A la hora de afrontar el estudio de una partitura muchos directores pasan horas y horas visualizando hasta el más mínimo detalle de la misma, realizando anotaciones con un rotulador tintado en rojo y subrayando con uno de color negro pasajes comprometidos en los que el equilibrio orquestal no parece ofrecer una solución a primera vista. Los directores, por regla general, trabajan infatigablemente sobre la partitura general de la obra, en un intento, casi místico, de descubrir el sendero adecuado por dónde ha de guiarse la futura interpretación. De tanto trillar la obra tras un largo proceso de maduración es inevitable que quede grabada en la cabeza, por lo que algunos directores deciden prescindir de la misma a la hora del concierto para liberar todos los recursos expresivos que sin duda serán necesarios transmitir durante la ejecución. Otros, sin embargo, deciden colocar la partitura sobre el atril para que nada de lo concienzudamente anotado pueda ser víctima de un circunstancial olvido. Con todo, hubo un director de orquesta que gustaba leer la partitura durante el concierto… Aunque sólo fuera visible para él. Dimitri Mitropoulos era capaz de fotografiar una partitura en su mente con apenas echar un simple vistazo. Lo suyo no fue simplemente un caso más de buena memoria entre los directores de orquesta; Mitropoulos albergaba un procesador en su cerebro y a la hora del concierto pulsaba sabe Dios qué tecla para proyectar la partitura en su vista interna. Fue, de largo, el caso más asombroso de retentiva memorística que haya dado nunca la historia de la dirección orquestal.

 Dimitri Mitropoulos nació en Atenas el 1 de marzo de 1896 en el seno de una familia en donde su abuelo era sacerdote y dos tíos ejercían como monjes en el Monte Athos. Si bien estuvo a punto de seguir la tradición religiosa, la música pareció imbuirle en una ascesis de mayor profundidad y de esta forma se matricula en el Conservatorio de Atenas, institución en donde estudia piano y composición, graduándose en 1919. Consciente de que en su patria no podía ampliar mucho su formación y escaso de recursos, decide componer una ópera que fue acogida con enorme éxito en Atenas y por la que además logró que le concedieran una pensión para ir a estudiar a Bélgica, en donde trabaja con el maestro Paul Gilson. De allí parte para Berlín y es admitido en la clase de Ferruccio Busoni al tiempo que colabora como correpetidor en la Staatsoper. Su regreso a Atenas en 1924 resulta del todo triunfal: Mitropoulos reúne a los mejores músicos del país y desarrolla con ellos — en lo que más tarde constituirá la Orquesta Sinfónica Nacional — la música tradicional y contemporánea con una intensidad jamás conocida en la cultura musical griega. En 1930 debuta como solista y director con la Filarmónica de Berlín, cosechando un gran triunfo. Paralelamente, no abandona su faceta de compositor y de docente, llegando a ser en esta materia un verdadero pionero en un país que tenía escaso contacto con la escena musical internacional. En 1936 acude por primera vez a los EEUU y dirige a la Sinfónica de Boston en un concierto de también resultó memorable. Los americanos empiezan a hablar de ese enorme director griego que prescindía de la partitura — incluso en los ensayos — y de la batuta en los conciertos, sustituyendo ambos recursos por una monumental gesticulación que no pasaba desapercibida tanto para músicos como para público. A Mitropoulos no debió resultarle nada fácil la resolución de apartarse de sus numerosos deberes de educación orquestal e instrucción pública en Grecia, pero lo cierto es que un año después, en 1937, Mitropoulos parte de nuevo hacia los EEUU para iniciar allí su carrera como director.

