Aunque pueda parecer sorprendente, don Blas, no dejo de admirar la firmeza de sus convicciones ideológicas en estos tiempos de contrastados travestismos políticos y enmascaramientos doctrinales que tanto pervierten y confunden a la opinión pública. Usted es una persona de las de siempre, donde su discurso nunca ha sido maquillado para suavizar la dureza y pétrea autoafirmación que siempre ha caracterizado su línea maestra de pensamiento: A las cosas hay que llamarlas por su nombre, al pan, pan y al vino, vino, por más que a algunos les duela. No hace falta sino echar un simple vistazo a las hemerotecas para comprobar cómo su trazado argumental no ha variado una coma desde los últimos treinta años hasta la más viva actualidad, para descrédito y sonrojo de muchos políticos — de todo el arco ideológico — que han ido dando tumbos según las iban viendo venir: Unos, pasándose al contrario y siendo tan radicales bajo otra bandera muy distinta a la que antaño sirvieron. Y otros, incluso, disfrazándose de demócratas bajo una piel no de cordero precisamente, auténticos cínicos del circo político. ¡Cuánto deberían haber aprendido de usted, don Blas, que jamás renegó de sus ideales! Su tiempo político pareció extinguirse y haber pasado de moda, pero viendo lo que se ve estos días por Europa, cuando las diversas coyunturas a muchos les hacen volverse a mirar el ombligo, me da que usted aún no ha dicho su última palabra. Será una cuestión de tiempo, don Blas. Desde mi más diametralmente opuesta opción política, mi admiración y respeto por la firmeza y convicción de sus ideales. Que Dios le guarde a usted por muchos años.