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El mejor director Celibidache

 Celibidache trabaja después de 1950 como director invitado en numerosas orquestas del mundo

 Se trata de Sergiu Celibidache ensayando el Réquiem de Mozart con la Orquesta y Coro de la Filarmónica de Munich. Ya con esta frase aclaramos el enunciado de esta entrada… Este vídeo — y los subsiguientes que pueden pincharse en el conocido portal YOUTUBE que pongo como enlace — demuestra porqué Celibidache, el maestro gitano que llegó de Rumanía, ha sido y probablemente será por muchos años el MEJOR DIRECTOR DE ORQUESTA de la historia. No es una cuestión subjetiva de favoritismo personal del autor de este blog: Es, simplemente, una tesitura de obligado cumplimiento para homenajear a una persona que me hizo COMPRENDER los fundamentos de la MÚSICA y de su interpretación, por encima de determinados clichés que no sirven sino para edulcorar un producto que de por sí es sencillamente eterno e imperecedero. El estudio de la Teoría Musical, de la Armonía, de la Fuga y Contrapunto, del Análisis, de la Orquestación e Instrumentación, de la Estética, de la Historia de la Música… Son aspectos esenciales para tratar de asimilar la obra de una serie de privilegiados que prescinden, generalmente, del uso de la palabra para expresar sus emociones. Pero ahí no ha de acabar la labor de todo aquel estudiante que quiera vivir y participar de este arte; ni mucho menos. Amar la Música es tratar de comprender su fundamento, es tratar de dar con la clave del mensaje que el compositor nos brindó en un papel pautado con correcciones y rectificaciones (Excepción de Mozart, quién seguía pulcramente y sin tachas el dictado divino… O del Diablo, quién sabe) y lograr edificar esa circunstancia con arreglo a las pautas creativas. Es una labor complicada y difícil que, por desgracia, no se enseña en los conservatorios. Un ensayo de Celibidache, a mi juicio, tiene tantos créditos musicales — o más — que cualquier tedioso programa de Dirección Orquestal basado en aprender a llevar el ritmo con la mano derecha y matizar con la izquierda. No se trata de leer música y ejecutarla: Se trata de leer, comprender, asimilar, desentrañar, construir y… ¡Transmitir! Así de simple y sencillo. La fidelidad a la partitura ha de ser TOTAL (Escuela de dirección de Swarowsky) pero la transmisión conlleva un ideal de estética abierto a cualquier subjetiva ponderación consecuente para aumentar la belleza expresiva de lo que el compositor dejó anotado en la partitura. Stravinsky, genial compositor, era un mediocre intérprete como director de sus propias obras. También Schumann. Grandes genios de la batuta tuvieron la complicada labor de traducir un sentido metafísico de la obra creada que va mucho más allá del compromiso inicial de su creador. No olvidemos que el principal protagonista de este vehículo artístico de expresión es la MÚSICA, por encima de todo. Celibidache comprendió como nadie esa trascendente labor. Un simple ejemplo: Koussevitzky fue un gran amigo de Prokofiev y su versión de la Sinfonía Clásica se considera veraz según la tesis del autor, con vertiginosos y acelerados tempi. Muchos años después, Celibidache ralentiza hasta la extenuación esos tempi para tratar de descubrir todo el fantástico mundo que encierra esa partitura. ¿Cuál debe ser nuestra opción como oyentes? Simplemente, la que consiga emocionarnos más. Probablemente, Prokofiev hubiera torcido el gesto ante la lentitud mostrada por el director rumano pero habría también descubierto que era mucho mejor compositor de lo que él mismo se creía… Hace poco, en este mismo medio, escribí acerca de las pocas anotaciones expresivas que Mozart indica en la partitura del Ave Verum Corpus: Simplemente «Sotto voce». Estoy seguro de que Mozart quiso decir: «Ejecutad esto como os salga de las narices… Pero es tan bello que, hagáis lo que hagáis, sonará de fábula. Probad» — Obviamente, esto no es más que mi opinión (Espero que Mozart no se enfade conmigo).

 Sergiu Celibidache procedía de Rumanía, donde estudió matemáticas y filosofía, aunque posteriormente se convirtió en ciudadano alemán a todos los efectos. Comenzó trabajando como pianista en una academia de baile en Bucarest y su amor hacia la música le hizo partir rumbo a París y Berlín donde, aparte de profundizar en los estudios de composición y dirección, perfeccionó las materias de filosofía y matemáticas. Se doctoró en filosofía con un trabajo que abordaba la técnica compositiva del conocido autor medieval Josquin Des Prez. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Celibidache se encuentra en Berlín y, gracias a numerosas apariciones en radio, era bien conocido en los círculos musicales berlineses. En 1946 es elegido titular de la Filarmónica de Berlín tras la repentina muerte de su predecesor, Leo Borchard, y con un contrato un tanto humillante: Sería director mientras que Furtwängler estuviera aún incapacitado para dirigir como consecuencia de la «desnazificación» que se vivía en Alemania en aquellos tiempos. Celibidache conquistó al público berlinés con su estilo efectivo y vigoroso, además de a una orquesta que admiraba sus dotes como artista. Pero al mítico Furtwängler se le levantó la sanción y bajo ningún concepto estuvo dispuesto a renunciar a la jefatura, ni mucho menos compartida, de «su» orquesta berlinesa. Celibidache se largó desilusionado y dio la espalda a muchos homenajes y condecoraciones con las que fue agasajado. No tardó en volver ese desencanto alemán: En 1954 fallece Furtwängler y el nombre de Sergiu suena como más que probable director titular. Tras tensas votaciones y reuniones en el más estricto secreto, la agrupación berlinesa se decanta finalmente por Herbert Von Karajan, aunque por una exigua diferencia de votos. Tres décadas más tarde se repite la historia cuando se empieza a especular con el nombre del sucesor de Karajan. A esas alturas, Celibidache ya ni se lo toma en serio…

