Edvard Munch asimiló ciertas sugerencias de Van Gogh, Bonnat y Gauguin dándose cuenta de la necesidad de superar los límites sensoriales del impresionismo, identificando el arte no sólo con el espíritu sino con la totalidad de la existencia, de tal modo que sentido e intelecto quedan impresos en él. Por ello, desarrolla un estilo atrevido y vigoroso, acorde con la pretendida unidad emocional del arte, que le permite mostrar no ya la descripción de una situación psicológica sino, especialmente, su función simbólica. Este lenguaje y, sobre todo, estos contenidos serán fundamentales para el nacimiento del expresionismo en el arte del siglo XX.

 

El Grito - Edvard Munch

El Grito – Edvard Munch

Óleo y pastel sobre cartón
Tamaño: 91 x 73,5 Cm
Realizada — la serie — entre 1893 y 1895
Ubicado en la Galería Nacional de Oslo

La reflexión de Munch va a suponer, de alguna forma, el engarce que unifique la cadena cuyos primeros eslabones representan Van Gogh y Ensor y que no suponían más que el indicio de un nuevo camino. Por el contrario, Munch aglutina la tradición expresionista del Norte de Europa con la elegancia parisina, sentando los cimientos de la escuela alemana contemporánea y haciéndose intérprete de una problemática que paralelamente estaban desarrollando autores como Ibsen en lo referido a la literatura. Las propias palabras del artista reflejan el ideario pictórico: –«No se puede pintar siempre a mujeres cosiendo u hombres que leen. Yo quiero representar los seres que respiran, que sienten, que aman y que sufren. El espectador ha de adquirir la conciencia de que hay algo de sagrado en ellos»

Tímido e introvertido, Munch vivió en sus propias carnes una serie de trágicos acontecimientos en su niñez que condicionaron su carácter hipersensible, existencialista y fantástico, circunstancias que plasmaría en su obra pictórica. Aún siendo impresionista en sus comienzos, pronto amplía su concepto plástico hacia el problema espiritual humano, que es lo que sin duda más le obsesiona. Pero Munch espera, además, una reciprocidad por parte del espectador: Sus cuadros parecen proyectar el conflicto hacia nosotros, como si fuera en nuestro propio interior donde se habría de resolver. Sus figuras son casi etéreas, no pesan; son personajes de rostros exaltados, demacrados y pálidos, como si se tratase de máscaras en las que sólo destaca el mortecino brillo de sus intensos ojos. Son seres solitarios, figuras del silencio y del miedo que incluso cuando dialogan, pasean, se abrazan o se besan parecen reafirmarse en su soledad, aislados y rodeados de muros invisibles que les impiden comunicarse. Son rostros amargados, intemporales y atónitos ante su propia derrota, individuos que giran en torno a sí mismos como buscando excusas que justifiquen su propia existencia. Con su penetrante expresividad formal, Munch nos retrata una situación psíquica definida pero nos deja resolverla a nosotros hasta donde pueda nuestra capacidad imaginativa.

 El Grito, pintado en 1893, se convirtió en el manifiesto pictórico del expresionismo germano formado en base al grupo Sezession. Representa la afirmación definitiva de la voluntad del artista en configurar la forma para representar plásticamente su mundo interior. Munch explicó sus motivaciones: –«Me paré y me apoyé contra la verja. Nubes rojas como la sangre y lenguas de fuego suspendidas contra el fiordo azul y negro. Mis amigos me habían dejado y, solo, temblando de angustia, me di cuenta del inmenso e infinito grito de la naturaleza»–  En primer plano, una figura humana (Estilizada a la manera de un signo de interrogación) se tapa los oídos, incapaz de soportar la fuerza desgarradora de su propia exclamación. Sin embargo, el grito se pierde y no llega más lejos de sí mismo. Al fondo, dos figuras caminan sin percibir ninguna alteración en el ambiente. Munch pintó El Grito mediante una serie de líneas onduladas — característica muy frecuente en personas que padecen depresión psíquica — que ejercen presión sobre la figura como ondas de choque, reduciendo su rostro a la imagen primigenia del miedo. Muchos críticos han atribuido la obra al frágil estado mental de Munch, al abuso del alcohol o a un simple ataque de agorafobia. El propio artista escribió a lápiz en una copia del cuadro: –«Sólo un loco habría podido pintarlo».

En definitiva, El Grito es una de las imágenes más familiares del arte moderno. Ha sido reproducida en múltiples formatos (Camisetas, colchonetas, imanes de frigorífico…) y su popularidad es debida a que plasma una experiencia universal que resume las tensiones de la vida cotidiana. Desgraciadamente, a mediados de la década de los años noventa, se empezó a poner de moda «robar» El Grito y, de esta manera, tanto la versión original de la Galería Nacional de Oslo como una de las del Museo de Munch de la misma ciudad fueron sustraídas en 1994 y 2004 respectivamente ante el estupor de la opinión pública mundial. Finalmente, ambas fueron recuperadas por la policía noruega aunque la versión correspondiente al Museo Munch sufrió daños irreparables.