En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar una lectura del Movimiento sinfónico nº1, Pacific 231, del compositor franco-suizo Arthur Honegger. La excelente versión se corresponde con una lectura debida a Serge Baudo dirigiendo la Orquesta Filarmónica Checa y dicha grabación se encuentra disponible en el sello SUPRAPHON (Ref 111566). Esta breve pieza alude a una locomotora de vapor, la Pacific, que estableció su fama en París en cuestión de ferrocarriles de gran velocidad. El añadido del numeral 231 obedece al orden de las ruedas de la locomotora: Dos pequeñas ruedas laterales delante; tres grandes ruedas centrales y otra rueda detrás. Apasionado de las locomotoras (al igual que Dvorak), Honegger declaró que esta obra no era la simple imitación de los sonidos de la locomotora, sino más bien la traducción que le producía su contemplación objetiva: La tranquila respiración de la máquina en reposo, el esfuerzo para arrancar y la continua subida de velocidad hasta alcanzar el crucero a 120 kilómetros por hora. El estudio rítmico de esta obra es singularísimo: La figura rítmica fundamental se presenta de tal manera que entre la lentitud inicial, basada en una serie de redondas ligadas, y el proceso de aceleración, fundamentado en semicorcheas, la duración va disminuyendo constantemente hasta la coda, hasta la parada en la estación, siguiendo un proceso inverso. Se alcanza un elevado nivel de amplitud sonora e intensidad instrumental por medio de la pulsación rítmica de la batería en el momento de velocidad más elevada. Compuesta en 1923 y estrenada en la Ópera de París el 8 de mayo de 1924 por Sergei Koussevitzki (pese a que el destinatario era Ansermet), Pacific 231 pasa por ser la obra más célebre de su autor.

 Suiza aportó un gran número de compositores a la escena musical de la primera mitad del siglo XX. Frank Martin (1890-1974) fue un destacado autor que dio plena preferencia a la voz humana y que acabó adhiriéndose al dodecafonismo con un estilo muy personal y nada doctrinario. Conrad Beck (1901-1989) destacó en el plano sinfónico y se encuentra enraizado en la tradición musical alemana. Armin Schibler (1920-1986) persiguió una síntesis de la música de Stravinski con la de Schönberg a base de nuevos ritmos y melodías enriquecidos por la coloración sonora. Por su parte, Vladimir Vogel (1896-1984) intentó revestir rítmicamente la técnica dodecafónica tanto en piezas orquestales como en oratorios. En el terreno operístico destacaron autores como Heinrich Sutermeister (1910-1995), creador convencional, y Rolf Liebermann (1910-1999), autor de un modelo operístico que trató de conjugar el dodecafonismo con la comedia. Pero de todos los autores suizos destacó sobremanera Arthur Honegger.

 Arthur Honegger nació el 10 de marzo de 1892 en El Havre, Francia, aunque sus orígenes familiares se remontan a la localidad suiza de Zurich. Ya a los nueve años, y sin ninguna formación musical, escribió el texto y la música (de una forma lógicamente muy rudimentaria) de dos óperas. En 1905, Honegger estudió armonía con el organista de la Iglesia de Saint Michel de El Havre y a los quince años compuso una cantata muy influenciada por la música de Bach. De 1909 a 1911, Honegger llevó a cabo sus primeros estudios serios en el Conservatorio de Zurich para luego complementar su formación en violín y contrapunto en el Conservatorio de París. Movilizado por el Ejército Suizo en 1914, Honegger regresó a París un año después para seguir sus estudios en el Conservatorio de París con D´Indy. A partir de 1920, y luego de haber visto la luz sus primeras composiciones, Honegger se adhiere al Grupo de los Seis Franceses y crea sus obras más populares y famosas. Mundialmente conocido en 1924, Honegger realiza numerosas giras por Europa y los EEUU como director de sus propias obras y pianista. En 1930 escribe su Primera Sinfonía por encargo de Koussevitzki en una serie que culminará en 1950 con el estreno de su elevada y trágica Sinfonía nº5. En 1947, Honegger sufrió un colapso cardíaco en Nueva York del que ya no se recuperaría del todo. El 27 de noviembre de 1955, Honegger falleció en París víctima de un ataque cardíaco. Sus restos reposan en el cementerio parisino de Montmartre.

 Arthur Honegger supo fundir en su obra su admiración por la claridad musical francesa, la grandeza de las formas alemanas y el gusto por el trabajo minucioso y bien hecho propio de su mentalidad suiza. Un tanto tradicionalista, Honegger rechazó la ruptura definitiva del lenguaje tonal aunque siempre fue un músico de su tiempo que supo cantar a los grandes mitos contemporáneos. Para Honegger, la música fue un acto de fe y supo servirse de la misma, como puro placer sonoro, para acercarse a un público lo más amplio posible. Su escritura, generalmente contrapuntística y cromática, se caracteriza por ser muy directa, de gran plasticidad y riqueza melódica y con ritmos francos y armonías del todo personales. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a la figura de este gran compositor.