No tuvo que resultar nada fácil para usted, don Carlos, la decisión de escindirse del PNV para formar otro partido de carácter aconfesionalista y socialdemócrata, no ya por ciertas discrepancias de origen en torno a las competencias del gobierno vasco que la Ley de Territorios Históricos delimitaba, sino más bien por su educación escolapia, posteriormente confirmada en la prestigiosa Universidad de Deusto. Muchos nacionalistas de base no llegaron nunca a entender que la religión, tan arraigada en el País Vasco, fuera un elemento casi accesorio en sus postulados. Recuerdo que un día casi le abofetean en la calle por este motivo, según se dijo, aunque supongo que no sería el único. Nunca ocultó sus anhelos independentistas en una época donde dicha pretensión era mucho más difícil de entender y aceptar que en la que hoy vivimos, pese a que ahora siguen existiendo personas que confunden la libertad de pensamiento con la imposición ideológica, triste circunstancia que afecta a todos los nacionalismos, vengan de donde vengan. Pero el caso fue que su nueva formación, EA, se comió literalmente al PNV en su Navarra natal en aquellos autonómicos comicios de 1987, para sorpresa de propios y extraños. Con el paso de los años, muchas de sus tesis han sido adoptadas por el PNV, aunque de forma manifiestamente encubierta, lo cual no deja de significar que usted, don Carlos, fue un visionario dentro de su propio y antiguo partido. En la actualidad, no son pocos los que reclaman una fusión entre EA y PNV, aunque su hijo Carlos, flamante dirigente de la formación que usted fundó, no esté mucho por la labor. De cualquier manera, usted es de esa clase de políticos que una vez que abandonan la militancia activa de la formación a la que pertenecen, ésta sufre un considerable descenso de apoyos electorales. Modestamente, pienso que eso es señal de que se tienen las ideas muy claras, pese a que muchos no las lleguemos a compartir. En eso mismo consiste la discrepancia ideológica. Mis saludos, don Carlos.