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 Puedo afirmar con rotundidad que la llamada festividad de los Reyes Magos nunca tuvo unas felices consecuencias para quién esto escribe por lo que, ya desde mi más tierna infancia, despertaron en mí las afinidades hacia el sistema republicano como modelo más factible para el entramado político de una nación, toda vez que mi relación con los comúnmente conocidos como Reyes Magos así como con sus más modernos e importados derivados — El inefable y hortera hasta más no poder Papá Noel — no fue todo lo especialmente amable que cabría esperar para la menuda mente de un crío como yo. Por dicha circunstancia, sumada a otras de distinto calado sociopolítico, no quisiera morirme sin ver restaurada en mi país una III República aunque, como no es mi intención herir sensibilidades políticas ajenas y mi padre siempre me recomendó que no hablase de política en el bar, desde ahora mismo propongo que para presidir esa hipotética república sea designado, a modo de figura por todos consensuada, S.M. el Rey don Juan Carlos. Si ya supo guiar un poco la nave desde la orilla franquista hasta la ribera democrática, no veo yo nada anormal para que también pueda pilotar la transición desde la Monarquía hasta la República. ¡Si todo es ponerse y tener voluntad!

 Mal, muy mal llevaba yo de pequeño lo que se supone que debía ser una grandiosa celebración de la fecha más esperada del año por parte de todos los niños del mundo, la fiesta de los Reyes Magos. Con apenas cinco años me obligaron a escribir — Y eso que apenas sabía leer a semejante edad — una carta dirigida a «Sus Majestades del Lejano Oriente» donde se hacía constar la lista de mis peticiones para tan relevante fecha, amén de un juramentado propósito de enmienda relativo a mis comportamientos más infantilmente censurables. De la mano de mi madre, deposité la carta en el interior de un buzón en fecha de dos de enero y, con estupor no exento de contenida rabia, observé como apenas tres días más tarde los destinatarios de mi inocente epístola hacían su entrada triunfal en Madrid, acontecimiento que fue televisado en directo. Con profunda tristeza y, pese a mi edad, reflexioné en silencio: — «Si papá dice que una carta dirigida a Asturias tarda casi una semana en llegar… ¿Cuánto tardará la mía, una misiva enviada nada más y nada menos que al Lejano Oriente? ¡Maldición! Estos señores que van en camello han partido de allí antes de que les haya llegado mi solícita carta… ¡No podrán saber lo qué les he pedido!» —  Nunca nadie de la familia me supo aclarar esta enigmática cuestión que, por otra parte, se acrecentó debido a las extrañas circunstancias que fueron aconteciendo con posterioridad y que provocaron que, año tras año, mi desconfianza hacia esos supuestos Reyes Magos fuese aumentando. El año del que me estoy refiriendo había pedido a los Reyes en esa carta una equipación completa del Atlético de Madrid además de un balón de reglamento. (En este apartado, debo aclarar que hasta los siete años fui seguidor colchonero. Afortunadamente, mi tío Federico se enteró de semejante tropelía y una tarde me llevó a ver la sala de trofeos del Real Madrid. Al lado estaban las oficinas y, como mi tío tenía mucha mano por entonces en el club de Chamartín, de allí salí siendo socio). Bueno, el caso fue que a la hora de abrir los paquetes que me habían traído los Reyes descubrí con sorpresa que la equipación correspondía con la de otro Athlétic, concretamente el de Bilbao; en cuanto al balón, era una simple pelota de goma cuya única virtud reglamentaria era la de tener bien alienados los pentágonos rojos y blancos, a juego con la camisola. Algo muy similar ocurrió el año siguiente: Un trenecito a cuerda, con una locomotora que parecía sacada de las mismísimas minas de carbón asturianas a las que mi padre tantas veces se refería, suplantó torticeramente mi petición de un tren eléctrico que estaba expuesto en el escaparate del bazar de la calle Conde de Peñalver. Y, como no hay dos sin tres, esta intolerable decepción volvió a repetirse durante la siguiente Epifanía: Me encapriché del novedoso juego del Scalextric y en su lugar recibí un destartalado coche de hojalata que había de guiarse mediante un cable que salía por el tubo de escape y cuyas necesarias pilas de 1,5 voltios no duraban ni media hora. Además, ese año ya me hice oficialmente mayor y mis padres me dieron a entender algo sobre lo que yo ya sospechaba con mucha anterioridad: Que los Reyes no eran tales y bla, bla, bla… Pero no os vayáis a creer que con esta nueva coyuntura a la hora de celebrar los Reyes cambiaron sustancialmente los despropósitos de antaño: En años sucesivos, me regalaron una caja de rotuladores Carioca en lugar del maletín de pintor que había pedido, muy mono él, con sus óleos y todo; un reloj digital comprado en el Decomisos de la calle Arenal por el equipo de música previamente solicitado; Y también una insulsa armónica de acompañamiento en vez de mi anhelado clarinete en Si bemol…

