Acababa de regresar del Brasil y Boni nos presentó en El Paraíso— «Mira, Malena, este joven acaba de volver de tu tierra… ¿No es en México donde has estado, Leiter?» –. El inefable Boni no andaba muy ducho en geografía que digamos y, tras aclararle que Brasil estaba a una considerable distancia de México, comencé a charlar con Malena, la chica mexicana que apareció por el barrio unas semanas atrás, de marcadas facciones aztecas, y que se había unido sentimentalmente a Pepe el Pulpo. Malena y yo conectamos muy bien desde el principio y lo que empezó siendo una insustancial charla de café, acabó prolongándose un par de horas. Malena me contó su personal historia:  — «Leiter, las cosas están muy mal en México. Las personas con pocos recursos y de clase humilde no tenemos ninguna otra salida que no sea trabajar de sol a sol por unos salarios miserables… La vida allí es muy difícil. Todo es corrupción, desde las más altas instancias hasta las pequeñas relaciones cotidianas. Mi madre y yo hemos estado ahorrando con mucho sacrificio durante años para que yo pudiera viajar a España y encontrar un porvenir más decente del que mi país está en condiciones de ofrecer. Vine con la visa turista y tan solo me quedan unos días para retornar. Menos mal que conocí a Pepe, un chico estupendo que está intentando buscarme algún trabajo; pero no hay manera. No tengo más permiso de residencia que el que me concede el boleto de avión. Además, por si no fueran pocos los problemas, los padres de Pepe no quieren que duerma con él en su casa y ya no nos queda plata para pagarme una pensión hasta que me vaya, en tres días.» —. Traté de consolar a Malena, quién mostraba en su exótico rostro los evidentes síntomas de una penosa aventura de objetivos fracasados. A punto ya de despedirme, apareció por El Paraíso su circunstancial novio, Pepe el Pulpo, quién regresaba del trabajo. Pepe era una magnífica persona, un tanto reservada e introvertida, con el que yo tenía una amistad vecinal, más que de tratarse de un amigo, propiamente dicho. Me despedí:  — «Bueno, ya sabéis, Malena y Pepe: Si no conseguís solucionar el tema de vuestro alojamiento podéis venir a dormir a mi casa.» –. Aquella relación entre Malena y Pepe no me pareció muy fundamentada en el amor sino más bien en mutuos intereses. A la mañana siguiente, durante la hora del aperitivo, Pepe se presentó de improviso en El Paraíso— «Leiter, por fin te encuentro. Esto… Si no te importa, te tomamos la palabra en tu ofrecimiento de ayer. ¿Puede quedarse Malena a dormir un par de noches en tu casa?» –. Me quedé un poco sorprendido.  — «Pero, y tú también…¿No?» — Pregunté.  — «No, va a ir ella sola. Mis padres, ya sabes cómo son, quieren que yo esté en casa por las noches y a Malena no quieren verla por allí ni en pintura… » —. Aquella exposición de motivos no me cuadraba.  — «Pepe, ¿No te da cosa que Malena se quede sola a dormir en mi casa conmigo?» –. El Pulpo sonrió pícaramente:  — «No, Leiter, por Dios, no digas tonterías… Yo sé que tú eres un tío muy legal» –. — «No es que yo sea más o menos legal, es que Malena sea legal, ¿Me entiendes?. Ella va a estar sola en mi casa y no la conozco apenas de nada. Una cosa es que estéis los dos juntos y otra es que sea ella sola…» –. Pepe me interrumpió.  — «Tranquilo, Leiter. Yo te respondo por ella.» –. Acordamos en que me traería su maleta a casa en una hora y sólo puse una condición: — «Malena ha de estar, como muy tarde, a la medianoche. Yo suelo salir de noche, ahora que estoy de vacaciones, y no tengo más que este juego de llaves. Que se tome lo que quiera, que vea la tele, que escuche música… Lo que quiera, pero ha de estar antes de las doce en casa.» — No pusieron pegas y aceptaron. Se les notaba muy desesperados a los dos. Tras esas dos noches, Malena regresaría a México a la espera de que Pepe encontrase algo mejor aquí para ella.

