Mahler

* Nacido el 7 de julio de 1860 en Kaliste, Bohemia
* Fallecido el 18 de mayo de 1911 en Viena

 Aunque Mahler nació en Kaliste, a los tres meses su familia se trasladó a la vecina Jihlava, una ciudad de gran actividad cultural y en donde existían varias posadas que se encargaban de alojar a las columnas del ejército austríaco que allí estaban estacionadas. La influencia de las marchas y sones militares en los oídos del niño Gustav será decisiva en su devenir como compositor. Su padre, carretero de profesión, había mostrado desde siempre un enorme interés por la cultura, asimilada desde una perspectiva autodidacta. Pronto descubrió las cualidades artísticas de Gustav — sorprendido, con sólo cuatro años en un intento de tocar el piano en casa de sus abuelos — por lo que le proporcionó una digna educación musical a cargo del entonces Kapellmeister de Jihlava, Herr Viktorin. Sus progresos fueron tales que con apenas diez años ofrece su primer recital pianístico en Jihlava. Es entonces cuando su padre, una vez terminados los estudios del Gymnasium, decide enviarle a Praga con la intención de que Gustav se labrara un porvenir como concertista de piano. Gustav se alojó en casa de los Grünfeld y allí permaneció en tal lamentables condiciones (Le llegaron a robar hasta los zapatos) que su padre se vio obligado a traérselo de nuevo a Jihlava. Finalmente, el 20 de septiembre de 1875 y tras superar diversos y complicados ejercicios, Gustav es admitido en el Conservatorio de Viena.

 En la capital austríaca, Mahler perfeccionó sus estudios y se reveló como un entusiasta wagneriano. Sin embargo, su situación económica era tan precaria — llegó a solicitar la exención de las cuotas del Conservatorio — que pronto se vio obligado a dar clases. En su primer año, Mahler obtuvo el diploma de piano y ganó el primer premio del mismo gracias a una portentosa ejecución de la Sonata en la menor de Schubert. Por si esto no fuese suficiente, también logró el primer premio de composición merced a un Cuarteto con piano, obra que aún hoy en día resulta muy controvertida para los especialistas. Por contra, el contrapunto le dio más problemas de los previstos. Paralelamente, en esos años Mahler ingresó en la universidad y abordó estudios de humanidades y filología alemana. De 1878 data su primera obra de cierta importancia, la cantata La canción del lamento, que quedó definitivamente terminada en 1880. En este mismo año, y durante las vacaciones que pasó en Jihlava y Seelau, se enamoró de una chica aunque, como Mahler era tan cerebral, él mismo la convenció para que dejaran de verse, informándola de su precaria condición de músico sin empleo (Todo un caballero, vamos). En 1880, tras romper su amistad con el liederista Hugo Wolf — un compositor al que le bailaba más de un tornillo — Mahler recibe una oferta para dirigir opereta en el teatro Bad Hall, en la Alta Austria. Puede afirmarse que con este trabajo, Mahler inició su carrera como afamado director de orquesta. De ahí pasó al Landstheater de Liubliana, en donde el 3 de octubre de 1881 dirige Il trovatore de Verdi, con enorme éxito. Tras una breve estancia en el teatro de Olomuc, Mahler consigue su primer trabajo de auténtica relevancia, la intendencia general del Karltheater de Kassel, en donde conoció al prestigioso director Hans von Bülow (Aquel a quien Wagner tenía tanta estima, aunque mucho más a su mujer). Allí, en 1883, Mahler se enamora de nuevo de una de las cantantes, Johanna Richter, quien le dio poco menos que calabazas. Fruto de aquel desaire, escribe las Canciones de un camarada errante y esboza también su Primera Sinfonía. Pero el Mahler-director era mucho más prestigioso que el casi desconocido Mahler-compositor y, de esta forma, obtiene un clamoroso éxito dirigiendo Las estaciones de Haydn en el Festival de Münden. Dicho triunfo se vio posteriormente refrendado por otra sensacional ejecución del oratorio Paulus de Mendelssohn. La fama de Mahler como director subió como la espuma y consecuentemente recibe una oferta del prestigioso Deutsches Landstheater de Praga. Allí, venciendo la resistencia de público y crítica, Mahler se consagra dirigiendo óperas como Fidelio, Don Giovanni, Los maestros cantores y La valquiria. La severidad, rectitud y capacidad de trabajo de Mahler empiezan a hacerse famosas de tal forma que el Mahler-director eclipsa totalmente al Mahler-compositor, peculiar dualidad que sólo cambiará de signo cuando Mahler fallezca y su música comience a ser conocida. Dos años se mantuvo Mahler al frente de la Ópera de Praga, ciudad en la que acabó por convertirse en un verdadero ídolo.