 Unos años más adelante, la familia en pleno decidió pedirle a los Reyes la novedosa y envidiada TV en color que tiempo atrás había adquirido mi tío Federico y a cuyo piso acudía con mis tres hermanos para ver hasta los Telediarios en color. A mi padre casi le da un soponcio cuando se enteró del precio del aparato, por lo que nuestras fraternales y comunes ilusiones parecieron desvanecerse del todo. Fue entonces cuando a mi hermano Ludovico el Magnífico, hombre de contrastada iniciativa, se le encendieron las luces de la inspiración y dio con un remedio que parecía tan infalible como económicamente asumible. En una revista leyó un anuncio de propaganda donde, más o menos, se decía: ¡TRANSFORME SU VIEJO APARATO DE TELEVISIÓN EN UNA PANTALLA DE CINE CON TODOS SUS COLORES!   ¡VEA A PARTIR DE AHORA SU TELEVISIÓN A TODO COLOR!   MÁS DE UN MILLÓN DE CLIENTES NOS AVALAN.   FÁCIL, CÓMODO Y SIN NECESIDAD DE INSTALACIONES PREVIAS.  ¡OFERTA ESPECIAL PARA NUESTROS LECTORES!   200 PESETAS + 50 EN CONCEPTO DE GASTOS DE ENVÍO  ¡APRESÚRESE! ¡ ÚLTIMAS EXISTENCIAS!   Total, que entre los cuatro hermanos decidimos que ese sería nuestro regalo de Reyes y en consecuencia cursamos el correspondiente cupón de pedido. A los quince días, aproximadamente, el cartero del barrio nos trajo un paquete cilíndrico y con inquietante emoción procedimos a su apertura. La exitosa novedad comercial consistía, mayormente, en una lámina coloreada a modo de radiografía que mediante papel celo se adosaba a la pantalla del televisor. Efectivamente, la imagen se veía a color, claro está, pero no era muy natural que se dijera. En tomas exteriores parecía encajar mejor el cometido de la insólita lámina, ya que en su parte superior estaba tintada de azul celeste mientras que la inferior lo era de verde manzana. Así, con un poco de añadida imaginación, daba la sensación de que realmente estábamos viendo un paisaje en plena exhibición cromática. Lamentablemente, aquel ingenioso invento no prosperó y ya esa misma noche fue retirada la lámina del televisor, a pesar de los ímprobos esfuerzos de mi hermano Ludovico por intentar encajar la lámina a la pantalla del aparato a golpe de tijera pescatera… ¡Menudos Reyes Magos los de aquel año!

 Con el tiempo, y subordinado a la obligación social que esta fecha conlleva, me he limitado a apuntar las peticiones de mi gente de manera clara y precisa para evitar equívocos. Desgraciadamente, este eficaz método no se suele aplicar conmigo: No hará diez años que humildemente pedí por estas fechas, atendiendo a la manía que tengo por coleccionar distintas versiones discográficas de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, una novedosa grabación que acababa de aparecer en el mercado. Llegado el día de Reyes, no os podéis imaginar la cara que puse cuando abrí el envoltorio y contemplé una cinta de vídeo con la leyenda: Fantasía de Walt Disney… –«Era eso lo que me habías pedido, ¿No?» –. Finalmente, he de contaros que tal día como hoy, una víspera de Reyes, decidí poner punto final a más de cincuenta años de historia del bar de mi padre, un negocio que me estaba ya dando más preocupaciones que beneficios. Espero no tener que hacer lo mismo con este nuevo y virtual bar de copas, LEITER´S BLUES, que abrí en el mes de marzo.

 Bueno, ya me contaréis mañana qué tal se han portado los Reyes. A mí no me preguntéis; ya os he explicado que soy un republicano convencido. Aunque… Acaba de entrar Celia por casa y lleva como un paquete envuelto… ¡Mis mejores deseos para todos/as en esta noche!