Willem Mengelberg

Willem Mengelberg

Willem Mengelberg, nació el 28 de marzo de 1871

No son pocos quienes etiquetan a los directores de orquesta como auténticos «enajenados» de la música, atendiendo a un peculiar y doble concepto de la praxis interpretativa. Por un lado, el director ha de poseer un doble oído localizado en distintos espacios temporales. Me explicaré: El director debe escuchar lo que la orquesta está interpretando según sus indicaciones; pero, al mismo tiempo, su mente, en un casi milagroso esfuerzo, anticipa los compases subsiguientes en atención a preparar todo el catálogo de recursos expresivos. Se produce así una separación de localizaciones musicales que atenta contra los principios de la fenomenología de Kant… Aunque el maestro de Königsberg nunca pensó en los directores de orquesta a la hora de elaborar sus doctas tesis. Observando uno de los escasos vídeos disponibles de Mengelberg, apreciamos este fenómeno en toda su dimensión.

Joseph Willem Mengelberg nació el 28 de marzo de 1871 en Utrecht, Países Bajos, en el seno de una numerosa familia de procedencia germánica. Estudia piano y composición en el Conservatorio de Colonia y a los 21 años consigue ser Generalmusikdirektor de la helvética ciudad de Lucerna, enclave en donde empezó a dirigir orquestas y coros con cierta regularidad. Sin embargo, el gran salto artístico y existencial de su vida se produce en 1895, cuando Mengelberg es nombrado director de la Orquesta del Concertgebouw sustituyendo a su compatriota y primer titular, Willem Kes, quien abandonó el cargo para dirigir a la Orquesta Nacional de Escocia. El binomio Mengelberg-Concertgebouw duraría la friolera de 50 años, período en el que una formación orquestal casi de «barrio» pasó a convertirse en una de las mejores agrupaciones filarmónicas del mundo. En la actualidad, la Royal Concertgebouw de Amsterdam es considerada la mejor orquesta del mundo — según la prestigiosa revista GRAMOPHONE — y toda la «culpa» de eso, sin desmerecer a Van Beinum, Jochum, Klemperer, Haitink, Chailly o Jansons, la tiene Willem Mengelberg.

En su primer concierto con la Concertgebouw, Willem Mengelberg dirigió la Quinta de Beethoven logrando impresionar a crítica, público y orquesta. Aquel joven director no sólo poseía talento a raudales, sino además un criterio, firmeza y autoridad sobre el podio poco corrientes en su época. De hecho, Mengelberg ya no sólo desprendía admirada fascinación entre los profesores de la orquesta: Fue uno de los directores más temidos por su rigor, obsesivo en ocasiones, que no paraba de ensayar y ensayar hasta la extenuación de los sufridos miembros de la orquesta. Su reputación como implacable director de orquesta llega a la otra orilla del Océano Atlántico y así, en 1922, es también nombrado director musical de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Allí tuvo la suerte — o desgracia, según se quiera entender — de compartir podio con Arturo Toscanini, un director diametralmente opuesto a los subjetivos criterios interpretativos de Mengelberg, más próximos a la línea de Nikisch, Furtwängler, Walter o Beecham. La situación estalló del todo en 1928, cuando en medio de frecuentes y violentísimas discusiones entre ambos genios de la batuta, Mengelberg toma de nuevo el barco rumbo a su Holanda natal.

Willem Mengelberg, meticuloso y analítico de las partituras como pocos, ya no sólo se conformó con admitir que la única verdad interpretativa era la suya y fue aún más lejos: Discutía las obras con sus propios creadores, explicándoles su concepción, y mostrando una fe en sus argumentos que los compositores no dejaban de valorar y admirar extraordinariamente. Ya el propio Richard Strauss no tuvo más remedio que dedicar a Mengelberg su Vida de héroe… Pero la mayor afinidad artística entre director y compositor se produjo en otro de los grandes binomios de la historia musical que Mengelberg protagonizó: Su admiración por Gustav Mahler traspasó los límites de la racionalidad y se adentró en el ámbito de la más absoluta reverencia (No os perdáis el ritardando que Mengelberg emplea en los primeros compases de este enlace de la Cuarta de Mahler…¡Prodigioso!). Mengelberg se convirtió en el gran apóstol de Mahler e inició una tradición en la interpretación de dicha música que aún perdura en la Orquesta del Concertgebouw, constituyendo uno de sus más preciados sellos distintivos.

El veinticinco aniversario de la carrera de Mengelberg como director de la orquesta neerlandesa, en 1920, se celebró por todo lo alto con un Festival Mahler al que acudieron las más prestigiosas personalidades de la música europea de aquellos tiempos, con lo que Amsterdam se convirtió en la capital cultural de Europa. Fue en esa década también cuando comenzaron los registros fonográficos de Mengelberg y su orquesta, iniciados con la Obertura Tannhäuser de Wagner. Aprovechando las magníficas condiciones de la sala del Concertgebouw, muchas de esas grabaciones (Wagner, Beethoven, Schubert, César Franck, Bach, Chaikovski, Rachmaninov, Von Weber, Brahms, Bruch, Bizet, Gluck… ) se realizaron en esa sala, aprovechando la extraordinaria calidad acústica de la misma. El conjunto de esos registros constituye hoy en día un verdadero Patrimonio Cultural y Artístico de la Humanidad.

Sin embargo, el destino quiso que la modélica conjunción entre Mengelberg y el Concertgebouw acabase de una manera realmente trágica. Mucho se ha escrito sobre el colaboracionismo que Mengelberg brindó a los invasores nazis durante la ocupación holandesa entre 1940 y 1945. Tan cierto fue que Mengelberg fue un destacado colaborador de las autoridades nazis como que intentó ayudar a los músicos judíos durante la maldita guerra. Pero los Países Bajos, una nación que surgió tras una infatigable lucha contra las tropas españolas durante la conocida como Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), nunca han perdonado a las personas que han colaborado con el invasor en otros episodios de su historia. En 1945, Mengelberg fue condenado — se libró de ser ejecutado por muy poco — y se le prohibió dirigir conciertos y desarrollar cualquier actividad pública en los Países Bajos. La propia Orquesta del Concertgebouw intercedió por él de manera infructuosa. Esperando el levantamiento de la prohibición, Mengelberg falleció en su residencia suiza de Chur (Lucerna) el 21 de marzo de 1951. Diez días después, Otto Klemperer dirigió en Amsterdam un concierto en su memoria, iniciándose así la rehabilitación artística del hombre que hizo célebre el Concertgebouw. En mi modesta opinión, Mengelberg no hizo más que otros maestros cuya colaboración con las tropas invasoras nazis resultó más que evidente y que, a la larga, fueron absueltos.

Uno de mis primeros profesores de música, el hermano escolapio Luis, me advirtió de algo que jamás le podré agradecer: –«Leiter, déjate de Karajan, Böhm, Bernstein… Dile a tu padre que te compre discos de Mengelberg… Era el mejor. Te lo aseguro» —  A día de hoy, Willem Mengelberg, junto con Furtwängler, Celibidache, Carlos Kleiber y Bruno Walter, es uno de mis cinco directores de orquesta predilectos de la historia. Nuestro humilde homenaje a la memoria de un enorme músico.