Frederic Mompou nació en Barcelona el 16 de abril de 1893, hijo de un hombre de leyes y de una mujer cuya familia regentaba un próspero negocio de fundición de campanas. Ya desde niño, Frederic se siente fascinado por los sonidos de las mismas en la nave de fabricación que se encontraba muy cerca de la casa familiar. Sus primeras nociones musicales las recibe del profesor Pere Serra, simultaneándolas con su ingreso en el Conservatorio del Liceo y presentándose en público en 1908, con apenas 15 años, en un recital ofrecido en la sala del Orfeó Barcelonés y en el que demostró una extraordinaria técnica pianística. Un año después, el joven Mompou asiste a un recital de la pianista Marguerite Long en el que se interpretaron obras de Fauré y desde ese instante decide hacerse compositor. Empieza a escribir una serie de breves piezas — paperets — algunas de las cuales incluyó después en sus composiciones de madurez.

 En 1911 Mompou viaja hasta París gracias a la elevada posición económica de la familia y en un principio para mejorar su técnica pianística. Sin embargo, su objetivo real era el de estudiar composición y para ello intentó entrevistarse con Gabriel Fauré mediante una carta de recomendación que le fue proporcionada por Enrique Granados. Por desgracia, el joven músico adolecía de una tremenda timidez y se retiró de la sala de espera cuando estaba a punto de ser recibido por Fauré… Mompou se puso a las órdenes del profesor Ferdinand Motte-Lacroix, un extraordinario pianista que más tarde se convertiría en el primer intérprete de la música de Mompou. En lo respectivo a la composición, Mompou no acabó de encontrar a un profesor adecuado tras los infructuosos intentos de estudiar con los maestros Pessard y Samuel-Rousseau. De vuelta a Barcelona, Mompou lleva una vida un tanto bohemia y nocturna que tenía su cita en los espectáculos nocturnos del Paralelo y Las Ramblas. Allí Mompou conoce de cerca los Ballets Rusos de Diaghilev, que se encontraban de gira por Barcelona en 1917, y se siente muy atraído por la música de Satie. Fue en esta época cuando empieza a trabajar en sus Impressions intimes, en Pessebres y Suburbis. Más adelante, Mompou publica su primera obra, Cants màgics, dedicada a su maestro Motte-Lacroix. A estas piezas le siguen, en los primeros años de la década de los veinte, Fêtes lointaines, Charmes y Trois variations, modélicas por su simplicidad y concisión, y que le aproximan estéticamente un tanto al francés Grupo de los Seis, rechazando cualquier sentimentalismo o elocuencia en sus obras.

 En 1920 Mompou viaja de nuevo a París y se instala en el mismo hotel que ocupó Chopin. Un año después consigue ser entrevistado por un prestigioso crítico francés y la publicación de esta crónica relanza el nombre de Mompou por toda la órbita musical parisina. Allí alterna con figuras como Ravel y Falla, consiguiendo introducirse paulatinamente en los salones parisinos de la más acaudalada aristocracia. De los últimos años de la década de los veinte son su Canción y danza nº4 y la primera serie de los Préludes. Sin embargo, de 1932 a 1942 su producción sufrió un considerable receso creativo en el que tan solo compuso las Tres variaciones sobre un tema de Chopin. En 1941, y como consecuencia de la invasión alemana de París, Mompou se instala de nuevo en Barcelona y a partir de esta época surgen sus primeras obras líricas, como el ciclo Combat del somni, formado por cuatro excelentes y bellísimas canciones, y la segunda serie de Comptines. En la década de los cuarenta prosigue su ciclo de Cançons i danses, añade más números a sus Préludes, inicia la serie de Paisatges y publica la que puede ser considerada como su primera obra maestra absoluta, Cantar del alma, sobre texto de San Juan de la Cruz. En 1945 recibe el Premio del Concurso de Compositores y Musicólogos Españoles.

 En 1950 Mompou viajó hasta Londres con el objeto inicial de grabar un disco y allí se siente del todo comprendido y estimulado. En 1955 se estrena en dicha ciudad el ballet House of birds, una colección integrada por distintas obras pianísticas de Mompou orquestadas por el británico John Lanchbery. A consecuencia del gran éxito de acogida que obtuvo, Mompou escribe otro ballet — en colaboración con Xavier Montsaltvatge — titulado Perlimplinada, sobre texto de García Lorca. Dos años más tarde, en 1957, contrae matrimonio en Montjuic con la pianista Carmen Bravo. La iglesia estaba cerrada al público y repleta de rosas blancas para otra boda que se iba a celebrar a continuación. Los testigos del enlace del músico fueron el fotógrafo y un guardia… Inicia en esta época su magistral serie de Música callada y desde 1958 es profesor de los Cursos Internacionales de Información e Interpretación de la Música Española que se celebraban en Santiago de Compostela. Fruto de aquella actividad es su conocida Suite compostelana, escrita para guitarra y dedicada a Andrés Segovia. En 1963, y por encargo de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, Mompou compone Los improperios, para bajo, coro y orquesta, posiblemente el mejor oratorio español creado en todo el siglo XX. Posteriormente estrenó la cantata L´ocell daurat. En 1970 Mompou viajó a Nueva York para inaugurar el auditorio Lucrecia Bori y su figura adquiere relevancia internacional. De esta década datan Becquerianas, Cinq mélodies sus textes de Paul Valéry y amplia su colección de Cançons i danses. En 1976, con ocasión de un homenaje a Pau Casals compuso El pont, para violoncelo y piano, y dos años después La vaca cega, para coro mixto y órgano. Desgraciadamente, en ese mismo año de 1978 Mompou sufrió un derrame cerebral que le obligó a abandonar cualquier actividad creativa. En 1981 es galardonado con el Premio Nacional de Música de España y seis años después, el 30 de junio de 1987, falleció plácidamente en Barcelona.

 Personalidad singularísima, Mompou es una figura aparte e independiente de cualquier movimiento, escuela o tendencia. En cierta medida, fue un maestro revolucionario, refinado, culto, meditativo, intenso y profundo. A partir de un minucioso estudio de las resonancias naturales de las cuerdas del piano, Mompou edificó sus concisas, breves y sugerentes obras que provocan una suave melancolía con un claro carácter de íntima confesión. Con el tiempo, Mompou prescindió de la barra del compás y de las armaduras para escribir con un ineludible tono de improvisación. Su música es ciertamente mágica y en ella la realidad aparece como transmutada gracias al sutil uso del pedal, al medido empleo del rubato y a la constante utilización del ostinato. Para muchos críticos y especialistas, Mompou es el mejor compositor español de la segunda mitad del siglo XX. Nuestro humilde homenaje a su inmensa figura.