Paco, el faché gomuá

 Cuenta la leyenda urbana que nada más tomar posesión de la flamante portería de aquel lujoso edificio, Paco observó con detalle por dónde se ubicaban los bares más cercanos. Al final se decidió por el de mi padre y, así, los vecinos de aquella finca de la calle Alcántara no tenían más remedio que acudir al mencionado bar en caso de que se vieran obligados a solicitar los servicios del empleado del inmueble.

Y es que Paco, cordobés de pura cepa y recién llegado de Bélgica, donde había pasado muchos años como emigrante, era el portero más peculiar que jamás se haya visto en el madrileño barrio de Salamanca.

Nadie supo cómo se las apañaba para estar completamente bolinga desde las ocho de la mañana, hora en la que comenzaba su jornada laboral. Ciertamente, los vecinos le aguantaban porque Paco no exteriorizaba de forma grosera o impertinente los síntomas de la permanente melopea que siempre acompañaba a sus destinos. Mantenía el tipo a duras penas, erguido como una estaca pese a la más que frondosa barriga que indisimuladamente exhibía, sobre todo durante los meses de la calor.

Pero el aspecto vidrioso de sus ojos, sumado al indescriptible aroma del aliento, terminaban por delatar la profunda y persistente embriaguez del bueno de Paco.

Resultaban más que curiosas las formas de expresión de Paco, el conserje. Recordando sus tiempos de emigrante, solicitaba las consumiciones en francés, con fuerte acento de Córdoba, para la desesperación de la dependencia. Y cuando, quién fuese, le miraba sorprendido por esa surrealista jerga panpirenáica,

Paco, con cierta altanería no exenta de comicidad, afirmaba: — » Farche avec moi?» — ( ¿Está usted molesto conmigo? ). Tanto repetía esta frase que, en el barrio, se le empezó a conocer e invocar con el mote de Paco el «Faché gomuá», en una alucinante y vulgarizada transliteración fonética de la expresión francesa. No solían variar mucho las costumbres espirituosas de Paco en las innumerables visitas que realizaba pacientemente al viejo bar. Por la mañana, para desayunar, un café en vaso seguido de tres chispazos de Chinchón Seco.

Dicha cazalla le acompañaba hasta la media mañana, cuando cambiaba al vino tinto, algunas veces acompañado de «limón» ( agua de gaseosa ). En la sobremesa, junto al socorrido cortado con leche fría, una serie no precisa de «sol y sombra» ( infumable mezcla de anís y brandy ) para pasar, a eso de las seis de la tarde, ( «la zai», como él pronunciaba ) a las cañas de cerveza.

Lo más paradójico de todo fue que muchas de esas consumiciones, prohibitivas por su cantidad para la economía de un humilde portero, eran invitaciones de sus propios vecinos, los mismos que se quejaban luego del lamentable aspecto de Paco, impropio para una finca de tal lustre y representatividad.

Lo cierto es que, transcurridos cinco años desde su llegada a la conserjería, estos hábitos tan poco saludables dieron con sus huesos en la sala de operaciones de un hospital, donde, por poco, no falleció. Ya recuperado, se tiró algunos meses sin beber… Pero a la vuelta de las vacaciones estivales, Paco volvió a mostrar la misma nariz colorada de antaño.

Fue entonces cuando los vecinos terminaron por cansarse de veras del pobre Paco, agobiado además por muchos problemas familiares. Se convocó una junta con carácter extraordinario donde el único punto a tratar fue la manera de cómo despedir a Paco. Como algunos vecinos (los menos) sabían de su penosa situación personal (un hijo tonteaba con las drogas y el otro ya estaba tonto), y dado que no se obtuvo un consenso unánime para poder llevar a cabo el mencionado despido, se acordó que aguantara como fuera los dos años que le quedaban para la jubilación. Quizá sería la solución más humanamente ecuánime.

Eso sí, se le obligó a hacer acto de presencia al término de esa junta para informarle de lo comúnmente acordado y, de paso, darle un rapapolvo público por su beoda conducta. Paco acudió en mangas de camisa, totalmente «cocido» y, luego de aguantar el chaparrón recriminatorio por parte del presidente de la comunidad, exclamó ante la insólita mirada del vecindario allí reunido: — «Farche avec moi?».–