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Wilhelm Furtwängler y la Orquesta Filarmónica de Berlín: Grabación de 1943. Como un Rolls-Royce, empieza algo lento y se va animando. El sonido de la orquesta berlinesa es potente e inconfundible, como si estuviera preparando la llegada de Karajan. El maestro alemán nos da todo un curso de interpretación romántica: Acelera cuando tiene que acelerar y frena en los pasajes que así lo requieren, con prudencia no exenta de osadía. La coda, brillantísima, es un típico modelo de ejecución del director alemán, acostumbrado a acelerar hasta lo inverosímil el tempi. La dinámica general de la interpretación es perfecta y el planteamiento sublime, con una construcción precisa y en absoluto amanerada. De la orquesta no quiero comentar nada más. Es un lujo. (¡Qué cuerda, qué metales!). Versión de auténtica referencia. Hubiera dado media vida por ver a este director en directo… Señoras y señores, esto es dirigir una orquesta.

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Arturo Toscanini y la Filarmónica de Nueva York: Grabación de 1936 efectuada en el Carnegie Hall de Nueva York. Toscanini, a los mandos de un lujoso Hispano-Suiza, vehículo clásico que no se presta a experimentos, nos regala una interpretación diametralmente opuesta a la versión de Furtwängler. Alternativa clasicista, donde lo importante en sí es la música escrita en el pentagrama y no la exacerbación de sentimientos. Voy a decir un pecado: En diversos fragmentos parece que escuchamos más a Mozart que a Beethoven… Toscanini realiza una construcción impetuosa, mediterránea, fortaleciendo los subrayados rítmicos de los bajos, pero en ningún momento se pierde entre las aureolas de un idealismo interpretativo de connotaciones germánicas. La versión del enlace es un poco pobre de sonido pero no por ello se dejan de sentir los matices de una traducción prodigiosa. No paro de pensar en los pobres músicos neoyorquinos: Toscanini fue, de largo, el director de orquesta con más mal genio que haya dado jamás la historia de la música.

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Erich Kleiber y el Concertgebouw de Amsterdam: Grabación de 1953, es un ejemplo del perfeccionamiento orquestal de «papá» Kleiber. Al director vienés siempre se le ha considerado como un objetivista que trata de buscar el mejor sonido. Y sin duda, por lo menos en esta versión, lo consigue de manera radiante y conmovedoramente luminosa. Hemos abandonado el Hispano Suiza de Toscanini y nos subimos a bordo de un Mercedes 190 de los años cincuenta, con esa claridad de sonido que le brindan sus cilindros. Porque, precisamente, lo más destacado de esta versión es la claridad sonora de una exquisita orquesta holandesa como es la del Concertgebouw. Lectura delicada, de elegantísimo fraseo y con el fondo de una tradicional y vienesa manera de dirigir. Se aprecia una gran serenidad en el planteamiento aunque con precisas notas de brío en los pasajes de transición entre los desarrollos. Versión de auténtica referencia.

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Karl Böhm y la Filarmónica de Viena: Grabación de 1964 en un concierto celebrado en Innsbruck. Böhm fue un director muy soberbio que no para de lanzarse flores en sus autobiografías — Donde, por otra parte, sufre un ataque de amnesia en lo relativo a su sospechosa afinidad con los nazis — Su mal genio y su «convicto» papel de eterno secundón de un todopoderoso Karajan así lo confirma, aparte de que nunca gozó de las simpatías de sus contemporáneos colegas. En esta versión nos subimos a un Porsche al que se le gripa un poco el motor. Böhm es un director de oficio, un artesano de la dirección en su más teutónico rigor. La versión es clásica, pero dentro de la tradición germánica y resulta un tanto sosa e indolente. Sus modos de dirigir, como se observa en el vídeo, son un poco aburridos y en ocasiones desatan la sonrisa del espectador. (A mí, con todos los respetos, me recuerda un poco a Harold Lloyd… ). Böhm nos brinda una versión, diríamos que caducada, aunque con irreprochable conducta. Su lectura adolece de una falta de «ardor» que la partitura requiere, la misma que sí nos otorgó en una versión de la Novena donde quebró su oficio de artesano y, literalmente, se desmelenó. El Beethoven de Böhm no es, ni mucho menos, la referencia. (Por cierto, la autobiografía de Böhm se titula Ich erinnere mich ganz genau, que traducido al castellano significa, más o menos: Me acuerdo muy bien…)