 Por aquellas fechas, yo llevaba poco más de un año tonteando con una enfermera mucho mayor que yo, aunque no terminábamos por dar un necesario paso adelante. Existía un insalvable problema: Cada vez que invitaba a cenar a mi pareja debía llevar también a su hermana y a la madre de ambas. Esta insólita situación, que daba pie a muchos y jocosos comentario por toda la barriada, acabó por hartarme. De Brasil le traje a mi chica (por decirlo de alguna manera) un precioso abrigo que me costó una fortuna y que, a mi entender, era un regalo de despedida. En el fondo, éramos muy distintos el uno del otro y nuestra relación no podía continuar de esa manera. La enfermera se lo tomó muy mal y estuvimos mucho tiempo sin hablarnos. Hoy en día, por ventura, nos volvemos a saludar cuando nos encontramos y, curiosamente, Celia y ella se han hecho muy amigas y salen por ahí juntas de vez en cuando. Pese a que le empiezan a pesar los años, como a todos, sigue siendo una mujer extraordinariamente atractiva, de gran y poderoso magnetismo. Sentimentalmente, sigue sola. Bueno, mejor dicho, sigue compartiendo su vida con su madre y con su hermana… Esta finiquitada relación me entristeció y, por momentos, me hizo caer en un estado de reactiva depresión personal. Muchas noches, pasaba las horas enteras acodado en la barra de algún que otro bar de copas del barrio, intentando aliviar mis continuos fracasos sentimentales con el White Label. La primera noche en que Malena se vino a dormir a mi domicilio fue una de esas. Llegué un poco tostado a casa, pero menos que en similares ocasiones y con esa tranquilidad que te da el hecho de no tener que madrugar al día siguiente por estar de vacaciones. Me dispuse a abrir la puerta sigilosamente, para no molestar a Malena a esas horas de la madrugada y, ante mi sorpresa, Malena estaba en el salón, con una bebida en la mano y escuchando a Serrat, con el volumen muy bajo, en mi equipo de música.  — «Leiter, no podía dormir… Te he estado esperando. Me he servido un trago y vi que tenías cintas de Serrat. ¡Me encanta Serrat! En México se le adora… No te importará que haya llamado por teléfono ahorita mismo a mi mamá, en México, para tranquilizarla…» –. Malena tenía ganas de conversación por lo que, como yo no tenía prisa alguna, me serví también una copa. La invité a salir a la terraza, ya que corría una agradable brisilla estival que animaba a ello. Allí nos recostamos sobre las losetas, brindando cada dos por tres y canturreando las inolvidables melodías de Serrat. Nos pusimos muy sentimentales y observé como Malena se acercaba cada vez más a mí, mirándome dulcemente a los ojos mientras entonaba los estribillos de Mediterráneo. Es posible que eso fuese debido a que yo también me acercaba cada vez más a ella y también la miraba a los ojos. Tanto nos acercamos que el beso no tardó en llegar.  — «¡Oh, Leiter, no lo puedo evitar… ¡Dios mío! Me estoy acordando de Pepe, pero tú me gustas también y …» –. Yo pensé en el lío en el que me estaba metiendo, pero quise ser realista: — «¡Yo que sé, Malena! Tú misma… Lo importante es que estamos tú y yo ahora solos. Será un simple arrebato… » –. Malena siguió con su indecisión sentimental, de tal manera, que acabamos juntos en el dormitorio. Cuando al día siguiente, bien tarde, nos despertamos, lo primero que pensé fue:  — «Joder, Leiter, la que has liado… ¿Cómo puedo ser tan hijo de puta?» –. Con el primer café algo resacosos, me decidí a hablar con Malena:  — «Mira, esto que nos ha pasado es producto de tu frustración por tener que marchar de nuevo a México y por la mía con aquella enfermera de la que te hablé. Tú y yo somos culpables. Vamos a olvidarlo todo y esperemos que el bueno de Pepe no se dé cuenta de nada. Actuemos con naturalidad, Y esta próxima noche, nada de nada, eh. Tú en tu cama y yo en la mía…» –-. Bajaba por la escalera del portal, un tanto aturdido, y me crucé con mi vecina asturiana, Llera, con quién me unía una fraternal amistad. Ella sabía que Malena iba a pasar dos noches a solas conmigo en mi casa.  — «Qué, Leiterín, ho. ¿Qué tal anoche con la manita?» –. No lo pude evitar y le confesé todo a Llera.  — «Lo sabía, sabía que os ibais a liar…» –. Le supliqué a mi amiga que me acompañara por la tarde en el rencuentro con Pepe el Pulpo, para que su compañía pudiera despejar sospechas. Cuando Pepe y Malena aparecieron por El Rojo me dio un ataque de risa al contemplar la pálida y agarrotada cara de Malena. Llera me dijo al oído:  — «Leiter, por el amor de Dios, compórtate.» –. Para acabar de arreglarlo, no tardó en aparecer por aquel local de la calle Naciones la enfermera, acompañada de su peculiar y familiar tropa. Al observar ésta que yo estaba dialogando con Malena y Llera me lanzó una mirada de indescriptible desprecio. Llera se quedó hablando con la mexicana mientras El Pulpo y yo bromeábamos.  — «Oye, Leiter, ¿No te la habrás tirado, eh?… ¡Jajajá! ¡Que te lo digo en broma, joder…!» –. A la salida, Llera se me acercó y me dijo con disimulo:  — «Tranquilo, Leiterín. Esta noche no tendrás problemas. Me ha dicho la manita que está con el período…» –.

 En efecto, aquella noche no sucedió nada particularmente extraño. Malena se marchó a México llevando más pena que gloria y yo me quedé con la sensación de ser un sinvergüenza con trazas de chulomerendero. Se empezó a extender el rumor por el barrio acerca de que «algo» había ocurrido entre Malena y yo. Más tarde me enteré que Malena le había largado toda la historia a un matrimonio conocido por Pepe y un servidor. Un día, Pepe el Pulpo me dijo:  — «Oye, Leiter, por ahí se va comentando alguna cosa rara… Tú tranquilo, que ya sabes cómo son de cotillas en este barrio.» –. Pasados algunos años, durante una noche en la que coincidí con El Pulpo en un pub de la calle Hermosilla, no pude seguir callándome aquella aventura y decidí contárselo todo a Pepe:  — «Dame de hostias, si quieres; rómpeme la cara… Pero, Pepe, te juro que aquella tía era un poco buscona.» –. Pepe ni se inmutó:  — «Ya lo sé, Leiter. Nada, tranquilo. La verdad es que yo estaba con ella por lástima. Me la quise quitar un poco de encima cuando tú nos ofreciste amablemente tu apartamento para que ella durmiera…» –. Con posterioridad, viajé a México en alguna que otra ocasión. Las dos primeras veces me reuní con Malena en el Distrito Federal. ¿Qué ocurrió?. Pues eso, que cuando el diablo se viste de deseo… Desde hace trece años no he vuelto a saber nada de Malena.