Al parecer, ésta es la verdadera y única imagen conservada de Buxtehude

 En el enlace al vídeo que hoy os dejo podemos escuchar el Preludio, Fuga y Chacona en Do mayor para órgano del compositor alemán Dietrich Buxtehude en la virtuosa interpretación de Philippe Delacour, solista francés que estudió en el Conservatorio de Metz y posteriormente en el de París bajo las órdenes de Marie-Claire Alain. Actualmente, Delacour es el organista titular de la iglesia de Nuestra Señora de Metz. Esta grabación se encuentra disponible en el sello DISQUE FUGATTO (Ref 022 en formato DVD) y el órgano empleado para la ejecución corresponde al de la iglesia de St. Martin Dudelange (Luxemburgo), construido en 1902 por George Stahlhuth y restaurado en 2002 por la firma alemana Allkoven. Si os fijáis bien en el vídeo, la dificultad del ejecutante de órgano se complica sobremanera al tener que valerse tanto de manos como de pies para lograr la interpretación. El pupitre del instrumento contiene los teclados, que en el caso del órgano del vídeo son cuatro aunque otros ejemplares pueden llevar cinco o incluso seis. Tradicionalmente, los cinco teclados de un órgano, dispuestos de abajo hacia arriba, reciben los siguientes nombres: Positivo, Gran órgano, Brustwerk, Oberwerk y Eco. En cuanto a los pedales, estos pueden abarcar hasta tres octavas y su disposición ha variado con el transcurso del tiempo. En los órganos más modernos suelen adoptar una forma cóncava y dispuesta en abanico para facilitar su alcance. Todos esos botones que podéis contemplar alrededor del teclado no son sino los distintos registros tímbricos disponibles y que pueden variarse a voluntad del ejecutante. Tocar un órgano es algo realmente complicado y que está al alcance de muy pocos. Hay que finalizar previamente los estudios de piano o de otro instrumento de teclado para acceder a su aprendizaje. Para su escritura se utilizan hasta tres barras de pentagrama, siendo las dos primeras las correspondientes a las manos — a semejanza de un piano — y la inferior a la parte ejecutada con los pies. Como podréis adivinar, tocar a primera vista una partitura de órgano es algo verdaderamente inasumible. Pese a esa dificultad y por increíble que parezca, algunos grandes maestros organistas del pasado eran capaces de hacerlo.

 La Reforma Protestante amenazó la existencia del órgano en algunos países europeos precisamente en un momento en el que gozaban de enorme difusión. Si bien Lutero amaba la música y no se opuso al canto en la iglesia ni al órgano, no ocurrió lo mismo con otros reformadores: Calvino admitió sólo el canto de salmos sin acompañamiento, mientras que Zwinglio prohibió cualquier manifestación musical en las iglesias pese a que él mismo tocaba varios instrumentos. Algunos años más tarde, las autoridades protestantes se enzarzaron en una verdadera batalla en pro o en contra del órgano. Las comunidades de fieles, que añoraban el empleo de la música en el servicio religioso, empezaron a hacer caso omiso del dictamen de las jerarquías religiosas y, gracias a ello, el órgano volvió a ocupar triunfalmente su lugar en la iglesia. Durante el Barroco, auténtica edad de oro de la música para órgano, el instrumento se enriqueció con nuevos registros y se logró el justo equilibrio entre teclados, pedalero e insuflación de aire mediante fuelles perfeccionados. Dentro de las distintas escuelas alemanas del primer Barroco destacó la del norte, cuyo máximo representante fue un organista de origen danés, Dietrich Buxtehude.

 Dietrich Buxtehude nació en un día indeterminado de 1637 en Helsinborg, territorio antaño danés que hoy pertenece a Suecia, en el seno de una familia en donde su padre ejercía como organista. Aprende pronto el oficio paterno y sabemos que en 1668 estaba al frente de la iglesia de Santa María de Lübeck como organista tras superar las dos pruebas tradicionales que se exigían para optar a ese cargo: Un examen de capacitación técnica, por un lado, y la obligación de casarse con la hija de su antecesor, por el otro. En Lübeck, el maestro Buxtehude desarrolló una labor tan extraordinaria con el manejo del órgano hasta el punto abanderar la escuela alemana del Norte del primer Barroco. Su fama allí fue de tal magnitud que muchos compositores peregrinaron hasta la bellísima ciudad del norte de Alemania para aprender las técnicas de quien era considerado como el más grande organista, posiblemente, de Europa. Todos se peleaban por conseguir su puesto en 1703, cuando Buxtehude expresó sus deseos de retirarse a la edad de 66 años. Sin embargo, y siguiendo la tradición, Buxtehude esgrimió como requisito ineludible para acceder al cargo que el candidato designado habría de casarse con su hija. Y allí que llegaron Haendel y Mattheson (Quienes años atrás habían resuelto sus diferencias mediante un duelo en el que Haendel salvó la vida gracias a que un botón de su chaqueta amortiguo el certero espadazo de Mattheson). Sin embargo, la hija de Buxtehude — Anna Margareta — debía ser tan horrorosamente fea que los dos músicos pusieron pies en polvorosa al día siguiente de su llegada. Dos años después recibió la visita de Johann Sebastian Bach — la leyenda afirma que Bach recorrió a pie más de 400 kilómetros — quien colaboró con el maestro durante tres meses sin mencionar para nada a la hija de éste. Bach sólo estaba interesado en conocer su técnica, aunque no sabemos si esa motivación se resolvió una vez que hubo contemplado a la muchacha… Sea como fuere, Buxtehude murió el 9 de mayo de 1707 en Lübeck sin designar sucesor. Nuestro humilde homenaje a este excepcional maestro organista.