Esta entrada se la dedico especialmente a Amalia, madrina de este local

 En el enlace al vídeo que hoy os dejo podéis escuchar una de esas piezas inolvidables de la historia de la música, el Pié Jésu perteneciente al Réquiem de Gabriel Fauré, posiblemente la obra más conocida del autor. La interpretación, portentosa, corre a cargo de la añorada soprano eslovaca Lucia Popp, prematuramente fallecida en 1993, acompañada por la Orquesta Philharmonia de Londres dirigida por el maestro Andrew Davis. La grabación fue efectuada en la Iglesia de Todos los Santos de Londres en julio de 1977 y la única referencia que tengo de este registro pertenece al sello SONY (Número de catálogo 87771), una caja con dos CD´s bajo el sugestivo y comercial título The ultimate classical christmas album all of time, bastante apropiado para este domingo. Esta breve pieza, a menudo interpretada por separado del resto de la obra, parece darnos la idea de cómo era la música que cantaban los ángeles de las pinturas renacentistas en sus coros celestiales… La brevedad de la pieza despoja a la misma de cualquier malintencionado atributo dulzón o excesivamente sentimental.

 La obra más famosa de Fauré fue compuesta en diversas fases y tiene distintas versiones. Los elementos iniciales de la composición fueron concebidos en 1877, aunque el trabajo compositivo propiamente del Réquiem en sí empezó diez años más tarde, en 1887, por puro placer y sin ningún motivo aparente, según la versión del propio autor. La versión completa — en siete movimientos — fue terminada en 1892 aunque inicialmente fue ideada para una orquesta reducida. La partitura sinfónica completa se publicó finalmente en 1900. La particular y originalísima forma que tiene Fauré para concebir este Réquiem dota a la partitura de una espiritualidad única para subir el ánimo. Por ello, por ser precisamente una misa para muertos, se criticó por su falta de seriedad al respecto, a lo que el compositor replicó que la obra no era sino un modo peculiar de entender el trance final de todo ser humano como una liberación alegre, como una aspiración a la felicidad ideal y eterna del más allá. En todo momento, Fauré evita los gestos declamatorios de la mayor parte de los compositores de réquiems. Con unos 40 minutos de duración, la obra completa supone un maravilloso contraste entre unos primeros números un tanto sombríos y una segunda parte de estructura flotante que logra crear unas atmósferas maravillosamente espirituales.  

 Aunque Fauré no fue un revolucionario confeso, en términos musicales, su independencia estilística le permitió adaptarse a los cambios creativos de la época, hecho que provocó el antagonismo de sus reaccionarios colegas. Su espíritu musical evolucionó de la sensualidad de su juventud — época a la que pertenece este Réquiem — hacia un estilo más sombrío, disperso y poderoso. Para muchos especialistas, el mejor Fauré se encuentra en sus dos décadas postreras, con sus ciclos de canciones (Fue un verdadero maestro de la canción), su ópera Penélope y sus obras de piano y cámara. Paradójicamente, su destreza y facilidad para la melodía ha ocultado un tanto la profundidad introspectiva y apasionada de su música.

 Gabriel Fauré nació en Pamiers el 12 de mayo de 1845 en el seno de una familia modesta cuyo padre de familia ejercía como profesor en una escuela rural. Fue un alumno protegido de Saint-Säens en la Escuela de Música Clásica y Sacra Niedermeyer de la capital francesa, llegándole a suceder como organista en la catedral de La Madeleine de París. Allí también se dedicó a la enseñanza en la propia Escuela Niedermeyer y posteriormente en el Conservatorio, donde alcanzó el puesto de director en 1905. Desde entonces fue unánimemente considerado como el padre de la música francesa (Pasó de ser un músico un tanto conformista a convertirse en una de las figuras más progresistas del panorama musical francés, alentando la nueva obra de jóvenes compositores avanzados como Ravel, Koechlin o Florent Schmitt). Por desgracia, su producción musical se vio reducida en sus últimos años como consecuencia de una fatal y progresiva sordera que se sumó a un más que delicado estado de salud como consecuencia de su excesiva adicción al tabaco. A los 75 años se retiró de la dirección del Conservatorio, aunque siguió promocionando y alentando la obra de los nuevos compositores. Murió en París el 4 de noviembre de 1924 como consecuencia de una neumonía. Nuestro humilde homenaje a un magnífico músico.