El 9 de octubre de 1989 toda la prensa mundial, incluida la generalista, anunció en portada una de las noticias más esperadas del ámbito interpretativo musical de aquel año. La Orquesta Filarmónica de Berlín, tras el fallecimiento de Herbert von Karajan en julio, anunciaba su nuevo director titular, posiblemente uno de los cargos más importantes y relevantes del mundo musical. Tras barajarse una serie de nombres que iban desde Carlos Kleiber — quien renunció expresamente al cargo — hasta Carlo Maria Giulini pasando por Lorin Maazel, James Levine e incluso el mismísimo Celibidache, la orquesta hizo pública su votación secreta y el elegido fue un director que a priori no se encontraba entre los más aventajados candidatos. Con su nombramiento, el milanés Claudio Abbado culminaba una trayectoria profesional del todo meteórica y en constante ascenso cualitativo: Director del Teatro de La Scala desde 1968 a 1986; director titular de la Orquesta Sinfónica de Londres entre 1979 y 1987; director musical de la Ópera de Viena entre 1986 y 1991; principal director invitado de la Orquesta Sinfónica de Chicago entre 1982 y 1985… Sin embargo, la vida a veces se encarga de poner el freno cuando uno menos se lo espera: En el año 2000, Claudio Abbado volvió a encabezar los titulares de todos los medios informativos del mundo como consecuencia de habérsele detectado un cáncer de estómago que a punto estuvo de costarle la vida. Tras tres años de forzosa retirada, en 2003 Abbado volvió a la actividad musical completamente recuperado aunque con muchas secuelas físicas propias de la tenaz batalla sostenida contra ese maligno enemigo llamado cáncer. El 24 de mayo de 2010, Abbado tuvo que ser de nuevo ingresado en un hospital al presentar sospechosos signos de fatiga. Tras unas noticias del todo pesimistas, Abbado volvió a recuperarse y a finales de agosto de ese mismo año recibió una de las mayores ovaciones que se recuerdan en el Festival de Lucerna (más de un cuarto de hora). Abbado siempre fue un luchador y nunca nadie le regaló nada. Hoy en día pasa por ser, posiblemente, el director más prestigioso y respetado del mundo.

Claudio Abbado nació el 26 de junio de 1933 en Milán, Italia, en el seno de una familia en donde el padre ejercía como violinista y musicólogo mientras que la madre era escritora y pianista aficionada. Precisamente de ella recibió Abbado sus primeras nociones musicales a los siete años de edad. Tras presenciar un concierto ofrecido en La Scala, el niño Abbado ya manifestó su deseo de convertirse en director de orquesta y para ello tuvo a un inestimable padrino: El padre de Abbado había invitado a cenar en su casa a Leonard Bernstein y el director norteamericano manifestó al ver al pequeño Claudio: –«Este niño tiene ojos de director de orquesta…»–  Llegado el momento oportuno, Abbado ingresó en el Conservatorio de Milán para estudiar piano y composición bajo la tutela de los profesores Enzo Calazze, Bruno Canino y Bruno Bettinelli. Graduándose a los veinte años, Abbado prosiguió sus estudios pianísticos en Viena junto con Friedrich Gulda y en un principio pareció orientar su actividad como concertista de piano. Sin embargo, a partir de 1955 Abbado empezó a estudiar dirección orquestal con Antonio Votto y un poco más tarde con Carlo Maria Giulini. Ya en 1956, Abbado asistió a unos cursos de dirección impartidos en Siena por Alceo Galliera y Carlo Zecchi, conociendo allí a un joven estudiante hindú que se convertiría en uno de sus mejores amigos: Zubin Mehta. Por mediación de Mehta, ambos alumnos asistieron a los cursos impartidos en Viena por Hans Swarowski. Para costearse la estancia en dicha ciudad, a ambos jóvenes no se les ocurrió otra cosa que presentarse a unas pruebas de acceso al Coro de la Filarmónica de Viena, consiguiendo ser aceptados y con ello un doble propósito: Ganar un sueldo más que aceptable y asistir a todos los ensayos ofrecidos en la Musikverein por la Filarmónica de Viena. Según ha contado el propio Abbado, los dos años que estuvo cantando en aquel coro fueron los más instructivos de su vida. Allí en Viena, Abbado prosiguió también su perfeccionamiento al piano con Gulda y, tras superar una crisis de identidad relacionada con su futuro artístico (Abbado pretendía dedicarse a una triple faceta de pianista, compositor y director) tomó la decisión de dedicarse en exclusiva a la dirección orquestal. En 1958, Abbado obtuvo en Tanglewood el primer premio del Concurso de Dirección Sergei Koussevitzki que le sirvió para que algunas orquestas americanas le abrieran las puertas. Sin embargo, Abbado prefirió regresar a Europa para impartir clases de música de cámara en el Conservatorio de Parma. En 1960 se presentó por primera vez en La Scala (aunque ya había debutado como director en Trieste dos años antes sustituyendo a un director enfermo) y en 1963 obtuvo el primer premio en el Concurso de Dirección Dimitri Mitropoulos, lo que le volvió a abrir las puertas de América aunque, una vez más, Abbado decidió permanecer en Europa.

