituyente café, hice todo lo posible por hacer coincidir mi rutinaria visita de inspección al bar con la hora aproximada en que ella acudía puntualmente al mismo. Al principio, sólo miraba de reojo para complacerme con la belleza de su menudo cuerpo sentado sobre un taburete. Pero, paulatinamente, nuestras iniciales e insustanciales conversaciones pasaron a convertirse en íntimos diálogos del todo trascendentes. A no tardar, una mañana me confirmó lo que todo el barrio estaba sospechando: Aunque seguía viviendo en el domicilio matrimonial, hacía tiempo que se había separado espiritual y corporalmente de su marido. Aquella confesada declaración, sin duda alguna, despertó mis pretéritas expectativas aun sabiendo que en todo este embrollo también había una hija de por medio… No tardó en llegar nuestra primera cita a espaldas del bar (Y de su todavía marido): Pese a que ambos habíamos solemnemente formalizado que aquella cita no obedecía a intención sentimental alguna, acordamos quedar por los alrededores en donde se ubicaba mi apartamento, tal vez para evitar los suspicaces comentarios de unos vecinos de barriada más interesados en la vida y circunstancias de aquella mujer que en la de ellos mismos. Nos lo pasamos tan bien y nos divertimos tanto en aquella primera cita clandestina que acordamos otra justo para el sábado siguiente, en el mismo lugar y a la misma hora, para proseguir con nuestras respectivas confesiones y penitencias. Una cosa me quedó del todo clara desde ese momento: Ella y yo adolecíamos de semejantes problemas y por eso mismo buscábamos similares soluciones. Quizás por eso mismo, y de una manera irreflexivamente torpe, lancé mi beso de selladas rúbricas al despedirnos de madrugada junto a la cancela de su todavía vivienda conyugal. Obviamente, ella rechazó tal pretensión aunque en ningún momento mostró prisa alguna para girar la llave de la puerta.  –«Sólo a ti se te ocurre intentar besarme por sorpresa justo en el portal en donde aún se hallaba mi hogar conyugal. De haber sido en otro sitio te habría aceptado ese beso…Y, la verdad, caminando hacia el ascensor cuando ya me despedí de ti, no dejé de reírme pensando en cómo los hombres podéis ser tan corteses y gañanes al mismo tiempo ¡Mira qué te lo puse fácil durante toda la tarde! ¡Mira qué te lo insinué con la mirada! ¡Pues no! Tuviste que acompañarme hasta el mismísimo portal de mi casa para intentarlo… ¡Casi enfrente del bar de tu padre! Todavía me faltaba un papel para adquirir la nueva condición de separada y, en caso de que alguien nos hubiera descubierto en semejante trance, me podría haber metido en un gran aprieto… ¡Leiter, qué no te enteras!»