 Nada más llegar a territorio norteamericano, Mitropoulos se hace cargo — sustituyendo a Ormandy — de la Sinfónica de Minneapolis hasta 1949. Es de destacar que Mitropoulos supo defenderse muy bien en los EEUU durante el período de guerra y los años inmediatamente posteriores a la misma. Tengamos en cuenta que la nación norteamericana era musicalmente muy exigente en aquellos años debido a que allí se dieron cita los mejores directores del Viejo Continente. Nacionalizado ciudadano norteamericano en 1946 luego de haber firmado un contrato de colaboración con el sello discográfico COLUMBIA, Mitropoulos acepta la cotitularidad de la Filarmónica de Nueva York — junto con Stokowski — en 1949 después de haberla dirigido varias veces con anterioridad en calidad de invitado. Un año después pasa a ser el único director titular de la formación neoyorquina tras la renuncia de Stokowski. Durante los ocho años en los que se mantuvo al frente de la Filarmónica de Nueva York, Mitropoulos pasó de ser un personaje admirado por todos a convertirse paulatinamente en un quebradero de cabeza para profesores de la orquesta, público y crítica. La constante inclusión de obras modernas; su carácter bondadoso y afable que muchos confundieron y que a la larga provocó un deterioro en la disciplina de la orquesta; y, especialmente, su declarada y abierta condición de homosexual, fueron factores que influyeron en la renuncia de Mitropoulos a la titularidad de la agrupación neoyorquina tras dar el visto bueno a su discípulo y sucesor, Leonard Bernstein (asunto que provocó no pocos comentarios maledicentes relativos a una relación «más que amistosa» entre Dimitri y Lenny). Mitropoulos también estuvo estrechamente vinculado con el Metropolitan, institución con la que seguiría colaborando hasta su muerte. Tras su renuncia de la titularidad de la Filarmónica de Nueva York, Mitropoulos inició una exitosa gira como director invitado por las mejores orquestas de Europa. El 2 de noviembre de 1960, mientras se encontraba ensayando la Tercera de Mahler con la Orquesta de La Scala de Milán, sufrió un infarto de miocardio que le provocó la muerte tras caer del podio. Sus restos fueron incinerados y sepultados con todos los honores en Atenas.

 A pesar de los intentos realizados por el sello discográfico CBS para mantener vivo su recuerdo a base de reediciones, la imagen de Mitropoulos palideció rápidamente tras su fallecimiento. Ciertamente, Mitropoulos no fue un perfeccionista a la usanza de otros colegas suyos que también trabajaban en los EEUU y que mantenían viva la tradición de la escuela centroeuropea de dirección orquestal. Algunos de sus discos están plagados de errores — especialmente un Wozzeck — y sólo un puñado de grabaciones satisface las exigencias artísticas de la crítica actual. Durante sus últimos años al frente de la Filarmónica de Nueva York, dicha formación fue considerada como una orquesta ruda, grosera y potente productora de «maleza» sonora. Las comparaciones con la Orquesta de Filadelfia (Ormandy) o con la Orquesta de Cleveland (Szell) resultaron del todo dramáticas y resaltaron el hecho indiscutible de que estas dos formaciones sí que representaban la flor de la cultura orquestal. Pero contra lo que se pueda pensar, Mitropoulos nunca ejerció de divo y acometió su trabajo con una sencillez y disciplina monacales. Durante toda su vida fue famoso por su afabilidad: Compositores que se habían dirigido inútilmente a otros directores encontraban en Mitropoulos la comprensión. Sin embargo, esa fue una de las causas por la que el público de Nueva York se cansó de soportar un repertorio plagado de obras que se ejecutaban por pura bonachonería de su director.