Considerado como una de las más firmes promesas de la dirección orquestal, la consagración definitiva de Abbado le llega en 1965 al dirigir a la Orquesta Filarmónica de Viena durante el Festival de Salzburgo. Un año más tarde dirige su primera representación operística completa en La Scala al tiempo que obtiene el Premio Philips del Mozarteum de Salzburgo. Con tan sólo treinta y cuatro años cumplidos, en 1966 Abbado es nombrado director estable en La Scala y con ello inaugura una fecunda relación que durará dieciocho años. El compromiso político de Abbado — militante del Partido Comunista Italiano — chocó un tanto con las caducas instituciones del coliseo milanés. Abbado no sólo se limitó a dirigir óperas de Puccini y Verdi, como era norma habitual en la casa, sino que amplió el repertorio en un decidido esfuerzo para agradar al público más joven y menos conservador. Junto con el compositor Luigi Nono y el pianista Maurizio Pollini, se organizaron una serie de conciertos populares en Emilia-Romagna bajo el lema Música-Realtà que obtuvieron un enorme éxito. (Durante la temporada 1965-1966, Abbado debutó en España al frente de la Orquesta Nacional de España en el Palacio de la Música de Madrid con una memorable versión de la Sinfonía nº1 de Brahms; empero, se negó a dirigir más en nuestro país por consideraciones políticas hasta la muerte del dictador Franco). En 1972, Abbado fue ascendido a la dirección musical de La Scala para cinco años más tarde ocupar su dirección artística, con lo que atesoró todo el poder de la institución operística milanesa. Su intento de cambiar las estructuras le llevó incluso a ocuparse de la renovación del sistema de venta de entradas. Poco a poco fue eliminando las corruptelas que el tiempo había ido acumulando en determinadas partituras y trató de volver al más puro espíritu original de cada obra. Su prestigio como director fue claramente al alza y empezó a ser reconocido como una de las máximas figuras de la dirección de su época. Fue entonces cuando se inició una feliz relación con la Orquesta Filarmónica de Viena, formación que en 1971 decidió nombrar a Abbado como uno de sus directores principales. Ya en 1973, la Sociedad Mozart de Viena le concedió la Medalla Mozart y unos años más tarde se le encarga la creación de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea. Por estas mismas fechas se produce el debut de Abbado como director invitado en América, con lo que su fama se extiende también a este continente.

Complementando su labor operística en La Scala, en 1979 Abbado da un gran salto cualitativo en su faceta como director de conciertos al aceptar la titularidad de la prestigiosa Orquesta Sinfónica de Londres sustituyendo a André Previn y manteniéndose en el cargo hasta 1988. Con esta formación realizó numerosas giras por todo el mundo, contribuyendo a elevar el nivel artístico de una orquesta que por entonces no pasaba por sus mejores momentos. Su labor no pasa desapercibida en América y así, en 1982, se le ofrece el cargo de principal director invitado de la Orquesta Sinfónica de Chicago, posición que ostenta durante cuatro temporadas. También en 1982 ve cristalizar su anhelado proyecto de crear una orquesta paralela a la de La Scala en Milán con el único cometido de actuar en conciertos sinfónicos y en virtud de ello es nombrado director de la Orquesta Filarmónica de La Scala de Milán hasta 1987, fecha en que Abbado cedió el testigo de la misma a su compatriota Riccardo Muti. La relación de Abbado con La Scala duró hasta 1986, cuando aceptó la dirección de la siempre conflictiva Ópera de Viena. Abbado tuvo muy claras las razones por las que aceptaba ese difícil cargo — tras el tormentoso paso de Lorin Maazel — y entre las mismas se encontraba la posibilidad de mantener el estrecho vínculo que unía al director milanés con la orquesta titular del coliseo vienés, la Filarmónica de Viena, una formación que Abbado siempre había considerado como la mejor del planeta. Su compenetración con el director general, Klaus Helmut Drese, fue del todo completa y sirvió para que Abbado lograse lo que ya había intentado en La Scala, esto es, la renovación de unas estructuras un tanto caducas. Uno de sus puntos culminantes fue la rehabilitación de una serie de óperas de Rossini que se encontraban fuera de repertorio y una inédita lectura del Don Carlo de Verdi basada en el libreto original. Abbado además participó como ningún otro en la vida musical de Viena y organizó el festival Wien Modern al tiempo que puso en pie otro de sus grandes proyectos, la creación de la Joven Orquesta Mahler formada por jóvenes procedentes de Austria, Hungría y Checoslovaquia.