 En 1886, Mahler negocia un compromiso con el Neues Stadttheater de Leipzig cuando un golpe de fortuna le coloca en una posición privilegiada. Una inoportuna enfermedad de Arthur Nikisch le impide acabar a éste la primera representación íntegra de El anillo del nibelungo. Mahler tomó la batuta para dirigir La valquiria y Sigfrido (Segunda y tercera parte del Anillo) y obtuvo un memorable éxito. Además, allí conoció a un nuevo amor, Marion von Weber. Fruto de aquella relación, Mahler retomó la composición de su Primera Sinfonía y comenzó el ciclo de canciones Des Knaben Wunderhorn. Pero Mahler era un hombre inquieto: Corta con Marion — ofreciendo todo tipo de razonadas explicaciones — y en 1889 acepta el puesto titular en la Real Ópera de Budapest. Mahler revolucionó el panorama musical húngaro — impuso que las óperas se cantasen en ese idioma — y favoreció los sentimientos nacionalistas. Brindó un Don Giovanni tan extraordinario que el propio Brahms, tras asistir a una de las representaciones, declaró que «sólo en Budapest se sabe montar esta obra en toda su grandeza». Luego de dos exitosos años en Budapest, Mahler aceptó una jugosa oferta de la Ópera de Hamburgo, ciudad en la que vuelve a enamorarse de una cantante, Anna von Mildenburg. Durante cuatro años, Mahler no sólo se encargó de la dirección musical de la Ópera de Hamburgo sino que además fue invitado a dirigir en Londres, Berlín y Moscú. A sus 35 años, Mahler gozaba de una insólita fama en toda Europa por lo que, cuatro años después, planea el asalto al puesto más codiciado, la jefatura de la Ópera Imperial de Viena.

 Mahler reunió todo tipo de apoyos para tal empresa — llegó incluso a entrevistarse con Brahms — aunque topó con un inesperado problema: Sus raíces judías parecían incompatibles para el cargo. Pero Mahler, que siempre fue un hombre práctico, resolvió dicha «pega» haciéndose bautizar en la fe católica el 23 de febrero de 1897. Consecuentemente, en abril de ese mismo año Mahler es nombrado, con sólo 36 años, director de la Hofoper, debutando con un Lohengrin que asombró al público vienés. Un año más tarde es designado director de la Filarmónica de Viena (Orquesta de la propia Ópera) sustituyendo a Hans Richter, con lo que sus poderes en Viena se acrecientan aún más. La relación con la orquesta se rompió en 1901 cuando, convaleciente de hemorroides en Italia, Mahler se entera de que han nombrado como director adjunto a un músico mediocre, Josef Hellmersberger. En su primer año como director de la Ópera de Viena, recibió la visita de Hugo Wolf, aquel músico con quien había discutido en su juventud. Este le pidió que representara su ópera El corregidor. Sin embargo, un comentario jocoso de Mahler desató de nuevo las iras de Wolf, quien llegó a agarrar del cuello al director. Horas más tarde, Wolf fue detenido en Viena cuando se encontraba gritando por las calles y de noche que Mahler había sido expulsado de la Ópera y que él era el nuevo director. Wolf ingresó en un sanatorio para enfermos mentales y murió en 1903; al año siguiente, Mahler representó El corregidor con escaso éxito.

 A finales de 1901 se produce un hecho decisivo en la vida de Mahler: Conoce a Alma Schindler, una joven de 22 años e hija del pintor Jakob Schindler. La mutua fascinación surgió desde el primer momento y así, el 9 de marzo de 1902, Gustav y Alma contrajeron matrimonio en Viena. La influencia de Alma en el proceso compositivo de Mahler fue notable, sobre todo en la elaboración de las sinfonías nº5, 6 y 8, así como también en los dos ciclos de Rückertlieder. Durante los años en Viena, Mahler entabló una buena amistad con Schoenberg, Berg, Webern y Richard Strauss. Por otra parte, el conocido director holandés, Willem Mengelberg, convirtió la sala del Concertgebouw en el santuario mahleriano por excelencia. En el transcurso de los últimos años, Mahler tuvo ciertas dificultades en Viena — como han tenido siempre y sin excepción todos sus sucesores — por las espartanas condiciones de trabajo que el compositor había impuesto en la Ópera y que fueron alimentando los consecuentes resentimientos. (Prohibió la entrada a la sala una vez empezada la función, impidió las manifestaciones de entusiasmo en medio de las obras, sometió a orquesta y cantantes a agotadores e interminables ensayos, supervisó hasta las labores de los empleados de limpieza, mandó corregir una y mil veces las particellas, etc…). Finalmente, el 17 de mayo de 1907, Mahler presentó su dimisión. Pese a todo, su década como director de la Ópera de Viena, entre 1897 y 1907, fue la más fructífera en toda la historia de esta identidad.