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Wolfgang Sawallisch y la Orquesta Sinfónica de la NHK de Tokio: Grabación en concierto celebrado en 1988 y que cuenta con la colaboración del timbalista Peter Sondermann, profesor de la Staatskapelle de Dresde. La biografía de Sawallisch es muy interesante: Fue soldado de guerra y fue capturado como prisionero en Italia por las tropas inglesas. De regreso a Alemania estudió a marchas forzadas y llegó a convertirse en un exquisito pianista. En esta versión, Sawallisch se apea del gripado Porsche de Böhm y se instala en un BMW serie 5. Su lectura es decididamente clasicista y objetiva, aunque con una constante preocupación por la plasticidad derivada de la exactitud. El director muniqués no arriesga nada y apuesta por lo seguro, coyuntura que hace que Sawallisch sea visto por muchos aficionados como un director aburrido y excesivamente técnico. De cualquier manera, esta interpretación clasicista de Beethoven nos parece interesante, bien edificada y en absoluto tediosa. Nada más. El ejemplo que viene a continuación es el verdadero contrapunto a este modo de interpretar a Beethoven.

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Carlos Kleiber y la Orquesta del Estado de Baviera: Grabación de 1986 en concierto celebrado en Japón. Kleiber decide subirse a bordo de un lujoso Bentley para dirigir y no se acobarda a la hora de pisar el acelerador. Magistral versión, de auténtica referencia. Resulta difícil superar la valentía del artista berlinés para afrontar los últimos compases, en continuo acelerando, perfectamente edificado y con un buen gusto incomparable. Kleiber disfruta como pocos dirigiendo la música que más le gusta y lo hace sin complejos, de manera ensoñadora y en sintonía con los postulados de una interpretación netamente romántica. Kleiber es muy listo y nos intenta despistar: Trabaja los ensayos hasta la extenuación, buscando la absoluta perfección, y luego, durante el concierto, nos transmite un gesto general como de improvisación a la hora de dirigir. Saca lo mejor de cada orquesta y los músicos no sólo le respetan, sino que también le adoran. En esta grabación salen a escena las mejores virtudes de Kleiber (Buen gusto, perfeccionamiento y elegante sentido del discurso). Pero además, otra virtud mayor: Ofrece el concierto (Anda que no llegó a cancelar conciertos a última hora, para desesperación de los nerviosos organizadores)  Extraordinaria versión de uno de los más grandes directores de todos los tiempos.

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Claudio Abbado y la Filarmónica de Berlín: Grabación de 2001 efectuada en un concierto celebrado en Roma. Abbado se sube a un lujoso Maserati Quattroporte y le saca el mayor rendimiento posible. En esta grabación la orquesta suena de escándalo y, tal vez, durante el período en que fue dirigida por Abbado como titular, fue la mejor formación del momento. Abbado nos brinda una versión brillante, ecléctica, con elementos tanto clásicos como románticos y de una factura irreprochable. El milanés maneja con maestría todas las orquestas con las que colabora merced a la gran empatía que surge siempre entre director y profesores, condicionada por la relación, en absoluto autoritaria, que despliega el maestro. En Abbado existe un cierto toque improvisado, impetuoso, como de algo que se deja sin pulir, careciendo de la elegancia ejecutiva de un Carlos Kleiber, por poner un ejemplo. Pero su interpretación es la de un apasionado por la música en general y el vídeo del enlace da buena prueba de ello. Su versión es conceptualmente estupenda, apoyada en una orquesta inigualable que capta con maestría la intención del italiano. Posiblemente, Abbado es el mejor director de orquesta del mundo hoy en día. Con él, el éxito está plenamente garantizado. Excelente Beethoven, para la posteridad.