El 8 de octubre de 1989, a las cinco en punto de la tarde, la Orquesta Filarmónica de Berlín anunció a Claudio Abbado como su nuevo director titular. Por primera vez en su historia un director no germánico — si obviamos el breve interregno de Celibidache allá por los años cincuenta — ocupaba el puesto más alto de la música orquestal alemana y uno de los más relevantes del mundo a nivel musical. Abbado se concedió un tiempo para aceptar la elección — no le resultaba nada fácil abandonar Viena — aunque finalmente aceptó su conformidad. Desvinculado de Viena a partir de 1991, Abbado dirigió durante algo más de una década a la Filarmónica de Berlín y la situó de nuevo entre las tres mejores formaciones del planeta (junto con la Filarmónica de Viena y la Sinfónica de Chicago) tras unos tiempos un tanto convulsos vividos en los últimos años por los problemas surgidos con su predecesor Karajan. En el año 2002, Abbado tuvo que renunciar casi forzosamente a la titularidad en Berlín como consecuencia de la grave enfermedad que le fue detectada dos años antes y que le dejó una serie de secuelas físicas que le impidieron continuar con la incesante actividad artística que hasta entonces había desarrollado. Milagrosamente recuperado en 2003, Abbado centró desde entonces su actividad en la dirección de la Orquesta del Festival de Lucerna, un conjunto que desde su refundación se ha erigido en una de las mejores orquestas del mundo por su indiscutible cualidad sonora. A pesar de que sus apariciones se han visto muy espaciadas desde entonces, con frecuentes períodos de obligado retiro por cuestiones de salud, Abbado mantiene una regular actividad con dicha orquesta y sus actuaciones, muy centradas en la música de Mahler, provocan la admiración colectiva en todos los escenarios del mundo.

Una de las mayores virtudes de Claudio Abbado es su excepcional versatilidad como director de orquesta. Dirige con el mismo rigor tanto la música sinfónica como la ópera y es además uno de los directores más requeridos y solicitados por los solistas de mayor renombre para acompañar sus ejecuciones. Si hay una palabra que define su arte esa no es otra que la precisión, siempre en la búsqueda de la mayor exactitud interpretativa y basándose en un profundo respeto a la partitura. Su técnica de batuta es firme y segura, con largas y amplias batidas que recuerdan lejanamente a Toscanini. Pero a diferencia del mítico director de Parma, Abbado siempre se ha mostrado como un director del todo respetuoso y comunicativo con los profesores de las orquestas a las que dirige, siendo por ello muy apreciado por los músicos. Durante los ensayos, explica todo de una manera tan objetiva y amena que ello condiciona que los profesores de las orquestas entiendan a la perfección el discurso interpretativo de Abbado. Nunca ha entendido su labor como un acto de tiranía, sino más bien como un asunto de solidaridad en donde el diálogo prima por encima de cualquier otra consideración.

Abbado se vio obligado a superar todo tipo de dificultades durante su trayectoria como director y siempre dio los pasos necesarios justo cuando el momento lo requería. Dotado de una gran inteligencia musical y de una enorme capacidad para analizar las situaciones, Abbado mantuvo siempre el carisma de un director eternamente joven, serio y reconcentrado que, sin necesidad de una forzada interpretación personal, sabe trabajar con la música y con sus ejecutantes. Sin demasiados aspavientos y evitando siempre la auto-publicidad, Abbado se ha mostrado como uno de los mayores valedores de la música de su tiempo y en todos los cargos que ha ocupado ha reservado un amplio espacio a la difusión de obras nuevas u olvidadas del repertorio. Su espectro musical abarca prácticamente toda la música desde el Barroco hasta los más modernos autores del siglo XX, aunque hay una serie de compositores que van estrechamente ligados a su nombre, como Beethoven, Brahms, Mozart, Rossini, Verdi y, especialmente, Mahler. Por contra, autores como Bruckner no parecen haber calado mucho en su ánimo. Otro tanto podría decirse sobre Wagner (Abbado nunca dirigió en Bayreuth), pese a que su registro de Lohengrin es alabado por los wagnerianos. Si bien Abbado es uno de los directores más brillantes del actual panorama de la dirección orquestal, no es menos cierto que sigue conservando, aun con toda su profesionalidad, algo sin pulir e impetuoso. Esto es muy propio de los directores italianos — tal vez con la excepción de Giulini — y procede de una época en que la mayoría de los maestros de aquel país se dedicaban casi con exclusividad a la ópera. Con todo, Claudio Abbado se presenta como el más grande director nacido en Italia tras Toscanini — con permiso de Victor de Sabata, Giulini y del malogrado Cantelli — y como puente generacional entre aquél y el trío de grandes maestros surgidos en Italia a partir de los años sesenta y setenta del pasado siglo (Muti, Sinopoli y Chailly).

