Desde 1987, año en que se estableció el sistema de alternancia de directores para dirigir el mediático Concierto de Año Nuevo ofrecido por la Orquesta Filarmónica de Viena en la mítica Musikverein, los distintos maestros que han gozado de tan prestigioso privilegio pertenecen — o pertenecieron en su momento — a un selecto grupo de intérpretes musicales fundamentalmente caracterizado por la fama y el renombre, lo cual no implica necesariamente que sus logros artísticos hayan discurrido en paralelo a su fotogénica trayectoria. Quizás el maestro Georges Prêtre sea la excepción a esta regla no escrita: No siendo tan popular y conocido como sus ilustres predecesores, el director francés cuenta, no obstante, con un carisma especial en Viena tras sus muchos años como titular de «la otra orquesta», la Sinfónica. Dos años atrás, cuando debutó en el Concierto de Año Nuevo 2008, Prêtre pareció envolverse en un peculiar paréntesis con sus elegantes y afrancesados modos de dirigir, con unos eternos rubatos que cortaban la respiración y, sobre todo, con una musicalidad que puso en cuestión la de otras figuras más encorsetadas. Y ocurre que en estos últimos 23 años, en el primer día del primer mes, en Viena se ha visto de todo: Desde el inalcanzable magisterio de Carlos Kleiber, seguido muy de cerca por un Karajan ya de vuelta de cualquier ámbito existencial, hasta la exótica nota de un Ozawa (claro guiño al adinerado público japonés) al que precisamente le faltó un mayor conocimiento del «idioma»; desde los modos militares de un Mehta que asemejaba ejercer de brigadier sobre el podio hasta el exceso de sutileza de un Muti que pareció haberse confundido de sala de proyecciones; desde la ingeniosa chispa de un Maazel que no ocultaba su sonrisa de prestidigitador hasta la seriedad de un ascético Abbado empeñado en sacralizar la deliciosa herejía que desprenden valses y polkas; desde los acertados y analíticos —  pero irregulares — experimentos de ese explorador de la música llamado Harnoncourt, pasando por el oficio de un tecnócrata como Jansons, hasta el controvertido sensualismo de un Barenboim obcecado con que la orquesta imite a un piano… Prêtre, pese a sus 85 años — el director de mayor edad que hasta el presente ha dirigido este concierto — salió a divertirse como un niño. Tal vez por eso, el público asistente le brindó una de las mayores ovaciones de entrada que se recuerdan.

 Georges Prêtre es un maestro de oficio, de rudimento, dotado de escasa pero eficiente técnica con la batuta (Dirigió oberturas y valses con batuta, mientras que prescindió de ella para polkas y otras piezas breves). Quizás por ello, hubo un ligero desajuste en los vigorosos compases iniciales de la obertura Die Fledermaus, pieza que arrancó el concierto y en donde la orquesta pareció estar un tanto fría, de igual manera que en la polka Frauenherz. Pero Prêtre se siente cómodo con este repertorio y nos dejó muestras de su clase en los excepcionales rubatos de las transiciones entre movimientos, muy logradas en Wein, weib und Gesang, en donde la orquesta, especialmente en cuerda y trombones, exhibió su poderío y en donde al maestro casi le da un ataque de tos. Prêtre dibuja filigranas con su mano izquierda, sonríe, mira hacia el cielo, cierra los ojos… Y bromea, como en su amable versión de Im Krapfenwald, pieza que le va como anillo al dedo, en la que la agrupación vienesa desplegó todo un arsenal de artilugios imitando el sonido de los pájaros. Los filarmónicos vieneses, como viene siendo habitual, son un poco perezosos y les cuesta un tanto calentar motores. Sin embargo, ya en la cuarta pieza, Stürmisch im Lieb und Tanz, los profesores dejaron claro que esta orquesta es inigualable cuando se pone a tono: Estupendo sentido rítmico el dotado por Prêtre a esta polka rápida, con gran poderío de la cuerda y soberbia actuación de metales. Y muy alegre y vivaz Perpetuum mobile, con un innovador Wunderbar! del maestro en vez del tradicional und zu weiter

 La segunda parte del concierto reunió lo mejor del mismo, con una admirable y estupenda versión de la obertura Las alegres comadres de Windsor, de Otto Nikolai, el fundador de la orquesta vienesa. La agrupación, ya del todo engrasada, decidió homenajear a su creador con una antológica y dinámica versión sabiamente conducida por Prêtre, con magistrales fluctuaciones de tempi acorde con los cambios de atmósfera. Esta brillantez se prolongó en el vals Wiener Bombons, conducido con gran elegancia, naturalidad y sin nada de artificio por el maestro francés. Quizás fue una de las cotas del concierto, junto con la musicalidad de la polka mazurka Ein Herz, ein Sinn, en donde apreciamos un excelente trato de la dinámica sonora. Prêtre estaba disfrutando más que ningún asistente al concierto y así se comprobó en la Polka del champagne, donde una dirección sana y alegre (Con brindis final incluido) se vio acompañada por la portentosa exhibición de la sección orquestal de metales. Llegados a este punto, llegaron los guiños del maestro Prêtre a su patria: La obertura del Carnaval de París, con enormes intervenciones de flautas; y la obertura Las ondinas del Rin, de Offenbach, con un divertidísimo Prêtre dirigiendo, matizando hasta el límite, en una obra en la que, sin embargo, la orquesta acusó el cambio de paso; aunque volvió a sus fueros en la Quadrille de La bella Elena de Eduard Strauss, con el francés dirigiendo a brazos caídos y despreocupadamente ante la brillantez mostrada por la orquesta. Los famosos rubatos de Prêtre regresaron en Morgenblätter, ejecutada con maestría y con grandes intervenciones de los trombones. El programa oficial se cerró con el Galop del champagne del danés Lumbye, una nueva exhibición orquestal con cánticos incluidos.

 Y llegaron las propinas: Una genial Auf der Jagd polka, que no por ser una pieza trillada dejó de ser otra de las cumbres de la sesión. Pero todos esperábamos el archiconocido An der schönen blau Donau, que Prêtre ejecutó con valentía, con su sello personal y evitando los convencionalismos. Quizás a muchos les parezca extraña la versión, pero no se puede negar que el maestro francés quiso otorgar su sello propio a una pieza multiversionada. Grandes rubatos, tempi un tanto acelerados y, aunque parezca extraño, algunas imprecisiones orquestales. Una impetuosa Radetzky Marsch puso punto y final, como es habitual, a esta edición del Concierto de Año Nuevo. El maestro fue largamente ovacionado y el resultado final podemos calificarlo como de más que aceptable, aunque a nivel personal, me gustó más tanto el programa como su actuación en 2008. De cualquier forma, la sorpresa saltó nada más finalizar el concierto: Franz Welser-Möst será el encargado de dirigir la edición de 2011… Ya veremos qué ocurre.