En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar la extraordinaria y breve pieza orquestal denominada The Unanswered QuestionLa pregunta sin respuesta — del compositor norteamericano Charles Ives. La magnífica versión ofrecida corre a cargo de la Orquesta Filarmónica de Nueva York dirigida por Leonard Bernstein y esta grabación se encuentra disponible en el sello SONY (Ref 90390). En esta pieza de exhibición ocurren tres situaciones a la vez: Una trompeta realiza llamadas y arpegios, a veces con resonancias ruidosas y quejumbrosas; las flautas suenan de una manera un tanto frívola; y, por encima de todo, las cuerdas tocan unos sencillos acordes, serenos y tranquilos como el paso de las nubes por el cielo… ¿Qué significa todo esto? Pues precisamente ese es el título de la obra. Fechada en 1906, la obra no se estrenó hasta 1941 en Nueva York en medio de una total incomprensión. La sencillez de medios empleados por Ives en esta composición de alcance metafísico resulta del todo admirable y la superposición de imágenes sonoras tan significativas dentro de un fondo de cuerdas en pianissimo es un modo de plantear la eterna duda sobre la existencia. Hasta seis veces surge la pregunta, aunque a la séptima vez la cuerda vuelve al silencio.

 La modernidad y el empleo reciente de vanguardia, un concepto realmente más fácil de entender que de explicar, irrumpió con fuerza justo en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Se produjo entonces la convivencia entre una sociedad en plena decadencia y descomposición que será liquidada por la guerra y unas ideas artísticas, científicas y filosóficas que se corresponden ya con una nueva etapa histórica. En muy pocos años se van a desarrollar casi todas las tendencias y movimientos que van a conformar el siglo XX al tiempo que aún van a perdurar fenómenos que todavía pertenecen al posromanticismo y que se van a seguir explotando hasta los años veinte. Por eso, el siglo XX es una especie de rompecabezas en donde coexisten tendencias incluso antagónicas que sólo pueden ser analizadas mediante un proceso de fragmentación y recomposición. De ahora en adelante van a surgir compositores a los que no se les puede ubicar unitariamente en otro lugar, sino que aparecen en tiempos y tendencias diferenciados. Al otro lado del Atlántico aparece en estos tiempos un compositor de primerísima categoría que va a emplear elementos populares y folklóricos en un contexto de vanguardia que se adelanta a casi todo y que no tiene parangón con otras obras. Charles Ives es, para buena parte de la crítica, el mejor compositor surgido nunca en los EEUU.

 Charles Edwards Ives nació en Danbury, Connecticut, el 20 de octubre de 1874 y en el seno de una familia en donde el padre era músico y un gran aficionado a la filosofía trascendentalista. Con doce años, el pequeño Charles ya solía intervenir como percusionista en la pequeña banda musical que dirigía su padre y un año más tarde ejerció como improvisado organista dominical en la iglesia congregacionista de su localidad. En 1894, Ives ingresó en la Universidad de Yale para perfeccionar sus estudios musicales aunque para ello tuvo que sortear situaciones un tanto complicadas debido al repentino fallecimiento de su padre ese mismo año. Luego de graduarse en 1898, Ives vio las dificultades que comportaba ganarse la vida como músico y decidió dedicarse a la venta de seguros. La música constituyó desde entonces para Ives una especie de segunda vida un tanto desconocida y oculta para el resto de la gente. A partir de la década de los años diez del siglo XX, los éxitos comerciales de Ives en el tema de los seguros fueron espectaculares, fundando su propia compañía junto con su amigo Julian Myrick y estableciéndose ambos en Washington. Aquejado de problemas de corazón, Ives decidió dejar los negocios a finales de los años veinte para llevar una vida aislada y modesta, aunque del todo cubierta por las grandes rentas que había obtenido con la venta de seguros. A partir de los años treinta empezó a ver la luz parte de su obra, compuesta muchos años atrás, gracias al interés prestado por el pianista John Kirkpatrick, aunque ya antes Schönberg había advertido algo sobre el misterioso y oculto trabajo de Ives e incluso Mahler tenía previsto presentar su Tercera Sinfonía, algo que finalmente no se pudo llevar a cabo debido a la muerte del compositor en 1911. Fue a partir de los años cuarenta cuando la obra de Ives alcanzó el punto culminante de su proceso de apertura. En 1946 el compositor fue nombrado miembro del Instituto Nacional de Artes y Letras al tiempo que algunos grandes directores de la época, como Mitropoulos, empezaron a prestar una gran atención a su obra. Un año después, Ives recibió el Premio Pulitzer tras el estreno — cuarenta y tres años después de ser compuesta — de su Sinfonía nº3, obra que fue muy reconocida aunque ya no pudo influir en sus contemporáneos (ni obviamente pudo haber sido influida por ellos). De cualquier forma, la interpretación de la música de Ives en los EEUU durante los últimos años de su vida no significó necesariamente la comprensión de la misma por el público. Charles Ives falleció el 19 de mayo de 1954 en Nueva York como consecuencia de una crisis cardíaca tras ser sometido a una operación quirúrgica de poca importancia.

 Una pregunta siempre ha surgido en torno a la figura de Charles Ives: ¿Hasta qué punto su música hubiera servido de influencia, de haber sido conocida justo en el momento de ser creada, en unos años tan decisivos para la formación de la estética del siglo XX? Ives fue sin duda uno de los grandes excéntricos de la creación musical del siglo XX. Sus obras son como un producto de confección elaborado por distintas telas en donde en un instante se pasa del genio a la más simple banalidad, de una armonía tan pura y tradicional como la de los himnos a otra completamente disonante, y de una inventiva melódica capaz de imitar los cantos religiosos como de convertirse en algo del todo radical. Su estilo compositivo reúne, ciertamente, numerosos elementos dispares que, sin estar unidos entre sí, conservan no obstante su autonomía. El aparente caos que se destila en ciertos episodios de su música es siempre reconducido hacia un himno y una sensación de afirmación mística. Su obra clama por una mayor difusión de la que actualmente presenta. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a la figura de este magistral compositor.