Existen determinados pasajes de los denominados Evangelios Canónicos cuya lectura puede dar lugar a diversas interpretaciones que se apartan, bien de la dogmática católica, bien de la tradición y de lo comúnmente aceptado en lo relativo a la vida y obra de Jesucristo. Pese a mi declarado agnosticismo en materia religiosa, incluso habiendo cursado estudios de filosofía y teología, nunca he dejado de admirar la figura histórica de Jesús, un personaje del que estoy plenamente convencido de su existencia en el pasado y del que me cautiva su constante compromiso con los seres más desdichados y su valiente capacidad crítica para denunciar cualquier situación manifiestamente injusta. No deja de ser una lástima que de uno de los seres más influyentes de toda la historia de la humanidad apenas tengamos escasos conocimientos de aspectos relacionados con su vida. A diferencia de otros personajes de similar envergadura, Jesucristo no dejó nada escrito y su doctrina se fue transmitiendo mediante la compilación de una serie de dichos y hechos que con el tiempo dieron lugar a los llamados evangelios.

 No es mi propósito realizar un trabajo propio de exégesis bíblica, asunto sobre el que abundan los estudios y análisis de reconocidos especialistas, sino comentar algunos pasajes evangélicos que pueden resultar un tanto enigmáticos e intentar explicar el motivo. Respeto profundamente cualquier manifestación religiosa siempre que no contravenga los más elementales derechos del ser humano y bajo ningún concepto es mi intención socavar la piadosa fe de quién pueda sentirse molesto ante un tema tan íntimo como delicado. Simplemente, expreso mi opinión, tan respetable como otra cualquiera.

 Me he servido para insertar los referidos pasajes de una edición de bolsillo de la Biblia de Nácar-Colunga, de la católica colección conocida como Biblioteca de Autores Cristianos.

–«Allí había un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Hacía por ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura.»– Lucas 19, 2-4

 La lectura de este pasaje nos sugiere que era Zaqueo un ser de escasa estatura. Pero, si leemos con detenimiento, también puede significar que era el propio Jesús el individuo de poca estatura. En ningún pasaje evangélico se nos da una idea del aspecto físico de Jesucristo. La iconografía tradicional que nos presenta a un Cristo con pelo largo, barba y poderosa complexión procede del arte bizantino tardío. Y así se ha mantenido hasta nuestros días. Curiosamente, los obispos orientales afirmaron que Jesús medía ¡¡1,35 metros!! en la Carta Sinodal de 839.

–«El mismo día, dos de ellos iban a una aldea, que dista de Jerusalén sesenta estadios, llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle.»– Lucas 24, 13-16

 Este pasaje de Lucas describe el célebre encuentro de un ya resucitado Jesucristo con dos discípulos que se encaminaban hacia Emaús. La cuestión que se plantea es la siguiente: Algunos autores afirman que Cristo no murió realmente en la cruz y que siguió predicando por Asia… Emaús se encuentra en la ruta de Joppe, un puerto de la época. Según esta teoría, Jesús se embarcó para evitar volver a ser detenido. De Joppe salían las principales embarcaciones rumbo al Asia. Esta teoría aparenta poca credibilidad hasta que uno viaja a Srinagar, en la India, y descubre aspectos del todo desconocidos sobre la figura de un tal Issa al que allí todos consideran como Jesucristo.

–«Así también vosotros, cuando veáis estas cosas, conoced que está cerca el Reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todo suceda»– Lucas 21, 31-33.  Pero también –«De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el padre»– Mateo 24, 36

 Esta aparente contradicción ha intentado ser teológicamente explicada en base a que, en el primer pasaje habla la naturaleza humana de Jesús y en el segundo, la naturaleza divina. A falta de una respuesta más convincente, conviene resaltar que las primeras comunidades cristianas tras la desaparición del Maestro estaban plenamente convencidas del inminente fin de los tiempos, de ahí que las cartas paulinas adopten, en muchas ocasiones, un auténtico significado escatológico. El pasaje que aquí mostramos de Mateo suele desarmar a los adeptos de ciertas sectas religiosas que se caracterizan por su empecinado proselitismo y por una confianza ciega en un muy próximo día del Juicio Final.

–«Vino su madre con sus hermanos y no lograron acercarse a El a causa de la muchedumbre, y le comunicaron: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y desean verte. El contestó diciéndoles. Mi madre y mis hermanos son éstos, los que oyen la palabra de Dios y la ponen por obra»– Lucas 8, 19-21  Y también –«¿No es acaso el carpintero, hijo de María, y el hermano de Santiago, de José, y de Judas, y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de El»--. Marcos 6, 3

Por más que la teología canónica intenta ofrecer alguna explicación, nada convincente, es un hecho que en la lengua griega, idioma en que fueron redactados los evangelios, existe una clara distinción entre el concepto de primos y el de hermanos. Todo obedece a una antigua mentalidad de considerar literalmente «virgen» a María, aspecto muy superado por la teología protestante que sugiere que esa virginidad era en todo caso simbólica. El hecho de nacer de una «virgen» se repite en muchas leyendas de la antigüedad para dignificar la biografía del héroe en cuestión. Además, la primera comunidad cristiana de Jerusalén, ya desaparecido el Maestro, fue dirigida por Santiago, «el hermano del Señor», figura de especial relevancia por su vinculación familiar con Jesús, y que mantuvo enconadas disputas con los «maximalistas» paulinos. Estos pasajes son un auténtico quebradero de cabeza para la teología católica, empecinada en mantener una tradición que a todas luces no resiste el más mínimo análisis.