 Después de 1950 Celibidache trabaja como director invitado en numerosas orquestas del mundo y sólo en 1961 acepta el puesto de titular en la Orquesta de la Radio Sueca de Estocolmo. Durante aquellos años polemiza en numerosas entrevistas poniendo en cuestión la calidad de muchas orquestas alemanas, pese a que en 1972 ingresa como fijo en la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart. Es preciso señalar que Celibidache evitó siempre el trabajo de continuidad con las llamadas orquestas de élite aunque hay que tener en cuenta que la tenaz resistencia que siempre opuso el maestro rumano a la hora de grabar discos fue también «tomada en consideración» con los directivos de las principales agrupaciones sinfónicas en sintonía con los mandamases de la industria discográfica. Sin embargo, en 1979 se pone al frente de la Orquesta Filarmónica de Munich, sucediendo Rudolf Kempe, fallecido en 1976, y se convierte en una figura de culto por los exigentes círculos filarmónicos de la ciudad bávara. Logra eclipsar a figuras reputadas como Wolfgang Sawallisch, a la sazón director de la Ópera de Munich, y a Sir Colin Davis, titular de la otra y más prestigiosa orquesta muniquesa, la Sinfónica de la Radiodifusión Bávara. Sus conciertos, pese a lo reducido del repertorio, eran esperados con una expectación casi religiosa y logró impulsar a la Filarmónica de Munich a la altura de las mejores orquestas alemanas del momento. Celibidache no sólo consiguió «reeducar» musicalmente a los miembros de la agrupación muniquesa sino que también mejoró sus condiciones de trabajo y consiguientemente sus retribuciones económicas. Esto sirvió para que muchos de esos músicos se concentrasen exclusivamente en la orquesta y abandonasen otras actividades musicales suplementarias. Pero este sabio proceder trajo la inesperada crítica del público: Se le reprochó, torpemente, que su gestión hizo elevar los gastos de la orquesta a niveles inaceptables. Ya se sabe lo que ocurre cuando el poder político entra en escena en el mundo de las artes. También tuvo problemas legales con algún que otro profesor de la orquesta, como el famoso pleito que mantuvo contra la trombonista Abbie Conant y que, tras doce años de batalla jurídica, se saldó con el triunfo de la solista y su posterior rehabilitación. Conant se tomó posteriormente la venganza y acusó de sexista al veterano maestro rumano.

 Celibidache nunca tuvo inconveniente para hacer ostentación de su talento, ni mucho menos, y ello le convirtió en enemigo «de facto» de muchas celebridades de su época. Nunca tuvo reparos para descalificar gravemente a Karajan, Sawallisch o al mítico Knappertsbusch con total naturalidad. De Arturo Toscanini se refería como «un idiota que gobernó por sesenta años». Al bueno de Karl Böhm le hizo tal menosprecio que el director de Graz declaró que «no dirigiría nunca a la orquesta muniquesa, al menos en un previsible futuro». Los críticos musicales tampoco escaparon de sus diatribas: Uno de los más afamados críticos alemanes, Joachim Kaiser, fue blanco permanente de sus más mordaces ataques. De esta forma, no sorprendió en absoluto que en 1984, durante una enfermedad y posterior convalecencia que le obligó a renunciar a muchos de sus conciertos, muy pocos directores se «atrevieran» a ocupar el atril temporalmente vacante. Pero Celibidache tampoco ocultó sus simpatías: Leonard Bernstein fue su director más admirado. Y dicen que también Lorin Maazel. Pese a la antaño controversia burocrática con Furtwängler, el maestro rumano estuvo siempre enmarcado en esa línea de romántica libertad interpretativa en la que el mítico director alemán era el referente. Frente a ellos, la otra escuela clásica de fidelidad absoluta, representada por Toscanini, y seguida por Scherchen y Leibowitz (También magistrales directores, por supuesto) suponía el contrapunto.

 Celibidache fue un excéntrico, un divo, una personalidad cautivadora, insustituible y única. La música para él era algo completamente intelectual y a la vez sensual. Enseñó regularmente en Mainz y los numerosos cursos y clases magistrales que impartió fueron de libre asistencia y con entrada gratuita. Era un perfeccionista del género y ello puede explicar porque nunca se introdujo de lleno en la ópera, un mundo ambiguo donde el director no es el único responsable. Su repertorio no fue muy extenso aunque sí muy diversificado. Mozart, Beethoven, Brahms, Berlioz, Dvorak, los sinfonistas rusos y Ravel. En su última etapa abordó a Bruckner de manera magistral y antológica. La llamada música moderna no ocupó en sus programas un lugar especialmente privilegiado. Sus tempi, muy criticados por excesivamente lentos en la última fase de su vida artística, desentrañan una gran arquitectura interior de equilibradas proporciones, chispeante y sólida. Sus últimas intervenciones en el podio, generalmente sentado, nos permiten contemplar a un director contenido, concentrado, parco en movimientos y, sobre todo, elocuente. Con su muerte, acaecida en París en 1996, se cierra una de las páginas más brillantes de toda la historia de la interpretación musical. O, por lo menos, de la más químicamente veraz. Desde entonces, nadie ha ocupado su trono.

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Sergiu Celibidache: El mejor director de la historia
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Celibidache fue un excéntrico, un divo, una personalidad cautivadora, insustituible y única. La música para él era algo completamente intelectual y a la vez sensual. En su última etapa abordó a Bruckner de manera magistral y antológica
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