Hoy me encuentro muy triste y desanimado. Hace unos cuatro años, una vecina mía, muy mayor y con evidentes síntomas de Alzheimer, deambulaba sin rumbo fijo por la calle de Alcántara. No iba sola; Pepito, su fiel perro caniche color melocotón, le acompañaba. Celia y yo decidimos hacernos cargo del animal, pese a que ya teníamos un enorme gato negro en casa, Winston. Pero Pepito llenó de alegría nuestro hogar, con sus cabriolas, sus ganas de entusiasmarnos y su insaciable apetito. Como todo buen caniche, tenía su genio y en ocasiones marcaba claramente su territorio. Pero jamás dejó de recibirnos con saltos, volteretas y cuanto pudo hacer para alegrarnos en nuestros diarios reencuentros. Pepito es ya muy mayor y poco a poco su vida se va apagando, aunque él nos intenta demostrar lo contrario. No ve; apenas puede oír; Tiene que olfatear para reconocer a las personas. Intenta jugar subiéndose a nuestras piernas, pero ha de desistir ante el intempestivo ahogo que le asfixia. Tiene los pulmones encharcados.

 El veterinario me ha confesado que es muy probable que Pepito no llegue a Navidades. Es más, sería casi milagroso que lograra sobrevivir un solo mes. Me ha sugerido la posibilidad de que Pepito se vaya de este mundo dormido y sin apenas darse cuenta. Quizás ahora sea pronto, aunque si los síntomas se agravan habrá que empezar a replantearse esta opción, exclusivamente para que el animal deje de sufrir. El doctor me ha dicho que si tomamos esa decisión estemos con el perro en sus últimos instantes. Yo sé que Celia será incapaz de aguantar ese trance y que no me quedará más remedio que asumirlo. De todas formas, no quiero pensar en acontecimientos que aún están por venir. Ahora mismo, Pepito padece la ansiedad que todo animal siente cuando, no me preguntéis por qué, sabe que su fin está próximo. Afortunadamente, no sufre dolores físicos aún. O, al menos, son soportables, según el veterinario.

 Luego del fatal e irreversible diagnóstico del veterinario, Pepito y yo hemos caminado juntos hasta nuestra casa. Iba alegre y feliz, sabiendo que nos alejábamos de la consulta diaria que le hace temblar. Ahora mismo está en el sofá, enroscado, durmiendo y soñando… Sabe Dios con qué o con quién. Está tranquilo y relajado. La mayor parte del día se le pasa tosiendo, casi ahogándose, por lo que, tras tomar sus pastillas, acaba derrotado.

 Sé que este perrito no es más que el grano de arena de un mundo donde más de 2.000 millones de personas pasan hambre a diario, donde la explotación infantil en el Tercer Mundo es el patético pan nuestro de cada día y donde miles de niños mueren a diario por falta de medios para subsistir. Pero Pepito es mi perro y jamás me negó un nervioso movimiento de cola cuando abría la puerta de mi casa, con independencia de mi estado de ánimo. Buceando en la red, me he encontrado con esta canción de ANDREA BOCELLI. Me estoy volviendo mayor sin darme cuenta. No es mi estilo de música, pero la visión de este vídeo que os dejo me ha hecho pensar y casi llorar. Estoy muy sensible. Ah, Pepito sigue durmiendo.