__»Entró Pilato de nuevo en el pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?  Pilato contestó: ¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí; ¿Qué has hecho?»–  Juan 18, 33-36  Y también –«Admirábanse los judíos, diciendo: ¿Cómo es que éste, no habiendo estudiado, sabe letras?»– Juan 7, 15

 Estos pasajes pueden resultar fundamentales para conocer algo más sobre la vida de Jesús. En el primer pasaje, no se cita para nada a un intérprete, y la secuencia dialéctica es precisa y sugiere continuidad, por el hecho de contestar preguntando (a la manera gallega). Esto nos dice que, o bien Pilato sabía arameo, algo muy poco creíble, o bien el Maestro dominaba el griego, lengua internacional de la época, como lo puede ser el inglés hoy en día, o quizás el latín, algo menos probable. Si Jesús conocía realmente el idioma griego puede que lo hubiese aprendido en Alejandría, donde se ubicaba por entonces la mayor colonia judía fuera de Palestina. Esta hipótesis es más plausible por el dato de que las famosas parábolas con las que tanto le gustaba explicarse fueron un recurso retórico muy peculiar de Alejandría. Con ello, sabríamos algo, por mínimo que fuera, sobre los famosos años oscuros en la vida de Jesús. Hay más datos que apuntan en esa dirección: Cuando a Jesús trataban de arrinconarle dialécticamente, le sometían a enrevesadas preguntas. El contestaba con otras preguntas, intentando desplazar el argumento contrario a sus enemigos. Esta forma fue también muy usada por los filósofos helenistas de Alejandría.

–«Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen»– Mateo 5, 43-44

 Este pasaje ha dado lugar a todo tipo de especulaciones acerca de los conocimientos de Jesús sobre la secta de los esenios de Qumrán. El pasaje que comentamos de Mateo es muy enigmático, ya que no se corresponde con ningún texto conocido y ningún escrito judío tiene esa doctrina. Pero, por contra, si reproduce uno de los textos más famosos de los llamados «Manuscritos del Mar Muerto» hallados en Qumrán, el Manual de Disciplina. Es más que probable que Jesús conociera algo de los escritos esenios y que ese pasaje evangélico revele una actitud más bien contraria a la doctrina esenia. Resultaría formidable estudiar las posibles conexiones de Jesús con los esenios de Qumrán, al menos, en lo relativo a intercambios de información. Muchos afirman que Jesús y el Bautista pudieron formar parte de la comunidad de Qumrán para, posteriormente, separarse. Es un tema apasionante.

–«Aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo»– Lucas 2, 1

 Es ya unánimemente aceptado que Jesús tuvo que nacer forzosamente antes del año 4 de la llamada era cristiana, o sea, en el -4, ya que fue esta la fecha de la muerte de Herodes el Grande. Existió un edicto de empadronamiento del César en el año -6 y otro en el año 6. Posiblemente, el redactor del Evangelio de Lucas se hizo un lío con ambas fechas, lo que pudiera dar a entender la fecha del -6 como la más probable del nacimiento del Maestro.

–«Pero los judíos le dijeron: ¿No tienes aún cincuenta años y has visto a Abraham?. Respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham naciese, era yo»–. Juan 8, 57-59

 A colación con la cuestión planteada anteriormente, este enigmático pasaje hace entender que Jesús rondaría la cuarentena de años. Observemos un dato: Según muchos historiadores, Jesús no pudo fallecer antes del año 36 de seguir el relato de la decapitación de Juan Bautista, acontecimiento histórico que no pudo tener lugar antes del año 34 o a lo sumo, 35. Si se sigue esta línea argumental y se basa uno en el Evangelio de Juan, el único que «añade» un año más al ministerio de Cristo, la crucifixión del maestro hubiera tenido lugar en el año 36. Basta con sumar los seis años del nacimiento para que nos dé una cifra de cuarenta y dos años, la edad que hubiera tenido Jesucristo en el momento de su muerte. Esta cifra concordaría con el pasaje evangélico al que nos hemos referido.

–«Mientras decía estas cosas, levantó la voz una mujer de entre la muchedumbre y dijo: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste. Pero El dijo: Mas bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan»– Lucas 11, 27-28

 Esta polémica cita suele ser esgrimida por todos aquellos que consideran excesivo el culto a la Virgen María, personaje totalmente secundario en las escrituras. Se ha pasado de una Mariología a una auténtica Mariolatría, donde la figura de María supera, a veces, a la del propio Jesucristo. Si se hace una lectura pausada y exenta de complejos de los evangelios, uno se apercibe de que las relaciones de María con Jesús, su hijo, no eran, ni mucho menos, tan amistosas como la tradición se ha encargado de hacernos creer. El absoluto silencio de María en los textos paulinos, escritos que fueron redactados con anterioridad a los evangelios, es sintomático. La llamada Virgen María tiene un protagonismo muy superior al que la propia literatura canónica le concede. Lo siento por los devotos de la Virgen, pero este personaje es muy artificioso.