En febrero del año 1988 Claudio Abbado actuó en el Teatro Real de Madrid al frente de la Orquesta Filarmónica Viena con un programa enteramente dedicado a Beethoven (Sinfonías nº5 y 6). Tras la exitosa velada, nos lanzamos a la búsqueda de Abbado en la zona de camerinos. (Años atrás, conseguimos su firma y unas breves declaraciones tras un concierto ofrecido en el mismo escenario con la London Symphony). Tras sortear mil y un controles, nos plantamos cara a la puerta de su camerino y esperamos su aparición pese a que se nos había advertido que el maestro estaba fatigado y que no iba a firmar autógrafos ni mucho menos a realizar declaraciones. Tras más de una hora de espera, Abbado salió de su cuarto sonriente y amable, como suele ser habitual en él. Uno de los integrantes de nuestro grupo, un virtuoso del piano poseedor además de un desparpajo nada común, le suelta a Abbado en perfecto italiano: –«Maestro, usted está llamado a suceder a Karajan en Berlín…»– Todos los allí presentes nos miramos con cara de sorprendida incredulidad a la que se sumó el propio Abbado mediante un gesto de negación acompañado de una sonrisa de circunstancias. Un año y medio después, Abbado se convertía en el nuevo director titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín…

De entre la producción discográfica debida a Claudio Abbado podemos mencionar las siguientes grabaciones (advertimos que los distintos enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Los 6 Conciertos de Brandemburgo de Bach dirigiendo la Orquesta Mozart (DG 1530302); Dos retratos de Bartok dirigiendola Sinfónica de Londres (DG 410598); la integral sinfónica de Beethoven dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 4775864 — integral sinfónica en 5 CD´s); los 5 Conciertos para piano de Beethoven, junto a Maurizio Pollini y dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 439770); selección de oberturas de Beethoven dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 429762); Fantasía Coral de Beethoven, junto a Maurizio Pollini y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 419779); I Capuleti e I Montecchi de Bellini, junto con Rinaldi, Pavarotti, Aragall y Zaccaria, y dirigiendo la Orquesta de la Residencia de La Haya (OPERA D´ORO 171); Wozzeck de Alban Berg, junto a Behrens, Raffeiner, Langridge y Grundheber, y dirigiendo la Orquesta de la Ópera de Viena (DG 423587); selección de piezas orquestales de Alban Berg dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 445846); Te Deum de Berlioz, junto a Araiza y dirigiendo la Joven Orquesta de la CEE (DG 410696); Sinfonía Fantástica de Berlioz dirigiendo la Sinfónica de Chicago (DG 474165); Obertura de El carnaval romano de Berlioz dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 471627); Carmen de Bizet, junto a Domingo, Berganza, Cotrubas y Milnes, y dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 402902); los 2 Conciertos para piano de Brahms, junto a Maurizio Pollini y dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 457837); Doble Concierto de Brahms, junto a Isaac Stern y Yo-Yo Ma, y dirigiendo la Sinfónica de Chicago (SONY 90405); Danzas húngaras de Brahms dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 4106152); Sinfonía nº9 de Bruckner dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 471032); la integral sinfónica de Chaikovski dirigiendo la Sinfónica de Chicago (SONY 87883 — integral sinfónica en 6 CD´s); Concierto para piano nº1 de Chaikovski, junto a Ivo Pogorelich y dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 415122); los 2 Conciertos para piano de Chopin, junto a Ivo Pogorelich y dirigiendo la Sinfónica de Chicago (DG 410507); El mar de Debussy dirigiendo la Orquesta del Festival de Lucerna (DG 477508); Concierto para piano nº1 de Liszt, junto a Martha Argerich y dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 449719); la integral sinfónica de Mahler dirigiendo la Filarmónica de Berlín, Filarmónica de Viena y Sinfónica de Chicago (DG 447023 — integral sinfónica en 12 CD´s); la integral sinfónica de Mendelssohn dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 471467 — integral sinfónica en 4 CD´s); selección de oberturas de Mendelssohn dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 423104); La flauta