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Mariss Jansons y la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión Bávara: Grabación de 2005 efectuada en concierto celebrado en la sala NHK de Tokio. ¡Atención! Versión moderna, llena de recursos y matices, que puede dar lugar al estupor entre los academicistas. Jansons se sube a bordo de un prototipo experimental y se deja llevar. La biografía del director letón no tiene desperdicio: Fue alumbrado a escondidas en el ghetto de Riga después de que su abuelo y tíos fuesen asesinados. Estudió con Swarowsky en Viena y con Karajan en Salzburgo y llegó a ser asistente del mítico Mravinsky en la Filarmónica de Leningrado. Siendo titular de la Filarmónica de Oslo sufrió un infarto mientras dirigía La Bohème. (Tuvo suerte: Su padre sí que llegó a fallecer en un podio). Desde entonces dirige con un desfibrilador en su pecho, por si acaso. Actualmente es titular de dos de las mejores orquestas del mundo (Concertgebouw y Sinfónica de la Radio de Baviera) y ha pasado a formar parte de la selecta lista de directores que han actuado en el tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena. Contra el criterio de Swarowsky — Fidelidad total y absoluta a la partitura — Jansons nos deleita con una versión efectista, plagada de logrados contrastes y sorprendentes giros dinámicos. El prisma de la interpretación es más clásico que romántico y Jansons extrae lo mejor de una orquesta que suena de maravilla (Grandioso el timbalista). Formidable y magistralmente resuelta coda donde el director letón insiste en la ininterrumpida línea de violoncelos que marcan con insistencia el subrayado rítmico de la secuencia, una de las grandes genialidades de esta sinfonía. (Si no le da el infarto aquí, que esté tranquilo…). Particularmente, me encanta esta versión. ¡Bravo, Jansons!

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Lorin Maazel y la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión Bávara: Grabación de 1998 donde Maazel se quita todos los complejos y se sube a bordo de un Lamborghini Miura para interpretar esta sinfonía. ¿Qué queréis que os cuente? En mi opinión, estamos ante el Maazel verbenero y amante de la frivolidad musical. Este director tiene un doble rostro, capaz de lo mejor y más sublime (Sibelius) y del fracaso más estrepitoso. (En Londres todavía se recuerda aquella maratoniana sesión donde dirigió, en un solo día, la integral sinfónica de Beethoven, con resultados más que cuestionables, por intentar decirlo de la manera más amable posible). Maazel se dispara en esta grabación y su acelerada versión oculta muchos de los extraordinarios pasajes compositivos de la obra. La sufrida orquesta resuelve con encomiable dignidad su papel y demuestra por qué es considerado como uno de los tres mejores conjuntos sinfónicos germanos. A pesar de esta versión, Maazel es un director que se deja querer y que resulta simpatiquísimo en los camerinos. Tiene un excelente humor y es muy amable con todas aquellas personas que solicitan su autógrafo. Que siga así, pero que ralentice un poco los tiempos. De veras que se lo habremos de agradecer. Este tipo de lecturas para los guateques con los amigos.

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Vladimir Ashkenazy y la Orquesta NHK de Tokio: Nos bajamos del Lamborghini de Maazel y nos subimos a un Mazda Rx-8 japonés, vehículo peculiar para una orquesta peculiar, un director asimismo peculiar como pocos y una interpretación consecuentemente, y valga la redundancia, peculiar. Ashkenazy no ha sido nunca santo de mi devoción y siempre he considerado, desde mi más personal y subjetiva apreciación, que fue un elegante pianista que se metió a director cuando ya no tenía nada más que decir al piano. Pero esta maliciosidad mía se queda en evidencia cuando escuchamos esta interpretación del Allegro con brio. Cierto es que la ortodoxia formal de Ashkenazy deja mucho que desear (Se arrasca la nariz, se le sale la baba, parece que se pierde al pasar la página de la partitura, no da un paso, asemejando estar clavado en el podio, con estrafalarios giros de cadera al estilo del cómico actor Leslie Nielsen… ¿A que se parece un poco? ) pero su musicalidad a la hora de abordar este movimiento es del todo admirable. Ashkenazy se fue a vivir a Islandia, entre otras cosas, para que sus hijos no cayeran en la cultura del alcohol (Que de esto Ashkenazy, como buen ruso, sabe mucho). Pero aquí parece que se ha tomado una botella de vodka y nos brinda una versión firme, poderosa, dominadora y plena de contrastes. Sólo podría achacársele una cierta dejadez en las dinámicas sonoras, con pianos que parecen fortes y viceversa. Sin embargo, la versión es de categoría, muy bien diseñada y extraordinariamente conducida en sus compases finales. La respuesta de la orquesta es también excelente. ¡Un brindis por don Vladimir! Eso sí, con agua…

Con esta entrada inauguramos una nueva sección, VERSIONES COMPARADAS, que debido al análisis y estudio que conlleva nos veremos obligados a insertar con una periodicidad más amplia. Haremos todos los esfuerzos posibles para que, al menos, tenga una frecuencia mensual.