 Pero Mitropoulos fue una figura admirada y envidiada por su maravillosa memoria. Como señalábamos al principio de esta entrada, Mitropoulos era capaz de fotografiar con una sola mirada una página de una partitura por difícil que esta resultara. Dicen que fueron los filarmónicos vieneses los que descubrieron el gran secreto de Mitropoulos: Observándole como trabajaba, los vieneses se dieron cuenta de que Mitropoulos pasaba mentalmente las hojas de la «partitura» de tal modo que seguía con su mirada la imagen de la notación imaginaria de izquierda a derecha, como si leyera de forma automática lo que su mente había previamente captado de manera fotográfica. Fueron muy raros los casos en los que cometió equivocaciones, aunque uno de ellos pasó a la historia: Durante un ensayo orquestal de la Octava de Mahler en los Festivales de Salzburgo de 1960, Mitropoulos corrigió equivocadamente a un clarinetista, quien a su vez se defendió haciéndole ver al maestro su propio error de apreciación. Mitropoulos se quedó pensativo durante un instante — realmente, volvió a leer en su interior la fotografía mental que tenía de esa obra — y al cabo de un rato se dio cuenta de su propio error y pidió disculpas al clarinetista. Los testigos de aquella escena se quedaron absolutamente alucinados al ver la mirada perdida al vacío de Mitropoulos durante su «repaso mental» a una partitura general de la obra que, obviamente, no se encontraba en su atril. Y mucho más por su respuesta, acompañada de un chasquido de dedos: –«¡Es verdad! Lleva usted razón… Es que antes no lo he leído bien»– Aquel insólito episodio — ¿Pero qué demonios estaba leyendo Mitropoulos si no tenía absolutamente nada en su atril? — dio origen a una leyenda según la cual Mitropoulos no se había aprendido nunca las obras que dirigía: Las partituras de esas obras eran mentalmente absorbidas por él tras un brevísimo vistazo y posteriormente, durante los ensayos y conciertos, se limitaba a reproducirlas fotográficamente en su mente. A la vista de esta inmensa y casi sobrenatural capacidad memorística, Mitropoulos pudo permitirse mantener un repertorio inmensamente rico en contenido. Pero su estilo como director no estuvo determinado por un presumible talento de computadora, sino que estuvo cargado de agilidad, temperamento y emoción. En sus últimos años, el público de Salzburgo le tuvo como a uno de sus directores más queridos. Pocos maestros fueron capaces de ofrecer unas versiones tan explosivas de Elektra en los Festivales de Salzburgo como las ejecutadas por aquel coloso griego.

 De entre el legado discográfico de Mitropoulos podemos destacar las siguientes versiones (los enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Fantasía y Fuga en la menor, BWV 542, de Bach — arreglo orquestal del propio Mitropoulos — dirigiendo a la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Concierto para clave en re menor, BWV 1052, de Bach, acompañando a Glenn Gould y dirigiendo a la Orquesta del Concertgebouw (URANIA 344); Vanessa, Op.32 de Barber, acompañado de Steaber, Tozzi, Elias y Gedda, y dirigiendo a la Orquesta del Metropolitan (RCA 7899); Obertura Coriolano de Beethoven, dirigiendo a la Sinfónica de Minneapolis (MAGIC MASTER 37093); Concierto para violín de Alban Berg, acompañando a Joseph Szigeti y dirigiendo a la Sinfónica de la NBC (MYTO 71122); Wozzeck de Alban Berg, acompañando a Eustis, Farrel y Harrel y dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York (AMG 36099); Sinfonía en Si bemol mayor de Chausson, acompañando a la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Sinfonía en Re de César Franck, dirigiendo a la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Concierto para piano nº3 de Krenek, como solista y director de la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Sinfonía nº6 de Mahler, dirigiendo la Sinfónica de Radio Colonia (URANIA 389); Sinfonía nº8 de Mahler, dirigiendo a la Filarmónica de Viena (ORFEO D´OR 519992); Suite nº7 para orquesta de Massenet, dirigiendo a la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Capricho brillante para piano y orquesta de Mendelssohn, acompañando a Joana Graudan y dirigiendo la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Don Giovanni de Mozart, acompañando a Della Casa, Sándor, Frick y Grümmer, y dirigiendo a la Filarmónica de Viena (MYTO 128); Concierto para piano nº3 de Prokofiev, como solista y director de la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Concierto para violín nº2 de Prokofiev, acompañando a Zino Francescatti y dirigiendo la Filarmónica de Nueva York (SONY — número desconocido de serie); Tosca de Puccini, acompañando a Stella, Tucker, Warren y Baccaloni, y dirigiendo la Orquesta del Metropolitan (WALHALL o26522009); La Isla de los Muertos de Rachmaninov, dirigiendo la Sinfónica de Minneapolis (MEMBRAN 2231755); Concierto para violín nº3 de Saint-Saëns, acompañando a Zino Francescatti y dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York (SONY — número desconocido de serie); Erwartung, Op. 17 de Schoenberg, acompañando a Dorothy Dow y dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York (MUSIC & ARTS 1214); Así hablaba Zaratustra de Richard Strauss, dirigiendo la Sinfónica de Radio Colonia (MEDICI MASTERS 35-2);y, finalmente, La forza del destino de Verdi, acompañando a Tebaldi, Maionica, Protti y Del Monaco, y dirigiendo la Orquesta del Mayo musical Florentino (ARCHIPEL 126). Nuestro humilde homenaje a este portentoso director.