 Sólo una inesperada llamada telefónica suya consiguió liberarme de ese letargo vaporoso que desde siempre padezco durante las soporíferas y retardadas tardes de domingo. Si bien no me propuso volver a quedar tampoco esgrimió reproche alguno sobre mi controvertida actitud personal de la noche anterior. Tan sólo se interesó por mi estado anímico y su intención de dar a solas un garbeo por las calles del barrio antes de que oscurecieran. También me recordó de que al día siguiente no podría pasarse por el bar de mi padre para tomarse su reparador café al estar citada bien temprano con un bufete de abogados con el objeto de firmar el acta de separación matrimonial. Fue entonces cuando me aclaró un tema que hasta ese momento no había dado lugar a comentario alguno y que precisamente era lo que yo más temía de cara a una hipotética y futura relación: Su ya adolescente hija permanecería a cargo de su abuela mientras que ella se habría de alojar en un enorme y muy cercano piso de su prima mayor, una persona que hacía las veces de su ya desaparecida madre y que fue quien, años atrás, se la llevó consigo desde Tánger a Madrid en unos tiempos realmente complicados. En apenas un par de meses esa mujer había depositado toda su complicidad y confianza en mí (Pese a haber rechazado mi noctámbulo beso). Un par de semanas más tarde, y luego de íntimas conversaciones a diario en el bar, sobrevino la siempre peligrosa fecha de mi cumpleaños, jornada que coincidió con el comienzo de unas vacaciones veraniegas que a la postre resultaron el todo provechosas para mí. Al enterarse aquella mujer de la doble peculiaridad que albergaba aquel día me propuso quedar un breve instante a solas por la tarde para compartir un café. Observé una triste expresión en su rostro de exóticas resonancias, máxime cuando me confesó — abrazada a mí — cuánto me iba a echar de menos durante los veraniegos días de mi ausencia. Al regresar de nuestra breve cita coincidimos con mi hermano Ludovico por la calle Padilla y éste no dejó de mirarme con denodado asombro al advertir mi compañía. Como ya no había tiempo para más y en vista de que debía recoger unos utensilios de mi apartamento para prestárselos a mi hermano, invité a aquella mujer a que subiera a mi solitario refugio, sabiendo que aquella proposición no habría de desembocar en insospechados desvelos. Mientras que recogía los dos objetos requeridos por mi hermano — un metrónomo y una transcripción de la Chacona de Bach para guitarra — observé de reojo como aquella mujer contemplaba mi minúscula estancia con ojos embriagados en melancolía.  –«Me daba mucha pena que te ausentaras cuando yo justamente estaba necesitando el sincero apoyo de alguien. Observé la reducida superficie de tu habitáculo y pensé que tal vez los dos pudiéramos convivir allí algún día. Fue en ese mismo instante cuando caí en la cuenta de que me había enamorado de ti… Tal vez tu ausencia sirviera para aclarar mis sentimientos. Y los tuyos, también. Aún albegaba dudas sobre si lo que pretendías de mí era un simple apunte en tu libro sentimental o bien tus horizontes eran aún más amplios…»–  Al despedirse de mí en la calle Montesa sólo acaricié su cara y sus sedosos cabellos. No la besé al advertir que alguien nos estaba vigilando a escondidas, una persona más cercana a mí que a ella. Así se lo hice saber con disimulo y desde aquel momento, como más tarde pude comprobar, en el barrio comenzaron a extenderse los rumores. Ella prometió llamarme por medio de ese artilugio telefónico que yo recientemente había adquirido aunque también prometió dejarme reflexionar en soledad. Esa misma noche, ya en Guadarrama, mi hermano Ludovico interpretó en un pub, y a primera vista, la Chacona de Bach en su Ramírez. Al ir pasándole las hojas de la partitura durante su interpretación me acordé de ella… Fue la mejor exhibición musical que nunca he visto de mi hermano, un hombre dotado de una innata e increíble comprensión musical: –«Ludovico… ¡Es la mejor versión de la Chacona que he escuchado en mi puta vida!»–  Mi hermano, encendiéndose un cigarrillo ante los aplausos de la concurrencia, me contestó: –«Ya… Si yo quería, pero los negocios… Desde que me separé tengo unas ganas de la hostia de volver a tocar ¡Ya verás mañana la que lío con Villa-Lobos…!»–  Estaba convencido de que aquella mujer no me llamaría durante las vacaciones. De madrugada, mirando hacia las estrellas desde un puesto cercano al Alto de Los Leones, llegué a tener la convicción de que aquella mujer y yo habíamos llegado demasiado lejos en nuestras frágiles e imaginarias ilusiones.

