Joaquin_Turina

 Joaquín Turina Pérez nació en Sevilla el 9 de diciembre de 1882 en el seno de una familia acomodada con fuertes inquietudes artísticas. De hecho, su padre fue un conocido pintor. A una edad muy temprana recibe sus primeras lecciones de solfeo, piano, armonía y contrapunto a cargo de los profesores Enrique Rodríguez y Evaristo García Torres. Su primer concierto público tuvo lugar el 14 de marzo de 1897 en la sala Piazza de Sevilla con un gran éxito que se confirmaría diez meses después, el 9 de enero de 1898, cuando interpreta con absoluta precisión la difícil Rapsodia Húngara nº11 de Liszt. Desde ese momento, Turina alterna sus estudios de perfección al piano con los de la composición y de estos últimos es su primera obra orquestal, las Coplas al Señor de Pasión, que compuso para la Hermandad de la Pasión sevillana, e incluso su primer proyecto de ópera, La sulamita, basada en texto de Pedro Balgañón. En 1902, el joven Joaquín viaja por primera vez junto con su padre a Madrid y entabla contactos con distintas figuras musicales del momento, aunque lo que más seduce al compositor es poder escuchar en vivo a una gran orquesta sinfónica. Tras un breve intervalo en el que regresa a Sevilla, en otoño de 1902 vuelve a Madrid dispuesto a aprender composición de una manera más exigente. Su presentación al público madrileño se produce el 14 de marzo de 1903 en el Ateneo, con un programa en el que alternaban obras propias — hoy desaparecidas — con la de clásicos al gusto de la época. Intenta recibir clases de Felipe Pedrell, el mejor teórico musical de aquellos años, pero el fuerte carácter de aquel acaba por hacer desistir a un joven Turina de tal propósito. Sin embargo, sí que consigue ponerse bajo las órdenes de los dos profesores de piano más cualificados de la época, don José Tragó y doña Pilar Fernández de la Mora. Desgraciadamente, en un intervalo de tiempo muy corto, sus padres fallecen y es entonces cuando el compositor decide viajar a París, en donde entabla contacto con Fauré, Debussy, Ravel y, especialmente, con Albéniz. También allí conoce a un futuro compañero de andanzas musicales, Manuel de Falla. Por mediación de un compatriota, Turina decide ponerse bajo la tutela artística de Moritz Moszkowski, con quien mantiene fuertes diferencias de concepto. Pronto ingresa en la Schola Cantorum de D´Indy, algo que resultaría decisivo en la formación musical del compositor sevillano. La presentación pública de Turina en París se produce el 29 de abril de 1907, en la sala Aeolian, repitiéndose una semana después con gran éxito al estrenar su Quinteto en sol menor, obra provocó la admiración de Albéniz. El inmortal pianista y compositor catalán reorientó la carrera compositiva de Turina al instarle a que creara obras inspiradas en el tradicional cante andaluz. En esos momentos, Turina rompe cualquier vinculación compositiva anterior — ordena que su Quinteto sea su Opus 1 — y se olvida de toda su obra precedente. Esta drástica decisión supone el arranque del compositor Turina tal y como hoy le conocemos y, desde ese momento, su presencia en París es constantemente requerida. En 1908 se casa con Obdulia Garzón y permanece en París hasta 1913.

 Ya de vuelta en Madrid,  estrena el 30 de marzo de 1913 en el Teatro Real La procesión del Rocío, obra que obtiene un memorable éxito. Tras sopesar algunas dudas, Turina decide instalarse definitivamente en Madrid a partir de 1914. De ese mismo año data Margot, comedia lírica que se estrena el 10 de octubre. Un año más tarde, el 15 de enero de 1915, en el Ateneo de Madrid se presentan dos jóvenes casi desconocidos en Madrid, Joaquín Turina y Manuel de Falla, y posteriormente el maestro sevillano estrena Navidad (1916), La adúltera penitente (1917) y Jardín de Oriente (1923). Pero el maestro Turina, dedicado y centrado en el género sinfónico, se vio en la necesidad de vender música y de realizar otro tipo de ocupaciones que nada tenían que ver con la composición para poder hacer frente a sus necesidades económicas, llegando a ingresar como concertador en la plantilla del Teatro Real, un duro, inoportuno pero imprescindible trabajo que, pese a todo, no impidió que Turina creara muchas de sus mejores composiciones como las Danzas fantásticas (1919), la Sinfonía sevillana (1920), Sanlúcar de Barrameda (1921), La oración del torero (1925) y el Trío nº1 (1926).

 En 1929, Turina recibe la invitación del gobierno cubano para dar una serie de conferencias sobre música. El éxito de las mismas fue tal que incluso fue requerido por los gobiernos mexicano y estadounidense para viajar desde La Habana a esos respectivos países, petición que por desgracia no pudo ser atendida por el maestro. Es importante señalar que Turina fue un excelente conferenciante y que, buena prueba de ello, fue el ciclo impartido en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1919 bajo el título Historia de la música y de las formas musicales, guión que en la actualidad es muy apreciado por los docentes musicales. (Posteriormente, también impartió un cursillo de veinte lecciones para los profesores de la Orquesta Nacional de España, concretamente, en 1941, y llegó a publicar, en 1917 y prologada por Falla, una Enciclopedia abreviada de la música, polémica por sus tal vez intolerantes afirmaciones) En 1931, Turina por fin es nombrado catedrático de composición en el Real Conservatorio de Música de Madrid. Por desgracia, la Guerra Civil Española truncó en alguna medida la labor creadora de Turina, músico que se encontraba quizás en su momento de mayor inspiración creativa. Finalizada la Guerra, Turina es nombrado Comisario de Música en 1941. Con la marcha de Falla a Argentina por cuestiones políticas, Turina se quedó como el único referente entonces de la música española. Su última obra catalogada, Desde mi terraza, fue publicada en 1947. Una triste y penosa enfermedad puso fin a la vida de este gran músico español el 14 de enero de 1949 en Madrid. Sirva desde aquí nuestro humilde homenaje a este gran — y a menudo lamentablemente olvidado — músico español.