Joaquín Sorolla, Niños en la arena

Joaquín Sorolla * Óleo sobre lienzo
* 118 x 185 Cm
* Realizado en 1910
* Ubicado en el Museo del Prado, Casón del Buen Retiro

Joaquín Sorolla uno de los pintores más importantes de principios del siglo XX

Si bien Joaquín Sorolla participa de la revolución pictórica que trajeron consigo los impresionistas, aparcando en buena medida unos comienzos caracterizados por temáticas un tanto superadas (Cuadros de contenido histórico o de denuncia social), evitó en lo posible una total asimilación de los mismos, como se refleja en su poco afán científico y en una negativa a romper con los gustos establecidos y con sus canales de comercialización. Aunque Joaquín Sorolla es impresionista en aspectos como la pincelada suelta y rápida o en la concentración de efectos atmosféricos, también podríamos encuadrarle, como así lo han hecho muchos relevantes críticos, en el grupo de los llamados «realistas a plena luz», artistas que suavizan las tendencias tenebristas de aquellos con una visión más sensual de la realidad.

 Absolutamente nadie como Joaquín Sorolla ha expresado con tal maestría los efectos de la luz sobre los cuerpos húmedos o la brisa del mar oscilando las telas. Nadie captó como él la radiante luminosidad del aire levantino o las transparencias de las figuras sobre el agua. Pese a la excesiva amplitud de su obra — condición que le convirtió en un pintor irregular y bastante desaprovechado — la calidad de su paleta y su capacidad de observación, latentes en sus mejores obras, le hacen ser una de las figuras más interesantes e influyentes de la pintura española, amén de un artista que por sí solo define a una región, la valenciana.

 Los colores de Joaquín Sorolla son vivos, luminosos y buscan un enriquecimiento con el movimiento de las figuras, como intentando que las manchas que conforman las mismas ofrezcan una gran variedad de facetas y matices dentro de un mismo color. Sus toques de pincel son alargados, delatando su extraordinaria facilidad de ejecución y evitando caer en la técnica de una pincelada menuda e intrínsecamente aglutinante de efectos cromáticos interconectados. Pero quizás lo más destacado de su obra es su capacidad para recrear sombras luminosas (O simplemente sin sombras, en el sentido estricto de la expresión). Para Joaquín Sorolla, la sombra no es en sí la negación de la luz sino un grado inferior de afirmación de la misma. Esa sombra — esa luz cambiante, tal vez deberíamos decir — consigue sensaciones de movilidad y vibraciones únicas.

 La pintura de Joaquín Sorolla recoge los cuatro elementos originales de los filósofos de la Antigüedad: Aire, tierra, agua y fuego, y combinándolos con la luz, alcanzan unas cualidades sensitivas que nos resultan casi tangibles, pudiéndose afirmar que los cuadros de Sorolla «huelen a mar». Precisamente el agua, y más concretamente el mar, es el elemento constante de su pintura. La inimitable luz de la costa valenciana se plasma en los cuadros de Joaquín Sorolla de manera harto reconocible, quizás con más extensión que intensidad, pero con un extraordinario hálito creativo. Por desgracia, aún hoy en día existen círculos residuales donde la pintura de Sorolla es duramente criticada por su presunta profusión de amplios planos lineales monocromáticos y por un cierto «folclorismo». Nada más injusto; Sorolla fue un exponente de la burguesía de fines del siglo XIX, muy aficionada a esa temática popular, y la técnica de ejecución del maestro valenciano está muy por encima de ciertos convencionalismos pictóricos propios de épocas artísticas plenamente superadas.

 Niños en la Playa corresponde con una de las etapas más fecundas y exitosas del autor, tras su inolvidable exposición de Nueva York en 1909 en la que consigue vender casi 200 cuadros por unas cantidades de dinero que le aseguraban su futuro económico de por vida. Representa a uno de los géneros más populares que cultivó Sorolla y donde se plasma lo mejor de su arte, la figuración de personajes al borde de la línea de olas de la playa. Lo que más llama la atención del cuadro es aquello que comentábamos anteriormente en referencia a las sombras, con una peculiar manera de pintarlas en tonos azules y violáceos. El pintor logra captar, de manera magistral, las sensaciones del aire al evaporarse sobre los cuerpos mojados, consiguiendo transmitir calidades esmaltadas, al tiempo que la luz solar, al estar dentro del agua, parece como palpitar en los reflejos acuosos de los cuerpos. Otra característica que preocupó siempre al maestro Sorolla fue la captación de las expresiones, que aquí resuelve con la mirada del chico que está en medio aunque con una cara en absoluto definida. En este cuadro, ya no sólo es posible «oler» a mar, sino que también podemos «escuchar» el sonido de las olas regresando de nueva al mar.

Joaquín Sorolla es uno de los pintores más importantes, con independencia de las críticas que pueda suscitar en algunos sectores que se autodefinen como ortodoxos. Difícilmente un pintor pueda conseguir lo que hizo Sorolla con total maestría: Pintar el sol y la luz mediterránea de una manera tan original que, dicho sea de paso, su influencia posterior se redujo a una corriente que en absoluto logró alcanzar unas mínimas cotas de supervivencia histórica y estética.

Ubicación del cuadro en el Museo del Prado en Madrid