 Sin embargo, contra todo mi pesimista pronóstico y apenas una semana después de nuestra última cita en Madrid, su inconfundible voz de líricas resonancias andaluzas surgió evanescente desde el altavoz de mi teléfono celular. No dijo echarme de menos pero sí que requirió de mi presencia. A pesar de su atractiva y novedosa condición de separada de cara a los vecinos más lujuriosos del barrio, se sentía muy sola. Prometí efectuar un breve alto en mis vacaciones y al sábado siguiente bajé hasta Madrid para pasar la tarde con ella. Las veraniegas puestas de sol de Madrid son posiblemente las más melancólicas de toda Europa. Una suave luz de atardecer acariciaba con parsimonia y delicadeza las lustrosas fachadas de aquellos edificios decadentes que se alzaban por doquier a lo largo de la barriada. De manera un tanto perspicaz caí en la cuenta de que ese bello ocaso de sol bien pudiera significar que, a partir de esa misma tarde, habría de abandonar por fin mi alocada juventud para instalarme en los incipientes vericuetos de la madurez personal. Por un elemental sentido de la discreción, mayor que el de la sensata prudencia, ella y yo nos vimos casi en los límites de la barriada. Conversamos hasta altas horas de la madrugada y sólo al intentar despedirnos solicité que subiera de nuevo a mi apartamento. En absoluto me vi obligado a insistir. No hubo ni últimas copas ni ceremoniosos preámbulos. Sólo el resplandor de un amor largamente deseado iluminó la íntima estancia de un aposento que ya no podía definir como exclusivamente mío. Tras una prolongada simbiosis espiritual se quedó profunda y relajadamente dormida mientras que yo jugaba tranquilo a componer volutas con el humo desprendido de una serie de reconfortantes cigarrillos. A la mañana siguiente nos tuvimos que despedir forzosamente ya que yo tenía que regresar a Guadarrama para cumplimentar una obligada comida entre un grupo de amigos y compañeros. Me miró con esa expresión que suelen adoptar las mujeres cuando han descubierto sus cartas sobre la mesa y aún desconocen cuáles son las del contrario. La llamé por teléfono durante una pausa de la conmemorativa comida y conseguí que me sonriera a través del altavoz luego de que yo no intentara justificar ningún tipo de empacho anímico. Cinco días después, ya de definitivo retorno en Madrid, nos veíamos con asiduidad aunque en el marco de una forzosa y molesta clandestinidad. En el mes de septiembre me presentó a su hija, a quien obviamente ya conocía de vista, y no tuve que recurrir a ningún tipo de explicación adicional dada la contrastada madurez de su quinceañera mente. Su madre insistió en que yo jamás iba a interferir en su relación con ella de la misma forma en que la joven nunca serviría de escusa en nuestros futuros asuntos. Lo más agradable de aquella cita es que su propia hija nos animó a que caminásemos libres y juntos de la mano. Ella siempre dijo ser feliz viendo feliz a su madre. Los rumores y comentarios en el barrio llegaron a ser tan falsos como maledicentes, por lo que en vísperas de Nochebuena decidimos despojarnos de todos nuestros complejos y realizamos las compras navideñas juntos en el supermercado más próximo al bar. Se acabaron de una vez todas las habladurías aunque ello me costó perder a un cliente de muchos años en el bar… La noche anterior a Reyes se trasladó definitivamente a un apartamento que se nos hacía del todo pequeño y del que nos mudamos unos meses más tarde a otro más grande y espacioso. Por una simple cuestión de respeto no le conté nada de mi nueva relación a mi padre, aunque nunca olvidaré la insólita expresión que adoptó en su lecho de agonía cuando ella le acarició sus canosos cabellos. Mi padre me miró y sonrió. Unas horas después falleció. Dicen que de tal palo tal astilla…

 … Y juntos hemos seguido Celia y yo durante estos catorce años, con nuestros buenos y malos momentos, pero con la fortaleza que otorga el saberse mutuamente querido en los episodios más complicados. Hemos decidido contraer matrimonio para este año pero, a día de hoy, entregada toda la documentación, el juez aún no nos ha concedido fecha. A mí me da igual; puedo seguir esperando otros catorce años, por lo menos.

 Con este relato de hoy clausuramos indefinidamente la sección de VIVENCIAS en este bar virtual de copas. A continuación dejamos el índice de todas las entradas aparecidas en esta sección por orden cronológico de publicación.