mágica de Mozart, junto a Röschmann, Pape, Strehl y Stein, y dirigiendo la Orquesta de Cámara Mahler (DG 642802); Las bodas de Figaro de Mozart, junto a Gallo, McNair, Skovhus y Studer, y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 445903); Don Giovanni de Mozart, junto a Helmann, Keenlyside, Pace y Terfel, y dirigiendo la Orquesta de Cámara de Europa (DG 457601); selección de Sinfonías de Mozart dirigiendo la Filarmónica de Berlín (SONY 92762); selección de Conciertos para piano de Mozart, junto a Friedrich Gulda y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 453079); selección de Conciertos para diversos instrumentos de Mozart dirigiendo la Filarmónica de Berlín (EMI 57128); Requiem de Mozart, junto a Harnisch, Johannsen, Mattila y Mingardo, y dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 463181); Cuadros de una exposición de Mussorgski-Ravel dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 445238); Khovanschina de Mussorgski, junto a Popov, Haugland, Kotscherga y Lipovsek, y dirigiendo la Orquesta de la Ópera de Viena (DG 429758); Stabat Mater de Pergolesi, junto a Ricciarelli y Valentini-Terrani, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (EUROARTS 2072378); Sinfonía nº1 de Prokofiev dirigiendo la Orquesta de Cámara de Europa (DG 429397); extractos de Romeo y Julieta de Prokofiev dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 453439); Concierto para piano nº3 de Prokofiev, junto a Martha Argerich y dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 415062); Concierto para piano nº2 de Rachmaninov, junto a Hélène Grimaud y dirigiendo la Orquesta del Festival de Lucerna (DG 1346909); Concierto para piano de Ravel, junto a Martha Argerich y dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 423665); integral de obras orquestales de Ravel dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 469354); El barbero de Sevilla de Rossini, junto a Battle, Domingo, Raimondi y Gallo, y dirigiendo la Orquesta de Cámara de Europa (DG 1515202); La cenicienta de Rossini, junto a Capecchi, Alva, Berganza y Montarsolo, y dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 768302); Il viaggio a Reims de Rossini, junto a Matteuzzi, Gavazzi, Ricciarelli y Corato, y dirigiendo la Orquesta de Cámara de Europa (DG 415498); selección de oberturas de Rossini dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 419869); Pelleas und Melisande de Schönberg dirigiendo la Joven Orquesta Gustav Mahler (EUROARTS 2055488); Un superviviente en Varsovia de Schönberg dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 431774); la integral sinfónica de Schubert dirigiendo la Orquesta de Cámara de Europa (DG 1476902 — integral sinfónica en 5 CD´s); Rosamunda de Schubert, junto con Anne Sophie von Otter y dirigiendo la Orquesta de Cámara de Europa (DG 431655); Concierto para piano de Schumann, junto a Maurizio Pollini y dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 445522); selección de Valses y Polkas de Johann Strauss dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 423662); selección de piezas orquestales de Richard Strauss dirigiendo la Sinfónica de Londres (DG 410518); Elektra de Richard Strauss, junto a Studer, Marton, King y Fassbaender, y dirigiendo la Orquesta de la Ópera de Viena (ARTHAUS MUSIK 100049); Aida de Verdi, junto a Cappuccilli, Arroyo, Domingo y Ghiaurov, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (OPERA D´ORO 7002); Don Carlo de Verdi, junto a Freni, Carreras, Cappuccilli y Ghiaurov, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (MYTO 981175); Falstaff de Verdi, junto a Terfel, Hampson, Diadkova y Mee, y dirigiendo la Filarmónica de Berlín (DG 471194); Macbeth de Verdi, junto a Cappuccilli, Verrett, Ghiaurov y Domingo, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (DG 449732); Simon Boccanegra de Verdi, junto a Van Dam, Freni, Ghiaurov y Cappuccilli, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (DG 449752); Un ballo in maschera de Verdi, junto a Ricciarelli, Obraztsova, Domingo y Gruberova, y dirigiendo la Orquesta de La Scala (DG 453148); y, finalmente, Lohengrin de Wagner, junto a Moll, Jerusalem, Meier y Studer, y dirigiendo la Filarmónica de Viena (DG 437808). Nuestro humilde homenaje a este excepcional director de orquesta.