 Mahler, mundialmente consagrado como director de orquesta, firma en junio de 1907 un contrato con el Metropolitan de Nueva York, pero la desgracia se ceba con el matrimonio Mahler y, de manera imprevista, fallece su hija María cuando contaba con apenas cinco años de edad. Como consecuencia de este duro golpe, Mahler se somete a unos análisis médicos en los que se le detecta una endocarditis aguda, prescribiéndosele un drástico cambio de vida. De diciembre de 1907 a mayo de 1908, Mahler anduvo de gira por América, con sonados triunfos aunque sin resultar tan expeditivo en sus objeciones como en su anterior etapa de Viena. Ya de vuelta en Europa, el 11 de septiembre de 1908 estrena en Praga su Séptima Sinfonía para retornar a continuación nuevamente a América, en donde rechazó la titularidad de la Filarmónica de Nueva York, aunque firmó dirigir con la misma formación numerosos conciertos durante tres temporadas. Ya en 1910, Mahler parece encontrarse plenamente restablecido de su dolencia cardíaca y dirige febrilmente por toda Europa, estrenando además su monumental Octava Sinfonía en Munich. Sin embargo, por estas mismas fechas, se produce una fuerte crisis sentimental entre Gustav y Alma que acabará solucionándose (Luego de diversos tonteos de Alma con algunos amigos comunes de la pareja) tras unas visitas del compositor al conocido psicoanalista Segismund Freud. Un nuevo viaje a América resultó fatal para Mahler, debiendo regresar de urgencia a Europa en penosas circunstancias al volvérsele a complicar su crisis cardíaca con un extraño virus sanguíneo. El fin parecía inminente cuando desembarcaron en Cherburgo y tomaron rumbo a Viena vía París, trayecto en el que cientos de periodistas inquirían sobre su estado. Nada más llegar a la capital austríaca fue ingresado en el Löw Sanatorium. El 18 de mayo de 1911, tras experimentar una ligerísima mejoría, abrió los ojos y, sonriendo, gritó: –«¡Mozart, Mozart, Mozart…!»– Justo después cayó en coma y falleció alrededor de la medianoche, en medio de una descomunal tormenta eléctrica. Su cuerpo fue depositado junto con el de su ya fallecida hija María.

 Mahler, principalmente conocido como director de orquesta en su época, componía durante su tiempo libre, generalmente durante las vacaciones de verano. Su estilo es romántico tardío, aunque expandió la orquesta tanto en sonido como en tamaño. Sus sinfonías parecen obras teatrales en las que existe la sensación de una clara secuencia de acontecimientos. Lo trágico, sarcástico, irónico y paródico se refleja con una magistral belleza en sus obras, que suelen respirar el tenso ambiente de angustia de finales del siglo XIX. Pese a ser un reputadísimo director de ópera, jamás escribió una ópera propia, basando su fuente compositiva en la forma sinfónica y en la poesía popular alemana en forma de canciones con acompañamiento orquestal. Su música cayó en el más absoluto ostracismo tras su muerte — de hecho, su obra nunca llegó a ser excesivamente popular en vida — debido a la oposición de la Alemania nazi contra todo lo que oliese a «músico judío». Sólo en la segunda mitad del siglo XX, su legado compositivo adquirió una más que justa popularidad y reconocimiento. Es el último gran sinfonista vienés y su ciclo sinfónico constituye una de las mejores y más completas integrales de la historia de la música occidental. Actualmente, Mahler es considerado un enlace entre la tradición germánica del siglo XIX y el modernismo del siglo XX.

OBRAS

10 Sinfonías (La Décima concluida por Deryck Cooke)
Das klagende Lied (La canción del lamento)
Das Lied von der Erde (La canción de la tierra)
Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un camarada errante)
Kindertotenlieder (Canciones a la muerte de los niños)
– Varias docenas de Canciones con piano, destacando los Rückertlieder (En versión también para orquesta)
Música de cámara (Obras de juventud e inmaduras)