MARIÁN Y SU DOLOR DE MUELAS – 27 de marzo de 2008

MADRUGADAS DE INSOMNIO EN «EL PARAÍSO» – 31 de marzo de 2008

RUMORES DURANTE LA LITURGIA – 9 de abril de 2008

MARIAN Y SUS DOTES PEDAGOGAS – 11 de abril de 2008

PROFUNDO SUEÑO DE ALTURAS – 18 de abril de 2008

MARIAN Y SUS FOBIAS CANINAS – 25 de abril de 2008

REENCUENTROS VIRTUALES – 9 de mayo de 2008

LOS AÑOS DE LA INOCENCIA – 16 de mayo de 2008

SUEÑOS DE MÚSICA – 23 de mayo de 2008

LA VIDA TE DA SORPRESAS – 30 de mayo de 2008

AMIGOS PARA SIEMPRE – 6 de junio de 2008

UNA HISTORIA DE ALTOS VUELOS – 20 de junio de 2008

¡MENUDO HARÉN! – 27 de junio de 2008

LA PRIMERA Y MÁS ÍNTIMA EXPERIENCIA I – 4 de julio de 2008

LA PRIMERA Y MÁS ÍNTIMA EXPERIENCIA II – 11 de julio de 2008

LA PRIMERA Y MÁS ÍNTIMA EXPERIENCIA III – 18 de julio de 2008

AÑOS DE TURISMO – 25 de julio de 2008

MARIAN Y SU SANTA PACIENCIA – 1 de agosto de 2008

PASIÓN POR EL ARTE – 8 de agosto de 2008

LOS ESTRECHOS MÁRGENES DE LA AMISTAD – 15 de agosto de 2008

CUANDO EL DIABLO SE VISTE DE DESEO – 10 de octubre de 2008

LA LEYENDA DEL PRIMER BESO I – 7 de noviembre de 2008

LA LEYENDA DEL PRIMER BESO II – 14 de noviembre de 2008

LA LEYENDA DEL PRIMER BESO III – 21 de noviembre de 2008

CUANDO NO SE SABE BEBER – 12 de diciembre de 2008

¿QUIÉN ME HA ROBADO EL MES DE ABRIL? – 9 de enero de 2009

MI PRIMER PERIPLO HACIA LA OTRA EUROPA I – 6 de febrero de 2009

MI PRIMER PERIPLO HACIA LA OTRA EUROPA II – 13 de febrero de 2009

MI PRIMER PERIPLO HACIA LA OTRA EUROPA III – 20 de febrero de 2009

MI PRIMER PERIPLO HACIA LA OTRA EUROPA IV – 27 de febrero de 2009

DOS BAUTIZOS Y UNA BÚLGARA – 27 de marzo de 2009

EL AMARGO SABOR DE LA DECEPCIÓN – 24 de abril de 2009

UNAS VACACIONES BIEN APROVECHADAS – 12 de junio de 2009

BESOS DE AMOR Y JUSTICIA – 10 de julio de 2009 

COLOSIMO´S: COPAS CON GLAMOUR – 31 de julio de 2009

LAS BRISAS MEXICANAS – 23 de octubre de 2009

DÍAS DE AUTÉNTICA BASURA – 18 de noviembre de 2010

EL NECIO JINETE DE LA ILUSIÓN – 18 de diciembre de 2009

LAS ENGAÑOSAS APARIENCIAS – 22 de enero de 2010

LA ESQUINA DEL ADIÓS – 23 de abril de 2010

DE CHINOS, MÁQUINAS TRAGAPERRAS Y OTROS ASUNTOS – 21 de mayo de 2010

¿ERES MÚSICO, LEITER? – 9 de junio de 2010

HOY ES EL DÍA MÁS HERMOSO – 18 de junio de 2010

Un millón de gracias por vuestros comentarios